Capítulo Veinticinco

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Federico respiraba agitado, estaba enfurecido, había salido como un loco de la habitación y detrás de él iba Cristina intentando tranquilizarlo. La aparición de Raquela y el pasado que parecía regresar para atormentarlos había provocado en él una rabia bastante difícil de controlar.

—Mi amor, espera, cálmate por favor. —ella ingresó tras él a la habitación de ambos. —No puedes ponerte así, menos delante de los niños, ellos no entienden lo que está pasando… y lo que la presencia de esa mujer significa. —susurró en caso de que los pequeños los hubieran seguido hasta allí, pero al parecer se habían quedado los dos en la recámara de juegos.

—Cristina, ¿es que acaso tú no entiendes lo que la presencia de Raquela significa? —no la dejó responder. —No me pidas que me calme, no puedo, entiéndeme.

—Yo te entiendo, mi vida, y claro que sé lo que la presencia de Raquela significa, pero no ganamos nada volviéndonos locos.

—¿Y qué quieres que haga… que me quede como si nada sabiendo que esa maldita está cerca de nosotros y le está metiendo cosas en la cabeza a nuestra hija?

—No estoy diciendo eso, sólo que debes calmarte, los dos debemos hacerlo para poder pensar con claridad y decidir qué tenemos que hacer.

—No necesito pensar absolutamente nada, sé muy bien lo que tengo que hacer, voy a buscar a Raquela y le voy a torcer el pescuezo para que aprenda a no meterse con nosotros, mucho menos con nuestra hija.

—Federico, por Dios, no hables así.

—No puedo hablar de otra forma tratándose de esa desgraciada. —sus manos se convirtieron en dos puños apretados.

Cristina caminó hasta la cama matrimonial y se sentó en el borde del colchón, sus manos escondieran su cara que ya reflejaba una expresión de angustia.

—¿Ves por qué quiero matar esa infeliz? —se acercó a su esposa arrodillándose delante de ella. —Porque no quiero verte así de preocupada, menos ahora que estás embarazada. Me moriría si algo malo le pasara a nuestro bebé por culpa de esa zorra maldita que regresó para mortificarnos.

—Mi amor, tú tienes razón en que ella es una infeliz que volvió para hacernos daño, pero entiende que más me preocupa que tú te metas en un lío por intentar arreglar las cosas a tu modo. —buscó el rostro de su marido para acariciarlo con suavidad.

—¿Y qué otra cosa propones que haga, Cristina?

—No sé, hablar con la policía o que se yo, pero no tomar la justicia en tus manos.

—La policía… la policía de este pueblo no va a hacer nada por buscarla, a ellos no les interesa si se acerca a nosotros, no lo van a tomar en cuenta para ir por ella. —se puso de pie enojado.

—Podemos decirles que está acosando a nuestra hija, tal vez así hagan algo.

—No sé, Cristina, no creo que eso resulte, yo lo que pienso es que debería buscarla y… ¡matarla!

—¡Federico! —se puso de pie bruscamente. —Tú no eres un asesino, me lo juraste hasta el cansancio con lo de Diego, y yo te creí, no provoques que dude de ti ahora, no por culpa de Raquela.

—Perdóname… —se volvió a acercar a ella. —Perdóname, mi cielo, por favor, me exalté, entiéndeme, la presencia de esa mujer me pone mal, me da rabia que haya regresado.

—Yo lo sé, y te entiendo perfectamente porque yo me siento igual, pero tú tienes que entender también que ya no se trata sólo de ti y de mí, tenemos dos hijos y uno en camino, y debemos pensar primero en ellos.

—Por ellos es que quisiera desaparecer a esa mujer… pero tú tienes razón, hacer algo tan drástico sólo provocaría una desgracia más grande. —le besó ambas manos. —¿Qué hacemos?

—Vayamos con el comandante del pueblo y expliquémosle la situación, quizás pueda poner una orden para que esa mujer no pueda acercarse a esta hacienda, porque es obvio que ha sido en los terrenos de aquí que habla con la niña, ella no sale si no es con uno de nosotros.

—Tienes razón, de algún modo Raquela está logrando tener acceso a los terrenos de la hacienda y por alguna parte está consiguiendo entrar, tenemos que averiguar por dónde y cómo lo hace. Mira, por lo pronto yo voy a hablar con los peones para que estén pendientes a todas los linderos de la hacienda y nos avisen si llegaran a verla. Mañana vamos a poner la denuncia a la policía, ¿está bien? —le besó la frente con amor.

—Sí, mi amor, me parece bien. —hizo un pucherito que derritió a su marido.

—No te preocupes por nada, Cristina, yo voy a defender a nuestra familia y no voy a permitir que nada nos robe la paz y la felicidad que hemos tenido hasta ahora.

—Me preocupa la actitud de María del Carmen ante la noticia de que tendrá un hermanito o hermanita.

—La niña está influenciada por Raquela, pero nosotros vamos a evitar que esa mujer siga metiéndole cosas en la cabeza, de ahora en adelante estaremos más pendientes de ella. Por lo menos ya sabemos a qué se debe su actitud, y yo estoy seguro que va a terminar poniéndose igual de contenta que Fede por la noticia de este nuevo bebé. Tú tranquila, no te angusties por nada, déjalo todo en mis manos y confía en mí, hazlo por el bebé que ya está creciendo aquí adentro eh… —le acarició el vientre plano con una mano.

—Gracias, Federico, por ser tan buen esposo y tan buen padre, te amo.

—¿Crees que soy buen esposo y buen padre? —sonrió un poco.

—Sí, no tengo dudas, me demuestras a diario lo mucho que has crecido como hombre y como papá.

—Todo gracias a ti. Te amo, Cristina. —sus fuertes brazos envolvieron la delicada cintura de su mujer para pegarla aun más a su propio cuerpo.

—Yo más. —le regaló una sonrisa y se dieron un corto, pero intenso beso. —¿Vamos a hablar con los niños nuevamente?

—Sí, tenemos que aclarar unas cuantas cosas con María del Carmen.

—Vamos.

Juntos salieron de la habitación y se dirigieron a la que sus pequeños utilizaban para jugar, al entrar su sorpresa fue que sólo encontraron a Fede. Federico padre se percató rápidamente de esto y se extrañó de no ver a su hija allí cuando apenas unos minutos atrás los había dejado a los dos juntos en esa recámara.

—¿Cómo que María del Carmen no está? —cuestionó Cristina confundida.

—No, pues no está aquí.

—Federiquito mi vida, ¿dónde está tu hermana?

—No lo sé, mami, cuando ustedes se fueron del cuarto ella dijo que iba a bajar a donde la abuela, y yo me quedé aquí jugando.

—Está bien, mi amor, sigue jugando, nosotros vamos por tu hermana.

—Mami, ¿cuándo va a estar aquí el bebito que hay en tu panza?

—En unos meses porque todavía le falta crecer aquí adentro.

—¿Y cuándo nazca voy a poder jugar con él?

—Claro que sí, aunque va a ser muy pequeñito o pequeñita, pero tú lo vas a cuidar porque vas a ser su hermano mayor.

—¡Sí! —emocionado.

Después de una corta plática con Federico Jr., la pareja bajó de la planta alta para buscar a su hija. Cristina se sentía un poco consternada, era como si una angustia oprimiera su pecho, pero no entendía muy bien la razón.

—Mamá… —la llamó ella cuando llegó junto a su esposo a la sala.

—¿Qué pasó, hija? —doña Consuelo se le acercó.

—Necesitamos hablar con María del Carmen, ¿no está aquí contigo? Fede me dijo que la niña bajó a buscarte.

—No, hija, la niña no ha venido donde mí, de hecho, no la veo desde que subió con ustedes hace rato.

Federico frunció el ceño y a Cristina le temblaron un poco las piernas, ya se estaba preocupando… ¿dónde podría estar su hija?

—¿Entonces dónde está? —preguntó angustiándose.

—Tranquila, Cristina, vamos a buscarla en la casa, debe haber subido a su habitación o estar jugando por ahí en la terraza. —dijo Federico intentando calmar a su mujer, aunque él también tenía un mal presentimiento.

—Yo los ayudo, subiré con Cristina a buscarla arriba, en alguna de las habitaciones debe estar. Tú verifica afuera, Federico, también puede que esté en la terraza como sugieres. —comentó doña Consuelo.

—Vamos… —suplicó Cristina hecha un manojo de nervios.

Bastaron unos minutos para que recorrieran la casa entera, por dentro y por fuera… la niña no aparecía.

—Esto no puede ser, ¿cómo es posible que mi hija no aparezca? —inevitablemente algunas lágrimas ya comenzaban a caer de los ojos de Cristina.

—Mi amor, tranquilízate, no puedes alterarte, le puede hacer daño al embarazo.

—No puedo evitar alterarme, María del Carmen está perdida, no me pidas que me tranquilice.

—Mi cielo, yo estoy igual de preocupado que tú, pero debemos pensar con claridad. Mira, voy a salir a los platanales y buscaré en toda la finca si es necesario, pero la vamos a encontrar. Por favor, Cristina, no te alteres, confía en mí, yo voy a buscar a nuestra hija hasta hallarla y traerla aquí con nosotros, te lo prometo.

—Gracias, Federico.

Federico depositó un beso en la frente de su mujer e inmediatamente después salió de la casa en busca del caballo que montaría para ir por su hija. Esa niña se había convertido en su adoración, tanta era la ironía de todo aquello que a veces parecía una burla del destino. Pero sin importar la razón por la que le había tomado tanto cariño, la verdad era una sola, para él María del Carmen era su hija, los unían los lazos del corazón, y haría cualquier cosa para encontrarla con bien.

^^ Paralelamente una mujer no tan misteriosa entraba a un pequeño cuarto con la pequeña niña. Raquela había convencido a María del Carmen de dar un paseo con ella cuando fue a visitarla a la hacienda como solía hacerlo. La niña accedió porque en su inocencia creía que aquella mujer era su amiga y confiaba en sus supuestas buenas intenciones. Cuando entraron a la sucia y pequeña habitación María del Carmen ya no se sintió tan a gusto y no tardó en preguntar qué hacían allí.

—¿Por qué vinimos aquí? —cuestionó un poco asustada, si bien no podía imaginar el peligro que corría al estar cerca de esa mujer, algo dentro de su pequeño cuerpo le decía que debía estar alerta.

—Estamos jugando a las escondidas, ya te lo dije. —intentó sonar dulce y calmada, pero la adrenalina del momento provocada por lo que había hecho la tenía un poco alterada; y no era para menos, acababa de secuestrar a la niña, había logrado su propósito.

Raquela aún no sabía exactamente qué haría con María del Carmen, todavía no se decidía entre sólo tenerla con ella un par de días antes de deshacerse por completo de la adoración de los Rivero Álvarez y que éstos sufrieran para siempre… o únicamente darles un pequeño susto a todos y luego regresarla a su casa con una advertencia para que supieran de lo que era capaz. Todo había surgido sin planearlo mucho, su plan inicial no era secuestrar a la niña, por lo menos no en ese momento, pero cuando María del Carmen le comentó que le había hablado a sus padres de su amiga que era una adulta y le contó que la había descrito ante ellos, supuso que en la hacienda ya sabían de su regreso. Por eso tomó acción, la que mejor se le ocurrió y la que seguramente estaría matando de los nervios a Cristina y a Federico.

>>> En la hacienda El Platanal el aire que se respiraba era de pura tensión e incertidumbre. Federico aún no regresaba con noticias y las mujeres habían prácticamente desbaratado la casa buscando nuevamente a María del Carmen en caso de que se estuviera escondiendo por allí y aquello sólo se tratara de una travesura de niña, pero no, lamentablemente ese no era el caso.

—No puedo más con esta angustia, necesito saber dónde está mi hija. —Cristina sollozaba sin control, el miedo se había apoderado de ella. —Ya está oscureciendo y le puede pasar algo allá afuera estando sola.

—Hija, tranquila, estás muy alterada, te puede hacer daño.

—Es que, mamá, entiéndeme, se trata de mi niña que está perdida, si algo le pasa yo me muero. —se dejó abrazar por su mamá y por las fieles empleadas que siempre la acompañaban; las tres señoras se miraron entre sí, ellas también estaban muy preocupadas y tenían un mal presentimiento con todo aquello, pero preferían callar para no preocupar más a Cristina, ya bastante tenía con lo que estaba viviendo.

Afuera Federico juntó a todos los peones y les preguntó uno por uno si alguien había visto a la niña o a Raquela rodear los terrenos de la hacienda, pues algo le decía que esa desgraciada tenía mucho que ver con la desaparición de su hija.

—Ya escucharon lo que les dije, los quiero bien pendientes a todos los linderos de la finca, cualquier cosa que vean me avisan, y si ven a esa mujer… le disparan, pero no la maten, la quiero viva para ser yo mismo quien acabe con ella. ¿Me entendieron todos? —cuestionó en un tono autoritario.

—¡Sí, patrón! —al unísono.

—Patrón… —Benito se acercó a él.

—Dime.

—Yo creo que sería bueno que llamara a la policía, digo, si de verdad la Raquela se llevó a la niña puede estar ya lejos de aquí y va a ser más difícil encontrarla de esa manera.

—Tienes razón, voy a llamar al comandante para que inicie la búsqueda. De todos modos ustedes muy pendientes por si se le ocurre volver. Si esa maldita regresa a esta hacienda voy a acabar con ella sin piedad. —dijo furioso; y era cierto que le había prometido a su esposa no tomar la justicia en sus manos ni solucionar los problemas a su modo, pero el hecho de que se hubiera metido con su hija, y si eran ciertas sus sospechas, haberla secuestrado, ya rebasaba todos los límites.

>>>
Habían pasado más de cuatro horas desde que nadie sabía absolutamente nada María del Carmen. Cristina no hacía otra cosa más que llorar, Federico al volver a la casa le había dicho que sospechaba que Raquela era quien se había llevado a la niña y esto la terminó de derrumbar. Todos sabían que esa mujer era capaz de lo peor, hasta Candelaria, su propia madre, tenía que admitir que su hija era así de malvada, claro que para ésta fue una sorpresa muy grande saber que estaba de regreso. Por años no supo nada de ella y jamás pensó que se volvería a acercar a la hacienda y mucho menos para mortificarlos a todos.

—Federico, necesito encontrar a María del Carmen, me estoy muriendo de la preocupación. —dijo Cristina entre lágrimas.

—Yo lo sé, mi amor, yo también quiero que la encontremos. —suspiró sintiéndose muy mal y hasta cierto punto culpable, pues era imposible no recordar que él en algún momento quiso que la niña desapareciera de su vida, y sin embargo, ahora se estaba muriendo de angustia al igual que su mujer; vaya jugarreta del destino.

—¿Qué te dijo el comandante?

—Que iba a mandar a sus guardias a rodear la hacienda en caso de que Raquela siguiera cerca, también me dijo que comenzaría la búsqueda por el pueblo.

—Yo no puedo quedarme aquí con los brazos cruzados esperando noticias, necesito salir a buscarla.

—Yo pensé en ir al pueblo para averiguar si alguien vio algo, no me siento tampoco cómodo aquí sin hacer nada.

—Llévame contigo. —suplicó Cristina.

—No, mi cielo, tú quédate aquí por si hay noticias, ir a buscarla sólo te va a alterar más y eso te puede hacer daño.

—Federico tiene razón, hija, mejor quédate aquí con nosotras.

—¡No! —sollozaba. —Ustedes no entienden, se trata de mi hija, no puedo quedarme aquí sin hacer nada por encontrarla. Quiero ir contigo, Federico, y si no accedes a llevarme, le pediré a algún peón que lo haga y me iré sola, así que tú decides.

Federico sabía que cuando a su mujer se le metía algo en la cabeza era casi imposible convencerla de lo contrario. Si algo tenía muy definido Cristina, era su terquedad, por tal razón lo mejor era no discutir con ella, sabía que terminaría haciendo su voluntad así él se opusiera. Minutos después salían juntos de la hacienda y en la camioneta emprendieron el camino al pueblo para hacer todo lo posible por hallar a su pequeña princesa.

En el pequeño cuarto donde Raquela tenía escondida a María del Carmen ya se respiraba el estrés y el nerviosismo de la mujer que había provocado todo aquello. Al principio la niña no hacía muchas preguntas y estuvo entretenida con unos dulces que ella le había comprado, pero ya las cosas habían cambiado un poco. María del Carmen a pesar de todo era una niña inteligente, y aunque en un principio confió ciegamente en Raquela, ahora todas las alarmas de su cuerpo le gritaban que algo andaba mal y que debía salir de allí.

—Ya no quiero jugar más a las escondidas, quiero irme a mi casa con mis papás.

—Todavía no se puede, María del Carmen.

—Pero quiero estar con mis papitos, ya no me gusta este lugar.

Raquela comenzaba a perder la paciencia en serio, ya no soportaba las quejas de la niña y estaba a nada de explotar.

—Ya te dije que aún no.

—Llévame a mi casa. —insistió María del Carmen.

—Mira, niña, te voy a decir una cosa, ya me tienes harta, no sigas insistiendo con lo mismo o me vas a sacar de mis casillas y no respondo por lo que pueda hacer. —le advirtió en un tono de voz fuerte mostrando al fin sus verdaderos colores.

—Tú no eres buena, eres mala. —se quejó al darse cuenta de la forma en la que ahora la trataba aquella mujer que ella creyó su amiga.

—Piensa lo que quieras, me importa muy poco. —y es que a esas alturas del juego ya no le interesaba que la niña la creyera una amiga, lo único que le importaba era que sus planes de venganza salieran bien. —Y sabes una cosa… tú tienes razón, soy mala, no soy buena como pensabas, pero todo es culpa de tus papás, ellos me convirtieron en esto.

—Mis papitos son buenos.

—Eso es lo que tú crees, pero la verdad es otra, sobre todo con Federico, él no es tan bueno como crees.

—Ya déjame ir. —cansada de escuchar esas cosas que ni entendía, se paró de la pequeña cama donde había estado sentada y corrió hacia la puerta con la intención de escaparse, pero Raquela fue más rápida y de un golpe la detuvo.

—¿A dónde crees que vas? —la miró tendida en el suelo gracias al empujón que le había dado.

María del Carmen se echó a llorar asustada, no entendía qué estaba pasando ni quién era esa mujer que ahora parecía otra muy distinta a la que antes fingió ser tan amable. No comprendía en lo absoluto aquella situación, pero ya quería que terminara, y deseaba con todas las fuerzas que había en su pequeño cuerpo poder regresar a su casa con su familia.

>>> Las horas seguían su curso sin perdonar la angustia de unos padres que aún no sabían el paradero de su hija. Ya era bastante tarde en la noche y Federico seguía junto a su mujer en el pueblo, ambos buscaban desesperados a María del Carmen, sin éxito.

—Ya es tardísimo y seguimos sin encontrar a nuestra hija. —sollozó Cristina llena de dolor, Federico se pasó las manos por la cara, estaba tan agobiado, ya no encontraba qué hacer ni dónde buscar a su niña; habían preguntado en cada puesto del mercado, entrado a cada tienda aún abierta por el área, incluso habían tocado algunas puertas preguntándole a la gente si alguien la había visto… pero nada, era como si la tierra se la hubiese tragado.

—Cristina, voy a llevarte a la casa, no te veo bien. —se acercó a ella y le tomó la cara con ambas manos.

—No, no me quiero ir. —negó con la cabeza bañada en lágrimas.

—Mi amor, estás pálida, no has comido desde temprano, eso le puede hacer daño al bebé y a ti.

—Federico, no me puedes pedir que me vaya a la casa tan tranquila mientras mi hija sigue sin aparecer.

—Sólo te estoy pidiendo que vayas a la casa un rato, descanses un poco, no puedes seguir en la calle así, te vas a enfermar.

—No me importa si me enfermo, lo único que quiero es encontrar a mi niña.

Federico suspiró resignado a que no iba a lograr convencerla de irse, pero tampoco sabía qué más a hacer para hallar a María del Carmen. Era tarde, ya había preguntado en cuanto lugar se le había ocurrido y seguían sin ninguna pista. Sabía que la policía también estaba haciendo la búsqueda, pero no podía quedarse de brazos cruzados esperando a que ellos la encontraran.

—¿Qué hacemos? —le preguntó Cristina sin saber que su marido tenía su propia batalla interna.

—Cristina, hay un lugar donde no hemos buscado aún. —dijo luego de unos segundos.

—¿Dónde?

—Mira, a mí no se me había ocurrido porque creí que Raquela podría estar con nuestra hija en otro lugar, pero tomando en cuenta que no aparece en ningún otro lado, creo que sería bueno buscar ahí.

—Bueno, pues dime qué lugar es ese.

—Es un hotel, bueno, en realidad son unos cuartos que un muchacho renta por un rato, queda bastante aislado es casi saliendo del pueblo.

—¿Y por qué crees que Raquela pueda estar en ese lugar? —frunció el ceño como si intentara analizar algo. —¿Cómo conoces tú ese lugar si dices que queda aislado?

Federico lo pensó un poco antes de hablar.

—Yo solía ir con Raquela a ese lugar... y ahí fue donde ella se escondió hace años cuando se llevó a María del Carmen siendo una bebé.

Cristina asintió sin decir una palabra, no le gustaba pensar en ese pasado, mucho menos en el hecho de que en aquel entonces Federico había sido el culpable de su sufrimiento. Y para qué engañarse a sí misma, también sentía celos de imaginar a su marido en un cuarto en medio de la nada haciéndole el amor a otra mujer que no era ella. Pero desde entonces todo había cambiado, y sin duda no era tiempo de pensar en el pasado, sino de enfocarse en el presente y rogar que el futuro fuera distinto a lo que ahora estaban viviendo.

No necesitaron pensarlo mucho para subirse nuevamente a la camioneta y emprender rumbo a ese lugar del que Federico habló. Y sin ellos saberlo, la policía también iba camino a esa zona a investigar, pues alguien en la calle les había dicho que temprano vio a una mujer con una niña pequeña por el área.

^^ Paralelamente en ese lugar algo alejado de las áreas concurridas del pueblo, Raquela había salido de la habitación para hablar con la persona que le había rentado la misma. María del Carmen se había quedado encerrada y aunque lo primero que hizo al quedar sola fue tratar de abrir la puerta para escaparse, esta tenía seguro o algún tipo de cerradura tal vez desde afuera que le impedía abrirla.

—¿Cómo que la policía está cerca?

—Sí, los vi pasar por la calle de enfrente; y mira yo no sé si te estén buscando a ti o qué te traes tú con esa niña que vino contigo, pero te advierto, Raquela, que yo no pienso meterme en un problema por tu culpa.

—Eso no va a pasar, me voy a ir ya con la niña.

—¿O sea que no es tuya como me dijiste? —él hombre no la dejó responder. —Ya sabía yo que tú no tenías espíritu de madre. ¿Acaso te robaste a esa criatura?

—Mira, tú no te metas, y ya no hagas más preguntas. —dio media vuelta. —Voy por la niña y me largo de aquí. —cuando entró a la habitación encontró a María del Carmen subida a una pequeña mesa que había en un rincón del cuarto intentando abrir una ventana que para desgracia de la niña estaba clausurada. —Ey, escuincla, bájate de ahí ahora mismo.

—No, me quiero ir a mi casa.

—Que te bajes te digo. —la cargó por la fuerza y la colocó sobre la cama.

—¿Por qué eres tan mala si antes dijiste que eras mi amiga?

—Porque yo no soy amiga de nadie, y menos tuya.

—Por tu culpa traté mal a mi mamá y a mi hermanito que todavía no nace. —confesó entre lágrimas sin saber la rabia que provocaría en la mujer.

—¿Qué dijiste? ¿Como que tu hermanito que aún no nace? ¿Acaso tu madre está embarazada?

—Sí, va a tener un bebito que va a ser mi hermanito o hermanita y por tu culpa yo lo llamé feo y dije que no lo quería. —sollozó.

—Maldita Cristina, sigue amarrando a Federico a su lado. —caminaba furiosa de un lado a otro en el pequeño tramo de la habitación. —Pero no voy a permitir que sean felices, no lo voy a permitir. —se detuvo de golpe para mirar fijamente a la niña. —Tú y yo nos vamos ahora mismo de aquí.

—¿A dónde? Quiero regresar a mi casa.

—¡Ya cállate! —la haló por un brazo levantándola de la cama bruscamente. —Necesito que hagas silencio o te va a ir muy mal.

María del Carmen se asustó porque no le gustó la mirada casi terrorífica que aquella mujer le mostró, así que decidió hacerle caso y quedarse callada. Raquela la arrastró prácticamente hasta la puerta y salieron del cuarto juntas, el hombre que estaba en un rincón se hizo de la vista larga y fingió no ver nada. Una vez estuvieron afuera caminaron muy de prisa, la niña intentaba zafarse del agarre, pero no lograba soltarse de las garras de esa mala mujer que la llenaba de miedo. Caminaron unos minutos por un tramo poco concurrido, de hecho, en ese momento no había nadie pasando por allí, tal vez por la hora que era. La madrugada estaba próxima a hacer su aparición cuando las luces de una camioneta enfocaron el camino tanto de la adulta como de la niña. María del Carmen en un descuido de Raquela logró zafarse y corrió gritando y pidiendo ayuda, las personas dentro de la camioneta la escucharon gracias a que tenían los vidrios bajados.

—¿Escuchaste eso, Federico? —cuestionó Cristina con el corazón a punto de reventarle a causa de la rapidez con la que latía.

—Sí, es nuestra hija, es María del Carmen. —no se molestó en estacionarse, sólo detuvo la camioneta allí mismo en el medio de la carretera y se bajó apurado, Cristina a ciegas hizo lo mismo sin importarle si se tropezaba o se caía, en lo único que pensó fue en su hija, por suerte se las arregló para rodear el vehículo sin tener un accidente.

Fue en ese momento cuando Raquela se dio cuenta de que estaba perdida, la niña se le había escapado de las manos y al ver a su madre corrió a los brazos de ésta como si la vida se le fuera en ello.

—¡Mamá! —sollozó María del Carmen mientras se abrazaba a ella, Cristina se agachó para estar a la altura de su hija, pues estaba segura que era ella, esa vocecita tan dulce era inconfundible; tenía a su niña de vuelta gracias al cielo. —Mamá, te extrañe y tuve mucho miedo de no volverte a ver.

—Yo también, chiquita, pero ya estamos juntas otra vez, ya no llores. —le decía a pesar de que ella misma no podía controlar sus propias lágrimas.

Mientras madre e hija tenían un momento emotivo de reencuentro, Federico miraba con odio a Raquela quien seguía en shock frente a él.

—Debería matarte en este momento por la angustia tan grande que nos hiciste pasar por horas al llevarte a mi hija.

—Esa niña no es tu hija. —susurró con rabia.

—La quiero como si lo fuera, y tú tuviste el atrevimiento de querer arrebatármela… no sabes las ganas que tengo de acabar contigo.

—Hazlo. —abrió sus brazos retándolo a que se acercara.

—Eres una desgraciada. —dio dos pasos hacia enfrente y la tomó con brusquedad por el cabello.

—Mátame, anda, muéstrale a tu hijita cual es tu verdadera forma de ser. —se echó a e reír con maldad a pesar de que le dolía la fuerza que Federico ejercía para halar su cabello. —Llevas años fingiendo ser un hombre de familia, queriendo comportarte como un tonto mandilón, pero los dos sabemos que en el fondo ese no eres tú.

—Papito, déjala, me quiero ir la casa, ya no quiero estar aquí. —María del Carmen se acercaba a ellos, su madre la siguió tomada de su mano.

—Federico, ¿qué estás haciendo? —preguntó Cristina alarmada y a su vez confundida, pues no sabía exactamente qué estaba pasando.

Él no respondió a la pregunta de su esposa ni hizo caso a la petición de su hija, estaba cegado por la rabia. Con la misma mano con la que halaba el cabello de Raquela comenzó a bajarla hasta su cuello para hacer presión en este. Quería matarla, el deseo estaba latente y salía desde lo más profundo de su ser. En el momento cuando su mano ya comenzaba a apretar demasiado fuerte el cuello de la mujer, la niña gritó asustada al ver a su padre tan enojado.

—Papi, no hagas eso, por favor.

—¿Qué está pasando, María del Carmen? —Cristina estaba nerviosa imaginándose mil escenarios en su cabeza, todos catastróficos.

—Le está apretando el cuello, mamá.

—Federico, por favor tranquilízate, no hagas eso, estás asustando a la niña.

Él estaba fuera de sí, la furia se había metido en su cuerpo haciéndolo perder toda cordura. Raquela ya batallaba para respirar cuando una camioneta se acercó al área; se trataba del comandante y otro guardia que finalmente habían llegado a la zona luego de haber preguntado por la niña en las calles anteriores sin obtener ninguna pista. Para suerte de la mujer, y hasta del mismo Federico que estaba a punto de ensuciar sus manos, el comandante intervino en cuanto vio lo que sucedía.

—Cálmese, señor Rivero, no tome la justicia en sus manos. —el policía lo hizo soltar a Raquela quien comenzó a toser con fuerza una vez liberaron su cuello de las manos masculinas.

—¿Y qué otra cosa quieren que haga? ¿De verdad pretendían que esperara por ustedes? Terminé yo encontrando a mi hija porque en tantas horas usted y sus policías no pudieron hacerlo.

—Estuvimos buscando por todo el pueblo, señor Rivero, pero al parecer esta mujer supo esconderse muy bien.

—Bueno, pues ya llévensela, hagan su trabajo de una vez y enciérrenla por lo que hizo.

—Raquela Campusano, quedas arrestada por el secuestro de María del Carmen Rivero Álvarez.

—La niña se fue conmigo por su voluntad, yo no le hice nada.

—Yo creí que eras mi amiga y por eso te hice caso, pero después te pedí que me dejaras ir a mi casa y no me dejaste y me trataste muy feo. —explicó la niña.

—Eres una maldita mujer, Raquela… —Cristina se plantó frente a ella. —No entiendo cómo puedes ser tan malvada, lo lamento tanto por tu madre que no se merece tener una hija como tú. Pero me alegro que vayas a terminar en la cárcel, así nos dejarás vivir tranquilos de una buena vez.

—Nunca, así me encierren, volveré por ustedes, jamás los dejaré ser completamente felices. Te odio, Cristina, los odio a los dos y deseo que pierdas a ese bebé que estás esperando y que nunca puedan vivir en paz.

—Te estás hundiendo más con tus amenazas, así que te aconsejo que te quedes callada. —le advirtió el comandante. —Señores, ya pueden llevarse a la niña a su casa, mañana necesitaremos que declare algunas cosas, pero yo personalmente pasaré por la hacienda para hacerle unas preguntas, por ahora pueden irse tranquilos.

Federico y Cristina asintieron y se alejaron con María del Carmen hacia la camioneta. Mientras él cargaba a la niña y la llenaba de paternales besos antes de subirla al vehículo y marcharse finalmente de allí dejando atrás tantas horas de angustia, Raquela los llenaba de maldiciones. Maldiciones que se quedarían en eso, en malos deseos por parte de esa mala mujer, pero que por fortuna no podrían afectarlos, pues era muy probable que pasara algún tiempo tras las rejas.
>>>
Al fin la pesadilla había terminado, era de madrugada y desde que toda la desgracia comenzó habían transcurrido bastantes horas. Y a pesar de que María del Carmen no estuvo ni un día entero lejos de su casa, para unos padres angustiados, unas horas pueden convertirse en siglos completos. Cuando llegaron a la hacienda todo mundo recibió a la pequeña con besos y abrazos, en especial su hermanito Fede que aun siendo un niño que no entendía muy bien lo que estaba pasando no había querido dormirse antes de ver a su hermana y a sus papás. Rato después se metieron todos a la cama, les urgía descansar después del día tan largo que habían tenido. Se acostaron juntos en la habitación matrimonial, pues los niños insistieron en dormir con sus padres y éstos accedieron, ya que luego de las horas tan horribles que habían pasado, lo único que querían era tener a sus hijos muy cerca de ellos.
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Como era de esperarse despertaron tarde al día siguiente, pues se habían dormido ya muy entrada la madrugada. Los niños no habían ido al colegio por lo mismo, pero despertaron primero que sus padres y fueron ellos los encargados de despertar a los adultos. Para Cristina y Federico no había mejor manera de comenzar el día que siendo sacados del sueño con los besos, los abrazos y las risitas de sus dos tesoros.

—Buenos días, par de traviesos. —los saludo su padre quien fue el primero en abrir los ojos.

—Buenos días, papi. —María del Carmen lo besó en la mejilla.

—¿Tan temprano ya andan dando lata? —bromeó Cristina despertando de un exquisito sueño luego de haber salido del infierno del día anterior y las largas horas de angustia de no saber de su hija.

—Ya no es temprano, mami, se hizo tarde. —comentó Fede Jr. al ver el caliente sol del día resplandecer a través de la ventana.

—Fede tiene razón, mi amor, es tarde ya, se nos pegaron las sábanas. —explicó Federico padre.

—Bueno, pero es que nos acostamos tardísimo, aunque valió la pena porque encontramos a esta princesita. —llenó de besos a su niña.

—Los extrañé mucho cuando estuve con esa mujer mala que yo pensaba que era mi amiga.

—Yo te extrañé María del Carmen. —confesó Federiquito dándole un beso a su hermana; la confesión derritió el corazón de sus padres.

—Yo también, Fede.

—Hija, tienes que aprender de ahora en adelante a no confiar en extraños ni irte de la casa con nadie que no seamos nosotros, tu abuelita o alguna empleada de confianza.

—No puedes hacerle caso a nadie más, mi princesa.

—Ya sé, ayer tenía miedo cuando estaba en ese lugar tan feo y pensaba que no debí irme sin ustedes. Perdónenme, mami, papi, por favor… también por portarme mal y pelear en la escuela.

—Claro que te perdonamos, chiquita, pero por favor nunca vuelvas a portarte así ni a pelear como lo hiciste. Y si tienes algún problema o algo te está molestando, habla con nosotros o con alguna maestra de la escuela, jamás con extraños que puedan tener malas intenciones.

—Está bien, lo prometo.

Luego del sermón, los regaños y los consejos paternales, vinieron los besos, las risas y una divertida plática entre padres e hijos. Finalmente después de un rato los niños salieron de la habitación de los adultos dejándolos solos, algo que habían estado deseando Federico y Cristina, pues no habían tenido un momento de intimidad desde que María del Carmen desapareció.

—Ya ansiaba estar así contigo. —le dijo él cuando luego de unos minutos de besos y caricias se disponían a unirse íntimamente.

—Yo también, mi amor… —gimió al sentir la invasión del miembro masculino. —Te amo, Federico.

—Y yo te amo a ti, Cristina.

Pronto dejaron de hacer falta las palabras, estas fueron reemplazadas por besos y caricias ardientes que se regalaban mutuamente. Federico tomó las piernas de Cristina y apretó sus muslos para que los colocara a cada lado de sus caderas y así poder hacer más profunda la penetración. Luego de unos segundos de apasionados besos él comenzó a embestirla con fogosidad, ella gemía mientras enterraba sus uñas en la espalda de su marido y le decía al oído lo mucho que estaba disfrutando. Federico al principio se movía con bastante rapidez hasta que pensó en el bebé que apenas se estaba formando dentro de su mujer, a partir de ahí disminuyó la velocidad de las acometidas, pero la pasión con la que se entregaban no dejó de ser intensa. Ahora con movimientos más lentos, pero tan sensuales como siempre, hacían el amor más allá de la piel y de sus carnes.

Con el pasar de los minutos comenzaron a perder la noción del tiempo que marcaba el reloj. Lo mismo pudieron haber pasado unos segundos, que dos siglos enteros y no habrían notado la diferencia. Ambos cuerpos perlados en sudor se frotaban entre sí y dejaban escapar gemidos que creaban la melodía perfecta del amor. La primera en dejarse arrastrar por un increíble orgasmo fue Cristina, que al momento del clímax se arqueó y gritó el nombre de su esposo sintiéndose la mujer más satisfecha del mundo. Federico la acompañó segundos después vaciándose por completo en ella y pronunciando también el nombre de su mujer… la única mujer capaz de volverlo loco.

—¿En qué piensas? —le preguntó ella después de que sus respiraciones volvieron un poco a la normalidad una vez el delicioso orgasmo que compartieron había terminado.

—En todo lo que pasó ayer, en la angustia que pasamos al no saber nada de María del Carmen. —suspiró.

—Sí, fueron horas horribles, pero gracias a Dios la encontramos a tiempo antes de que la desgraciada de Raquela se la llevara quien sabe a donde. Gracias a Dios… y a ti, porque tú hiciste hasta lo imposible por buscarla, recorriste todo el pueblo, anduviste desesperado por ahí preguntando por ella. Sabes, yo ya lo sabía, pero anoche me terminaste de demostrar cuanto quieres a mi hija y lo mucho que te importa.

—Yo la considero nuestra hija, y sí, la quiero mucho, más de lo que yo mismo pensaba, ayer confirme que si a esa niña le llegara a pasar algo malo yo no podría soportarlo.

—Gracias, Federico.

—No me des las gracias, por el contrario, yo soy quien tendría que pedirte perdón porque hace años quise que la niña desapareciera e hice cosas muy malas.

—Eso quedó en el pasado, mi amor.

—Yo lo sé, pero anoche me sentí mal, me sentí culpable, sobre todo cuando te confesé por qué sabía del lugar donde Raquela se estaba escondiendo.

—No hablemos de eso, ya no tiene caso, lo que haya pasado en ese lugar o lo que sea que significó ya no importa, lo único que me interesa es que gracias a que sabías de la existencia de ese lugar pudimos encontrar a nuestra hija. —sonrió un poco y se acurrucó en su pecho aspirando el exquisito aroma a hombre de campo que siempre tenía su marido.

—Te adoro, mi Cristina.

—Y yo a ti, mi amor.

>>> El resto del día lo pasaron juntos en familia y dichosos de estar todos en casa nuevamente. Sintieron gran tranquilidad cuando el comandante fue a verlos esa misma tarde y les contó luego de hacerle unas preguntas a María del Carmen, que Raquela pasaría algún tiempo tras las rejas. Resultaba que luego de interrogarla descubrieron que el secuestro no había sido el único crimen que había cometido, había otros, entre ellos robo y fraude, y quien sabe cuantos más que no confesó. Esto le trajo paz a la familia Rivero Álvarez, pues significaba que esa mujer ya no podría molestarlos más y finalmente podrían vivir tranquilos y sobre todo felices.
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A la mañana siguiente la pareja despertó sin niños en la cama, esta vez estaban solitos, desnudos y abrazados. Habían pasado una larga noche haciendo el amor y regalándose miles de caricias. Era el cumpleaños de Federico ese día, y qué mejor regalo para él que gozar largas horas de intimidad con su mujer. Ella abrió los ojos un par de minutos antes que él y se encargó de terminar de despertarlo dándole tiernos besos en todo su rostro.

—Buenos días, mi rey. —le estampaba un beso en los labios, Federico que ya estaba despierto, pero no había hablado aún porque estaba disfrutando del cariño que le daba su esposa, dejó escapar una risita y Cristina no tardó en darse cuenta que ya no dormía. —¿Cómo amaneció el cumpleañero?

—Contigo desnuda entre mis brazos amanecí muy bien créeme. —la vio sonreír ampliamente y entonces sí que el sol salió para él.

—Feliz cumpleaños, mi amor. —lo besó en los labios.

—Gracias, mi cielo.

—Te deseo que tengas el mejor de los días y que cumplas muchísimos años más para que los pases a mi lado.

—Estando contigo sé que voy a pasar el mejor día, y yo también deseo cumplir muchos años más de vida para pasarlos junto a ti y junto a nuestros hijos.

—Te voy a dar tu regalo. —le dijo con una sonrisa.

—Mi regalo eres tú, tu sonrisa, este cuerpo que tanto amo y que me enloquece… —le apretó un pecho que quedó al descubierto cuando ella se incorporó para buscar algo en la mesita junto a la cama. —Ya me lo has dado todo, incluyendo tu amor y tus caricias. —acercó su boca al pezón rozado que seguía destapado y lo succionó con sensualidad, su mujer gimió un poco y dejó escapar una risita.

—Que aprovechado eres, Federico, no pierdes el tiempo. —se reía.

—Contigo jamás.

—Toma. —le entregó una bolsita de regalo que su mamá le había ayudado a escoger junto con el obsequio.

—Gracias, mi cielo. —sacaba el contenido de la bolsa.

—Es la loción y el perfume que usas. Te oí comentar hace unos días que se te estaba acabando el perfume, así que te compré ambas cosas para que huelas rico para mí.

—Entonces es plan con maña, este regalo es en realidad para ti. —se rieron.

—Bueno, para los dos, tú lo usas y yo disfruto de tu aroma. —se acercó a su cuello y olió la exquisita fragancia tan única de ese hombre, su hombre.

—Me parece buen trato. —la besó en la boca, Cristina correspondió con gusto y terminaron besándose apasionadamente durante un par de minutos.

—Te amo, mi reina. —susurró contra sus labios, lentamente fueron despegando sus bocas con besitos más cortos.

—Yo te amo más, mi amor.

—Eres tan hermosa… —comenzó a acariciarla desde sus senos descubiertos, subiendo por su cuello hasta tocar con ternura cada centímetro de su rostro. —Tienes los labios más perfectos que he visto, la sonrisa más bella y los ojos más bonitos.

Cristina sonrió ampliamente ante los halagos y las palabras de cariño de su marido, éste cuando quería podía ser el más romántico. Sí, Federico Rivero tenía un lado tierno y dulce, y solamente su esposa tenía el gusto de conocerlo. Ella imitó las caricias que él le regalaba y rozó sus dedos por la piel del rostro de su esposo intentando crear en su mente la imagen de su cara, de cada facción, de cada imperfección, de cada detalle que lo hacían ser quien era. Pronto la sonrisa que había en sus labios se borró y fue reemplazada por una expresión de melancolía.

—¿Qué pasó? —preguntó Federico frunciendo el ceño cuando notó que ella de repente cambió su actitud. —¿Estás bien?

—Perdón, lo que pasa es que estaba pensando que yo también quisiera ver tu rostro, poder admirarte, y no sólo a ti, sino también a nuestros hijos. —bajó la cabeza abatida.

—Yo lo sé, mi amor, pero por favor no pienses en eso ahora, no quiero que te pongas triste.

—Es que no es algo que esté pensando ahora, siempre lo pienso y me frustro por estar así. Ya no quiero ser ciega, quiero ver.

—Cristina… —ambos se ponían de pie, él detrás de ella quien se había envuelto en la sábana y se había plantado frente a la cama. —Mi cielo, yo sé como te sientes.

—No, Federico, no lo sabes, porque la que está ciega soy yo, nadie puede entenderme realmente.

—No digas eso, yo sí te entiendo, quizás no estoy ciego, pero puedo comprender tu frustración. —se acercó a ella.

—Yo quiero verte, quiero ver a mis hijos, quiero poder ver el mundo que hay a mí alrededor, estoy cansada de vivir de estar manera. Y perdón si te estoy echando a perder tu cumpleaños, pero llevo mucho tiempo aguantándome todo esto por dentro.

—No me estás echando a perder nada, a mí lo único que me importa es que tú estés bien. —la apretó contra su cuerpo, Cristina escondió su cabeza en el pecho masculino y derramó un par de lágrimas —Pero no sé cómo ayudarte, quisiera hacerlo, desearía tener el poder de devolverte la vista yo mismo. Dime qué puedo hacer para ayudarte a que te sientas mejor.

—Nada me va a hacer sentir del todo bien, lo único que me haría completamente feliz sería poder ver como antes. —se alejó un poco de él, se secó las gotas de dolor y frustración que bajaban por su cara y fue a sentarse en el borde del colchón.

—Ojalá yo pudiera regresar el tiempo hacia atrás para no haber manejado esa camioneta el día del accidente y que nada de esto sucediera.

—Fue un accidente, no hubieras podido evitarlo. Yo sé que no lo hiciste a propósito a pesar de que quizás te pasó por la cabeza, pero en el fondo estoy segura de que no querías hacerme daño.

—De todos modos si pudiera dar marcha atrás intentaría protegerte más. —se sentó a su lado. —¿Qué puedo hacer por ti ahora? Dímelo, por favor, pídeme lo que sea. —tomo las manos femeninas entre las suyas y las apretó entre sus dedos a modo de apoyo.

—Me quiero volver a operar, Federico, y necesito saber que tú me vas a apoyar.

Hubo silencio.

—¿Operarte otra vez...? ¿Pero cuándo, cómo?

—No sé, supongo que en unos meses cuando dé a luz, porque embarazada no creo que se pueda. Tendría que hablar con el doctor para consultarle, pero seguramente me va a decir que debo esperar a que termine el embarazo.

—Aquí en el pueblo no hay especialistas.

—Lo sé, sería en Villahermosa… con Ángel Luis. —se preguntaba cuál sería la expresión de su marido en ese momento, no podía verlo, pero imaginaba que no debía ser una muy bonita.

—¿Ese tipo no se había ido a la capital o a la china o a no sé dónde?

Cristina no pudo evitar sonreír un poco ante el tono de voz de celos de su marido.

—No se fue a la china como dices, vive sí en la capital, pero va a Villahermosa por tiempos a hacer operaciones y ese tipo de cosas.

—Vaya, veo que estás muy informada de los pasos que da ese hombre.

—Lo sé por el padre Ignacio que me contó, Federico, no empieces con tus celos. Además, aquí el tema no es Ángel Luis, el no me operaría solo de todos modos, siempre hay más doctores, aquí la situación es que yo quiero volver a ver, y para eso debo operarme.

Federico se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Cristina sabía que estaba desnudo, y entre muchas otras cosas, una de las imágenes que anhelaba ver era el cuerpo de su marido sin nada que le cubriera. Otro razón para realizarse esa cirugía y que su vida fuera perfecta, pues hasta ahora eran demasiadas las cosas que se estaba perdiendo por estar sumida en la oscuridad de sus ojos.

—No lo sé, Cristina, no me parece tan buena idea que te operes de nuevo, la última vez no salió bien, incluso te pusiste mal allá adentro. Eso sin contar que gracias a la desilusión que pasaste estuviste semanas deprimida y metida en la cama porque no tenías ánimos ni para levantarte.

—Sí, pero… —su marido no la dejó terminar.

—¿Y si te pasa algo? Si te pasa algo yo me muero… —se pasó una mano por la cabeza. —No, Cristina, yo no te puedo apoyar en esa locura.

—No es una locura, es mi única oportunidad para volver a ver.

—Pues no estoy de acuerdo.

—Dijiste que harías cualquier cosa por mí y que lo único que te importaba era que yo estuviese bien.

—Sí, pero no estoy dispuesto a correr el riesgo de perderte, eso no me lo puedes pedir.

—Federico, por favor entiéndeme, ponte en mi lugar, imagina no poder ver a la persona que amas, a tus hijos, no poder conocer sus caritas ni ver como cambian con los días. Yo ya estoy harta de vivir mi vida así, necesito poder verlos para poder ser completamente feliz. Porque aunque tenga muchas cosas buenas en mi vida, incluyéndote a ti y a mis niños, hay algo que me falta para que todo sea perfecto… dejar de ser ciega. Quiero hacer tantas cosas, quiero ver a mis hijos crecer, quiero ver tu rostro cuando hacemos el amor, deseo ayudar a las personas que vayan al instituto, quiero terminar mis estudios, anhelo hacer tanto, pero no puedo hacerlo de esta manera.

Federico suspiró y se acercó a ella que ahora estaba de pie en un rincón, todavía con la sábana envuelta en su cuerpo y el cabello despeinado después de la noche llena de romance que habían tenido. La amó más que nunca en ese instante y verla tan frágil le provocó el instinto de abrazarla, y así lo hizo.

—Yo no quiero volver a verte deprimida si esa operación no resulta, no podría soportar verte tan mal.

—¿Y si sale bien? —le preguntó ella.

—Eso no podemos saberlo, no hay garantía.

—Exacto, es un riesgo que hay que correr. —se alejó de él. —Y yo pienso correrlo… así tú no estés de acuerdo.

—¿Mi opinión no cuenta entonces?

—Tu opinión sí, tu intransigencia no.

—Pues lo siento, yo no quiero que sufras con otra desilusión.

—¿Me estás diciendo que no me vas apoyar?

—No puedo hacerlo, perdóname.

—Bueno, pues así te vas a comportar, yo no tengo más que decirte respecto a este tema. Voy a pedirle una cita a Ángel Luis en estos días para que me revise y me diga si considera que en unos meses ya puedo operarme.

—Lo lamento, pero conmigo no cuentes… te amo demasiado como para arriesgarme a perderte.

—Si de verdad me amaras tanto como dices, me apoyarías en cualquier cosa con tal de que yo fuera feliz.

—¿Estás dudando de mi amor?

—¿Qué otra cosa quieres que piense si veo que no eres capaz de darme tu apoyo?

—Cristina…

—Demuéstrame cuanto me amas apoyándome en mi deseo de recuperar la luz que un día perdí, es algo que necesito hacer, pero quiero hacerlo sabiendo que tú estarás a mi lado. Así que dime, Federico, ¿puedo o no puedo contar con tu amor para enfrentar esto?






A las que todavía tienen interés en la historia, gracias por leer y por su infinita paciencia. Vuelvo pronto con más. Besos... ♡

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora