Capítulo Veintidós

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El padre Ignacio ya se había marchado de la hacienda, pero Cristina aún seguía sumergida en los recuerdos de hace cuatro años. La pregunta que le había hecho años atrás a su marido había quedado en el aire en su memoria.



*Flashback*

—Contéstame, Federico, ¿todavía estoy a tiempo de recuperarte, o ya te perdí para siempre?

Federico suspiró sin soltarla, la abrazaba como si quisiera volverla parte de su cuerpo para así no correr el riesgo de perderla nunca. La pregunta de su esposa parecía una paradoja, por un lado sentía que Cristina aún no comprendía que ella jamás iba a perderlo, pues la amaba demasiado como para dejarla; pero por otro ya estaba cansado de intentar nadar en contra de la corriente por ella. Era mucho lo que le había rogado; quizás poco para todo el daño que un día le hizo, pero no sabía qué más hacer para hacerla feliz. Claro que quería decirle que estaba a tiempo de recuperarlo y que nunca lo perdería, y sin embargo, tenía miedo de hacerlo y que eventualmente ella terminara echándolo a un lado una vez más.

—Cristina, ¿cómo sé si es definitivo que quieras regresar conmigo? —la separó un poco de su cuerpo para poder mirarla a la cara. —¿Quién me garantiza que no me vas a volver a echar a un lado por cualquier cosa? Primero fue porque no parábamos de discutir acerca de tu deseo de estudiar, luego porque creíste en la mentira de Raquela de que yo te había engañado, y después cuando por fin creí que los problemas habían quedado atrás, me alejaste porque no recuperaste la vista y estabas deprimida.

—Entiende que los resultados de la operación no fueron fáciles para mí, me he sentido muy triste, no sabía como manejar el dolor y sin querer te distancié más de mí. Perdóname por haber hecho eso y también por no haber confiado en ti antes. Tú no te merecías mi desconfianza, lo has hecho todo para ganarte mi confianza y mi amor, yo fui una tonta al no darme cuenta a tiempo de todos tus esfuerzos. —sollozaba sin poder evitarlo. —Pero te juro que esta vez sí estoy segura de que quiero estar contigo para siempre. Yo no quiero perderte, Federico, me moriría si eso pasara. Así que por favor te pido que me perdones y que regreses a mi lado, me siento muy sola y vacía sin ti.

Él no pudo hacer otra cosa más que abrazarla nuevamente y besar su cabeza con ternura. Verla así tan frágil, tan triste lo conmovía mucho, cosa que era rara en un hombre que siempre fue frío ante los sentimientos de los demás, pero su esposa no era cualquier persona, era la mujer de su vida.

—Ya no llores, Cristina, no me gusta verte así. —la tomó de la barbilla para ver su rostro y poder besarla suavemente en los labios; el beso fue corto, pero lleno de dulzura.

—¿Me sigues amando? —le preguntó ella luego de aquel contacto tan delicado que acababan de tener.

—Con toda mi alma, ¿o acaso lo dudas?

—No, pero tengo miedo de que dejes de hacerlo por mi culpa, por haberte alejado de mi lado y haber sido tan injusta contigo todo este tiempo.

—No te niego que tu desconfianza me dolió mucho y también que me hayas hecho a un lado ahora que más juntos debíamos estar, pero eso no quiere decir que he dejado de amarte. Al contrario, te amo tanto que todos los días rogaba al cielo que aparecieras aquí diciéndome que querías que regresara a tu lado.

—¿Y lo harás?

—Lo haré sin necesidad de pensarlo dos veces. —le acariciaba ambas mejillas con sus tibios pulgares y secaba las lágrimas que bajaban por su piel. —Yo también necesito estar junto a ti, estas semanas han sido una tortura insoportable y ya no aguanto más. —la apretó con fuerza y le besó los labios repetidas veces.

—Gracias, mi amor, gracias por perdonarme.

—Sólo necesito estar seguro de una cosa.

—¿Cuál?

—Que se acabaron las desconfianzas, las distancias entre nosotros y que de ahora en adelante vamos a estar unidos siempre enfrentando lo que venga juntos.

—Sí, eso haremos.

—Por favor, Cristina, necesito que lo prometas, yo también lo haré; entiéndeme, un distanciamiento más yo no podría soportarlo. Quiero vivir a tu lado, al lado de mis hijos y volver a tener una hermosa familia con ustedes.

—Te lo prometo, Federico, ya nada nos va a separar, volveremos a ser una familia, ahora sí para siempre. Te amo.

—Y yo te amo a ti, mi vida.

Sus labios finalmente se unieron como era debido en una pareja que lleva largas semanas separada. En el momento en que sus lenguas hicieron contacto después de tanto tiempo, el mundo dejó de girar y todo parecía haber quedado en pausa. Ambos deseaban detener el paso de los segundos y convertir ese instante en algo que fuera eterno. No tardaron en abrazarse también con amor, Cristina subió sus brazos y los envolvió alrededor del cuello masculino y Federico la tomó con los suyos por la cintura y la pegó más a su cuerpo.

—Te deseo tanto, Cristina. —sus labios tibios fueron bajando por su cuello besando cada centímetro de piel que hallaban a su paso. —No sabes las ganas que tengo de estar contigo, han sido semanas de tortura sin poder estar dentro de ti. —le confesó depositando húmedos besos cerca de su oreja al tiempo que sus manos comenzaban a pasearse sobre los glúteos femeninos cubiertos aún por la ropa.

—Yo también te deseo, Federico. —gemía disfrutando de los toques que su marido le regalaba. —Me han hecho tanta falta tus caricias, tus besos… tu amor. —echó la cabeza hacia atrás cuando él le mordisqueó la base del cuello y empezó a bajar con su boca por el pecho todavía tapado con su vestido de flores.

—Quiero hacerte mía, lo necesito. —sus manos hicieron presión sobre sus nalgas y levantaron el delicado cuerpo de su mujer del suelo para que ésta enroscara sus piernas en las caderas de él.

Entre tropezones se dirigieron a la habitación que Federico ocupaba en esa hacienda, ella iba en brazos de su marido y él caminaba ansioso de llegar a la cama. Cuando estuvieron frente al colchón cayeron juntos sobre este, Federico arriba de ella atacando cada milímetro de su cuerpo con caricias y Cristina debajo de él dejándose hacer a la voluntad que ese hombre que la volvía loca quisiera.

—Extrañaba tener tu cuerpo bajo el mío. —le decía él a la vez que comenzaba a levantar aquel fresco vestido para quitárselo cuanto antes.

—Y yo extrañaba estar así contigo, mi amor, no sé cómo le hice para aguantar tanto. —se incorporó un poco al sentir que él le levantaba el vestido para quitarlo; segundos después aquella pieza de ropa estaba en el piso junto a la cama.

La camisa de Federico no tardó en hacerle compañía al vestido de Cristina en el suelo. Cuando ella terminó de quitarle cada botón de ésta acarició con sus dedos la suavidad de su pecho y lo besó sobre los vellos que allí descansaban. Federico dejó escapar un gemido ronco al sentir las caricias de su esposa en todo su torso, incluyendo la espalda donde enterró ligeramente sus uñas en el momento que sintió los atrevidos besos que él le daba sobre la fina tela del sostén. Más tarde esta prenda también terminó tirada por allí dejando los senos de Cristina al descubierto y haciendo que quedara únicamente en unas braguitas. Ella se estremeció por completo y sintió que el mundo se movió bajo su cuerpo cuando él pasó su tibia y húmeda lengua por uno de sus pezones.

—Ahhh… Federico. —se mordió el labio inferior para no gritar.

—Me encanta tu sabor y lo extrañaba demasiado, Cristina. —le comentó con voz ronca sin parar de lametear ambos pezones alternando entre uno y otro cada dos o tres segundos.

Federico no sólo lamió, sino que agarró ambos pechos y succionó un pezón con ganas y después el otro. Cristina ya no contenía sus jadeos y gemidos, se sentía flotando en las nubes con tanto placer que estaba recibiendo, y eso que sólo era el principio. Él no tardó en terminar de desnudarla, y cuando sus bragas estuvieron en el piso junto a todas las demás prendas de ropa, fue bajando con un camino de besos hasta la unión secreta de las piernas femeninas.

—¡Por Dios! —fue lo único que atinó a decir ella en medio de un gemido cuando Federico la hizo abrir las piernas y deslizó sin previo aviso su lengua por sus pliegues de mujer.

—Exquisita. —le dijo, y milésimas de segundos después comenzó a succionar aquel manjar con ansiedad como si llevara mucho tiempo muriendo de hambre.

Aquella escena era erótica sin duda alguna, Federico a medio vestir, Cristina completamente desnuda, los dos deseosos de entregarse por completo y él devorando el platillo tan exquisito que ella le ofrecía. Los gemidos y casi gritos no pararon hasta que él provocó que ella tuviera un orgasmo explosivo que la hizo retorcerse en el colchón como una serpiente y arquear su espalda despegándola por completo de las sábanas.

—Federico… eso fue… Dios mío… —no lograba completar ninguna frase, todo su mundo daba vueltas y su mente parecía haber caído en un espiral de placer que hacía mucho no sentía; juntando sus piernas fue que soportó el intenso orgasmo, allí atrapó a su marido que todavía atacaba el pequeño botoncito rosado con pequeñas lamidas. —Detente, por favor, ya no puedo más, ven bésame. —le suplicó que la dejara porque el área escondida entre sus muslos estaba muy sensible y necesitaba un segundo antes de dar el siguiente paso.

Federico la entendió perfecto y subió con sus besos por el delicado cuerpo hasta llegar a esa boca que lo volvía loco. Comenzaron a besarse una vez él estuvo sobre ella nuevamente, sus lenguas se juntaron y Cristina pudo sentir su propio sabor.

—Desnúdate. —le pidió ella al sentir que todavía llevaba puesto el pantalón.

—Desnúdame. —contraatacó él con otra petición.

Cristina le regaló una sonrisa tan coqueta que Federico sintió que su erección todavía atrapada por sus pantalones se hinchaba un poco más, como si eso en verdad fuese posible.

—De acuerdo, pero ayúdame.

Él lo hizo incorporándose y ayudándola a ella a hacer lo mismo; y así parados los dos junto a la cama Cristina le desabrochó el cinturón y el pantalón y lo bajó junto a su ropa interior liberando el enorme miembro que moraba allí debajo. Federico inmediatamente la ropa cayó a sus pies se deshizo de esta junto con sus zapatos y quedó desnudo de pies a cabeza como ella. Ahora que estaban en igualdad de condiciones se abrazaron por fin sin ninguna barrera entre sus cuerpos. Piel contra piel se acariciaron y se besaron con ardor, ambos jadeando por la exquisitez de sentirse nuevamente después de tanto tiempo.

—Te amo tanto, Cristina. —sus dedos pellizcaron el trasero de su mujer causando en ella un fuerte jadeo.

—Y yo a ti, Federico. —le devolvió la caricia pellizcando con el mismo deseo los glúteos firmes de él.

—Quiero y necesito estar dentro de ti de una buena vez, ya no aguanto estas ganas, me voy a volver loco. —le mordisqueaba los labios y sus caricias se volvían a cada segundo un poco más ardientes y atrevidas.

—Hazlo. —le suplicó entre gemidos al tiempo que daba media vuelta y se dejaba caer sobre el colchón cuando lo sintió a sus espaldas.

Federico no demoró en subirse sobre aquel cuerpo que le robaba el aliento y besó aquella boca que lo tentaba con una sonrisa sensual y llena de coquetería. La besó con pasión y lujuria, le dejó los labios rojos, hinchados y ansiosos de más. Entonces se acomodó entre sus piernas y sin retrasar más lo que ambos deseaban, se enterró en ella de un sola embestida y la escuchó gemir y susurrar su nombre entre jadeos.

—Ahora sí he vuelto a donde pertenezco. —le dijo él al sentir que ella lo envolvía como un guante caliente que parecía estar hecho a su medida.

Cristina se sintió igual que él, pero no logró responderle con palabras, en cambio lo hizo atrayéndolo hasta sus labios y besándolo con fogosidad. A partir de ahí comenzaron a moverse con ansiedad y sed de saciar todo el deseo acumulado que había en sus cuerpos. Los envites fueron más lentos al principio, pero a medida que los minutos pasaban intensificaron los mismos convirtiéndolos en penetraciones bruscas y llenas de sensualidad.

—Extrañaba tanto esto, mi amor. —balbuceó ella apenas pudiendo articular bien las palabras, el placer que estaba sintiendo no se lo permitía.

—Yo también, Cristina. —respondió con voz ronca y aumentando a su vez la intensidad de las acometidas. —Mi Cristina… mía para siempre.

Pronto las palabras comenzaron a sobrar y todo lo que los rodeaba dejó de importar para ellos, pues lo único que les interesaba era seguir amándose y recuperar el tiempo perdido. Ambos gemían sin control y sus respiraciones agitadas se mezclaban creando la armonía perfecta. Los minutos transcurrían, pero ninguno de los dos lo notaba, la noción del tiempo ya no era algo que tuvieran, y por lo mismo no supieron con exactitud el tiempo que pasaron entregándose en aquella cama. Varios orgasmos después ambos se dejaron caer agotados sobre el colchón.

—Me estaba muriendo sin ti. —le confesó él a su mujer apretándola contra su pecho como si quisiera convertirla en parte de su piel.

—Yo también. —se estiró un poco para poder besarlo en labios. —No sabes cuanto anhelaba este momento, deseaba tanto volver a estar entre tus brazos, mi amor.

—Igual que yo deseaba volver a tenerte en ellos. —suspiró. —Esta cama es muy solitaria en las noches, sabes. —había un poco de melancolía en su voz.

—¿Aquí duermes?

—Sí, solo y triste. —hizo un puchero que de Cristina haberlo visto se hubiera derretido de la ternura, pues en un hombre como Federico no era común ese tipo de gestos, aun así le pareció muy tierno el tono de su voz.

—Mi vida… —se abrazó a él y besó su pecho varias veces. —Perdóname por favor por poner distancia entre nosotros, nunca debí alejarte de mi lado ni desconfiar de ti.

—Lo que más me dolió fue que no me quisieras a tu lado luego de la operación. Yo entiendo que primero desconfiaras porque las circunstancias me hacían ver culpable en cuanto a lo de Raquela, a pesar de que te juré que nunca pasó nada con ella, pero lo que me lastimó peor fue que no me dejaras apoyarte justo después de que te operaste.

—Compréndeme, mi amor, estas semanas no han sido fáciles para mí, la decepción que me llevé luego de la operación fue muy grande y caí en un estado depresivo del cual no sabía cómo salir.

—¿Y qué te motivó a hacerlo hoy?

—Tus palabras; fuiste un poco duro, pero era necesario, me dijiste que me levantara de la cama y dejara de llorar y viniera a hablar contigo como los adultos que somos, y aquí estoy.

—Bueno, hicimos algo más que hablar. —se carcajeó contagiándola a ella; Cristina se mordió el labio inferior tentada.

—Era necesario después de tanto tiempo separados, de hecho, creo que todavía no es suficiente luego de todas las semanas que pasamos alejados.

—¿Qué me está proponiendo, señorita Cristina? —sus manos instintivamente bajaban hasta las nalgas de su esposa.

—Que me ames una vez más, y todas las que sean necesarias hasta que recuperemos el tiempo perdido. —se incorporó para sentarse a horcadas arriba de él. —Y te pido por favor que me hagas olvidar todo lo malo, incluyendo que sigo ciega y que casi te pierdo por tonta.

—Está bien, pero a cambio yo te pido otra cosa. —se sentó para quedar cara a cara con ella.

—¿Cuál? —sentía su respiración muy cerca de sus labios.

—Que se terminen para siempre las desconfianzas y estas separaciones sin sentido y que vivamos de ahora en adelante una vida juntos sin permitir que nada ni nadie nos separe.

—De acuerdo, te prometo que así será… Te amo, Federico Rivero, te amo como jamás imaginé hacerlo.

Con un ardiente beso iniciaron otra ronda de amor que sería el comienzo de algunas horas más de intentar recuperar todo el tiempo que por tontos habían perdido. Y después de tanto lo que les sobraba era ganas de amarse infinitamente… y si la vida así se los permitía, esta vez sería para siempre.

*Fin del flashback*

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora