Capítulo Diecinueve

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Federico salió del baño minutos más tarde ya bañado y oliendo exquisito. Iba con una toalla envuelta en la cintura y todavía un poco mojado. El delicioso aroma a jabón de hombre en otro momento hubiera causado en Cristina un deseo incontrolable de lanzarse a su brazos para que la hiciera suya. Sin embargo, ahora de lo que menos ganas tenía era de eso, estaba muy molesta con él, su actitud tan inflexible y terca la había sacado por completo de sus casillas. Aún le costaba creer que después de tantos meses de felicidad y de un aparente cambio total en su marido, ahora él volviese a adoptar un papel machista que parecía sacado del siglo pasado cuando los hombres creían gobernar a las mujeres y pensaban que éstas no tenían derecho a decidir nada. Su comportamiento prehistórico la había dejado desconcertada, pero más que eso, muy enojada, pues ella no tenía para nada alma de sumisa, ya no, tal vez un día se dejó manipular mucho por su papá, por la sociedad y hasta por el mismo Federico. Pero las cosas habían cambiado, todo lo que había sufrido terminó por hacerla cambiar completamente. Ahora le gustaba decidir, tener voz y voto y no dejarse manejar la vida por nadie. Federico iba a tener que aprender a respetar eso, se decía sí misma; si no lo hacía, los problemas iban a ser mayores, porque lo que era ella, no iba a dar su brazo a torcer.

—Cristina… —ya habían pasado un par de minutos desde que salió del baño y ahora era que decidía romper el silencio, pero al hacerlo no obtuvo respuesta. Su mujer estaba frente al armario buscando con sus manos la ropa que iba ponerse, él vio que sacó un vestido floreado que le encantaba como le quedaba por ser corto y muy fresco. —Me gusta como te queda ese.

Cristina no le contestó nada, pero decidió entonces guardar el vestido y agarrar otra cosa del ropero sólo por fastidiarlo.

—¿No me piensas hablar? —se acercó hasta ella, pero no alcanzó a tocarla porque Cristina se alejó y se dirigió al baño.

—Si ya terminaste con el baño, iré yo a ducharme. —fue lo único que dijo antes de encerrarse tras la puerta y colocarle el seguro; él se dio cuenta porque al intentar abrir no pudo hacerlo.

—Cristina, no te enojes, sal y escúchame, vamos a hablar.

Nada.

—Por favor, mi vida. —ella no le contestaba. —Cristina, te lo estoy pidiendo de buena manera, platiquemos, no puedes hacer silencio por siempre.

—No quiero hablar. —contestó ella desde adentro, ya se escuchaba el agua de la ducha correr.

—¿Por qué?

—Porque no.

—¿Entonces pretendes no hablarme más?

—Exactamente. —le respondió de mala gana luego de unos segundos.

—Cristina, estoy perdiendo la paciencia. —comenzaba a alterarse tal como lo había hecho antes de bañarse cuando discutían acerca de la decisión de ella de irse a estudiar; definitivamente la calma no era una de sus virtudes.

Dentro del baño ella siguió en lo suyo sin importar que afuera su marido golpeara la puerta con ímpetu. Seguía molesta con él, le parecía absurdo su comportamiento exageradamente machista, y mientras siguiera en esa postura no iba a hablarle. Tarde o temprano Federico tendría que ceder, pensaba, pues a fin de cuentas quien estaba equivocado era él y nadie más.

—¡Cristina, ábreme la puerta o la tiro! —gritó desde afuera, ella suspiró, mas no le hizo caso. —Estoy hablando en serio. ¡Abre ahora!

Así pasaron varios minutos, él afuera gritando y ella ignorándolo por completo. Cuando finalmente Cristina terminó de bañarse y salió del baño ya vestida, porque hasta su ropa se había llevado para no tener que estar cerca de Federico, él caminó enfurecido detrás de ella desde la puerta hasta el tocador. Cristina se sentó frente a este y tomó un cepillo para arreglarse un poco el cabello. A su espalda su marido seguía soltando maldiciones y haciendo lo posible para que ella se dignara a decirle por lo menos una palabra.

—Háblame, Cristina. —ella no le respondió, él resopló frustrado y empezó a caminar de un lado a otro. —¿De verdad es así como quieres pasar el primer cumpleaños de nuestro hijo?

—A Fede no lo metas en esto que nada tiene que ver. —respondiendo algo al fin, al parecer él había dado en el blanco para hacerla hablar.

—Claro que tiene que ver, hoy es su cumpleaños, yo pensé que íbamos a pasar un buen día con él y con los niños, que iríamos al campo y a la cascada para tener un rato agradable todos juntos.

—Quien se encargó de arruinarlo todo fuiste tú, no yo. —seguía dándole la espalda, él la miraba a través del espejo mientras se preguntaba para qué una persona ciega se sentaría frente a un reflejo que no podía ver… costumbre tal vez.

—¿Lo arruiné porque te di mi opinión respecto a lo que quieres hacer con eso de irte a estudiar?

Ella se puso de pie bruscamente y buscó el sonido de su voz para encararlo.

—No, tú no me diste tu opinión, tu me dijiste lo que podía y no podía hacer como si fueras mi dueño, bueno, intentaste hacerlo, porque lo que soy yo, no pienso hacerte el menor caso.

—Cristina, yo soy tu marido, tienes que tomarme en cuenta en tus decisiones.

—Te escucho y me parece oír al Federico terriblemente machista con el que me casé, ese que quería controlarme la vida y darme ordenes. —negó decepcionada. —Yo pensé que habías cambiado, que ya no volverías a comportarte así, pero veo que me equivoqué.

—Claro que he cambiado, Cristina, no puedes negar que soy muy distinto a como solía ser.

—Pues perdóname, pero en este momento te estás comportando tal como lo hacías en aquel entonces.

—Te equivocas, yo contigo soy cariñoso, amoroso y siento que hasta cursi a veces, antes no era así, te trato bien, me preocupo por ti, por nuestros hijos, quiero que todos estén bien. —resopló. —El Federico de antes jamás se hubiera comportado como lo hago hoy.

—Tienes razón en que hay muchos aspectos en los que has cambiado por completo, lo admito y me da gusto darme cuenta que en ese sentido no eres igual que antes. Pero en cuanto a tu comportamiento machista, estás siendo igual de intransigente que cuando nos casamos… y ese Federico no me gusta. —dio media vuelta y dejó el cepillo que tenía en la mano sobre el tocador, después caminó lentamente hasta la puerta y antes de salir le habló. —El plan de ir a la cascada sigue en pie, se lo prometimos ya a los niños y no vamos a fallarles, además es el cumpleaños de Fede y quiero celebrarlo. Pero espero que ir allá te ayude a pensar si quieres poner en juego la felicidad que tenemos, por no ceder un poco y entender que yo también tengo derecho a tomar mis propias decisiones. —y sin decir más salió de la habitación dejando atrás a un Federico muy pensativo.

^^ No mucho tiempo después salían todos juntos rumbo a la cascada, el camino hasta allá estuvo bastante callado a excepción de los niños que hacían alboroto. Los adultos realmente no hablaron nada entre sí en todo el trayecto, y a pesar de que Federico se moría por romper el silencio que había entre los dos, realmente no sabía por dónde empezar ni qué decir. Al llegar a la cascada se bajaron y se acomodaron en la grama cerca del agua, Cristina respondía a todo lo que Carlos Manuel le decía y también le hablaba a sus hijos, pero a su marido no le dirigía la palabra a menos de que fuera totalmente necesario y sin remedio le tocara pedirle algo.

Ya llevaban un rato en el lugar cuando Federico decidió que era momento de hablar, no podían hacer silencio por siempre. Los dos niños más grandes jugaban cerca de allí sobre una manta, y ellos estaban sentados en otra con Fede Jr. recostado sobre el regazo de su madre.

—Cristina, no me gusta que estés enojada conmigo.

—Pues no hagas cosas que provoquen que yo me enoje contigo. —no levantó la cabeza y siguió concentrada en besuquear a su hijo que sobre ella balbuceaba palabras sin mucho sentido y de repente decía mamá o papá entre risitas.

—No hice nada con esa intención.

—Claro que sí las hiciste, querer darme ordenes, por ejemplo.

—No es que quisiera darte ordenes, sólo que no estoy de acuerdo en lo que quieres hacer.

—Ya ves, me estás dando la razón, es lo mismo, el no estar de acuerdo en mis decisiones es casi como si quisieras decirme que puedo y no puedo hacer. —lo escuchó suspirar con fuerza.

—Tú no me entiendes, Cristina.

—El que no me entiende eres tú a mí, Federico. Yo ya tomé una decisión y espero de verdad que tú puedas entenderme y apoyarme, pero si no lo quieres hacer es tu problema y no el mío. —ahora era ella quien suspiraba. —Y mira si vas a seguir hablando del mismo tema, pues es mejor que ya no me dirijas la palabra, no quiero que este día se amargue, es muy importante para mí y para todos, sobre todo para Fede. —le besó la carita. —¿Verdad, mi vida? —oyó que su hijo balbuceó y después se lanzó sobre su pecho para regalarle uno de esos abrazos que la hacían derretirse.

Federico miró la escena con una sonrisa, las dos personas que más amaba en el mundo estaban allí frente a él. ¿De verdad quería arriesgar tanta dicha por mantener esa postura de macho con la que fue criado? La respuesta era no, y sin embargo, había algo que no lo dejaba ceder del todo, ser machista era su naturaleza, e ir contra ella le iba a costar demasiado. Internamente maldijo a su alcohólico padre y a su madre ausente, ellos tenían la culpa de que él fuese como era, y la única que podía salvarlo de ese infierno de pasado era Cristina. Porque si bien era cierto que en muchos aspectos había cambiado, todavía quedaban unos cuantos en los que seguía siendo el mismo Federico de antes, y necesitaba el amor de su mujer para renovarse por completo.

Hubo silencio durante algunos minutos, Cristina siguió jugando con su niño mientras Federico vigilaba a los otros dos pequeños que sobre una frazada se reían felices y ajenos a los problemas de lo adultos. Después de un rato él volvió a romper el hielo y le habló al tiempo que le tomaba una mano para entrelazarla entre sus dedos.

—¿Sabes qué recuerdo tengo de este día hace un año, aparte de que nació Fede?

—¿Cuál? —le respondió ella luego de pensarlo un poco, no estaba segura de querer seguir hablando con él porque lo que menos quería era volver a discutir, pero esta vez su marido sonaba relajado.

—Ese día fue la primera vez que nos besamos, que tú correspondiste a un beso mío y me besaste con el mismo deseo que yo sentía.

Cristina sonrió un poco recordando aquel primer beso que habían compartido, sin duda a partir de ese instante todo había cambiado en su vida. No sólo nació su pequeño tesoro, sino que su corazón comenzó a sentir por ese hombre que un día odió, un sentimiento totalmente nuevo e inesperado para ella.

*Flashback*

—Cristina… ¿sabes lo único que faltaría para que este momento fuera perfecto? —acortó la distancia entre ellos, ella no le contestó. —Que tú me dieras una oportunidad, la oportunidad de darte mi amor y recibir el tuyo.
—Federico te dije que…
—Shhh. —la acalló poniendo sus labios suavemente sobre los de ella. —Nada podría hacer este instante más inolvidable para mí que si pudiera besarte. —sus labios se rozaron.
—Por favor, no lo hagas. —abrió un momento los ojos para después volver a cerrarlos.
—Eso es lo que siempre me pides, pero hoy yo te pido a ti que por favor, me dejes hacerlo.
Cristina tragó sin encontrar saliva para hacerlo, cuando los labios de Federico se posaron completamente sobre los de ella, su cabeza giró como si hubiera caído en un espiral que no paraba de moverse. Su sentido común había abandonado su cuerpo por completo, el corazón le palpitaba a un ritmo preocupante, las manos le temblaban y todo su cuerpo se había convertido en una especie de gelatina inestable. Entre ambos cuerpos dormía su hijo, quien no sólo representaba una nueva vida, sino los cambios que con ella vendrían. Cristina no supo por qué, pero ya no volvió a abrir los ojos, en cambio, separó sus labios permitiendo la invasión de aquella boca y sencillamente se dejó hacer. No pasó mucho rato cuando por primera vez se encontró a sí misma correspondiéndole el beso a Federico.

*Fin del flashback*

—Ese día sin darme cuenta comencé a permitirle a mi corazón que sintiera cosas totalmente nuevas por ti. En aquel entonces no quise aceptarlo de inmediato, pero me estaba enamorando sin remedio de ti. Comencé a amarte negada a hacerlo, hasta que ya no lo pude evitar y te quise como te sigo queriendo hoy. —sus manos seguían unidas, Federico apretó los pequeños y delicados dedos de ella entre los suyos para que no se fuese a soltar del agarre.

—¿De verdad me sigues amando a pesar de que soy un machista y te hago enojar? —preguntó con voz algo apenada; la vio sonreír.

—Federico, el amor no se acaba porque estés enojado con la persona, incluso si te dan ganas hasta de agarrarlo a cachetadas para hacerla reaccionar, aún así la sigues amando. Mi amor, yo te amo, te amo con todas mis fuerzas, y si me frustro por tu actitud es precisamente por eso, porque te quiero demasiado y me duele que tengamos problemas y no podamos entendernos.

—Yo siempre creí que si hacía las cosas mal, ya no merecía que nadie me quisiera.

—Pues no es así, tú te has equivocado mucho, y tal vez hasta sigues haciéndolo sin darte cuenta, pero eso no significa que valgas menos o que merezcas menos cariño. —en esta ocasión fue ella la que apretó los dedos masculinos con los propios. —Sabes, a pesar de todo yo sigo teniendo fe en ti, sé que algún día vas a cambiar por completo, o por lo menos vas a ceder en aquellas cosas que verdaderamente hagan falta. Tampoco quisiera cambiarte y que dejes de ser quien eres, me gustas y te amo con todos tus defectos, pero estoy segura que un día tú mismo vas a darte cuenta que a veces hay que dar el brazo a torcer un poquito.

—¿Entonces sigo siendo tu amor? —se acercó a su boca, entremedio de ellos Fede Jr. balbuceaba una que otra palabra y no todas hacían sentido.

—Claro que sí, eres mi amor terco, obstinado, gruñón, y te adoro, mi vida a tu lado es más de lo que yo esperaba. —sus labios rozaban. —Por eso quiero que me entiendas y me apoyes en mis decisiones, Federico, tú y yo tenemos que ser un equipo, nuestros hijos nos necesitan juntos, felices, amándonos. ¿De verdad vamos a arruinar lo que hemos construido hasta ahora por no ponernos de acuerdo en algo?

—No. —dijo después de pensarlo un poco.

Cuando estuvieron a nada de comerse las bocas y arreglar sus problemas a punta de besos, Carlos Manuel vino corriendo con María del Carmen para pedirles permiso de entrar al agua.

—El permiso lo tienen, pero obviamente no pueden entrar solos, así que espérenos para entrar todos juntos.

—Está bien, tío. —se alejó un poco con la niña que no le soltaba la mano, se habían hecho muy unidos en los últimos meses desde que Carlos Manuel se había vuelto parte de la familia.

—Creo que tenemos que dejar esta conversación para después. —comentó ella con una sonrisa.

—Y los besos también. —se lamentó él.

—Así es. —se incorporó con cuidado sin soltar a Fede y sintió que su marido hacía lo mismo, segundos después tenía esos labios tibios que tanto le encantaban sobre los suyos besuqueándola con calma.

—No creo poder esperar tanto, necesito al menos una probadita. —susurró sin despegarse de su boca.

—Federico, los niños nos deben estar viendo.

Él echó una ojeada a su alrededor, y efectivamente desde el más pequeño que estaba en brazos de su madre, hasta los dos más grandes que esperaban por ambos cerca de allí, los miraban con ojos curiosos mientras ellos se besaban con ternura.

—Que bueno, así podrán darse cuenta de que sus padres se aman a pesar de todos los problemas que puedan tener. —los dos sonrieron boca contra boca. —Te amo, Cristina.

—Y yo a ti, Federico.

>>> Prácticamente se les fue el día entero en la cascada, allí rieron, jugaron, se metieron al agua un buen rato, después hicieron sobre unas mantas una especie de picnic y lo pasaron increíble. Cristina y Federico todavía tenían mucho que resolver, sin embargo, ya parecían haber dejado el enojo atrás, pues se la pasaron besándose y diciéndose cosas bonitas durante todo el día. Al caer la tarde regresaron a la casa donde los esperaba un pastel que doña Consuelo y las empleadas habían horneado para el cumpleañero.

—Mira Fede, es un pastel de chocolate, tu favorito. —le decía su padre mientras lo llevaba en brazos en dirección a la mesa donde se encontraba el pastel.

—Muchas felicidades, mi niño. —comentaba una de las empleadas de confianza al tiempo que encendían las velas.

Entre todos le cantaron y lo felicitaron, al final lo ayudaron a soplar las velas y lo llenaron de besos. Federiquito aplaudía sin entender del todo lo que estaba pasando, pero no se podía negar que estaba feliz, su carita de alegría lo decía todo. Ese primer año de vida había sido muy bonito, y en gran parte era gracias a sus padres que día a día hacían todo para verlo contento.

—¿Ya se durmió? —preguntó Cristina poco después de que lo acostaran en su cuna, ya era un poco tarde y todos en la casa se disponían a dormir luego de haber pasado una tarde muy agradable.

—Sí, cayó rendido, hoy durante el día no tuvo sus siestas como de costumbre y con todo lo que jugó ya estaba agotado el pobre. —vio que su esposa sonreía, pero pronto su expresión se volvió nostálgica y la escuchó suspirar. —¿Qué te pasa, mi vida?

—Me da tristeza no poder verlo, todos los días me imagino su carita, intento formarla en mi mente, inventar sus facciones, su sonrisita, imaginar sus ojos… pero no puedo, de repente todo pensamiento se pone negro otra vez y no logro tener una idea de cómo es. —pasaba su mano con lentitud sobre la carita de su hijo que yacía dormido cerca de ellos.

—Cristina… —suspiró sin saber bien qué decir, pues no había una forma exacta de consolar a alguien ante una situación como esa. —Ven. —optó por simplemente darle su apoyo abrazándola con fuerza y transmitiéndole todo su amor, ella se refugió en sus brazos y lloró durante algunos minutos.

—Me frustra saber que nunca voy a poder ver el rostro de mis hijos. —sollozó. —Ni el tuyo, Federico.

—No digas eso, quizás algún puedes operarte y recuperar la vista.

—No. —dijo con firmeza. —Esas operaciones no garantizan que pueda recuperar la vista, algo puede salir mal o simplemente puede no resultar. Yo no quisiera hacerme ilusiones con eso, así que mejor no pienso en esa posibilidad.

—Pero, Cristina…

—No, Federico, no hablemos de eso, además yo ya estoy resignada a estar ciega. Es cierto que a veces me frustro y me da tristeza no poder verlos a ustedes, pero soy realista y sé que esta es la vida que me toca vivir y que estoy condenada a estar así por siempre. —después de esas palabras se produjo un incómodo silencio

—No me gusta escucharte hablar así. —dijo él luego de unos minutos, ella ya había parado su llanto, pero su rostro aún reflejaba tristeza y frustración. —Yo sí creo que algún día vas a volver a ver y tus ojos tan hermosos me van mirar con amor. No puedes ser tan negativa sin antes intentarlo.

A Cristina le sorprendió que su marido hablara así, usualmente era él quien solía tener una actitud más negativa y pesimista, sin embargo, ahora era él quien parecía estar transmitiéndole fuerzas. Sí, ese mismo Federico que en la mañana le decía rotundamente que no estaba de acuerdo en que estudiara y se comportaba como un machista. En definitiva ese hombre tenía dos lados, Cristina conocía ambos, y de ambos se había enamorado irremediablemente.

—¿Por qué eres así, Federico? —se terminó de secar el rastro que habían dejado las lágrimas de minutos atrás.

—¿A qué te refieres? —frunció el ceño.

—A que a veces te comportas tan tierno conmigo, yo diría que la mayor parte del tiempo lo haces, y sin embargo, esta mañana eras otra persona. Te portaste como el peor de los machistas negándote a aceptar la posibilidad de que yo pudiera estudiar y no quisiste entender mis razones para querer hacerlo.

Federico le frotó los brazos, aún continuaban abrazados junto a la cuna de su retoño y ella se perdía en la seguridad y la paz que ese pecho irónicamente le brindaba.

—¿Quieres que te diga la verdad de por qué me molesta que quieras estudiar?

—Sí, dime para ver si puedo entender tu negativa.

—Porque estoy celoso, Cristina, porque me muero de celos y rabia de sólo pensar que puedes conocer a otro hombre que te aleje de mí.

—¿Pero por qué piensas eso, Federico? —arrugó el entrecejo y levantó un momento la cabeza de su pecho.  —Yo te amo, no tengo motivos ni razones para querer estar con alguien más.

—Yo sé que no te merezco, es por eso que me siento inseguro. Tú has sido muy buena en perdonarme, en aceptarme a pesar de todo el daño que te he hecho, pero estoy seguro que si conoces a alguien mejor que yo, no dudarías ni un segundo en dejarme. Y yo no podría soportar eso, Cristina, no podría vivir sin ti.

Ella negó con la cabeza sorprendida por descubrir el nivel de inseguridad se su marido. Que poco se valoraba a sí mismo, pensó, le daba mucha pena que fuera así, pues él a pesar de sus errores y defectos, también había demostrado tener un lado humano y totalmente diferente al Federico tosco y machista que todos conocían.

—Estás equivocado. ¿Tú sabes por qué yo sigo a tu lado y decidí olvidar el pasado y entregarme a ti por completo?

—¿Por qué?

—Porque me has demostrado que puedes ser mucho más que un macho prepotente y un hombre que sólo quiere gobernar a su mujer. Yo he sentido un cambio en ti que nunca creí que podría darse, por eso me sorprendiste esta mañana con tu actitud, porque ese Federico es muy distinto a este que me abraza, que me consuela, que me dice cosas bonitas. —acarició sus mejillas con las dos manos y acercó su boca a la de él. —Mi amor, nunca pienses que voy a dejarte, si no lo he hecho hasta ahora, no lo voy a hacer nunca. A mí me gusta estar a tu lado, me encanta tu compañía y te amo sin importar nada, ni tus defectos o los errores que cometiste en el pasado. ¿Me crees? —comenzó un beso lento, tierno, amoroso y lleno de dulzura al cual él no dudó en corresponder.

—Te creo. —se besaban con suavidad, pero pronto el contacto pasó de ser dulce a convertirse en algo totalmente pasional, tanto que Federico terminó cargando a Cristina para que juntos salieran del cuarto y así poder llevarla al de ambos y allí besarla con mayor libertad.

—Hazme el amor, Federico. —le pidió cuando estuvieron completamente a solas en la intimidad de su habitación.

—Estoy deseando hacerlo desde temprano. —caminó con ella en brazos hasta la cama y con prisa la depositó en el colchón para subirse sobre ella y continuar comiéndole la boca y poco después el cuello.

—¿Vas a permitir que estudie? —le preguntó pasados un par de minutos, él le acariciaba las piernas y le succionaba un pezón que había dejado libre al remover hacia un lado la tela de su sostén y del vestido.

—No hablemos de eso ahora. —dijo con la boca literalmente llena, pues devoraba aquel pecho con hambre.

—Sólo dime… —volteando de repente para quedar sobre él y besarlo a sus anchas, también había comenzado a hacer un movimiento de fricción que provocaba que sus cuerpos se frotaran exquisitamente aun con la ropa de por medio.

Él pensó en lo lista que era ella en manipularlo de aquella manera tan sensual, pues era obvio que bajo ese cuerpo tan perfecto y siendo atacado por sus besos, no había nada a lo que pudiera negarse.

—Lo voy a pensar. —aceptó luego de algunos besos.

—Me conformo con eso por ahora. —se incorporó y rápidamente se deshizo de su vestido quedando únicamente en ropa interior.

—Cristina, me encantas. —la hizo voltear para ser él quien nuevamente quedara sobre ella. —Me fascina que seas tan mía.

—Sí, Federico, soy tuya, nunca lo dudes.

En poco tiempo la ropa interior de Cristina desapareció y terminó tirada en el suelo cerca de la cama, del mismo modo acabó la de Federico esparcida por todas partes. Cuando estuvieron completamente desnudos y se sintieron piel contra piel, acabaron por dejar atrás todos los malos entendidos y se dedicaron solamente a amar, pues ya nada más importaba en ese momento.

—Hazlo, Federico. —con las piernas abiertas de par en par le suplicó que entrara en ella.

Él abandonó el ataque que le hacía en sus senos y subió hasta su boca para juntar su lengua con la de ella. Mientras se besaban fue entrando en aquella húmeda cueva que esperaba ansiosa por la invasión. Cristina gimió al sentirlo tan adentro y se aferró a él como si la vida se le fuera en eso. Federico no tardó en comenzar un vaivén de caderas que aunque al comienzo fue lento, pronto se volvió algo salvaje y totalmente ardiente. Afuera la noche estaba en calma y la luna brillaba como nunca, mientras que en aquella habitación se escuchaba el ligero rechinar de la cama y el exquisito golpeteo de dos pieles que se entregaban sin reservas. Un explosivo orgasmo no demoró demasiado en llegar, ambos cuerpos se retorcieron en placer y unieron sus bocas para sellar aquel encuentro. Cuando todo acabó, Cristina se recostó en el pecho de su marido y sonrió ligeramente.

—¿De qué te ríes? —preguntó admirando esa hermosa sonrisa que tanto amaba.

—Es que estaba pensando en lo difícil que es lidiar contigo a veces. Eres tan complicado, Federico, cambias constantemente tu actitud y tu trato, algunas veces eres cariñoso, atento, pero luego algo no te gusta y te conviertes de nuevo en un ogro machista y terco. —dejó escapar una pequeña carcajada que lo contagió a él y los dos terminaron riéndose como tontos.

—Bueno, así soy, pero batallo para no dejar salir tanto ese lado.

—Esta mañana vaya que lo dejaste salir.

—Sí, pero tú eres testaruda también y te pones histérica cuando te llevo la contraria, y esta mañana me dejaste claro que no ibas a permitir que te dijera lo que podías y no podías hacer. Así que si se trata de tercos, creo que los dos tenemos algo de eso.

—Pues sí, esto es parejo, mi amor. —sonrió otra vez y él sintió que se derretía con tanta belleza ante sus ojos.

—Te amo, Cristina, eres tan perfecta. ¿Sabes qué quiero? —la haló para que quedara recostada por completo sobre él.

—¿Qué? —lo sintió removerse bajo su cuerpo y acariciar sus nalgas desnudas. —¿De nuevo? ¿Tan rápido?

—De nuevo. Y nunca es demasiado pronto para amar.
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Pasaron unos cuantos días después de ese, finalmente Federico aceptó la idea de que Cristina quisiera estudiar, aunque era obvio que aún tenía sus reservas. Si terminó cediendo fue por la insistencia de su mujer y no porque de verdad le pareciera bien lo que ella quería hacer. Bien dicen por ahí que hay quienes tienen genio y figura hasta la sepultura, él era un machista y difícilmente dejaría de serlo del todo algún día. Pero Cristina poco a poco lo iba domesticando con mucho amor y noches llenas de pasión que terminaban de convencerlo de lo que fuera.

^^ Esa mañana iban juntos a una universidad en Villahermosa, Cristina había estado averiguando posibles escuelas y alguien le había recomendado ir a esa facultad a pedir informes. Por supuesto Federico insistió en acompañarla por dos razones, la primera, porque sabía que necesitaría ayuda para moverse de un lado a otro, y la segunda, porque quería echarle un ojo al lugar que posiblemente su mujer tendría que visitar constantemente… y por qué no, también para ver las posibles amenazas de hombres que quisieran poner su mirada sobre su esposa.

—Creo que hay que ir al mostrador que está allá para preguntar. —le comentó Federico a su mujer mientras caminaban del brazo por un pasillo del lugar.

—Sí, llamé ayer temprano y me dieron una cita para explicarme un poco sobre los distintos cursos y demás.

—¿Y cómo vas a decidirte por alguna carrera si todavía no tienes idea de lo que quieres estudiar?

—Bueno, sí tengo en mente algunas cosas, pero para eso vengo a informarme, así cuando me expliquen un poco sobre las materias, pues puedo tomar una decisión.

—Yo sigo pensando que esto es una pérdida de tiempo. —la vio hacer una mueca de disgusto. —Pero está bien, te dije que te iba a apoyar y eso intentaré hacer.

—Más te vale eh, porque si no, me voy a enojar contigo y te voy a mandar de vuelta a tu antigua habitación a dormir solito.

—Que chantajista me saliste. —rió un poco.

—Aprendí del mejor no… —ella también rió y se abrazó a él, ya estaban frente al mostrador donde una secretaria los recibía.

No tardaron en ser pasados a una oficina donde esperaron un rato por el director del departamento de admisiones. Cuando este ingresó al despacho y se sentó frente al escritorio no pudo evitar mirar a Cristina con algo de interés. Era sin duda bellísima, y aunque tanto ella como el hombre de sombrero que la acompañaba se veían que venían de campo, la mujer tenía gracia y elegancia por naturaleza, lo cual no pasó inadvertido ante sus ojos. La reunión duró un rato y el hombre explicó los distintos programas y cursos que allí se ofrecían, también le contó a Cristina que tenían acomodo razonable y ayuda especial para personas que tuvieran alguna necesidad como ella con su invidencia. Cristina quedó satisfecha con todo lo que escuchó y pudo tener el panorama más claro de lo que quería hacer, aun así quedó en que lo pensaría y ya cuando estuviera decidida en una carrera regresaría para inscribirse.

Luego de que salieran de la universidad aprovecharon para ir almorzar algo juntos ya que habían sacado el día para ellos y los niños estaban en la hacienda al cuidado de su abuela. Cristina había notado muy serio y callado a Federico en todo el trayecto desde la facultad hasta el lugar donde ahora se sentaban a comer, y a decir verdad no entendía qué le pasaba.

—Mi amor, has estado muy callado, ¿qué te pasa?

—Nada, Cristina.

—Federico, algo te pasa, te conozco, estás serio y no me dices nada. Por favor, dime por qué estás así, ¿estás enojado por algo?

—Sí, estoy enojado porque no quiero que estudies, no me gusta la idea de que vayas a esa universidad.

Cristina detuvo el vaso con jugo que se llevaba a la boca y suspiró frustrada.

—¿Otra vez con lo mismo? Pensé que ya habíamos quedado en algo, que me ibas a apoyar.

—Sí, pero cambié de opinión y ya.

—Pues, perdóname, pero no lo acepto, explícame por qué de repente cambias así de opinión y sales con una cosa después de haber dicho otra.

—Porque no estoy dispuesto a aguantar que otros hombres te miren o se te acerquen.

—¿De qué hablas? —frunció el ceño.

—Del tipejo ese que nos atendió en la universidad, no dejaba de mirarte, y lo peor es que no disimulaba ni por el hecho de que yo, tu marido, estuviese ahí contigo.

—Eso no es cierto, Federico, por favor.

—¿Tú qué sabes, Cristina? No puedes ver, eres ciega, no viste lo que yo vi.

Ella contuvo un poco de aire en sus pulmones enojándose de inmediato, él lo notó y entonces fue consciente de lo cruel de su comentario.

—Perdóname, no quise decirlo de esa manera.

—Pero lo dijiste, como siempre, abres la boca sin pensar y me ofendes. —resopló molesta. —Mira, Federico, es cierto que yo no veo, que soy una ciega y que no sé si ese hombre me estaba mirando o no, pero me parece que estás exagerando, no creo que me haya estado mirando tanto como dices.

—Pues te equivocas, te comía con la mirada, parecía que tenía ganas de cogerte allí mismo.

—Federico, cállate. ¡Por Dios! —bajó la cabeza apenada porque imaginó que había gente a su alrededor que seguramente volteó a verlos por el tono de voz en el que su marido hablaba.

—Cristina, no quiero que estudies en esa universidad.

—Lo voy a hacer te guste o no.

—No me retes y no me lleves la contraria.

—No me retes tú a mí, Federico. —se puso de pie sin importar llamar la atención de otras personas cerca de allí. —Yo ya tomé mi decisión... o la respetas o aquí se acaba nuestro matrimonio.

Él se sorprendió al escucharla decir aquello, varios ojos se posaban sobre ellos y fue en ese momento que se sintió apenado. Algunas personas que estaban cerca habían escuchado perfectamente lo que Cristina había dicho y parecían asentir con la cabeza como si apoyaran lo que le dijo.

—Siéntate, Cristina, por favor. —dijo en un tono de voz más calmado, pero lo que de verdad quería era que la tierra se lo tragara.

—No, ya se me quitó el hambre y las ganas de comer contigo, vámonos, quiero irme a la hacienda.

—Pero...

—Por favor, Federico, de verdad me quiero ir. —decía con voz dura.

—Está bien. —dejó unos billetes sobre la mesa y la tomó ligeramente del brazo para ayudarla a caminar hacia la salida, una vez estuvieron en la camioneta ella se soltó bruscamente y no permitió que volviera a tocarla.

—Cristina, háblame por favor. —luego de todo el camino hasta la hacienda en un completo silencio, finalmente él rompió con aquel mutismo y decidió hablarle cuando estuvieron aparcados frente a la casa.

—No, Federico, me voy a bajar, no me interesa hablar nada contigo. —abrió la puerta y se bajó enojada, antes de cerrar e irse le hizo una advertencia a su marido. —Espero que pienses muy bien en tu actitud de hoy, es la segunda vez que me armas un pancho como el de hace rato e intentas darme ordenes. Uno más no te lo paso, lo que te dije en el restaurante es cierto, o respetas mis decisiones o sólo vas a conseguir que yo tome otra decisión muy drástica respecto a nuestra relación. Tú decides si quieres ponerlo todo en juego, Federico. Ah, y de una vez te advierto que esta noche no te quiero durmiendo en mi habitación.

—Es mi habitación también.

—Pues si quieres te la dejo y me voy a otra yo, pero contigo no pienso dormir hasta que no cambies tu actitud.

Sin más, caminó hasta la entrada de la casa que ya tenía medida a la perfección y subió de inmediato a saludar a sus hijos y después se encerró en su recámara. Doña Consuelo le cuestionó qué le pasaba, pero su hija no quiso darle explicaciones y simplemente le dijo que estaba de malhumor. La señora rubia no dijo nada, pero se imaginó que el coraje de su hija tenía que ver con Federico y con el deseo que tenía ella de estudiar. Sabía que esa situación les iba a traer problemas, pues un hombre como él nunca iba a entender las razones de Cristina en querer hacer algo más con su vida que cuidar de su marido y de sus hijos.

>>> Tal como Cristina le había advertido a Federico, esa noche no lo aceptó en su habitación, de hecho, apenas volvió a dirigirle la palabra desde temprano. Al parecer su enojo iba en serio, pensaba él, y ella no pretendía hablare hasta que él accediera a su empeño de inscribirse en la universidad.
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Cuando los días comenzaron a pasar y Federico vio que el coraje de su mujer ya se había extendido demasiado, comenzó a preocuparse de verdad. Casi no le había hablado en esos días, no dormían juntos y si cruzaban alguna palabra era para discutir y reclamarse cosas de parte y parte. Él ya no sabía qué hacer para conseguir que ella dejara de estar tan enojada, además sabía que también estaba sentida y hasta ofendida por el comentario que sin querer él había hecho aquel día en el restaurante. Haberle recordado de forma tan brusca que ella no podía ver porque era ciega, había sido un golpe bastante bajo de su parte y ahora no sabía cómo enmendar esa metida de pata que había tenido.

Lo estuvo pensando mucho, buscando una manera de arreglar su error y también de hacerle ver que la amaba y estaba dispuesto a todo por ella, hasta ceder en ciertas cosas con las que no estaba de acuerdo. Pero quería que fuera más allá de simplemente apoyarla con el asunto de los estudios, deseaba demostrarle que por ella él era capaz de incluso perder su orgullo de macho celoso y posesivo. Fue por eso que un día decidió hacer una visita a una persona que ya antes había pensado en ir a ver. Alguien que demostraba lo desesperado que debía estar Federico, pues para haber tenido el valor de buscarle, únicamente podía deberse a una angustia total de su parte.

—¿El señor Rivero, me dice? —el galeno levantó la vista de los papeles que revisaba y se quedó atónito ante lo que su secretaria le decía.

—Así es, el señor Federico Rivero.

—¿Y pidió hablar conmigo o no sabe que yo soy el médico de turno?

—Sí lo sabe, pidió hablar exclusivamente con usted, doctor Robles.

—Bueno, pues hágalo pasar. —se acomodó mejor en su silla y espero inquieto y desconcertado la llegada de Rivero.

—¿Qué tal, doctorcito? —fue el saludo que Federico le hizo al entrar al consultorio y luego de sentarse frente al escritorio sin ser invitado a hacerlo.

—Señor Rivero, me sorprende un poco su visita, ¿en qué le puedo ayudar? ¿Le pasó algo a Cristina o a sus hijos?

—No, ellos están bien, pero sí vengo a hablarte de Cristina.

—¿De qué se trata? —sin entender todavía el motivo de la visita de ese hombre que era claro que lo detestaba y que en repetidas ocasiones le había mostrado su antipatía.

—Mira, doctor, voy a ir al grano y sin rodeos… quiero pedirte algo importante porque yo sé que mi mujer te interesa y que tú harías cualquier cosa por ella.

El médico carraspeó su garganta sintiéndose de repente incómodo y un poco confundido con sus palabras.

—No entiendo…

—Lo que escuchaste, yo sé perfectamente lo que sientes por mi esposa y sé que harías hasta lo imposible por ayudarla.

—¿Por ayudarla a qué? Explíquese por favor.

—Quiero que Cristina se opere y que tú que dices ser tan buen médico le devuelvas la vista a mi mujer.

Hubo silencio. Algunos segundos llenos de incomodidad transcurrieron en aquella oficina. Ángel Luis sorprendido ante la petición de Federico, lo pensó un poco antes de dar una respuesta.

—Yo nunca he dicho que soy buen médico, me gusta lo que hago y realizo mi trabajo lo mejor posible, pero jamás presumiría de mis capacidades.

—Pero te consideras un buen doctor, ¿o no?

—He estudiado y me he preparado para algo, y sí, creo que soy capaz de hacer bien mi labor, pero yo todavía no culmino del todo mi especialidad en neuroftalmología.

—¿Eso quiere decir que todavía no puedes operar a nadie?

—Exactamente. Puedo ser parte de una operación y asistir a un superior de la rama, pero no sería yo quien operara.

—¿Y sí puedes conseguir quien lo haga?

—Por supuesto, pero quisiera saber si Cristina está de acuerdo en someterse a una operación tan riesgosa.

—Ella dice que no, que no quisiera tener que pasar por un proceso así ni hacerse ilusiones, pero una vez tú mismo dijiste que algún día ella podría operarse y recuperar la vista.

—Sí, pero también le dije que eso sería posible en un futuro, ya que hoy día esas operaciones no son al cien porciento seguras ni garantizan un completo éxito.

—¿O sea que si se opera, de todos modos no volvería a ver?

—No estoy diciendo eso, siempre hay un porcentaje de que se logre el objetivo de la intervención, pero en este tipo de operación es muy bajo. Además de ser un procedimiento riesgoso para quien se la realice.

—¿Y eso por qué? ¿Acaso ustedes como medicuchos no saben hacer bien su trabajo?

—No se trata de eso, señor Rivero, todo tipo de operación por sencilla que sea conlleva riesgos, pero ésta mucho más debido a la ubicación de los nervios que tendríamos que tocar. Aparte de eso, corremos el peligro de dañar otras terminaciones nerviosas circundantes.

—¿Circun… qué? —arrugaba el entrecejo.

—Que estén cerca de las que queremos operar. Vamos, que se pueden dañar otras cosas por querer reparar una.

—Ya entiendo, ¿pero aun así hay posibilidad de que Cristina vuelva a ver?

—La hay, pero si quiere que le sea totalmente honesto, yo no recomendaría realizar esta operación ahora.

—¿Por qué?

—Porque es más alto el porcentaje de que falle, que el de tener éxito.

Federico suspiró y se pasó las manos por la cara frustrado. No podía creer lo que el médico le decía, acababa de derrumbar sus ilusiones con unas pocas palabras.

—Yo necesito que Cristina vuelva a ver. —dijo desesperado.

—¿Por qué hace esto, señor Rivero?

—¿De qué hablas?

—De su insistencia en que Cristina se opere.

—Lo hago porque es mi esposa, es lógico que yo quiera lo mejor para ella.

—Sí, pero le estoy diciendo que en este momento lo mejor para ella sería no operarse. —se ponía de pie para caminar de un lado a otro tras el escritorio. —Mire, Federico, como hombre me encantaría hacer todo por Cristina y devolverle la luz que sus ojos tanto añoran, pero como médico tengo que ser realista y honesto con mis propios conocimientos.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que la decisión de operarse debe ser únicamente de Cristina, ella tendría que decidir luego de que tuviera la información completa con los pros y los contras de esta operación. Yo tendría que pedirle a unos colegas que me informaran bien sobre el tema y después analizar juntos su caso en particular. De esa manera podría hablar con Cristina para ver qué piensa. —se quedó callado un momento. —A donde quiero llegar, señor Rivero, es que esa decisión tan importante no estaría en sus manos, sino en las de ella. Por muy marido suyo que usted sea, no puede decidir en la vida de Cristina. Ella piensa por sí sola, decide por sí misma y es lo suficientemente capaz de tomar las riendas de su vida.

Federico se puso de pie y se colocó las manos en las caderas en una pose sumamente varonil. Su mirada furiosa parecía querer atravesar al galeno de un lado a otro.

—¿Qué estás insinuando, imbécil, que yo obligo a mi mujer a hacer las cosas? ¿Que la quiero forzar a que se opere?

—Eso no fue lo que dije, allá usted si lo interpreta de esa forma. Lo que quise decir es que esta conversación la deberíamos estar teniendo frente a Cristina, puesto que nadie debe decidir sobre su cuerpo, y menos tratándose de algo tan serio como esto.

—La verdad que no sé para qué vine. —se ponía su sombrero. —Mejor olvida que lo hice, y si no quieres ayudar a mi mujer, pues mejor para mí, ya que pensándolo bien no te quiero cerca de ella.

—Pues lo lamento, Federico, porque pienso ir a hablar con ella y le voy a comentar sobre esto. Y si Cristina quisiera operarse yo la apoyaría, pero sólo cuando ella tenga conocimiento de lo puede salir bien y de lo que podría salir mal.

—Claro y me imagino que le dirás que la idea es tuya y que quieres lo mejor para ella, cuando hace un rato me decías que lo mejor era que no se operara.

—No, fíjese que le diré que usted vino a verme y que tiene el deseo de ayudarla, pero también le diré lo que pienso al respecto. Esa es la diferencia entre usted y yo, Rivero, a mí no me interesa vanagloriarme ante Cristina ni tener el crédito de nada. Si ella está feliz, yo también lo estoy… porque amo a esa mujer más de lo que tú podrías llegar a hacerlo. —había hecho especial énfasis en la palabra , provocando así la rabia de Federico.

No hace falta decir lo que pasó después de esas palabras, pues el moretón que quedó en la mejilla izquierda de Ángel Luis lo decía todo.

>>>
Federico salió del hospital del pueblo hecho una furia y llegó a la hacienda maldiciendo y reventando cada puerta que encontraba a su paso. Cuando subió a la planta alta de la casa y entró a la habitación que había estado ocupando los últimos días, aventó la puerta con tanta fuerza que llamó la atención de Cristina que estaba en la recámara de junto que era la de Federico Jr.

—¿Se puede saber qué te pasa, Federico? Tu hijo estaba durmiendo y lo despertaste con ese escándalo. —entraba al cuarto con el niño en brazos, éste lloraba a todo pulmón porque lo habían sacado de su siesta de media tarde. —Ya, mi vida, no llores, no pasó nada, mamá está aquí contigo. —le decía mientras lo abrazaba. —Lo asustaste, mira como está.

—Perdón, esa no era mi intención. —hacía un esfuerzo por tranquilizarle un poco para tomar al niño en brazos y que ya no siguiera llorando.

—No, si tú nunca tienes intención de hacer nada malo, pero eres tan bruto que no mides jamás lo que dices o lo que haces.

—Tienes razón, soy un bruto, no sé cómo ser diferente, Cristina, lo he intentado, pero simplemente no puedo cambiar. Soy como soy y creo que tú te mereces algo mejor que esto.

—¿Por qué dices eso ahora?

—Porque es la verdad, todo mundo lo piensa... hasta tú. —sonrió amargo. —Y hasta el imbécil de Robles me lo dijo. —murmuró por lo bajo, pero ella alcanzó a escucharlo.

—¿Robles? —desconcertada. —¿Hablas de Ángel Luis?

—Sí, fui a verlo hoy.

—¿Tú? —ahora sí que estaba confundida. —¿Y para qué?

—Fui de idiota a pedirle que hiciera algo por ti, le dije que quería que te operara para que volvieras a ver, y el muy estúpido sólo se encargó de restregarme su amor por ti e insinuó que él te amaba más que yo. —parecía indignado. —Como si estuviese dentro de mí para saber lo que siento. Él no sabe lo mucho que tú me importas y lo que me duele que estemos distanciados desde hace días.

—Pues para dolerte mucho, no has hecho nada para enmendar eso.

—¿Que no he hecho nada? ¿Te parece poco dejar mi orgullo e ir a ver a ese estúpido por ti?

—¿Por mí o por ti, Federico?

Él no entendía nada, frunció su rostro e hizo una expresión de desconcierto. Sobre sus brazos dormía Fede que había dejado que el sueño lo venciera nuevamente. Federico padre lo depositó en la cama y dejó que durmiera tranquilo mientras él se llevaba a Cristina a un rincón para cuestionarla.

—¿Me quieres explicar de qué estás hablando?

—Mejor dime tú si fuiste a pedirle a Ángel Luis que me operara porque te sientes culpable de recordarme a cada rato que soy una ciega que no puede ver nada de lo que pasa a su alrededor.

—No puedo creer que digas eso. ¿Tan poco crees que me importas? ¿Acaso piensas que a mí no me duele que tus ojos estén llenos de oscuridad, que no puedan ver los míos mientras hacemos el amor o nos decimos el cariño que nos tenemos? No sabes nada, Cristina, quizás yo parezca un hombre sin sentimientos, pero no hay otra cosa que yo añore más que ver tu mirada hacer contacto con la mía. Y sí, yo soy un bruto, digo y hago las cosas sin pensar y después me arrepiento como un estúpido. También soy machista, terco y todas las cosas que siempre me dices, pero te amo de verdad, y todo lo que hago es porque me da tanto miedo perder la única cosa buena que he tenido en mi vida. Tú, Cristina, tú has sido, eres y serás por siempre lo único bonito de esta vida mía.

—Federico… —fue interrumpida por él.

—Pero si a ti te molesta tanto como soy y lo que hago y no te parece suficiente la lucha que tengo conmigo mismo por cambiar, entonces dímelo para irme y dejarte el camino libre. Si de verdad lo que quieres es acabar con nuestro matrimonio como me dijiste aquel día en el restaurante, dilo, y te firmo el divorcio si eso te va a hacer feliz.

Federico la vio derramar una lágrima, y aunque quiso secarla de su mejilla, no lo hizo y mejor se retiró para pensar… o quizá para lamentarse por no poder ser el hombre que una mujer tan maravillosa como Cristina, se merecía.







Gracias infinitas por la paciencia que han tenido esperando este capítulo. No olviden comentar para saber qué les parece la historia. ¿Qué creen que pase ahora con Cristina y Federico? ¿Lograrán resolver sus diferencias? Vuelvo pronto. Besos. ♥

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora