Capítulo Dieciocho

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Federico creyó haber escuchado mal, el te amo de Cristina todavía se repetía en su cabeza una y otra vez como la confesión más hermosa que jamás había oído. En realidad, era la primera vez en todos sus años de vida que alguien le decía unas palabras así. Nunca escuchó alguna palabra de afecto de parte de su madre, mucho menos de su padre, y las mujeres con las que estuvo alguna vez jamás le dijeron algo remotamente parecido a eso que acababa de oír.

—Lo dijiste... —sonrió ampliamente aún sin poder creer que era real lo que estaba viviendo.

—Sí. —Cristina apoyó su frente en la de él y también sonrió. —Lo dije porque ya no puedo seguir conteniendo esto que siento.

—Repítelo. —le pidió comenzando a depositar tiernos besos sobre sus labios.

—Te amo.

Él seguía besándola, sus manos empezaban a hacer un recorrido por el cuerpo femenino, se detenían en aquellos glúteos perfectos, la acercaban más a su propio cuerpo y sus pieles se frotaban listas para convertirse en un solo ser.

—Otra vez. —suplicó al tiempo que guiaba su erección a las puertas del paraíso para comenzar a adentrarse en éste.

—Te amo, Federico. —de su boca se escapó un jadeo cuando sintió que su marido de un solo empujón llegaba a lo más hondo de su cuerpo. —Mmm… y me encantas, me fascina estar entre tus brazos.

Esas confesiones lo volvieron loco y lo motivaron a iniciar un vaivén exquisito que armonizaba con el movimiento del agua que los rodeaba. Para acompañar las sensuales embestidas, decidió tomar los senos de su esposa con su boca y juguetear con ellos. Primero succionaba un pezón y luego el otro hasta escucharla gemir extasiada. Cristina echó la cabeza hacia atrás y se dejó hacer, estaba sintiendo tanto placer que hasta se le había olvidado su miedo al agua, en ese momento no pensaba en otra cosa que no fuese entregarse por completo a ese hombre del que se había enamorado locamente y al cual acababa de lanzarse sin casco protector. Y es que el amor verdadero se da así, uno siempre se lanza al vacío sin paracaídas y al mar sin un salvavidas; el problema es que ningún humano es capaz de volar por si solo y no todos saben nadar.

—Cristina, mi Cristina, he fantaseado tanto con escucharte decirme que me amas. —le mordisqueaba un pezón con hambre, ella lanzaba pequeños grititos que eran música para los oídos de él. —Porque yo a ti te amo con todas la fuerzas que hay en mí, eres mi mundo entero, lo eres todo. —subió con su boca a los labios rosados y entreabiertos de ella que parecían suplicar ser besados, los mordió a su antojo mientras seguía imponiendo con sus caderas un movimiento sensual que estaba desbordando de placer a su mujer.

—Federico… aaahhh… —se aferraba al cuello de él como si la vida se le fuera a ir en eso. —Sé que debí decirlo antes, pero te prometo que ahora voy a repetírtelo siempre para que te quede claro que te amo, te amo con todas mis fuerzas, mi amor. —ella también le mordió los labios y enterró sus uñas en los anchos hombros de su esposo, él gruñó de goce al sentir la presión que Cristina ejercía sobre su piel.

Los movimientos de ambos cuerpos se acompasaban a la perfección con las corrientes del agua. El placer parecía ser mayor por la posición y la adrenalina de estar haciendo el amor en la cascada a plena tarde. Los dos sentían el éxtasis cerca, todo su ser se sacudía casi sin control, el orgasmo estaba a punto de arrasar con ellos. No se detuvieron ni un segundo, siguieron bailando al ritmo del amor, besos iban y venían y las caricias no faltaban. Minutos después explotaban ambos en un clímax como pocos, pues más que la carne, acababan de entregar el alma. Cuando la culminación llegó, Cristina volvió a confesarle a Federico que lo amaba, y para él nada mejor que escuchar un te amo mientras se vaciaba descontroladamente dentro de ella. Aquella tarde el cielo fue testigo del amor de dos seres que un día creyeron que lo único que podría haber entre ellos era odio; vaya sorpresa les tenía preparada el destino, que cuando pone el ojo sobre dos corazones, siempre termina juntándolos a como dé lugar.

Después de haber saciado sus cuerpos un rato, se quedaron un poco más dentro del agua disfrutando del calor que el sol de la tarde les brindaba y de la frescura que las aguas de la cascada les regalaba. Luego de eso salieron y se pusieron sus ropas, como todavía estaban algo mojados, decidieron sentarse un rato en el suelo mientras su ropa se secaba, así aprovechaban para charlar otro rato. Federico estaba recostado a un árbol mientras que Cristina se apoyaba en el pecho de su marido. Por un momento se quedaron callados, tan solo escuchando la respiración del otro y el sonido del agua al caer, pasados un par de minutos él volvió a romper el silencio.

—Sabes que es la primera vez que alguien me dice que me ama…

Cristina se reacomodó un poco en su pecho para poder acariciarle la mejilla.

—¿De verdad, mi amor?

—Sí. —su voz sonó un poco nostálgica.

—¿Ni tu madre ni alguna de las mujeres con las que estuviste te lo dijeron?

—Mi madre… —sonrió amargo. —Apenas recuerdo a esa mujer, pero te puedo decir que jamás me dio la más mínima muestra de afecto. Y las mujeres con las que estuve alguna vez, nunca me dijeron que me amaban, posiblemente porque no lo hacían o porque jamás las tomé en serio y no hubo tiempo de llegar a esa confesión.

—Te perdiste de mucho al no darle la oportunidad al amor antes.

—Es que ninguna mujer me provocó querer tener algo serio, tampoco hubo alguna que despertara en mí algún sentimiento parecido al amor. Cuando te conocí a ti fue que por primera vez supe que tenía un corazón y que lo podía usar para amar. —inclinó su cabeza buscando los labios de su mujer para dar inicio a un beso lleno de amor y ternura.

—Federico… —sus manos se pasearon por el pecho masculino hasta subir a su cuello y tomarlo de este para acercarlo aun más a ella. —Lamento mucho que nadie te haya dicho antes que te amaba, porque todos merecemos ser amados.

—¿Hasta yo, que tanto daño hice? —sus rostros seguían muy cerca, pero ya no se besaban.

—Todos, hasta aquellos que se equivocan y hacen cosas que no deberían; tú te arrepentiste de tus errores y estás intentando enmendarlos, llevas tiempo queriendo cambiar y ser un mejor hombre. Eso es algo que no todo el mundo está dispuesto a hacer, y yo aprecio mucho que quieras ser distinto a como eras antes, por eso sé que mereces ser amado. —lo besó dulcemente en los labios. —Prometo repetirte todos los días que te amo, ya no tendrás que sentir que no eres merecedor de recibir afecto, porque lo eres, y algún día nuestros hijos también te dirán lo mucho que te aman. Yo sé que no tuviste una buena niñez y en parte eso causó que crecieras lleno de rencor y odio, y que quisieras desquitarte por el abandono de tu madre y el desinterés de tu padre, pero ya no estás solo, Federico. Tienes una pequeña familia que siempre te va amar, tus hijos y yo no te vamos a dejar nunca. —le acarició la mejilla y sintió una pequeña gota que bajaba por esta, no dijo nada porque sabía que a él no le gustaba eso de llorar y no quería avergonzarlo, así que tan solo lo abrazó y se acurrucó más en su pecho como si quisiera fundirse con él. —Yo alguna vez dije que te odiaba, pero era porque estaba cegada por el dolor y el sufrimiento de aquel entonces, pero hoy puedo decirte sin temor a equivocarme, que te amo con todo mi corazón. Tú supiste ganarte ese sentimiento poco a poco; me enamoré del Federico que intenta cada día ser mejor padre y esposo, me enamoré de ese que lucha a diario con su mentalidad machista para no comportarse como un ogro y de ese que está haciendo todo lo que puede para dejar los fantasmas del pasado atrás y deshacerse de sus demonios. Yo estoy ciega, pero me doy cuenta del esfuerzo que haces, y lo valoro, lo valoro mucho porque sé que no es fácil cambiar la forma en la que fuiste criado.

—Gracias, Cristina. —la besó arrebatadamente en los labios con una pasión y un amor desbordante. —Eres quizás a quien más daño le he hecho en mi vida, y aun así, has sido la única que no me ha condenado por completo al infierno y que cree que todavía tengo salvación. Eres la primera persona en el mundo que ve algo bueno en mí.

Cristina se frotó los ojos para limpiar las lágrimas que comenzaban a escaparse de ellos sin control, y no pudo hacer otra cosa más que incorporarse para besar a su esposo con una mayor cercanía. Ese beso eventualmente los llevó a otra cosa… minutos más tarde se encontraban unidos íntimamente otra vez. En esta ocasión ella estaba a horacadas sobre él y la entrega era más suave y tierna que las que habían tenido hasta el momento. Quizás era la primera vez que estaban haciendo realmente el amor más allá de la carne, pues esta unión era más con el alma que con la piel. Al final tuvieron un orgasmo sublime, algo que nunca antes habían experimentado, era como si en esa tarde se hubiese creado una conexión entre ellos que antes no existía. Fue allí en medio de la naturaleza y en pleno atardecer, que una magia especial se formó para cambiarlo todo, y partir de ese momento dos corazones se entregaron por completo.
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Dicen por ahí que cuando mejor nos están saliendo las cosas es que hay que asustarse un poco, porque usualmente significa que algo malo no tarda en llegar. Parecería irónico, pero la mayor parte del tiempo no lo es; y es que la vida sólo nos sonríe por temporadas, pasa como en el cielo, que para poder apreciar un arcoíris, primero tenemos que ver llover mucho. Para Cristina y Federico aplicaba la misma regla, por desgracia sus vidas estaban a punto de dar un giro que lo cambiaría absolutamente todo.

^^ Finalmente el día de recoger los resultados de la prueba de paternidad llegó, inevitablemente los nervios estaban a la orden del día para todos. Federico rogaba muy en su interior que Carlos Manuel no fuese su hijo, no en sí porque le molestara el niño, pero porque no deseaba que su primogénito fuera otro que Fede Jr., el hijo que había tenido con la mujer amada. Cristina por su parte estaba intentando no mortificarse con ese asunto, había decidido dejarlo todo en manos del destino, y si ese niño resultaba ser hijo de Federico, lo aceptaría como tal y no permitiría que eso la separara de su marido.

Esa mañana los dos se fueron temprano al laboratorio para recoger el sobre con dichos resultados. Llegaron tomados de la mano, en la de Federico se podía notar la tensión y el nerviosismo que tenía. Cristina le brindaba apoyo apretando su mano con la propia y no despegándose de él ni un instante.

—Bueno, llegó el momento. —dijo Federico tragando en seco.

—Sí… anda, pide los resultados en el mostrador.

Juntos se acercaron a una enfermera que trabajaba detrás de un mostrador que servía de recepción en el lugar. Federico dijo su nombre y lo que iba recoger, la señorita asintió y comenzó una búsqueda en los archivos que tenía a su lado. Pasados un par de minutos donde la ansiedad de la pareja crecía, la enfermera pareció rendirse en su búsqueda, el hombre de sombrero la miró como si tuviera dos cabezas y no tardó en exigir una explicación.

—¿Se puede saber qué pasa? —un tanto alterado. —¿Acaso no me piensa dar esos resultados?

—Disculpe, señor Rivero, estoy verificando en el listado de recogido de pruebas a ver qué sucedió, porque los resultados que me pide no aparecen en el archivo.

—¿Cómo es posible eso, señorita? —preguntó Cristina. —Nos dijeron que hoy iban a estar listos.

—Y así fue, de hecho esta mañana fueron archivados según aparece en el expediente, pero no están aquí. —seguía leyendo una información en una libreta llena de nombres, fechas y horarios. —Permítanme un momento.

Federico resopló con fuerza y su mujer para tranquilizarlo se abrazó a él.

—Ya, mi amor, ten calma, van a aparecer, quédate tranquilo. —le susurró.

—No puedo, Cristina, estoy muy ansioso.

—Ya encontré el problema… —la enfermera llamó la atención de los dos.

—¿Y? ¿Qué pasó? —un Federico ansioso casi se lanza sobre el mostrador.

—Los resultados fueron recogidos a primera hora del día por la mamá del niño analizado en la prueba… Jacinta Carrillo. —leía un nombre en la libreta de registro.

—Pero es que la prueba de paternidad la solicité yo, me correspondía a mí ver primero esos resultados. —se alteraba.

—Lo siento, señor, pero ella al ser la madre del menor podía recogerlos también. Mire somos dos enfermeras en este mostrador, mi compañera está atrás en este momento, seguramente ella se los dio, por eso no supe explicarle por qué no aparecían.

—Pues no sirven para nada, ni usted ni su compañera. —le espetó furioso.

—Federico, por Dios, cálmate. —le suplicó Cristina.

—Jacinta me va a oír. —tomó a Cristina de la mano y prácticamente la arrastró con él por la prisa, la enfermera se quedó detrás con la palabra en la boca, pues ya el hombre y su mujer se habían perdido por la puerta.

—¡Federico! —gritó Cristina para que su marido reaccionara.

—¿Qué? —respondió deteniéndose de golpe mientras caminaban por el estacionamiento.

—Que casi me estás arrastrando, parece que se te olvidó que no puedo ver, me vas a tirar. —se quejó molesta.

—Perdóname, por favor, no era mi intención. —suspiró abrazándola.

—Tienes que calmarte, estás fuera de control.

—Es que me da coraje, Cristina. ¿Con qué intención recogió Jacinta esos resultados si claramente le dije que yo lo haría?

—No lo sé, quizás quería salir ella de dudas primero, pero no debió hacerlo así, pareciera que tiene algo que esconder.

—Claro que tiene algo que esconder, ella sabe perfectamente que Carlos Manuel no es mi hijo, todo este teatro lo montó para llamar mi atención y la tuya, para fastidiarnos a los dos.

—¿Tú crees que sea eso?

—Claro que sí, tú misma lo has pensado.

Cristina asintió enojada con la situación también.

—Yo necesito respuestas ya. Ven, vamos a ir a su casa en este momento. —sentenció él volviendo a tomar a su esposa de la mano, esta vez intentó caminar con más cuidado; pocos minutos habían pasado cuando ya iban en carretera hacia la casa de esa mujer.

>>> Llegaron más rápido de lo pensado, una vez aparcados frente a la casa, Federico se bajó hecho una furia y luego de ayudar a Cristina a hacer lo mismo, comenzó a tocar la puerta como loco. Pasados unos segundos aún nadie abría, él se enojaba más con cada golpe que daba, estaba desesperado, quería ver a Jacinta a la cara y exigirle explicaciones.

—No creo que esté aquí, Federico, ya hubiese abierto. —lo oyó maldecir y bajar a unos cuantos santos.

—¿Dónde puede estar?

—No sé, pero mejor nos vamos y volvemos más tarde.

—No, Cristina, yo necesito hablar con ella en este momento.

—Yo sé, mi amor, pero si no está ni modo, ¿qué se supone que hagamos?

Antes de que él pudiera contestar, Jacinta apareció.

—Ahí viene. —dijo Federico fijándose en que la mujer venía caminando al otro lado de la calle; antes de que cruzara para llegar a su casa, agarró a Cristina de la mano y atravesó la carretera para interceptarla. —¡Jacinta! —le gritó cuando la tuvo de frente.

—Federico… Cristina, ¿ustedes qué hacen aquí? —su voz se entrecortó, era obvio que estaba sumamente nerviosa.

—Más bien explícanos tú por qué fuiste a recoger los resultados de la prueba de paternidad si habíamos quedado en que lo haría yo. —exigió saber al tiempo que la tomaba bruscamente del brazo. —Quiero que en este momento me des ese sobre con los resultados, necesito verlos.

—No te los voy a dar, y suéltame que me estás lastimando.

—Jacinta, creo que tienes muchas explicaciones que darnos. —Cristina con un tono de voz más calmado, también le pedía cuentas. —¿Qué pretendías yendo tú a buscar esas pruebas, por qué tienes tanto miedo de que estén en nuestras manos?

—Dame los resultados, Jacinta. —volvió a pedir él comenzando a perder la poquísima paciencia que le quedaba.

La mujer lo pensó un poco antes de meter la mano en su bolsa y sacar un sobre blanco de ésta. Ya no había caso en seguir negándoselos, pues eso no iba a cambiar lo que había reflejado en aquellos papeles.

—Ten, míralos por ti mismo.

Federico tomó el sobre con brusquedad y lo abrió sin perder el menor segundo, miró por encima buscando la respuesta a su duda y no tardó en hallarla.

Negativo. Cero porciento de probabilidad de paternidad. Carlos Manuel no era su hijo.

—Dile a Cristina lo que dicen estos resultados. —le ordenó suspirando con fuerza, en su interior había una mezcla de sentimientos sucediendo en ese preciso momento.

—¿Y por qué yo? ¿Acaso tienes miedo de que ella desconfíe de lo que tú le digas que está escrito en ese papel?

—No, pero tú iniciaste todo esto, así que tú lo terminas, anda, dile qué dice aquí. —le devolvió los papeles con rabia.

—Carlos Manuel no es hijo de Federico. —aceptó derrotada.

Cristina que hasta el momento había permanecido en silencio, soltó todo el aire que sin saberlo tenía acumulado en sus pulmones. Se sentía de repente aliviada al saber que el primer hijo de Federico era el pequeño Fede y que su marido no tenía un hijo con otra mujer, pero a la vez sentía coraje de saber que esa misma mujer había armado todo ese teatro para mortificarlos.

—Tú siempre supiste que tu hijo no era de Federico, ¿verdad? ¿Armaste todo esto para llamar la atención de mi esposo y separarnos?

—Por supuesto que no, yo no estaba segura de quien era el padre.

—¡Mientes! —refutó Cristina levantando la voz.

—Piensa lo que quieras, los dos pueden pensar lo que quieran, no me importa, de todos modos era necesario hacer esta prueba.

—Sí, claro, para traernos problemas y angustias. Lo planeaste todo muy bien, Jacinta, pero déjame decirte que no te resultó lo que esperabas, porque Federico y yo estamos mejor que nunca. —detrás de ella su marido asintió confirmando lo que acababa de decir.

—Pues felicidades a los dos, pero eso a mí no me importa.

—No finjas, claro que te importa, es más, te muertes de rabia al sabernos bien, por eso es que hiciste todo esto, pero sabes una cosa, sólo conseguiste perder tu tiempo y quedar como una ardida. Quisiste llamar la atención de mi marido y solamente conseguiste hacer el ridículo.

—Todo esto es tu culpa, Cristina, si tú no hubieras aparecido en su vida, quizás él hubiese terminado haciéndome caso.

Federico estaba atrás callado y viendo como las mujeres discutían, pero en ese momento no pudo guardar más silencio, algo tenía que decir.

—Estás muy equivocada, Jacinta, no sabes lo que dices. Cristina apareció en mi vida hace poco tiempo comparado a los años desde que te conozco a ti, y aun sin su presencia yo jamás volteé a verte.

—Aquella noche… —se vio bruscamente interrumpida.

—Aquella noche yo estaba borracho y me hubiese llevado a la cama a la mujer que fuese con tal de satisfacer mis necesidades de hombre.

—Jacinta, tienes que superar lo que pasó esa noche, entiende que mi marido nunca te va a hacer caso, deja de humillarte tanto y entiende que él jamás va a ser para ti.

Jacinta se obligó a detener las lágrimas que salían de sus ojos y se secó aquellas que ya habían bajado por sus mejillas.

—Les advierto que no van a volver a tener contacto con Carlos Manuel, nos vamos a ir lejos de aquí y ya no lo van a ver.

—Él es mi sobrino, yo tengo derecho a verlo, y Cristina es mi esposa y también puede compartir con él.

—Pues no me da la gana de que lo hagas y menos ella. Mi hijo resultó no ser tu sangre, Federico, ya estarás contento, estarán los dos contentos, así que como no son padre e hijo, no hay razón para que convivan.

Cristina negó con la cabeza sorprendida por la actitud de Jacinta. No sabía en qué momento el despecho se había apoderado de ella de tal manera que la estaba haciendo actuar como una mujer egoísta y manipuladora.

—Me das pena, Jacinta, yo creí que tú eras otro tipo de mujer, pero me doy cuenta que no eres más que una víbora que cuando no logra que las cosas le salgan como quiere, se desquita con quien menos culpa tiene. El hecho de que quieras alejar a tu hijo de su tío y de sus primos, la única familia que le queda de su padre, demuestra lo poca mujer y la mala madre que eres.

Cristina no vio aquella cachetada venir por obvias razones, pero cuando sintió el ardor en su mejilla izquierda supo que Jacinta le había pegado. Detrás de ella Federico ya se preparaba para defender a su esposa, pero no hizo falta, puesto que su mujer a pesar de su ceguera encontró rápidamente la forma de hacerlo. Jacinta se sorprendió de que una ciega lograra empujarla y devolverle con furia la cachetada, golpe que la dejó tambaleándose en plena acera.

—¡No vuelvas a tocarme, estúpida! —Federico tuvo que sostener a su mujer para que no volviera a pegarle a Jacinta, pues muy para su sorpresa a Cristina no la limitaba su invidencia para convertirse en una fiera y defenderse de los ataques.

—Váyanse al diablo los dos, ahí tienen sus resultados que los liberan de toda responsabilidad con mi hijo para siempre. —les lanzó a ambos el sobre y los papeles de la prueba de paternidad y comenzó a cruzar la carretera sin molestarse en mirar a los lados.

De repente se escuchó el sonido de una bocina, seguido por un estruendoso golpe y un grito aterrador. Federico se llevó las manos a la cabeza y abrió la boca grande, mientras que Cristina se agarró a su brazo confundida y preocupada.

—¿Qué pasó, Federico, qué fue ese ruido?

En ese momento él deseó estar tan ciego como su mujer para no haber visto aquella escena ante sus ojos. Jacinta acababa de ser atropellada y por lo que se veía era claro que estaba muerta.

—Jacinta… —estaba en shock, veía como varias personas que caminaban al otro lado de la calle comenzaban a acercarse.

—¿Qué? Dime, Federico.

—La acaban de atropellar, está muerta.

—No… no, no. —Cristina sintió que el suelo bajo sus pies se movía, no podía creerlo, Jacinta no podía estar muerta a pocos pies de allí, apenas dos segundos antes estaban discutiendo frente a frente, ¿cómo podía haber cambiado todo tan rápido?

Porque así de efímera es la vida, un minuto estás aquí hablando, respirando, viviendo como si nunca fueras a morir… y al siguiente te vas para siempre. La muerte no avisa, llega de improvisto y no hay forma de escapar de ella.

>>> Lo que vino después de eso fue el procedimiento típico a seguir en situaciones así, el levantamiento del cadáver, los informes de la policía y de los paramédicos. Por desgracia no hubo nada que se pudiera hacer, Jacinta había muerto en el acto sin posibilidad alguna de ser salvada. Todo había cambiado en cuestión de segundos, un niño acababa de quedarse sin su madre, y Federico y Cristina sin esperarlo se habían convertido en responsables del pequeño que acababa de quedarse solo en el mundo. Horas después fueron juntos por él a la escuela porque alguien tenía que recogerlo para darle la desafortunada noticia. Esa tarde la vida de Carlos Manuel iba a cambiar para siempre, e inevitablemente la de todos los demás también.
...
—Cristina, tienes que decírselo tú, yo no puedo. —Federico se pasó las manos por la cara abrumado, se encontraban en la camioneta a la salida del colegio esperando por el niño.

—Carlos Manuel es tu sobrino, esa noticia te corresponde a ti dársela.

—No puedo hacerlo, yo soy un bruto, no sé decir las cosas y mucho menos ese tipo de noticias, necesito que me ayudes, por favor.

—Es que yo tampoco sé cómo decirle a un niño que su madre acaba de morir hace apenas unas horas. Hazlo tú, Federico.

—Cristina, te lo suplico, no me hagas tener que decirlo, le voy a hacer más daño si se lo digo con poco tacto, ya sabes como soy.

Ella suspiró y también se pasó una mano por la cara en una clara muestra de angustia y frustración. Y es que la discusión que estaban teniendo era bastante justificada, pues nadie quiere tener que dar una noticia de esa magnitud a un niño que sale feliz de la escuela sin imaginarse lo que le espera.

Cuando Carlos Manuel salió del colegio y vio la camioneta de su tío y a éste esperándolo junto a su tía Cristina, supo inmediatamente que algo no andaba bien, pues ellos jamás habían ido por él, de hecho, era muy poco lo que convivía con los dos.

—Tía Cristina, tío Federico… ¿qué hacen ustedes aquí?

—Hola, mi vida, ¿cómo estás? —Cristina lo buscó con sus manos cuando el niño se acercó hasta ellos.

—Bien tía, ¿pero por qué vinieron ustedes por mí? —la saludaba con un beso.

—Vinimos para llevarte a la hacienda, ¿quieres ir y ver a tus primitos? —a ella le costaba fingir que todo estaba bien cuando sabía que en poco tiempo tendrían que darle a Carlos Manuel la terrible noticia.

—¡Sí! Quiero ver a mis primitos. —dijo emocionado sin imaginarse lo que en verdad sucedía. —Pero tengo que pedirle permiso a mi mamá primero.

—Con tu madre no habrá problemas, tienes permiso de ir a El Platanal. —le dijo Federico para evitar más preguntas.

A Carlos Manuel todo aquello se le hizo un poco raro, pero como niño al fin no se preocupó demasiado y se subió junto a sus tíos a la camioneta que sin saberlo lo llevaría a su nueva vida. El recorrido hasta el pueblo estuvo lleno de tensión por parte de los adultos, casi no hablaron y si lo hacían era para contestar algún cuestionamiento del pequeño. Al llegar lo dejaron jugando arriba con los bebés mientras ellos hablaban con doña Consuelo y las empleadas que eran casi parte de la familia y les contaban lo sucedido.

—¿Entonces el niño va a vivir aquí de ahora en adelante?

—¿Dónde más, mamá? Por lo que nos dijeron Jacinta no tenía más familia, sus padres murieron, no tenía hermanos, Carlos Manuel está solo, claro que tiene que vivir aquí. De ahora en adelante nosotros seremos su familia.

—Entiendo, hija, bueno pues cuenta con nosotras para ayudarlos a cuidarlo.

—Así es, mi niña, todas lo vamos a ayudar a superar lo que pasó con su mamá, que la virgencita la tenga en su santa gloria a pesar de todo. —hacía un pequeño gesto de rezo con sus manos.

—Ahora viene lo más difícil. —comentó Federico.

—Yo creo que es mejor que lo hagamos de una vez. —Cristina se acercó a él y lo abrazó.

—Tienes razón, cuanto más rápido mejor…

Arriba Carlos Manuel jugaba con María del Carmen que estaba sentada en la alfombra y aventaba los juguetes a su alrededor para que él se los diera. Federiquito se había quedado dormido en su cuna, por lo que el juego era únicamente entre los dos niños más grandes. En ese momento y para interrumpir la diversión aparecieron Cristina y Federico y le dijeron a Carlos Manuel que tenían que hablar con él. Luego de dejar a la niña también en su cuna, salieron de allí hacia otra habitación y juntos se sentaron con el niño en la cama.

—¿Qué pasa, tía?

—¿Estás bien?

—Sí, me he estado divirtiendo mucho con mis primos, bueno, Fede se durmió rápido, pero estaba jugando con María del Carmen. ¿Por qué lo preguntas?

—Sólo para saber cómo estabas. —suspiró.

—Pues estoy súper bien. —sin embargo, su carita decía otra cosa, de repente se quedó pensando como si tratara de entender algo. —Aunque se me hace un poco raro que mi mamá me haya dejado venir hasta acá, porque un día le pedí que me trajera y se enojó mucho y me dijo que nunca más iba a venir aquí.

—Mi amor, tengo que decirte algo muy importante respecto a tu mamita.

—¿Qué cosa, tía Cristina?

—Primero tienes que prometerme que me vas a escuchar muy bien y que vas a ser muy fuerte.

—Está bien. —su corazoncito comenzaba a latir muy rápido a causa de la ansiedad de saber qué estaba pasando.

—Tu mamá… tuvo un accidente.

—¿Qué? —en su boca se formó un puchero. —¿Cuándo?

—Hoy, temprano.

—¿Pero está bien, verdad?

Cristina suspiró y negó con pesar, Carlos Manuel tenía miedo de hacer más preguntas, pero aun así las hizo porque necesitaba las respuestas.

—¿Mi mamá está muerta?

El sí que Cristina pronunció pasados unos segundos fue el más difícil de toda su vida, pues le hizo añicos el corazón a un niño inocente que no merecía sufrir así. El llanto por supuesto no tardó en llegar, ella lo abrazó y contuvo su pequeño cuerpo que parecía que se quebraría de dolor en cualquier momento. Federico también lo sostuvo cuando el niño quiso salir corriendo y repetía que quería ver a su mamá. Allí los tres lloraron inevitablemente, hasta Federico que a veces parecía tener un corazón de piedra sintió el dolor de su sobrino y no pudo evitar recordar que a él también le hizo falta una madre cuando era un niño. Ahora sus historias eran un poco parecidas, con la diferencia de que él no lo trataría como su padre lo trató a él.

>>> Tarde ya en la noche Cristina entró a su habitación y escuchó que su marido la llamó desde la cama, se acercó a él y cuando se sentó a su lado éste la abrazó con fuerza.

—Sí, Federico, abrázame, abrázame muy fuerte, lo necesito.

—¿Se durmió?

—Sí, después de llorar mucho el sueño lo venció, pero seguramente va a despertar durante la noche, así que si no te molesta me voy a dar un baño y me quedaré con él por lo menos hoy.

—Claro que no me molesta, mi amor, al contrario, gracias por tu apoyo, no sabría como manejar esta situación yo solo. —le besó tiernamente la frente.

—Tenemos que apoyar mucho a tu sobrino, Federico, nos va a necesitar más que nunca.

—Lo sé, juntos lo vamos a sacar adelante. —hubo silencio unos momentos. —¿No te parece irónico todo esto?

—¿Qué cosa?

—Pues que Carlos Manuel resultara no ser mi hijo, pero de todos modos ahora va estar aquí con nosotros y será parte de la familia.

—Sí, estaba pensando en eso hace rato, la vida es tan irónica a veces, pasan cosas tan inesperadas. A mí me da mucha pena sabes, porque a pesar de todo yo creo que Jacinta no se merecía morir así y Carlos Manuel definitivamente no merecía quedarse sin su mamá.

—Como comentó creo que fue Candelaria hace un rato, en esta vida sólo estamos prestados, la muerte llega cuando menos te lo esperas.

—Así es… me siento terrible, hoy fue un día tan difícil y que me hizo recordar muchas cosas como la muerte de mi papá y de Diego, tu accidente de la otra vez, en fin todas esas cosas donde la muerte ha estado tan cerca.

Él vio que ella lloraba y se dedicó a secar sus lágrimas una por una con sus dedos que acariciaban la piel de su dedicado rostro.

—Nunca me dejes, Federico, yo no soportaría perderte a ti también. —lo besó con dulzura en los labios y se abrazó aun más a su gran cuerpo que le brindaba seguridad y una sensación de paz inexplicable.

—Nunca, óyeme bien, jamás te voy a dejar, pero si algún día me toca partir quiero que me prometas que vas a ser fuerte.

—No. —negó abrazada a su cuello.

—Cristina, tienes que prometérmelo, ya vimos hoy que todo puede pasar, yo necesito saber que tú vas a estar bien si yo no estoy.

—No podría estar bien sin ti, te has convertido en alguien tan importante para mí… te amo.

—Y yo te amo a ti.

Un beso lleno de ternura fue compartido y después de eso no hizo falta más, un abrazo apretado fue más que suficiente por esa noche. Ya habían alcanzado esa etapa donde su relación iba mucho más allá de la carne, amaban ahora también con el alma, y ese tipo de amor se alimenta siempre de los pequeños detalles.
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Los días comenzaron a pasar, los primeros después de la muerte de Jacinta estuvieron cargados de tensión. El entierro, la misa y todo lo que viene luego de la partida de un ser querido no fue nada fácil de sobrellevar. Carlos Manuel estaba sufriendo y entrando a la etapa del duelo, por lo que a veces se enojaba con la vida misma y hacía sus berrinches justificados diciendo que se quería ir de la hacienda para estar con su mamá. A Cristina y a Federico les tocaba estar ahí para él y entender que su actitud era normal debido a la situación, no obstante, esto a veces traía algo de estrés a la pareja que se estaba enfrentando a algo totalmente nuevo para los dos. Era como si de repente les hubiese aparecido otro hijo ya grande de la nada al que tenían que descubrir la manera de tratar, pues no era lo mismo atender a unos bebés que a un niño de casi diez años. Pero a pesar de todo, las cosas no iban tan mal, entre los dos hacían su mayor esfuerzo por sacarlo adelante, así como cuidaban de sus hijos, lo hacían también con él, y a todos les daban el amor que necesitaban.

Pasaron unas cuantas semanas, poco más de un mes, el cumpleaños de Carlos Manuel estaba a la vuelta de la esquina y como era de esperarse el niño no tenía muchas ganas de celebrarlo. Sin embargo, los adultos consideraron que hacerle una pequeña fiesta e invitar a unos cuantos niños de la región le vendría bien para que se distrajera y olvidara por un rato su desgracia. Por fortuna así fue, ese día el niño volvió a sonreír un poco y corrió por los alrededores de la hacienda riendo y divirtiéndose como hace mucho tiempo no lo hacía. El dolor seguía allí, pero compartir con otros niños de su edad y correr hasta que la panza le dolía, sin duda estaba siendo la mejor medicina para comenzar a superar lo que pasó con su madre. Federico y Cristina estaban felices de saberlo contento aunque fuera por un rato, eso los llenaba de dicha, pues significaba que no estaban haciendo tan mal su papel de padres, ya que sin planearlo, prácticamente en eso se habían convertido para Carlos Manuel.

^^ El matrimonio subía de la mano a la planta alta de la hacienda, abajo la pequeña fiesta estaba en su momento más divertido. Los niños corrían de aquí para allá, comían dulces y se reían como si en el mundo no existieran preocupaciones, algo bueno en los más pequeños, ellos sanan siempre más rápido que los adultos. Mientras esto pasaba en el jardín, Cristina y Federico entraban juntos a su habitación; no hicieron más que entrar cuando ya se estaban devorando las bocas en un beso lleno de pasión y fogosidad que él había iniciado.

—¿Para esto me pediste que subiéramos? —le cuestionó ella sin dejar de corresponder a sus besos.

—Me moría por tenerte a solas un rato, te extraño, Cristina, te necesito demasiado. —con pasos apurados llegaron hasta el tocador que fue lo primero que encontraron en su camino.

—Me tienes todas las noches, no creo que te dé mucho tiempo de extrañarme.

—Aun así me haces falta, las noches no son suficientes, además últimamente con todo lo que ha pasado hemos estado un poco alejados en este sentido. Extraño tenerte así a cualquier hora del día y en cualquier parte. —le levantaba un poco el vestido para acariciarle el trasero.

—Yo también, mi amor, pero hemos tenido otras prioridades en estas semanas y lo sabes. —jadeaba.

—Yo no quiero que tú dejes de ser mi prioridad nunca, eres lo más importante en mi vida, ten eso siempre presente, Cristina. Te amo, te deseo. —la hizo voltear para que colocara sus manos sobre la madera de aquella mesa, ella se sorprendió un poco, pero se dejó hacer encantada una vez su marido comenzó a besarle el cuello desde atrás y una de sus manos se fue colando dentro de la tela de sus bragas.

—Y yo a ti, Federico, tú tienes razón en que las noches no son suficientes, tengo muchas ganas de estar contigo ahora.. —gimió al sentir los dedos de él acariciar sus pliegues de mujer. —Te quiero dentro de mí.

—Me encanta saber que me deseas tanto como yo a ti. —le mordisqueó el cuello y besó su nuca repetidas veces antes de inclinarse para bajarle las bragas y levantarle el vestido hasta la cintura.

—¿Cerraste bien la puerta?

—Como siempre, mi reina. —sonrió ante el miedo constante de su esposa de que alguien los sorprendiera en plena acción, cosa que jamás iba a pasar, él se encargaba siempre de ponerle doble seguro a la puerta, pues sería un verdadero delito que alguien interrumpiera alguna de sus entregas.

Ya con Cristina a medio vestir y lista para recibirlo, se desabrochó el cinturón y los pantalones y liberó su enorme protuberancia.

—¡Por Dios, Federico! —contuvo un grito cuando él frotó su hambrienta erección en la entrada de su cueva.

—¿Quieres que lo haga? —la tentó frotando su miembro sobre la sensible piel entremedio de sus piernas.

—Sí, hazlo ya, lo necesito. —sus manos ejercieron más presión sobre la superficie del tocador y su cabeza se echó completamente hacia atrás para que él pudiera besarla con mayor comodidad en el cuello y en el lóbulo de la oreja.

Federico se acomodó mejor tras ella, con sus manos la tomó de las caderas y comenzó a entrar en la húmeda cueva que le ofrecía. Lo hizo con una calma tortuosa, su mujer gimió y se arqueó toda pegando su delicada espalda a su pecho. Aprovechando el movimiento, él envolvió sus brazos alrededor de ese cuerpo que tan loco lo volvía y empezó a moverse dentro y fuera de este con ganas. Las manos de Federico fueron a parar a los pequeños, pero perfectos senos de Cristina y los apretaron con ahínco por encima de la tela del vestido. Ella deseó estar completamente desnuda en ese momento para sentir el toque piel contra piel, pero entendía que no contaban con demasiado tiempo, así que no se quejó y disfrutó de la adrenalina del instante. Sus manos todavía continuaban sobre el tocador, pero su cuerpo casi se había vuelto parte del de Federico, estaban tan pegados que parecían dos imanes de amor. Detrás de ella, él se me meneaba al ritmo sublime del amor y del deseo, y mientras lo hacía, su boca le mordía con suavidad la piel del cuello y sus manos la apretujaban toda. Federico quería devorarla, convertirla en parte de sí mismo, hacerla suya para la eternidad y nunca soltarla. Cristina deseaba algo igual, tanto así que ella lo ayudaba con los movimientos agitando sus caderas para que la fricción de sus cuerpos fuese aún más exquisita.

—Cristina… aahhh. —gruñó sin detener las fuertes embestidas. —Me enloqueces, me gustas tanto. —la apretó más fuerte contra su cuerpo y aceleró las acometidas, ella al comenzar a sentir lo rápidos que ahora eran los movimientos no pudo contener más los gritos que ansiaban escaparse de su boca.

—Me voy a correr, Federico, no puedo más. —el orgasmo estaba cerca, podía sentir la tensión acumularse entre sus piernas.

—Hazlo, córrete para mí, Cristina. —le susurró al oído provocando que ella perdiera la poca cordura que le quedaba y explotara en un intenso clímax.

—¡Sí, Federico! —todo su cuerpo se sacudió involuntariamente y de su boca salió un gemido que terminó de volver loco a Federico que no tardó en acompañarla en el orgasmo.

—Nunca me voy a cansar de estar contigo, Cristina. —le confesó al tiempo que se dejaba ir en su interior y la llenaba en todos los sentidos de esa palabra. —Así pasen mil años tú siempre serás el centro de mi mundo.

Ella se dejó caer derretida entre sus brazos, y no sólo porque la culminación de aquel acto le había quitado toda fuerza de las piernas, sino porque además de eso la confesión de él le había llenado de amor hasta el rincón más oculto de su alma.

—Y tú serás el mío pase lo que pase, porque te amo como nunca creí que podría hacerlo.

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Los meses comenzaron a transcurrir rápido, uno tras de otro llegaban y se iban con la misma prisa. La vida de los Rivero-Álvarez fluía tranquila, cada vez se hacía más evidente el amor entre Cristina y Federico, y la unión familiar sin duda estaba más fuerte que nunca. Carlos Manuel con el pasar de los días se iba adaptando más y más a su nueva vida, la compañía de sus tíos y sus primos le estaba haciendo mucho bien en esta nueva etapa de su corta existencia. Sin planearlo ahora el niño era parte de aquella familia, una donde había una niña que cada día se hacía más grande y lista y ya hablaba una sarta de cosas que a veces hacían sentido y otras no. Federiquito también crecía cada vez más, había comenzado a dar muestras de que hablaría en cualquier momento y por supuesto sus padres se peleaban por ser el ganador de la primera palabra de su niño. Cristina insistía en que diría mamá y Federico estaba seguro que la primera sería papá por eso se la repetía hasta en sueños. Finalmente él gano y una noche después de mucha insistencia Fede Jr. lo llamó papá varias veces y Federico enloqueció de amor, poco después también dijo mamá y terminó de enamorar a su madre que ya lo adoraba con todo el corazón. Esas palabras y muchas más fueron pronunciadas en las semanas y los meses posteriores, el tiempo se fue tan rápido que sin darse cuenta llegó el primer cumpleaños del pequeño Federico.

>>> Esa mañana sus padres entraron a su habitación con un pastel en las manos, querían ser ellos quienes lo despertaran para así poder cantarles las mañanitas y felicitarlo antes que nadie. Fede dormía boca abajo con una pierna media doblada y sin su camisa, tal como solía hacerlo su padre, no se podía negar que era su hijo.

—Creo que tenía mucha calor, se volvió a quitar la camisilla. —comentó Federico entre risas cuando se acercaron a él.

—Parece que le molesta, todas las noches hace lo mismo, a veces me pregunto a quién habrá salido que no soporta tener ropa puesta. —sonrió buscándole la mejilla a su marido para besársela.

—En esta hacienda siempre hace un calorón insoportable, poco se quita, tú sabes que a mí me gusta dormir sin nada la mayor parte de las noches. Aparte no me hace falta la ropa con todo lo que hacemos durante la noche. —le besuqueó los labios con ganas.

—Eso sí, confieso que a mí también me gusta dormir con poca ropa a tu lado. —le sonreía coqueta.

—No me sonrías así, que me olvido de que debemos despertar a nuestro hijo para cantarle por su cumpleaños y te llevo de vuelta a nuestra habitación.

—¿Acaso usted no se cansa de hacer el amor todo el tiempo, señor Rivero?

—No, señorita Álvarez, no me canso. —la abrazó por la cintura y una de sus manos fue bajando atrevidamente hasta llegar a sus nalgas.

—Ya, Federico, ahora no, contrólate por favor.

—Está bien. —dejó de tocarla.

En ese momento el pequeño escuchó las voces de sus padres y comenzó a despertar, se volteó y frotó sus ojitos, al ver los rostros de sus dos personas favoritas sonrió y comenzó a llamarlos a ambos.

—Buenos días, chiquito, ¿cómo estás?

—Ma… ma... mamá. —repetía Federiquito emocionado al tiempo que con la ayuda de su padre se ponía de pie en la cuna.

—Sí, yo soy mamá, ¿y él quién es? —señalaba a su esposo.

—Papá.

—¡Eso! —Federico lo tomó en brazos y lo llenó de besos. —Hoy es tu cumpleaños, mi machito, el primero. —se rió cuando el niño intentó repetir la última palabra, pero no lo logró.

—Sí, mi príncipe, hoy cumples un año. ¡Felicidades! —le decía su madre abrazándolo, Fede dejó escapar una risita y también se abrazó a su mamá.

Entre los dos lo abrazaron y lo llenaron de besos, después le cantaron las mañanitas y permitieron que se ensuciara todo con el pastel que le habían llevado, el cual terminó por todas partes.

—Quizás no fue muy buena idea traerle este pastel, no me quiero ni imaginar el desastre que debe haber hecho. —comentó ella.

—Un poquito nada más. —Federico estalló en una carcajada que terminó por contagiar a su mujer. —Tienes crema en la cara, te la pegó cuando te puso la mano en la mejilla. —se reía.

—Quítamela. —intentaba limpiarse, él le ayudó pasándole el pulgar para quitarle la crema.

—Yo te la quitaría de una manera especial, pero estamos delante del niño y no se puede.

—Sí, ya me imagino tu manera especial. —se echó a reír.

—Hola tío, hola tía. —Carlos Manuel ingresaba de repente a la habitación con María del Carmen de la mano.

—Papá. —la niña corrió a los brazos del que para ella era su padre una vez lo vio.

—Hola, princesa. —la cargó sentándola en su regazo.

—Buenos días, mis amores, que bueno que ya se despertaron ustedes también, vinimos temprano a felicitar a Fede. —explicó Cristina al tiempo que besaba a su niña y saludaba también a Carlos Manuel.

Los niños no tardaron en felicitar de igual manera al más chiquito de los Rivero, luego comieron de lo que había quedado del pastel y sin proponérselo terminaron armando su propia fiesta matutina y totalmente improvisada. Rato después los adultos se fueron a su recamara y dejaron a los pequeños jugando y bajo la vigilancia de doña Consuelo mientras ellos aprovechaban a cambiarse para comenzar el día.

—¿Tenemos una bonita familia, no te parece? —le preguntó él cuando estuvieron a solas en su cuarto.

—Sí, la más bonita. —dejó escapar una sonrisa a la vez que negaba con la cabeza, Federico frunció el ceño.

—¿De qué te ríes? —preguntó acercándose a ella y abrazándola.

—Estaba pensando en que la vida da tantas vueltas… yo nunca imaginé tener hijos o una familia contigo, cuando recién nos casamos yo te odiaba, te alucinaba, no quería saber de ti, y jamás pensé que un día llegaría a quererte tanto. Hoy en día tenemos una familia hermosa, una vida maravillosa juntos y cada día siento que te amo más. —lo besó muy dulce en la boca.

—Sabes, a mí me pasa más o menos igual, yo nunca creí que podría llegar a ser un hombre de familia, me siento ridículo a veces, como raro, porque nunca tuve a tanta gente que me quisiera y a la cual querer. Pero ahora tengo hijos y una esposa perfecta por la cual levantarme todas las mañanas. Antes de ti no tenía motivos para nada, y ahora tú eres mi razón de vivir, quien me enseña todos los días que esta vida mía que un día fue de mierda, hoy vale la pena porque está llena de cosas bonitas. Cosas que solamente una mujer como tú es capaz de darme. —inició un beso lleno de ternura al cual ella no lo pensó dos veces para corresponder.

—Tú también eres junto con nuestros hijos mi razón de vivir.

—Lo quiero todo contigo, Cristina, quiero una vida juntos hasta que estemos viejitos, deseo una familia grande con muchos hijos… y te quiero a ti a mi lado para siempre.

—Yo también, mi amor. —caminaban lentamente hacia la cama.

—De hecho, yo creo que ya es tiempo de que vayamos haciendo el segundo hijo, bueno el cuarto si contamos a María del Carmen y a Carlos Manuel. —le besaba el cuello.

—Si los contamos a todos creo que tres son más que suficientes por ahora, ¿no crees?

Él dejó de besarla un momento para mirarla a la cara.

—¿No quieres que tengamos más hijos?

—No es eso, claro que me gustaría tener más, siempre dije quería una familia grande, pero pienso que por ahora deberíamos esperar, es un poco pronto para tener otro.

—¿Por qué? Fede ya tiene un año. —se detenían antes de llegar a la cama.

—Por eso mismo, es una edad difícil y María del Carmen está también en una etapa complicada, son pequeños los dos. Además, tenemos a Carlos Manuel también aquí desde que pasó lo de Jacinta y creo que sería bueno esperarnos un poco.

—Pues si eso es lo que tú quieres, está bien, supongo que podemos esperar un poco más.

Cristina sintió que el humor de su marido había cambiado un poco, prueba de ello es que había dejado de besarla y se alejó de ella.

—¿Qué te pasa, Federico? ¿Te molesta que no quiera tener más hijos por ahora?

—No, lo que pasa es que me está raro, hasta hace un tiempo decías que querías formar una familia grande.

—Y sigo queriéndolo, pero por ahora quisiera esperar y enfocarme en otras cosas.

—¿Qué cosas? —se sentó en el colchón mientras se quitaba la camisa, ya que planeaba meterse a bañar; la vio caminar de un lado a otro en un corto tramo frente a la cama.

—Bueno como me ha ido tan bien en las clases de Braille y aprendí mucho en estos meses que he seguido tomándolas, he estado pensando en que podría estudiar algo, una carrera en la universidad. No sé, una profesión en la que me sintiera útil a pesar de no poder ver.

—¿Estudiar? ¿Pero para qué, Cristina? A ti no te hace falta eso, no necesitas estudiar porque tampoco tienes la necesidad de trabajar.

—No, pero la gente no estudia únicamente por necesidad, también lo hace porque quiere o porque le gusta alguna carrera en especifico.

—Pues si quieres mi opinión, no estoy de acuerdo, no veo la necesidad de que te vayas de aquí a diario quien sabe a donde disque a estudiar. —serio.

Ella arrugó el entrecejo desconcertada, se cruzó de brazos y se paró fija en la dirección de donde provenía la voz de su marido.

—¿Cómo que “disque” a estudiar? Lo dices como si fuera a hacer algo malo, cuando no es así, sería solamente ir a tomar unas pocas clases algunos días, y obviamente alguien tendría que acompañarme y ayudarme por obvias razones. —se señaló los ojos un poco frustrada.

—De todos modos, no me gustaría saberte fuera de aquí y sin que yo pudiera saber lo que estás haciendo. —se deshacía del pantalón quedando únicamente en ropa interior.

—¿Y es que acaso tú tienes que saber lo que estoy haciendo las veinticuatro horas del día? —comenzaba a irritarse.

—En parte sí porque soy tu marido.

—Exacto, mi marido, no mi guardia de seguridad.

—Cristina, por favor, ¿cómo te vas a poner a estudiar cuando apenas Fede tiene un año y María del Carmen también está chiquita? No puedes dejarlos solos mucho tiempo, te necesitan, y si comienzas a estudiar vas a estar menos tiempo en la hacienda y pendiente de otras cosas que no son tu familia. —la vio abrir la boca, parecía indignada.

—A ver si entiendo… me estás queriendo decir que mi única función en la vida tiene que ser cuidar de mis hijos y esperarte aquí en la casa hasta que tú regreses de los platanales o salgas del despacho después de pasar horas encerrado trabajando en las cuentas de la hacienda. ¿Es eso, me estás queriendo decir que no puedo hacer nada más?

—No, Cristina, no lo estoy diciendo así.

—Pero lo piensas…

—Mira, no sé qué quieres que te diga, eso es lo que hacen todas las mujeres del pueblo, es lo normal.

—Sí, pero el detalle está precisamente en que yo no quiero ser como todas las mujeres de este pueblo. —se pasó la mano por el cabello y respiró hondo para calmar el enojo que de repente sentía por la actitud de su marido. —Federico, llevo toda la vida encerrada en esta hacienda; de niña no podía salir a jugar más allá del jardín, tampoco podía invitar a mis amiguitas de la escuela porque mi papá no quería a nadie aquí. Cuando era una adolescente nunca podía ir a las fiestas ni hacer nada que otras muchachas de mi edad hacían. Incluso cuando estuve más grande todos vigilaban cada paso que yo daba, hasta tú lo hacías al principio cuando nos casamos, y ahora de repente vuelves a tomar esa actitud machista y quieres que yo siga aquí metida como si fuese un mueble más de la casa.

—No exageres, quien te oyera pensaría que te tengo encerrada todo el día y no te dejo salir ni a la esquina, y no es así porque tú sales y haces tus cosas sin que yo te diga nada.

—Sí, pero ahora te digo que quiero hacer algo más y te molestas como si yo fuese a cometer un delito.

—¡Porque lo considero estúpido y sin sentido! —sin querer levantó un poco la voz y sólo logró que ella se molestara más.

—¿Crees que es estúpido que yo quiera hacer algo más en mi vida que cambiar pañales y estar a tus pies?

—Eso no fue lo que dije, Cristina. ¡Por Dios! —exasperándose.

—¿Entonces qué fue? —se cruzaba de brazos nuevamente.

—Nada, que no lo veo necesario.

—Yo sí, porque tengo el deseo de hacer algo nuevo, diferente y que me haga sentir útil y no como una ciega que no sirve para nada, una completa inútil. —la voz se le entrecortó.

—Tú no eres eso, lo haces todo perfecto, te sabes valer por ti misma e incluso te encargas de los demás a pesar de que no puedes ver. No vuelvas a repetir que eres una inútil, por favor. —intentó acercarse a ella, pero Cristina retrocedió un poco.

—Déjame entonces comprobar que puedo ser capaz de hacer otras cosas y no te opongas a que siga aprendiendo a valerme yo sola.

—Estoy de acuerdo en que sigas aprendiendo, te apoyo en tus clases de la cosa esa del Braille y lo sabes, pero irte a estudiar a una universidad es diferente. No quiero, Cristina, perdóname, pero no estoy de acuerdo y no lo voy a permitir. ¡No vas, es mi última palabra, lo siento! —comenzó a caminar hacia el baño, detrás de él Cristina lo seguía, estaba indignada y muy sorprendida con su actitud tan intransigente.

—Pues de una vez te aviso que yo no te estoy pidiendo permiso, voy a hacer lo que se me dé la gana porque tú a mí no me dices lo que puedo y no puedo hacer. —oyó que se encerraba en el baño. —¿Me escuchaste, Federico? —no obtuvo respuesta y eso la hizo maldecir y refunfuñar encabronada.

Cristina se sentía desconcertada, su sorpresa era mayor, no entendía en qué momento su marido había vuelto a tomar esa postura tan machista… o si en realidad siempre había sido así y ella se había enamorado de él a tal punto que decidió ignorar ese gran defecto que tenía.








Gracias por su paciencia, chicas. He estado bastante atareada últimamente y se me complica un poco escribir, pero agradezco que sigan esperando con interés la historia. Pronto vuelvo con más. Mil gracias por leer. Besos. ♥

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora