Capítulo Veintitrés

3.1K 151 21
                                    



Cristina se sobresaltó al escuchar la voz de su marido, y no fue hasta haberla oído que se dio cuenta de lo cerca que se encontraba de su profesor. Nerviosa dio un paso hacia atrás para alejarse del hombre que sabía que su marido no terminaba de tragar. Se lo había repetido varias veces, sobre todo al enterarse de que sería él quien la ayudaría con la parte legal de la compra del local para su instituto. Para nadie era un secreto que Federico era sumamente celoso, y ella estaba segura que el hecho de haberlos encontrado tan cerca había provocado en él una gran molestia. Y sí, la situación se podía malinterpretar, pero para Cristina lo sucedido no era más que un accidente, no así para el hombre mayor quien a propósito había propiciado la cercanía. A Federico tampoco le parecía que aquello era una simple casualidad, a juzgar por su cara de pocos amigos y los ojos centellantes de furia que miraban a aquel hombre y a su mujer.

—Te pregunté algo, Cristina… —soltó el ramo de flores sobre una mesa cerca de la entrada. —¿Qué está pasando aquí?

—Mi amor, no te esperaba. —se alejó por completo de su profesor y caminó hasta su marido que desde la puerta respiraba un tanto agitado, era obvio que estaba molesto.

—Ya veo, parecían muy ocupados los dos. —dijo con algo de ironía.

—Puedo explicarte, mi vida…

—Estoy esperando que lo hagas. —seco.

—Eh… —intentó hablar, pero los nervios que le provocaba pensar que Federico podía malinterpretar la situación la traicionaron dejándola muda.

—Yo le puedo explicar, señor… —el hombre intentaba recordar el apellido.

—Rivero, Federico Rivero, el esposo de Cristina. —aclaró con voz dura.

—Señor Rivero, su esposa iba a darme unos documentos importantes de la compra del local y no se percató de que yo estaba detrás de ella, volteó y chocamos por accidente. —explicó el caballero con fingida amabilidad hacia Federico.

—Ah claro, no se percató y chocaron… fíjese que esa explicación me hace sentido por parte de Cristina, ya que por desgracia ella no puede ver, pero usted sí, ¿verdad? ¿Cómo fue que no se dio cuenta de lo cerca que estaba de mi mujer? —cuestionó con un tono de voz que dejaba claro lo furioso que estaba.

—Fue mi error por distraído, de verdad no me fijé, miraba unos papeles y no noté la cercanía con su esposa. Le pido que me disculpe y no vaya a malinterpretar las cosas.

—Federico, fue un accidente, él te lo está explicando, no seas grosero, por favor. —le pidió Cristina.

—Perdón, pero no puedo ser de otra forma cuando llego y veo a mi mujer tan cerca de otro hombre.

—Yo mejor me retiro, Cristina, no quiero causar más problemas, perdóname si lo hice. —el señor recogía unos documentos y los guardaba en su maletín. —Revisaré los papeles que me diste y te llamaré para dejarte saber si necesito alguna firma tuya adicional. —caminó hasta la puerta cruzando su mirada con la del otro hombre que posaba los ojos sobre él tal como si quisiera matarlo. —Y a usted le pido mis más sinceras disculpas por haber causado este mal rato, señor Rivero, no se vaya a enojar con Cristina, esto fue mi culpa y lamento haber causado inconveniencias. —dijo con algo de hipocresía, misma que no pasó desapercibida para Federico. —No los molesto más, me retiro, permiso.

Cuando el hombre salió de allí dejó el ambiente cargado de tensión e incomodidad, el aire tenso se podía cortar con un cuchillo, y sin duda el silencio hacía la situación mucho más desagradable de lo que por sí era.

—¿Se puede saber qué hacías tú a solas aquí con ese hombre, Cristina? —preguntó levantando mucho la voz.

—No es lo que tu mente retorcida y celosa está pensando, Federico.

—¿Ah no? —caminó hacia ella y se le plantó enfrente esperando una explicación. —¿Y qué es entonces?

—Benito me trajo porque yo necesitaba revisar unos documentos que mi profesor me iba a traer. Ya estando aquí él se ofreció a llevarme a la casa cuando termináramos y aproveché para mandar a Benito a la farmacia a comprarme unas cosas que me hacían falta. No estaba sucediendo nada entre nosotros si es lo que piensas, Federico.

—¿Qué quieres que piense si llego y encuentro a mi esposa tan cerca de otro hombre y completamente a solas con él? —furioso.

—Pues es tu problema si malinterpretaste las cosas, porque entre él y yo no estaba pasando absolutamente nada.

—No te creo.

—Por Dios, Federico, no puedo creer lo que dices. ¿Cómo te atreves a dudar de mí? —ofendida. —¿Según tú qué estábamos haciendo él y yo?

—Prefiero no decirlo porque no quiero ni imaginarlo.

Cristina rodeó a su marido y caminó dándole la espalda, no podía creer la discusión que estaban teniendo, le parecía absurda.

—Me parece increíble que estés dudando así de mí, me ofendes con tu desconfianza. —suspiró volviendo a darle la cara y en ese momento agradeció no poder ver el rostro de Federico, pues este no debía ser muy agradable mientras la acusaba de semejante bajeza. —Tú sabes que yo sería incapaz de faltarte de alguna manera, bueno, por lo menos yo creí que lo sabías, pero me doy cuenta de que no.

—Cristina…

—Me duele demasiado que estés poniendo mi fidelidad en duda, es como si todo el amor que yo te demuestro a diario no valiera nada para ti.

—Entonces si no estaba pasando nada entre ustedes explícame qué hacían tan cerca.

—Él ya lo explicó, pero vuelvo y te lo repito para que te quede claro, fue un accidente, di la vuelta para buscar unos documentos y cuando volví a voltear para entregárselos choqué con él sin querer. Eso fue todo, Federico, tienes que creerme.

—Le gustas, Cristina.

—¿Qué dices? —frunció el ceño.

—Que vi como ese imbécil te miraba, se le caía la baba por ti, y yo no creo que haya sido un accidente como dices, es obvio que él provocó la situación y tú… tú no parecías muy molesta.

—Esto es inaudito. —dijo después de abrir la boca atónita por las palabras de su marido. —Y tú eres patán y un desgraciado.

—No me insultes.

—Más me estás insultando tú a mí con tu desconfianza.

—Es que tú no lo entiendes, Cristina, tú eres mía. —se acercó a ella y la tomó bruscamente de la cintura para pegarla por completo a su cuerpo y hablarle muy cerca de su cara, Cristina se sorprendió por el rápido movimiento, pero no era la primera vez que su marido tenía un arranque de celos, así que sabía más o menos qué esperar. —Me perteneces, no puedes ser de nadie más, por eso odio saberte cerca de otros hombres, me molesta que te miren, que te hablen, que piensen en ti. Te quiero sólo para mí, entiéndelo. —sin darle tiempo a reaccionar y mucho menos a refutar algo, la besó de una forma casi salvaje alzándola un poco del suelo y llevándola consigo al escritorio prácticamente vacío que había en aquella oficina.

—Soy sólo tuya, Federico, ¿por qué no puedes creerlo? —sintiendo la madera del escritorio bajo su cuerpo, Federico acababa de sentarla allí.

—Porque te vi con ese hombre, Cristina, y noté como te miraba, parecía que quería comerte, estaba tan cerca de ti y tú no hacías nada para evitarlo. —le decía entre besos, o más bien pequeños mordiscos que le hacía en los labios.

—No tuve tiempo de hacerlo, apenas había dado la vuelta cuando tú llegaste y malinterpretaste todo.

—Debiste ponerle un alto desde el primer segundo. —sus manos se paseaban por los muslos cubiertos de Cristina.

—Perdóname, fue un accidente, no estaba pasando nada malo entre nosotros, tienes que creerme. —jadeó al sentir que ahora su marido besaba y mordisqueaba la piel de su cuello.

—Quizás pueda creerlo de ti, pero no de ese idiota, Cristina, vi la forma en la que te miraba.

—Te estás imaginando cosas que no son. —gemía.

—No quiero que vuelvas a tener contacto con ese hombre. —dijo antes de hacerle un chupetón en el cuello que seguramente quedaría marcado.

—¿Qué? —lo empujó por los brazos para alejarlo un poco de ella.

—Que no te quiero cerca de él, buscaremos a otro abogado si es que falta hacer algo más para la compra de este lugar, pero no será ese imbécil. —dejó de besarla, pero aún sus manos seguían sobre los muslos femeninos.

—Federico, por Dios, falta muy poco para terminar de arreglar todo lo relacionado a la compra del instituto, no voy a buscar un nuevo abogado ahora.

—Tendrás que hacerlo porque no te quiero junto a ese hombre, además te falta sacar unos permisos y otras cosas para poder abrir el dichoso instituto, y eso significaría tener más contacto con él.

—Exacto, pero él ya es quien me ha estado haciendo todo, conoce el caso, no quiero contratar a otro abogado, sería perder el tiempo cuando ya la semana que entra pienso abrir el instituto. —como todavía seguía sentada sobre el escritorio y Federico la sostenía de los muslos, le hizo sacar las manos y sin dejar que él la ayudara se levantó de allí y caminó molesta hasta el otro extremo de la oficina. —Ah, y no le llames dichoso instituto, suena como si no te importara y pensaras que es ridículo lo que estoy haciendo.

—Jamás he pensado eso y tampoco fue lo que dije, así que no lo malinterpretes. —suspiró y luego hubo silencio durante algunos segundos. —Mira, Cristina, yo de verdad no quiero discutir contigo, pero te repito que no te quiero cerca de ese hombre, busca a otro abogado, es más, si quieres yo mismo te ayudo a buscar uno.

—No me da la gana de buscar otro abogado por tus caprichos.

—No son caprichos.

—Sí lo son, y también celos ridículos y absurdos.

—¿Ridículos? ¿Absurdos? ¿Te parece que son ridículos y absurdos luego de haberte encontrado muy a gusto casi en los brazos de tu profesor? Pues no, no son celos ridículos. Tú bien sabes que yo nunca he soportado a ese idiota, siempre he pensado que le gustas, y con lo de hoy lo confirmo.

—Primero que nada, yo no estaba a gusto en sus brazos, no digas estupideces, segundo, eso de que le gusto sólo está en tu cabeza, y tercero, no pienso decirle que ya no voy a necesitar sus servicios, mucho menos porque tú así lo decidiste.

—No te preocupes, yo mismo lo haré.

—No harás nada.

—Cristina, te estoy hablando en serio, te prohíbo que vuelvas a tener contacto con él.

—¿Me lo prohíbes? —abrió la boca completamente indignada por la actitud de su marido.

—Sí, te lo prohíbo, y más te vale que no me retes.

—Mira Federico, yo no sé si es que te remontaste a más de cuatro años atrás y estás siendo nuevamente el Federico Rivero con el que me casé, pero no me gusta tu actitud. Tú a mí no me prohíbes nada, yo hago lo que me dé la gana, eres mi marido, no mi dueño.

—Exactamente, soy tu marido, y tengo todo el derecho del mundo a opinar con quien te relacionas y con quien no.

—Podrás opinar lo que quieras, pero eso no significa que yo haré tu voluntad.

—¿Me estás retando?

—Te estoy diciendo que no pienso cumplir con tus exigencias absurdas y tan fuera de lugar.

—¿Le llamas fuera de lugar a querer cuidar lo mío?

—Sí cuando te comportas de esa manera tan irracional y pides cosas sin sentido.

—No querer que estés cerca de otros hombres no es algo sin sentido.

—Sí lo es, y es completamente ilógico que quieras alejarme de cuanto hombre se me acerque, porque te guste o no, tengo que relacionarme con alguno en determinado momento. Ya sea en la universidad, en este instituto y hasta en la casa con los peones me tocará estar cercar de algún hombre y tú no puedes perder la cabeza y reventar de celos por eso.

—Es distinto, Cristina, a este hombre le gustas, esa es la diferencia.

—Eso no es cierto. —exasperada.

—Tú no te das cuenta porque en el fondo sigues siendo una niña inocente que cree que en las buenas intenciones de todos, pero yo soy hombre y conozco cuando miramos con deseo a una mujer. Sobre todo viniendo de ese viejo que te lleva unos cuantos años, por no decir montones. Tenía delante de él a una presa fresca, y tú ni enterada.

—No sabes lo que dices, ya estás hablando incoherencias. —resopló con frustración. —Quiero irme a la casa.

—No hemos terminado de hablar.

—Yo sí y quiero irme ahora.

—Cristina…

—Llévame a la hacienda o le pido a algún hombre por ahí que me ayude a tomar un taxi, estoy segura que cualquiera lo haría encantado, total, soy una presa fresca que muchos querrían comerse no. —dijo con ironía.

El simple hecho de imaginarse tal escena hizo que a Federico le hirviera la sangre. Así que para evitar llegar a una situación como la que describía su esposa la tomó de la mano y la sacó de la oficina.

—Vamos, yo te llevo a la casa.

Cristina sin planearlo sonrió un poco y se dejó arrastrar por él hasta la salida del lugar.

—Tienes que cerrar con llaves, ten. —le entregó un llavero con tres llaves, él las tomó con una mano mientras que con la otra la seguía sosteniendo a ella. —¿Crees que me voy a escapar? Ciega no podría llegar muy lejos, aunque claro siempre podría pedir la ayuda de algún caballero que quiera darme una mano. —dejó escapar una pequeña risita.

—¿Tú crees que esto es un chiste, verdad?

—No, pero me parece exagerado tu comportamiento de macho celoso y posesivo. —y sí, para ella parecía más un chiste que nada, puesto que no consideraba que los celos de su marido tuvieran base alguna, y quizás verdaderamente no la tenían, pero como hacerle entender eso a un hombre tan celoso como lo era Federico.

—Pues para mí ni es exagerado ni tampoco es un chiste, de ahora en adelante pienso estar más pendiente de ti. Y si insistes en que ese señor siga siendo tu abogado, bien, que lo siga siendo, pero yo los voy a acompañar de ahora en adelante a todo lo que tengan que hacer. —la ayudaba a subirse a la camioneta y luego de cerrarle la puerta daba la vuelta para montarse él del otro lado.

—Claro, para tenerme aun más vigilada.

—No te entiendo.

—¿Tú crees que yo soy tonta, Federico? Sé perfectamente que le pides a Benito que me lleve a todos lados para poder saber a donde voy y cada paso que doy.

—Eso lo hago porque me preocupo por ti y quiero cuidar que no te pase nada, bien sabes que no puedes salir sola. —ya rodaban en la camioneta.

—En parte lo harás por eso, pero también con la intención de vigilarme y controlar todo lo que hago, y no te atrevas a negarlo, porque sé que es así.

—¿Y es que acaso no tengo el derecho de saber lo que hace mi mujer durante el día?

—Pues si quieres saberlo, pregúntame, pero no me mandes a vigilar como si yo fuera tu prisionera y tú el policía que vigila las celdas.

—Ahora la exagerada estás siendo tú. —se rió sin poder evitarlo.

—No te rías.

—Tú lo hiciste hace rato, ya que al parecer para ti es un chiste que yo quiera cuidarte de otros hombres.

—El chiste es que seas tan celoso cuando de sobra te he demostrado lo mucho que te amo.

—Sabes qué, Cristina, yo no pienso decir más, ya dije lo que tenía que decir. —otra vez adoptando una actitud de enojo. —No quiero que vuelvas a estar a solas con ese hombre, y de que eso no pase me encargo yo personalmente.

—Mira, Federico… —él no la dejó terminar.

—No quiero hablar más, Cristina.

—¿Ahora no quieres hablar?

—No. Se acabó la conversación.

—Está bien, como gustes. —se cruzó de brazos y cambió la posición de su cuerpo para que su rostro no quedara de frente a él y sí en dirección a la ventanilla. —Si piensas que voy a rogarte para que hablemos, estás muy equivocado, por mí no te vuelvo a dirigir la palabra.

—Lo mismo digo.

—Me sigues hablando.

—Tú también.

—Ya no lo haré.

—Bueno, yo tampoco.

Silencio total. Terquedad absoluta. Demasiado orgullo.

No volvieron a dirigirse la palabra en lo que restó de camino hasta la hacienda. Ambos estaban molestos, él un poco más que ella, pues los celos lo estaban carcomiendo y no soportaba el recuerdo de aquel señor tan cerca de su mujer. El solo hecho de pensar en la manera en la que la miraba ese desgraciado, lo hacía querer reventar de rabia y buscarlo en dondequiera que viviera para partirle la cara.

>>> Al llegar a la casa ninguno de los dos dijo nada, cada uno seguía metido en sus propios pensamientos. Federico ayudó a Cristina a entrar hasta la casa sin decirle una sola palabra, ella no le dio las gracias y en cambio subió a su habitación mientras escuchaba que él se encerraba en el despacho. Las horas pasaron y la noche se hizo presente, la tensión entre el matrimonio era bastante notoria, no se habían vuelto a hablar desde que llegaron. A la hora de la cena se sentaron a la mesa como siempre junto a toda la familia y era evidente para todos que Cristina y Federico no se estaban comportando como siempre lo hacían.

—Hija, ¿está todo bien? —le preguntó doña Consuelo al verla revolver la comida de su plato en completo silencio y con cara de pocos amigos.

—Sí, mamá, no te preocupes. —le regaló una sonrisa forzada, su madre no quedó muy convencida, pero no dijo nada al respecto.

—Tío, tía, hoy en la escuela me llamaron de la oficina del director para decirme que si paso con diez los exámenes de este semestre me van a dar la beca para irme a estudiar a la capital. —comentó Carlos Manuel intentando aliviar un poco la tensión de aquella mesa, él como todo un adolescente, ya entendía mejor los problemas de los adultos y le resultaba evidente que sus tíos no estaban de muy buen humor.

—¿De verdad, Carlos Manuel? —preguntó Cristina con una sonrisa, cuando se trataba de su sobrino no podía comportarse de otra forma, ese niño se había ganado por completo su corazón en los años que llevaba viviendo con ellos.

—Sí, tía, si saco buenas calificaciones este año escolar, el siguiente me iría de la hacienda y viviría en la capital para poder seguir estudiando allá.

—No, Carlos Manuel, no te vayas de la casa. —interrumpió María del Carmen haciendo un puchero. —Me gusta que juguemos a correr y a la pelota, no quiero que te vayas.

—Lo siento, María del Carmen, pero tengo que estudiar, por eso me voy.

—Te vamos a extrañar, hijo, pero te apoyamos en lo que decidas. —le dijo Federico. —Sé que esa escuela pre vocacional es donde quieres estudiar para ir preparándote en tu deseo de estudiar medicina algún día.

—Sí, tío, eso es lo que quiero, estoy muy seguro de mi deseo de estudiar medicina.

—Pues yo no quiero que seas doctor porque ya no vas a jugar conmigo. —María del Carmen volvía a interrumpir con un grito.

—Niña, compórtate, por favor. —le pidió su abuela. —Y come, que tienes toda la comida en el plato.

—¿Es que con quien voy a jugar si Carlos Manuel se va?

—Con tu hermano, mi amor. —le dijo su madre.

—Él nunca quiere jugar a la pelota, es un tonto que llora si le pego sin querer cuando jugamos.

—Eso no es cierto.

—Claro que sí.

—¿Podrían no discutir a la hora de la cena o los voy a tener que castigar a los dos mandándolos a dormir sin comer? —cuestionó su padre con voz dura.

—Ella empezó, papá.

—Papi, yo no hice nada, lo que pasa es que Fede es un llorón.

—¡María del Carmen, ya basta! —la regañó Cristina. —Te comportas y dejas de decirle esas cosas a tu hermano o seré yo quien te envíe a tu cuarto ahora mismo.

—Está bien, mami, perdón.

Por desgracia la cena terminó peor de lo que había comenzado y todos terminaron más tensos que cuando recién se sentaron a la mesa. Más tarde cada uno subió a su habitación a alistarse para dormir. Cristina terminó de acostar a los niños y luego de darle a cada uno el beso de las buenas noches, se fue a su recámara para ponerse su pijama y acostarse. Federico esperó que ella saliera de los cuartos de sus hijos para entonces pasar él por ellos y darles también un beso. Seguían sin hablarse y por como pintaban las cosas esa noche no iban a poder arreglar nada. Él entró más tarde a la habitación de ambos y la encontró ya metida en la cama con un libro de Braille en las manos. Parecía concentrada en su lectura, así que no le dijo nada para no interrumpirla y porque realmente no sabía qué decir. Si bien era cierto que seguía molesto con su mujer, y celoso aún por lo sucedido temprano, ya se moría por hablarle, odiaba pasar tantas horas sin platicar con ella, era una verdadera tortura. Cristina sintió la presencia de su marido allí y soltó el libro un momento colocándolo en una mesita junto a la cama. Lo sintió rebuscar algo en el armario y como supo lo que necesitaba, decidió que era el momento perfecto para romper el hielo, pues ella también se moría por hablarle.

—Tu pijama está debajo de la almohada como te gusta.

—Gracias. —respondió él bastante seco.

—¿Sigues enojado? —se atrevió a preguntar mordisqueándose nerviosamente el labio inferior.

—Sí. —comenzaba a desvestirse.

—Federico, yo sé que estás celoso por lo que pasó en la mañana, pero no tienes motivos para estarlo.

—Cristina, prefiero no hablar de eso.

—¿Vas a seguir con esa actitud? Yo quiero arreglar las cosas.

—Que raro, temprano dijiste que no me rogarías para que habláramos.

—Es de sabios cambiar de opinión, y odio estar enojada contigo. —se incorporó para llegar hasta él que se había sentado en el borde del colchón. —¿Me perdonas? —lo abrazó desde atrás sintiendo su espalda desnuda.

—¿Perdonarte qué? —se mantuvo en la misma posición a pesar de que moría por mandar todo el orgullo y los celos al diablo y hacerle el amor en ese mismo instante.

—El haber estado tan cerca de mi profesor, fue un accidente, pero te pido disculpas si dije algo que te molestara. —lo besó en la mejilla aún arrodillada detrás de su cuerpo.

—Lo que me molesta es que no quieras cambiar de abogado.

—Lo haré si es lo que necesitas para quedarte tranquilo y entender que te amo sólo a ti, pero por favor no estés molesto conmigo, odio cuando estamos así.

—Si es muy complicado buscar a un nuevo abogado ahora, por lo menos deja que yo te acompañe cuando tengas algún asunto que atender con ese… hombre.

—Lo que tu quieras, mi vida.

Federico se extrañó por la actitud de ella, se estaba comportando demasiado amable y sumisa, Cristina no solía ser así. Por el contrario, era terca, contestona y quería hacer siempre su santa voluntad. Igual que él.

—¿Y tú por qué estás tan amable ahora?

—Porque no quiero que estemos peleados, te amo y me gusta cuando tú también me amas. —le besaba delicadamente la espalda.

—Quieres convencerme con besos. —sonrió. —Te conozco bien, sé que te propones salirte con la tuya.

—No, mi amor, sólo quiero que estemos bien. Es cierto que me hiciste enojar mucho hoy en la mañana, pero no puedo pasar demasiado tiempo molesta contigo, no me gusta. Dicen que todos tenemos una debilidad, y tú eres la mía. —le mordió el hombro de manera sensual. —¿Yo soy la tuya?

—No lo sé. —mintió.

—Que terco eres. —se reía.

—Vamos a dormir. —se ponía de pie para acabar de vestirse.

—¿Es en serio?

—Sí, ¿qué tiene de raro? Tengo sueño, estoy muy cansado, es más creo que me iré a dormir a mi antigua habitación para poder descansar bien.

—Federico, por Dios, estoy aquí prácticamente rogándote para que ya me perdones y me hagas el amor y tú no cedes. —se dejó caer sobre la almohada.

—¿Y qué pensabas, que siempre me ibas a poder convencer de todo seduciéndome? —la vio reírse. —¿Crees que tienes ese poder sobre mí?

—Sí. Estoy completamente segura de que lo tengo.

—Pues esta noche te equivocaste, mi reina. —la acarició desde la rodilla hasta casi la unión de sus piernas, pero se detuvo cuando estaba a punto de tocarla en su zona sensible. —Los hombres podemos controlarnos y ser fuertes ante nuestras debilidades.

—¿O sea que admites que yo soy la tuya?

—Puede ser. —ya completamente vestido se metió a la cama. —Dormiré aquí, pero nada de besos ni abrazos, hoy no te los mereces.

—¿Es así como me piensas castigar por tus celos absurdos?

—Sí. —se arropó y se acostó dándole la espalda, Cristina abrió la boca con indignación.

—Está bien, tú te lo pierdes.

—La que se lo pierde eres tú. —escuchó la risa de su esposa.

—Eres un idiota, pero así te amo, tan gruñón y terco, y en mi caso yo no tengo problema en admitir que tú eres mi debilidad, Federico Rivero.

Esa noche por tercos y orgullosos los dos, se durmieron separados, tan cerca en la misma cama y tan alejados al mismo tiempo. Sin embargo, amanecieron abrazados bajo la misma sábana, y es que para ellos era imposible estar demasiado tiempo alejados. Sus cuerpos se habían buscado en el sueño para unirse en un abrazo lleno de amor y ternura.

^^ Cristina despertó luego de que Federico lo hiciera, de hecho era algo tarde, pues por el olor del perfume de su marido supo que ya él se había duchado y estaba listo para comenzar el día. Desorientada se sentó en la cama y lo escuchó buscar ropa en el armario.

—¿Qué hora es? —preguntó desperezándose.

—Las ocho. —le respondió mientras comenzaba a ponerse la ropa.

—Los niños, la escuela. —se puso de pie tan rápido que se sintió mareada por el brusco movimiento, Federico la sostuvo de los brazos para que no fuera a tropezarse.

—Tranquila, mujer, te vas a caer. No te preocupes, tu mamá ya los ayudó a vestirse y se encargó de que desayunaran, ya se fueron a la escuela. Te vi tan profunda que no quise despertarte y tú madre me dijo que te dejara descansar, que ella se encargaba de todo.

—Le daré las gracias, y gracias a ti por dejarme dormir un poco más. —se empinó para besarlo en los labios, el correspondió no pudiendo evitarlo. —Parece que tenía sueño atrasado, me siento muy cansada todavía

—Puedes dormir otro rato si quieres.

—No, tengo cosas que hacer.

—Bien, yo igual tengo mucho que hacer hoy. —terminaba de vestirse.

—Está bien, mi amor, hablaremos después.

—Sí, después hablamos.

Cristina se metió al baño y se encerró en este sintiéndose frustrada. ¿Es que acaso su marido seguiría comportándose tan frío con ella para siempre? No podía ser posible que fuera tan obstinado y cabeza dura, además, no era el mejor momento para enojos, no ahora que…

>>> Un rato después Cristina estaba en la mesa desayunando, como ya era un poco tarde le tocó hacerlo a solas. Su madre entró al comedor y la notó un poco preocupada.

—¿Qué te pasa, hija? ¿Estás bien? —se sentó junto a ella. —Te noto un poco rara, ¿por qué te levantaste más tarde hoy, acaso estás enferma?

—No, mamá, no estoy enferma. —se quedó callada un momento. —En realidad… creo que estoy embarazada.

—¿De verdad? —abrió la boca sorprendida, pero contenta.

—Bueno, aún no lo confirmo, pero estoy casi segura de que sí. No he tenido el periodo en semanas, me he sentido mal del estomago y estoy cansada todo el tiempo, además, lo siento en mi cuerpo, me siento, no sé, diferente.

—¿Y qué esperas para confirmarlo? ¿Acaso no te entusiasma la idea de tener otro bebé?

—No es eso, claro que me entusiasma, lo que pasa es que no sé si sea el momento para tener otro hijo.

—¿Por qué?

—Porque Federico y yo nos la pasamos discutiendo, y sí, quizás el problema que tenemos ahora se solucione y volvamos a estar bien, pero es que si no es una cosa es la otra. A veces me frustra pensar en las discusiones que tenemos y me pregunto si algún día será diferente.

—Hija, los matrimonios siempre tienen diferencias, discusiones, problemas, eso es completamente normal.

—Yo sé, mamá, pero es que nuestros problemas siempre son por celos, por inseguridades, por su actitud machista. Somos tan distintos, a veces no encajamos, y yo me frustro mucho por eso, porque lo amo y no quiero separarme de él, pero al mismo tiempo quisiera agarrarlo a cachetadas algunas veces para que entienda y no sea tan terco.

—Sabes qué pasa, Cristina, que en el fondo los dos son iguales, por eso muchas veces se enfrentan y discuten. Pero aunque ahora tú lo veas todo tan negro porque están peleados, estoy segura que van a solucionar el problema que tengan y como siempre se van a contentar y van a estar bien para esperar a ese hijo que seguramente viene en camino.

—¿Tú crees que logremos ponernos de acuerdo algún día?

—Sí, y también creo que volverán a discutir, pero igual se arreglarán otra vez, y así siempre, hija. Ustedes dos se aman, de eso no tengo dudas, si no fuese así, no hubieran durado tanto tiempo juntos, y más a pesar de todo lo que sucedió entre ustedes cuando se casaron.

—Tienes razón en eso, mamá, solamente el amor nos ha mantenido unidos.

—Bueno, y si es cierto que estás embarazada veo que el amor no ha sido lo único que los ha hecho mantenerse juntos.

—¡Mamá! —se sonrojó.

—Ay, hija, ustedes no son muy discretos que digamos, por eso no me extraña que estés embarazada, pero no de un bebé, sino de dos o de tres.

Cristina dejó escapar una carcajada y se cubrió la cara con las manos, estaba más roja que un tomate.

—Por lo menos te hice reír.

—Gracias, mami. —se abrazó a ella como cuando era una niña.

—Todo va a estar bien hija, de eso estoy segura.

> > >
El día transcurría sin ninguna novedad, Federico se había ido a los platanales a supervisar la siembra de lo que sería eventualmente la próxima cosecha de temporada. Cristina no había tenido que ir a la universidad ese día, pero se quedó estudiando algo de una clase. Estaba en la sala leyendo su libro de Braille cuando el teléfono sonó, al notar que ninguna de las empleadas respondía, ella contestó y se encontró con una voz de mujer al otro lado de la línea.

—¿Quién me habla?

—Disculpe, estoy buscando a los padres de María del Carmen Rivero Álvarez.

—Yo soy su mamá… ¿le pasó algo a mi hija? —angustiada.

—Le hablo de la escuela de su hija, ella está bien, no se preocupe, pero sí necesita venir a hablar con la directora cuanto antes, es un asunto importante.

—Claro que sí, ahí estaré dentro de poco. Gracias. —colgó la llamada. —¡Candelaria!

—¿Qué pasa, mi niña? —entrando a la sala.

—Pídele a algún peón que vaya por Federico a los platanales, necesitamos ir a la escuela, me pidieron que fuera para algo relacionado a María del Carmen, pero no sé de qué se trate.

—Ahora mismo mando por él, niña Cristina.

—… —suspiró hecha un manojo de nervios. —¿Qué habrá pasado?

>>> Ya iban de camino a la escuela cuando Federico al igual que ella se cuestionaba qué habría sucedido para que los mandaran a llamar tan de repente.
...
—¿No te dieron más detalles?

—No, sólo lo que ya te conté, me pidieron que fuera, pero no dijeron para qué.

—Que extraño.

—Yo solamente espero que mi hija esté bien.

—Tranquila, no te angusties, la mujer que te llamó te dijo que la niña estaba bien.

—Pues sí, pero quizás le pasó algo y no quisieron decírmelo por teléfono.

—Ya estamos llegando, no pienses en cosas malas, nuestra hija va a estar bien. —le tomó la mano y la llevó hasta sus labios para besarle los dedos con dulzura.

Fue cuestión de unos minutos para que Cristina y Federico estuvieran sentados en la oficina de la directora. La señora ya de edad se sentó frente a ellos y los saludó con amabilidad.

—¿Díganos que pasa con nuestra hija? —cuestionó Federico impaciente.

—Miren, María del Carmen siempre ha sido una buena niña y una buena alumna, es muy inteligente y solía ser muy respetuosa, pero de unas semanas para acá se está comportando de una forma inadecuada.

—¿A qué se refiere? —preguntó Cristina frunciendo el ceño.

—Insulta a otros compañeritos, discute con ellos, le contesta a las maestras y no quiere hacer las tareas que se le asignan en el salón.

—No puede ser…

—Y eso no es todo, señores. A pesar de que esa actitud no era la mejor, intentamos manejarla pensando que quizás era una rebeldía normal de niños, pero lo que sucedió hoy ya rebasó los límites.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Su hija se puso a discutir con una compañerita en el salón porque la niña tomó por error un lápiz que creía que le pertenecía. María del Carmen se enojó, le quitó el lápiz a la fuerza y la empujó haciendo que la niña cayera sentada en el suelo.

—Dios mío. —Cristina se llevó las manos a la boca.

—Obviamente ese comportamiento no está permitido en este colegio, lo normal en estos casos sería expulsar al alumno. No obstante, como es la primera vez que María del Carmen presenta una actitud como esta, sólo la suspenderemos unos días. Les pido por favor que hablen con ella y busquen una solución a este problema. También les informo que a su regreso a la escuela la psicóloga del colegio la atenderá para intentar hacerla mejorar su comportamiento.

—Gracias, directora, nosotros vamos a hablar con María del Carmen, yo personalmente me encargaré de tener una larga plática con ella. Y si hace falta consultaré a algún psicólogo infantil para llevarla a una terapia o algo donde puedan descubrir la raíz de esta nueva actitud.
...
Juntos salieron de la oficina y se dirigieron por el pasillo para ir por María del Carmen al salón donde una maestra la vigilaba.

—No estoy de acuerdo en buscar ningún psicólogo para la niña ni tampoco en que hable con la de este colegio, ella no está loca. —caminaban por el pasillo.

—Nadie ha dicho eso, Federico, además, los psicólogos no atendemos locos, atendemos gente que tiene algún problema y necesita ayuda. Mi especialidad no es la psicología infantil, pero pienso hacerla algún día, mientras tanto hablaré con ella, y aunque no te guste, si lo considero necesario la llevaré con alguien que pueda tratarla.

Él asintió de mala gana y en ese momento entraron al salón donde se encontraba su hija. Luego de platicar con la maestra se llevaron a María del Carmen y regresaron a la hacienda. En el camino la regañaron y le dejaron saber que quedaba castigada hasta nuevo aviso. Federico fue un poco más duro con ella, y aunque odiaba llamarle la atención y hablarle con autoridad, tuvo que hacerlo, ya que la situación lo ameritaba.

Cuando entraron a la casa, la niña venía llorando porque su papá la había regañado y estaba enojado con ella.

—Papi, no me castigues, perdón por pelear, no te enojes conmigo. —se abrazó a él quien venía cargándola.

—Necesitas un castigo María del Carmen, lo siento, te portaste mal y ahora debes asumir las consecuencias.

—Pero, papá...

—Ya escuchaste lo que dijo tu padre, mi amor, hiciste algo malo y tienes que recibir un castigo.

—Ustedes son malos. —se quiso bajar de los brazos de su padre, él la dejó en el suelo y vio como la niña se cruzaba de brazos molesta, no se podía negar que era una mini copia de su madre, tan terca y enojona como Cristina.

—No digas eso, María del Carmen, si te regañamos es por tu bien, para que seas una niña buena y aprendas a portarte como se debe con las demás personas.

—Pero me van a castigar mucho tiempo. —afirmó haciendo un puchero que derritió a su padre, esa era otra cosa en la que se parecía demasiado a su mamá, siempre lograba ablandarlo con su carita de tristeza.

—Solamente hasta que entiendas que está mal que te comportes como lo has estado haciendo.

—Anda, vete a tu habitación y quédate allí hasta que yo suba a hablar contigo. —le pidió Cristina.

—Está bien, mamá. —con cara de pocos amigos subió las escaleras y se metió a su cuarto.

—Creo que fui muy duro con ella, la regañé tan fuerte en el camino que hasta la hice llorar.

—Yo lo que creo es que la niña sabe perfectamente que contigo puede hacer lo que le dé la gana si te llora un poquito, sabe muy bien como convencerte.

—Por Dios, Cristina, es una niña, ¿insinúas que me manipula?

—Quizás no con esa intención, porque como bien dices, es una niña y tal vez no entiende lo que hace, pero es bastante lista y sabe que a ti te convence fácilmente de todo porque la adoras, y eso no lo puedes negar.

—La adoro sí, pero también sé ponerle respeto cuando hace falta, tú misma lo escuchaste. —suspiró. —Por eso pienso que se me fue un poco la mano, no debí enojarme tanto con ella, me va a dejar de querer.

Cristina sonrió y se acercó a él para abrazarlo.

—No digas eso, mi amor, ella nunca va a dejar de quererte, quizás ahora nos odie un poquito a los dos por regañarla y castigarla, pero va a terminar entendiendo que lo hacemos por su bien. Además, María del Carmen te adora y jamás dejará de hacerlo, así que no pienses esas cosas.

—No sabes como me miró, estaba muy molesta conmigo.

—Porque es una niña caprichosa que cree que puede hacer su santa voluntad con su papá, y cuando no lo logra se enoja, pero ya se le pasará. Yo voy a hablar con ella más tarde cuando se le pase la rabieta e intentaré hacer que comprenda que debe comportarse mejor.

—Está bien, confío en que tú podrás comunicarte mejor con ella, tienes más paciencia y sabes qué decir y que no para que te haga caso. —le frotó los brazos con delicadeza.

—¿Me regalas un beso? —se empinó para quedar cerca de sus labios. —Hoy no me has dado ninguno.

—Cómo negarme a esos labios… —comenzó a besarla con suavidad.

—¿Ya se te pasó el enojo? —le preguntó entre besos.

—Ya es menos. —sonrieron boca contra boca.

—Eres un gruñón.

—Así me amas. —la tomó por la cintura y la pegó por completo a su cuerpo.

—Tienes razón, así te amo, así soy feliz contigo y así quiero seguir viviendo. —se abrazó a él escondiendo la cabeza en su pecho. —No me importa que tengamos problemas de vez en cuando, son más los momentos felices que paso a tu lado.

—Lo mismo digo, mis hijos y tú son mi felicidad, y te estoy muy agradecido por la maravillosa familia que me has regalado, así a veces tú y yo tengamos nuestras diferencias o ellos nos den dolores de cabeza.

Cristina pensó en decirle lo del posible embarazo, sin embargo, decidió no hacerlo hasta no estar cien porciento segura de que estaba esperando otro bebé. De ser así se lo diría a su marido el día de su cumpleaños que ya se acercaba. Estaba segura que ese sería el mejor regalo que podría darle, pues sabía que él deseaba tener otro hijo con ella.

La tarde siguió su curso normal, ya en la noche la pareja se preparaba para irse a dormir, o quién sabe… quizás sería el momento ideal para terminar de arreglar sus problemas como mejor sabían hacerlo.

^^ Cristina se encontraba delante del tocador peinando su cabello cuando su marido la llamó desde la cama. Ella se acercó y se sentó junto a él besándolo tiernamente en los labios.

—¿Qué te dijo María del Carmen cuando hablaste con ella?

—No mucho, intenté que me dijera por qué se estaba comportando tan mal, pero no quiso hablarlo y solamente me dijo que ya no se iba a portar así. Pero no sé, la noto un poco rara, su comportamiento no solía ser así, siempre fue muy obediente, muy dulce, y de unas semanas para acá está agresiva, pelea mucho con Fede, no nos hace caso y ahora lo que pasó en la escuela.

—Bueno, a fin de cuentas es una niña, a veces los niños se comportan así.

—Puede ser, pero me preocupa un poco eso.

—No te angusties, esta etapa de peleonera se le va a pasar.

—Eso espero, porque todavía nos falta que llegue a la adolescencia, y de aquí a allá si sigue así nos va a sacar canas verdes. —ambos rieron. —Mi amor, ya hablando en serio, ¿se te pasó el coraje que tenías conmigo?

—No era coraje.

—Bueno, los celos que sentías.

—Los celos no se han ido, pero entiendo que no puedo meterte en una caja y encerrarte para que ningún hombre te mire.

—Es que no tienes motivos para sentir celos, a mí no me importa si me miran todos lo hombres del mundo, yo te amo sólo a ti. —se incorporó poniéndose de rodillas en la cama para después sentarse a horcadas sobre él. —¿Quieres que te demuestre lo mucho que te amo?

—Necesito que lo hagas. —la vio sonreír y llevar sus manos al dobladillo del camisón color perla que tenía puesto, luego miró como se lo quitaba y entonces supo que sería una buena noche.

—¿Te gusto, Federico? —se acarició los senos provocando una reacción casi inmediata entre las piernas de su marido.

—Gustarme es poco, me encantas, me vuelves loco, Cristina.

—Tú también me encantas, mi amor, y aunque no pueda verte, sé que eres guapo, varonil, y me fascinas, todo de ti me gusta. —le mordisqueó con sensualidad los labios al tiempo que llevaba sus dedos a los botones de la camisa de pijama que él tenía puesta para poder quitarla, ansiaba demasiado sentir su piel rozar con la suya.

—¿Te he dicho que tus senos son mi parte favorita de tu cuerpo? —acercó su boca a un pezón y comenzó a succionarlo con ahínco.

—Sí, siempre me lo dices. —gimió excitada al sentir las succiones que su marido le hacía, sus pezones estaban demasiado sensibles, otra señal de que probablemente estaba embarazada.

Los besos siguieron y las caricias cada vez se volvieron más atrevidas e intensas. Después de unos minutos las prendas de ropa que quedaban en ambos cuerpos ardientes y deseosos, terminaron esparcidas por el suelo junto a la cama. Cristina besaba el cuello de su marido y poco a poco iba bajando por su pecho depositando besos húmedos y hambrientos. Él jadeaba y dejaba escapar algunos gemidos roncos que incitaban a Cristina a seguir con sus toques. Ella continuó bajando hasta llegar a su pelvis, tocaba suavemente toda la piel a su paso tratando de ver con las manos. Cuando estas hicieron contacto con la protuberancia ya erecta entre los muslos de su marido, él gimió y ella comenzó a acariciarlo muy lentamente.

—Cristina… —jadeó extasiado al sentir las caricias que su mujer le regalaba.

—¿Te gusta? —dicho esto bajó la cabeza y llevó su boca hasta la punta de aquel miembro para tomarlo en ella y comenzar a succionarlo con ganas.

—Sí. —el gemido que se escapó en ese momento de sus labios lo dijo todo, no hicieron falta más palabras.

Cristina no era una experta haciendo aquello, pero le gustaba complacer a su marido y escucharlo tan agitado como lo estaba ahora. Succionaba, lamía y acariciaba sin pena la enorme erección. Con el paso de lo minutos las succiones se hicieron más ardientes y Federico se excitaba más y más. Luego de un rato lo escuchó gruñir y supo que estaba cerca de tocar el cielo, entonces aceleró el ritmo de sus caricias y lo llevó a lo más alto de la cima. Bebió de él sin protestas y al terminar lo besó en la boca sin pudores y se subió sobre el cuerpo masculino para iniciar una apasionada cabalgata.

—Te amo únicamente a ti, Federico. —le confesó entre gemidos. —¿Lo entiendes, mi amor? ¿Te quedó claro ya? —mordiéndole el hombro para evitar gemir tan fuerte y que todos en la casa la escucharan.

—Clarísimo. —buscó su boca para morderla y besarla con una fogosidad que provocó que Cristina no pudiera contener más sus gemidos y los dejara escapar sin importar quien pudiera escucharla.

Aquel acto de amor duró minutos, horas, quizás días o hasta un siglo entero. Perdieron la noción del tiempo, siempre les pasaba cuando hacían el amor. Juntos se transportaban a otra galaxia, a un mundo lejano donde no existía nada más que ellos y sus cuerpos bañados en sudor. Cuando el orgasmo llegó arrasó con ambos de una manera demasiado intensa, los hizo sacudirse sin control y gritar el nombre del otro en medio de un salvaje beso.

—Sabes, Cristina… —le dijo mientras permanecían abrazados y todavía unidos íntimamente después del espectacular clímax.

—Dime.

—Lo admito, tú eres mi debilidad, siempre lo has sido, eres la única mujer en el mundo que no sólo logra volverme loco en la cama, sino que también se ha robado por completo mi corazón.

—Y es para siempre eh, no pienso devolvértelo. —le sonrió.

—Quédatelo, estoy seguro que va a estar mil veces mejor en tus manos que en las mías.

—Te amo. —alzó un poco más la cabeza para darle un pequeño beso en los labios.

—Y yo te amo a ti.

La noche prometía no sólo la reconciliación absoluta, sino la reafirmación del amor que se tenían. Uno que era mucho mas fuerte que cualquier ataque de celos o las diferencias y los problemas que pudieran llegar a tener. Lo que ellos compartían era un amor de esos que son piedra solida en medio del mar y aguantan valientes hasta las olas más feroces.
.
.
Transcurrieron unos cuantos días, en ellos la tensión volvió a hacerse presente en la hacienda El Platanal. Esta vez no se trataba de nada relacionado a celos entre la pareja ni nada parecido, pero sí era un asunto que los preocupaba a todos. María del Carmen no paraba de meterse en problemas, en la casa se peleaba con su hermano, ahora que había regresado a la escuela ya habían tenido que llamar a sus padres por segunda vez en cuestión de días. Era obvio que algo le estaba pasando o alguna cosa la estaba influyendo para que se comportara como lo hacía. La situación los tenía a todos tan tensos que ya no sabían qué hacer para controlar las rabietas de la niña.

^^ Esa mañana Cristina decidió finalmente hacerse la prueba de embarazo que días atrás había mandado a comprar en la farmacia. Con tanta cosa sucediendo con su hija mayor no había tenido mucho tiempo para pensar en el otro hijo que quizás ya venía en camino. Pero como necesitaba salir de dudas, le pidió a su madre que la ayudara a obtener respuestas.

—¿Y? —preguntó frotándose las manos nerviosa.

—Hay que esperar unos minutos, hija, ten paciencia.

—Dios...

Pasados tres minutos doña Consuelo sonrió al ver el resultado de la prueba.

—Ya.

—Dime.

—Sí, Cristina… estás embarazada. —se acercó a abrazarla.

—¿En serio?

—Bueno, eso dice aquí, pero de todos modos deberías ir con el doctor para que te haga un ultrasonido.

—Lo haré, pero ya no tengo dudas de que aquí adentro crece un bebito. —se acarició el abdomen plano. —Un hijo fruto del amor.

—Felicidades, hija, no sabes el gusto que me da saber que voy a ser abuela otra vez.

Cristina sonrió, pero segundos después su sonrisa se borró y fue reemplazada por un mohín que denotaba preocupación.

—¿Te preocupa lo de María del Carmen?

—Sí, y mucho. —sus manos seguían en el abdomen. —Pero por lo menos hay una buena noticia en medio de tanta tensión. Ojalá pronto esto se solucione para que todos juntos celebremos la llegada de este nuevo bebé.

>>> Dicen por ahí que no puede haber jamás un arcoíris sin que caiga antes un poco de lluvia. Y así mismo estaba sucediendo con la familia Rivero Álvarez, acababa de surgir algo maravilloso con la noticia del bebé en camino, y sin embargo, la felicidad completa estaba siendo arrebatada por demonios del pasado. Nadie lo sabía, pero había una persona que era culpable de todo lo que estaba pasando. Precisamente ese mismo día la niña inocente tenía una plática con una mujer que no conocía, pero que ya antes se había acercado a ella. Lo hacía por la parte de atrás de los terrenos de la hacienda, cerca del lindero donde a veces los niños de la casa grande y los hijos de los peones jugaban a las carreras.

—Hola, María del Carmen, que bueno que viniste a verme hoy. —la saludó la mujer.

—Mi papá ya me quitó el castigo de no salir de la casa y me dejó jugar afuera.

—Me alegro, porque así podemos platicar.

—Me gusta platicar contigo, tú nunca me regañas como mis papás y no te parece feo que yo me defienda de otros niños cuando me molestan y les pegue…

La mujer sonrió con maldad mientras la niña hablaba y supo que sus planes malévolos iban viento en popa.

Cuando la tarde caía, Cristina aprovechó que Federico padre y Fede hijo dormían una pequeña siesta en el cuarto del niño, para entrar al de su hija y tener una seria conversación con ella.

—María del Carmen, ¿qué haces? —se sentaba junto a ella en la cama.

—Jugaba con mis muñecas.

Cristina tomó una muñeca entre las manos y notó al tocarla que le faltaba la cabeza. La muñeca era de plástico y era fácil quitarle la cabecita, de hecho, era algo común que los niños a veces hacían cuando no cuidaban sus juguetes. Pero Cristina estaba tan paranoica con la actitud de su hija que esto la asustó un poco.

—¿Por qué le arrancaste la cabeza a tu muñeca, mi amor?

—Fue un accidente, mami, se le puede poner otra vez. —se la quitaba de las manos para arreglarla. —Ya está. —entregándosela nuevamente.

Hubo un momento de silencio.

—María del Carmen, te estás portando muy mal últimamente, ¿qué está pasando?

—Nada, mamá.

—No me digas que nada, porque está claro que algo está provocando tu mal comportamiento.

—Yo solamente me defiendo de otros niños.

—Niños que no te hacen nada, a veces pegas y gritas sin razón alguna, eso está mal, mi vida. Y aun habiendo una razón, lo que debes hacer si alguien te molesta o te hace algo es venir a contármelo a mí o a tu papá o a quien sea, pero no empujar ni insultar y muchos menos pegar.

La niña no le respondió nada, parecía estar pensando algo, en su carita se veía que intentaba buscar las respuestas a unas cuantas preguntas.

—Mami, quiero preguntarte algo.

—Dime.

—¿Quién es Diego?

La niña soltó la pregunta como quien suelta una bomba letal. A Cristina se le heló la sangre, y quien tenía un montón de preguntas ahora era ella. ¿De dónde había sacado la niña ese nombre? ¿Lo habría escuchado por ahí? Imposible, hacía años que el nombre de Diego no se mencionaba en la hacienda, o por lo menos eso creía. ¿Alguien se lo había dicho? ¿Le habrían contado más acerca de quien era? ¿Tenía todo esto que ver con la actitud tan rebelde la niña?

Eran muchos los cuestionamientos y demasiado que procesar en tan poco tiempo. Cristina no lo soportó, se puso de pie, el mundo giró debajo de ella, todo parecía dar vueltas, y de repente, cayó de un golpe al suelo desmayada. Ya inconsciente no pudo escuchar los gritos de miedo de su hija.

—¡Mamá! ¡Mami! ¡Mamá! ¿Qué te pasa? Despierta, mami, por favor no te mueras. —le tocaba la cara mientras la suya se llenaba de lágrimas.

Niña al fin pensó lo peor, para ella, su madre estaba muerta, no tenía idea lo que era un desmayo… y poco sabía lo que lo había provocado.






Como siempre, chicas, mil gracias por leer, no olviden dejarme sus comentarios para saber si les está gustando la historia. Vuelvo pronto con más.
Besos. ♥

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora