Capítulo Veinticuatro

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María del Carmen seguía gritando mientras su madre permanecía tendida inconsciente en el suelo. Eran tan fuertes los gritos de la niña que llamaron la atención de doña Consuelo que pasaba en ese momento por el pasillo. Al escuchar a la pequeña gritar, corrió desesperada hasta la habitación de su nieta tan solo para quedar boquiabierta al ver a su hija tirada en el piso. Luego de llevarse las manos a la boca intentó salir del trance que le había provocado la situación y se acercó rápidamente a ambas, madre e hija.

—¿Qué le pasó a tu mamá? —le acarició la cabeza a Cristina con una mano sintiéndose terriblemente angustiada.

—No sé, abuelita, estábamos hablando y se puso muy mal y se cayó al piso. —sollozaba. —¿Está muerta?

—¡No! ¡Claro que no! —se apresuró a decir para que la niña ya no se angustiara más. —Está desmayada, pero va a despertar, quédate tranquila. Llama a tu papá, yo voy a buscar alcohol.

—Sí, abuela.

Una vez más los gritos de María del Carmen se escucharon por toda la planta alta de la casa. Federico padre tomaba una siesta junto a su niño cuando escuchó que su hija lo llamaba desesperada.

—¡Papá! ¡Papá! Despierta, por favor.

Federico abrió los ojos de repente y se sentó de golpe, un poco dormido todavía y con una ligera sensación de aturdimiento por el sueño, se puso rápidamente de pie para atender a la pequeña.

—¿Qué pasa?

—Mi mamá, papi, está tirada en el piso, yo creí que estaba muerta, pero dice mi abuelita que está desmayada, pero tengo miedo.

—¿Qué? —si aún quedaba algo de somnolencia en él, se le fue por completo en ese instante.

Los dos corrieron juntos al cuarto de la niña luego de que ella le dijera que allí era donde se encontraba su mamá desmayada. Al entrar a la habitación Federico corrió como un loco hasta su esposa que yacía en el suelo, junto a ella estaba doña Consuelo intentando hacerla reaccionar con un poco de alcohol.

—¿Qué le pasó a Cristina?

—No lo sé, Federico, entré porque escuché a María del Carmen gritar, y la encontré así.

—Estaba hablando conmigo cuando se cayó, papi. —explicó la niña.

—Dios mío, Cristina, reacciona. —cargó a su esposa y la recostó sobre la cama de su hija, su suegra le pasó el algodón con alcohol y él continuó intentando hacerla reaccionar.

—¿Mi mamá va a despertar? —preguntó María del Carmen con lágrimas en los ojos.

En ese momento, y como si no tuvieran ya bastante con que lidiar, apareció en la puerta Federico Jr. que con todo el corre corre había despertado también.

—¿Qué pasa? —preguntó frotándose los ojos e ingresando a la recámara. —¿Por qué mi mami está dormida aquí? —cuestionó sin entender lo que sucedía.

—Niños, vayan abajo con Candelaria, por favor.

—¿Por qué, abuelita? Yo quiero que mi mamá despierte. —sollozó la pequeña.

—¿Mi mamá está enferma? —quiso saber Federiquito al notar que algo raro pasaba.

—No reacciona… —se angustió Federico. —Voy a llamar al doctor Márquez.

—No. —dijo repentinamente doña Consuelo. —Digo, espera un momento, usa un poco más de alcohol. —estaba preocupada por su hija, sí, pero a la vez pensó que el desmayo tendría que ver quizás con el embarazo y sabía que Cristina no querría que Federico se enterara de esa manera.

—¿Cómo me dice que no? Hay que llamar a un médico, mi mujer no despierta y eso no es normal. —preocupado.

Justo en ese instante Cristina murmuró algo sin abrir los ojos; finalmente estaba comenzando a reaccionar. Los niños lloraban a su lado, ya que verdaderamente no entendían lo que sucedía. Luego de algunos segundos, ella al fin abrió sus ojos y aunque obviamente no vio nada a su alrededor, sí logró regresarle el alma al cuerpo a su familia que tanto se había preocupado.

—¿Qué me pasó? —se sentó con la ayuda de su marido.

—Eso quisiera saber yo. —dijo Federico aún preocupado. —Te encontramos aquí tirada en el piso desmayada, María del Carmen estaba contigo cuando te sentiste mal.

Fue entonces que Cristina recordó la conversación que estaba teniendo con su hija y la pregunta que la hizo sentirse como si el mundo girara bajo sus pies. ¿Quién es Diego? Todavía le temblaban las manos sólo de pensar en ese nombre, y más saliendo de los labios de su niña. ¿Cómo era posible que María del Carmen supiera acerca de un hombre llamado Diego? Porque era obvio que se trataba de Diego Hernández, su padre biológico, pero… ¿quién y por qué le había hablado de él?

—Mis amores… —les habló a sus hijos al escucharlos llorar, al parecer se habían preocupado bastante al verla desmayada. —Yo estoy bien, no se preocupen, ya no lloren. —los abrazó a ambos.

—¿De verdad, mami? Te caíste muy feo cuando estábamos hablando.

—Ya lo sé, chiquita, pero te juro que estoy bien. Quédense tranquilos los dos sí, mamá va a estar bien. —los besó a ambos en sus cabecitas y los apretó con fuerza, los adultos miraban la escena con una media sonrisa, pero todavía desconcertados por todo lo sucedido. —Ahora vayan abajo con Candelaria a ver qué está preparando de cenar, por favor.

—Yo los llevo, hija, tranquila. —comentó doña Consuelo al notar que lo que su hija deseaba es que los niños se fueran, era obvio que necesitaba tener una conversación de adultos, y lo más indicado era que la tuviera con su esposo, claro que ella no sabía qué era lo que angustiaba a Cristina.

—Bueno, ya tu mamá se llevó a los niños, ¿ahora sí me vas a decir qué está pasando? Porque presiento que es algo serio, estás temblando como si hubieras sentido un fantasma. —comentó Federico una vez estuvieron solos.

—Algo así fue…

—¿Qué? —frunció el ceño sin entender nada.

—¿Podemos ir a nuestra habitación? Por favor, tenemos que hablar de algo que nunca imaginé que sucedería.

—Está bien. —la ayudó a ponerse de pie ya que la sintió todavía un poco mareada. —Vamos.

Ya solos en la privacidad de su recámara, Federico la vio caminar de un lado a otro y frotarse las manos con angustia. Se acercó a ella y la abrazó haciendo que recostara la cabeza en su pecho.

—¿Qué pasa, mi amor? ¿Quieres que llame al doctor Márquez? ¿Te sientes mal?

—No.

—Creo que estaría bien que lo llamáramos, te desmayaste, eso no es normal.

—No hace falta que lo llamemos, ya estoy mejor, además, sé exactamente por qué me desmayé… fue de la impresión.

—No entiendo. —ahora sí arrugó el entrecejo sin comprender de qué hablaba su esposa.

Cristina suspiró.

—Quise hablar con María del Carmen acerca del comportamiento que ha estado teniendo, y aunque no logré sacarle mucho respecto a eso, sí me preguntó algo que me desconcertó mucho.

—¿Y por eso te desmayaste?

—Sí.

—¿Qué fue lo que te preguntó que te puso mal, mi cielo? Dime, por favor. —le acarició el rostro con ternura.

—Federico… la niña me preguntó que quién era Diego.

—¿Cómo? —se quedó atónito.

—La impresión fue tanta que no lo soporté, me puse muy nerviosa, me sentí mal y me desmayé. —un par de lágrimas de frustración se escaparon de sus ojos.

—Me imagino como te sentiste. —logró decir él luego de unos segundos. —Porque yo estoy igual de sorprendido. No entiendo de dónde María del Carmen sacó ese nombre, porque es obvio que se refiere a Diego Hernández…

—Sí, aunque no me dijo su apellido, estoy segura que se refería a él.

—No llores, mi vida. —le secó las lágrimas con sus dedos.

—Es que escucharla decir ese nombre sabiendo que se trata de… de su padre, me hizo regresar al pasado y fue como si todo se removiera.

—Su padre soy yo. —afirmó con un nudo en la garganta.

—Perdón, no quise decirlo así, sabes a lo que me refiero. Hay una verdad que no quisiera que nunca saliera a la luz, y oír a María del Carmen mencionar ese nombre me puso muy nerviosa. Yo no quiero que ella se entere jamás de la verdad, porque sufriría mucho, ella te adora, tú eres su papá, enterarse de lo contrario la haría sufrir muchísimo.

—Eso nunca va a pasar, Cristina, quédate tranquila, yo estoy seguro que la niña debe haber escuchado el nombre por ahí de la boca de algún peón o empleado, pero no creo que sepa más. —sus brazos rodearon una vez más el delicado cuerpo de su mujer y lo atrajeron hasta el suyo para apretarlo con fuerza.

—Ojalá que no me vuelva a preguntar, porque no sabría qué decirle.

—No pienses en eso, con suerte se le olvida y no lo vuelve a mencionar.

—Eso espero, porque no quiero que se remueva el pasado, no estoy lista para eso.

—Yo tampoco, Cristina, yo tampoco…

>>> Luego de la cena Cristina platicaba con su mamá y con Vicenta y Candelaria quienes ya la habían ayudado a dejar listos para dormir a los niños. Por fortuna María del Carmen no había vuelto a preguntar nada acerca de Diego, niña al fin lo había olvidado, al menos momentáneamente.

—Te ves muy angustiada, mi niña. —comentó Candelaria, se encontraban las cuatro mujeres en la habitación matrimonial.

—Lo estoy, lo que les conté que pasó con María del Carmen me ha tenido muy mal, sin contar su actitud de las últimas semanas y su mal comportamiento. Y si a eso le sumamos que estoy estresada porque con todo lo de la niña en los últimos días se atrasó la inauguración del instituto, y que ahora estoy embarazada y están pasando tantas cosas…

—Espera, niña, ¿dijiste que estás embarazada? —cuestionó Vicenta sorprendida, doña Consuelo sonrió, a su hija se le había soltado la lengua.

—Dije que no le diría a nadie hasta que no se lo dijera a Federico, pero con ustedes no puedo tener secretos. —dejo escapar una risita. —Sí estoy embarazada, en medio de tantas situaciones hay algo bueno por lo cual estar feliz. —la sonrisa en su rostro le duró poco. —Aunque no puedo estarlo del todo por esta situación.

—Ya, hija, no te angusties, lo de María del Carmen va a pasar, es una etapa de rebeldía infantil, tampoco es el fin del mundo. Y lo que te preguntó respecto a Diego, estoy segura que lo escuchó por casualidad por ahí, pero no significa nada. El instituto se inaugurará cuando se pueda hacerlo, y lo de tu embarazo es una excelente noticia, no es motivo de preocupación, sino al contrario, es una dicha.

—Sí, este bebé es una bendición. —sonrió emocionada.

—¡Un bebito, que bueno!

—¡Muchas felicidades, mi niña! —tanto Vicenta como Candelaria se acercaron a ella para abrazarla y felicitarla.

—Todo va a estar bien, Cristina.

—Gracias, y tienen razón, debo estar tranquila, las cosas van a mejorar. —con un pequeño suspiro se dejó apapachar por su madre y aquellas dos empleadas que consideraba parte de su familia.

^^ Paralelamente en la cantina del pueblo se encontraba Federico echándose un trago. Ya hacía un tiempo que apenas bebía o visitaba a su amigo Juancho, pero esa noche sintió la necesidad de tomar un buen tequila y olvidar las tristezas.

—¿Penas de amor? —preguntó Juancho con una media sonrisa en los labios.

—No exactamente. —lo pensó un momento mientras miraba el siguiente vaso de tequila que se iba a tomar. —O bueno, sí, pero no sé.

Juancho sonrió porque no entendió nada.

—Ay, mi amigo, creo que ya se te subieron los tequilas.

—Dime una cosa, Juancho, ¿alguna vez te has sentido amenazado por un recuerdo?

—¿A qué te refieres? —frunció el ceño sin comprender.

Federico suspiró y se puso a pensar en las palabras que su mujer había mencionado más temprano…

“Escucharla decir ese nombre sabiendo que se trata de su padre, me hizo regresar al pasado y fue como si todo se removiera.”

Esas palabras habían calado en él más de lo que la propia Cristina imaginó. Y fueron precisamente esas mismas palabras las que lo hicieron cuestionarse demasiadas cosas. ¿Acaso su esposa, la mujer de su vida, aún conservaba dentro de ella algún sentimiento por Diego Hernández? ¿El hecho de que ese hombre era el padre biológico de María del Carmen sería siempre una sombra entre ellos y una razón para que Cristina jamás pudiera olvidarlo? ¿Sería ese pasado con aquel peón tan fuerte como para poner en juego el presente entre ellos?

—¿Tú crees que el primer amor se olvide, Juancho? —le preguntó antes de tomarse de golpe el trago que tenía en las manos.

—Bueno, eso depende de que tan fuerte haya sido, hay gente que nunca lo olvida si amaron mucho a esa persona.

—¿Y si esa persona se murió, se olvida… se puede olvidar?

—Eso no sabría decírtelo porque nunca he vivido una situación así, pero supongo que de alguna manera siempre se va a llevar a ese alguien en el corazón.

—Ese es mi miedo, sabes…

—Muchacho, yo no te entiendo ni media palabra, deberías irte a tu casa a descansar en vez de estar bebiendo y hablando tanta cosa rara.

—Me iré dentro de un rato, pero primero quiero brindar con todos. —alzó un poco la voz y varios de los hombres en el lugar alcanzaron a escucharlo.

—¿Y por qué brindamos? —gritó otro hombre desde una mesa a unos pocos pies de allí.

—Por el amor y por las mujeres, que son lo más maravilloso de este mundo. —dijo Federico levantando su tequila.

Los caballeros estuvieron de acuerdo y más de uno levantó su vaso para hacer el brindis. Federico en silencio brindó también por Cristina, por la única mujer que realmente consideraba maravillosa. Y por qué no, brindo de igual manera por sus propias inseguridades, esas que lo hacían replantearse todo en cada pequeña sacudida que daba su relación.

Ya era tarde cuando Cristina se encontraba metida bajo las sábanas, estaba completamente sola en su habitación porque su marido aún no llegaba. Se sentía preocupada, sabía que había ido a la cantina, él mismo le dijo que iría, y ella no protestó demasiado porque ya no solía beber como antes, así que no le pareció tan malo. Ahora se arrepentía de no haberle pedido que no fuera. Era tarde, le angustiaba que algo malo le hubiera pasado, y a decir verdad, también le daba un poco de celos no saber exactamente qué estaba haciendo y con quién.

—¿Cuándo pensarás llegar, Federico? —preguntó en voz alta y en ese momento escuchó un ruido en el pasillo que fue prácticamente la respuesta a su pregunta; apurada se levantó de la cama y fue hasta la puerta para abrirla y averiguar si efectivamente se trataba de su marido.

—Cristina.

—Mi amor… —al oír su voz comprobó que sí, que su esposo por fin había llegado.

—Te extrañé. —le dijo lanzándose hacia ella para abrazarla efusivamente.

Cristina sonrió y le devolvió el abrazo embriagándose en su aroma a tabaco y tequila. Estaba borracho, no había dudas. Eso le molestó un poco, pero no pudo evitar conmoverse con lo cariñoso que venía, le pareció extraño, pero un poco jocoso.

—¿Y por qué te fuiste tanto rato? Me dijiste que volverías temprano, y ya es bastante tarde. ¿Qué hacías?

—Fui a brindar por ti. —se despegó un poco para poder verla, pero no dejó de sostenerla entre sus brazos.

—¿Por mí?

—Sí, porque te amo y quiero que siempre seas mía. —le dijo muy cerca de sus labios.

—Lo soy.

Cristina sentía el olor a alcohol que provenía del aliento de la boca masculina. En ese momento recordó que cuando estaba embarazada de Fede ese aroma le daba nauseas, sin embargo, ahora no se sentía así. Entonces entendió que lo que le alteraba el estómago antes no era el tequila, sino él, y el desprecio que en aquellos ayeres sentía, pero ahora todo era distinto, amaba hasta los defectos de ese hombre. Vaya ironía. Y que cosa tan loca el amor.

—¿Lo eres?

—Sí, mi amor, claro que lo soy.

Federico la besó sin pensarlo mucho, sin darle tiempo a ella de protestar o de negarse. Su lengua se juntó con la de su mujer y danzó a un ritmo sensual con esta. Cristina gimió por lo bajo al sentir la intensidad del beso y disfrutó irónicamente el fuerte sabor a tequila que había inundado su boca.

Entraron a la recámara dando pequeños tropezones con el marco de la puerta y con sus propios pies. Se encerraron juntos y ni un segundo despegaron sus bocas y tampoco sus cuerpos. Sus lenguas se movían a un compás erótico, lujurioso, sus manos se paseaban sin pena por la piel ajena. Todo iba bien, parecía que pronto terminarían en la cama desnudos y sudados, pero no… Federico decidió que era el mejor momento para preguntar algo que lo atormentaba.

—¿Cuándo dejaste de amar a Diego?

Cristina se alejó de su boca que en esos momentos estaba a centímetros de la suya. Frunció el ceño y se zafó de los brazos de su esposo, dio dos pasos hacia atrás y mientras intentaba recuperar el aire que había perdido en los apasionados besos, también trató de comprender por qué su marido le preguntaba algo como eso.

—¿Por qué me haces esa pregunta?

—Porque necesito entender, Cristina. Quiero y me hace falta saber cuando dejaste de quererlo, y si de verdad, desde el fondo de tu corazón, dejaste de hacerlo.

—¿Acaso tú crees que no?

—No me respondas con otra pregunta.

—Es que la tuya me parece absurda a estas alturas.

—No, no es absurda, es realista. —vio a su mujer poner una expresión de no entender nada. —Cristina, tú lo amabas con todo tu corazón, ibas a escaparte con él, estabas dispuesta a dejarme para irte a su lado. Si no hubiera sido porque murió aquella noche, tú te hubieses ido lejos con ese hombre, eso no puedes negarlo. Yo siempre he sentido que en el fondo de tu corazón sigues añorándolo y queriéndolo. Trato de no pensar en eso, pero de vez en cuando recuerdo que María del Carmen, a quien quiero como mi hija, es en realidad suya. Eso siempre te va a atar al recuerdo de Diego, así lo comprendí cuando el simple hecho de que la niña mencionara su nombre te removió a ti todo el pasado. Comprendí que quizás en lo más profundo de tu corazón todavía conservas algo de amor por él. —su voz se entrecortó, caminó hasta la cama y se sentó en el borde del colchón, lucía abatido, Cristina lo siguió guiada por el sonido de su voz. —Y yo no puedo competir con un fantasma, no puedo ganarle a un recuerdo, no puedo, simplemente perdería. —respiró hondo porque su estúpido orgullo de macho no le permitía llorar, aunque lo cierto era que necesitaba hacerlo.

—Federico… —se sentó con calma a su lado. —¿Por qué estas dudas? ¿Por qué no terminas de entender que yo te amo?

—Porque lo amaste demasiado a él, él fue tu primer amor, el único, como me repetías hasta el cansancio antes.

—Tú acabas de decirlo, eso era antes. La gente cambia, Federico, unos para bien, otros para mal, pero todos tenemos derecho a cambiar, a tener otros sentimientos y a amar a más de una persona en la vida. Mira, a Diego yo lo amé mucho, no te lo voy a negar, sería mentirte. —escuchó que su marido suspiraba. —Y sí, fue mi primer amor, mi primera ilusión, mi primer beso, mi primer todo.

—No tienes que decirlo así. —dolido.

—Déjame terminar… Fue todo eso y mucho más. Es el padre biológico de María del Carmen, siempre lo será biológicamente hablando, pero la realidad de nuestras vidas, de la tuya, de la mía, es que mi hija te adora como si tu fueras su papá, y yo nunca, óyeme bien, nunca le voy a destruir esa ilusión. En cuanto a mí, Diego fue mi primer amor, pero tú, tú serás el último, Federico.

—¿Lo dices de verdad?

—Lo digo desde el fondo de mi corazón, donde sí, no te lo niego, existe el recuerdo de Diego, siempre va a estar ahí porque simple y sencillamente fue parte de mi vida, pero ese recuerdo no representa el mismo sentimiento que antes. La memoria de él siempre será importante para mí, pero no gobierna mi corazón. ¿Sabes qué gobierna mi corazón? Tú. Mi hijos. Nuestro amor. Nuestra vida juntos.

Federico le secó una lágrima que bajó de repente por su mejilla y luego besó la piel húmeda de la misma.

—¿Me amas más de lo que amaste a Diego?

—Te amo como tú necesitas que te ame. Cada relación y cada sentimiento es distinto, Federico. Lo que vivo contigo no es lo mismo que viví con él, a tu lado he pasado cosas buenas y malas que tal vez no pasé con Diego, pero que nos han traído hasta donde estamos hoy. Y esto te lo he dicho montones de veces, lo que tenemos hoy tú y yo, no lo cambiaría por nada, soy feliz contigo. —suspiró y se secó algunas lágrimas que amenazaban con caer en cualquier momento de las esquinas de sus ojos; hubo un pequeño silencio, después de unos segundos Cristina sonrió ligeramente. —Yo iba a esperar a decírtelo el día de tu cumpleaños, pero creo que ahora es un buen momento para hacerlo. Aunque no sé si la pequeña borrachera que tienes hará que mañana en la mañana no te acuerdes de nada, pero quiero que lo sepas de una vez para que entiendas que te amo y que estoy feliz con la vida que tenemos juntos.

—Dime, te prometo que me voy a acordar, no estoy tan borracho como crees. —sonrieron los dos.

—No hay nada mejor que poder formar una familia con la persona que amas…

—Así es, y yo soy feliz con nuestra pequeña familia, María del Carmen y Federico son nuestros tesoros.

—Sí, pero faltó mencionar a alguien. —sonrió.

—Claro, a Carlos Manuel.

—Sí, Carlos Manuel también es parte de nuestra familia, es como otro hijo más, pero no me refería a él.

—No entiendo entonces.

—Federico, aquí adentro… —le tomó una mano e hizo que la colocara en su vientre plano. —Aquí adentro está comenzando a crecer el fruto de nuestro amor, de este amor tan loco e intenso que nos tenemos.

—¿Me estás… me estás diciendo que estás embarazada? —abrió la boca sorprendido.

—Te estoy diciendo que vamos a tener otro hijo, el fruto de nuestra relación.

—¡Otro bebé! ¡Eso! —dio un grito de orgullo, el pecho se le infló con soberbia de macho, había engendrado otra criatura, y eso entre los hombres de campo era motivo de suficiencia. —Donde pongo el ojo, pongo la bala. —una carcajada se escapó de sus labios y terminó contagiando a su esposa.

—Bueno, te tardaste unos cuatro años, pero lo lograste. —bromeó.

—Tampoco eh, entre los dos decidimos no tener otro hijo antes para poder disfrutar de los niños y de nuestra relación.

—Ya lo sé, mi amor, era una broma. —se acercó a su rostro para besarlo suavemente en los labios.

—¡Estoy feliz! —gritó bastante fuerte. —¡Voy a ser papá! ¡Voy a ser papá! —gritaba.

—Ya, mi amor, no grites, vas a despertar a todos en la casa.

—Es que estoy contento, Cristina.

—Ya lo sé, pero no son horas de estar gritando como un loco, es tarde y tenemos que dormir.

—No podré dormir de la emoción.

—Ven, vamos a descansar. —se puso de pie y lo haló por la mano para que fuera con ella.

Con calma lo ayudó a desvestirse y lo dejó en calzones que era como dormía la mayoría de las noches. Se metieron juntos bajo las sábanas y se acostaron abrazados.

—¿Me amas? —le preguntó él muy cerca de su boca.

—Te adoro. —lo besó.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por todo, por ser mía, por amarme y por darme una hermosa familia.

—Lo único que nos falta para estar completamente tranquilos es que María del Carmen cambie su actitud y deje de comportarse tan mal.

—Si sigue así habrá que darle unas buenas nalgadas para que respete. —se echó a reír hasta que vio la cara de desaprobación de ella. —Es broma, mi cielo, tendremos que hablar con ella otra vez y si no logramos nada, pues la llevaremos con la psicóloga que habías mencionado.

—Gracias.

—¿Y tú por qué me das las gracias?

—Por el amor que me regalas todos los días, incluso cuando dejas salir a flote tus defectos.

—Soy yo el que tendría que darte las gracias por amarme con todos mi defectos.

—Mi amor…

Se besaron con dulzura, juntando sus lenguas y sin soltarse del abrazo. Rato después se durmieron pegaditos y respirando el mismo aire. Esa noche no hizo falta más, abrazarse y estar juntos fue más que suficiente para demostrarse lo mucho que se amaban y lo felices que se sentían de que la familia muy pronto crecería.
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A la mañana siguiente amanecieron uno en brazos del otro. Cristina despertó primero y fue al baño a devolver el estomago, tenía nauseas, al parecer los síntomas del embarazo ya empezaban a manifestarse. Al regresar unos minutos después ya sintiéndose un poquito mejor, oyó a su marido murmurar algo. Se subió a la cama y se sentó junto a él.

—Buenos días, mi vida.

—Ay, mi cabeza…

—¿Te duele verdad? —sonrió y buscó en la mesita de noche unas pastillas, por la textura del frasco supo que eran los analgésicos. —Ten, tomate unas pastillas para el dolor. —le pasó también un vaso de agua.

—Gracias. —se incorporó para tomarse las pastillas, luego de eso sonrió ampliamente. —Estás embarazada.

—Te acordaste. —con una sonrisa.

—Te dije que no estaba tan borracho. —se acercó un poco más a ella y le levantó el camisón que llevaba puesto. —Quiero ver.

—Todavía no vas a encontrar nada de panza, Federico. —se reía.

—No, pero ya quiero saludarlo.

Cristina se recostó y él hizo lo mismo con su cabeza cerca del vientre femenino. Depositó unos cuantos besos en la delicada piel y ella se rio porque le hizo cosquillas con el bigote.

—Hola, chiquito, te habla papá…

—¿Qué te hace pensar que es un niño?

—Bueno, no lo sé, pero ojalá que sí sea un machito.

—Tú y tu obsesión con los machitos.

—Como te decía, bebito, yo soy tu papá, y desde ya te quiero mucho y no puedo esperar a que nazcas.

—Falta mucho para eso.

—Pero lo estaremos esperando ansiosos.

—Eso sí.

—Ahora si me disculpas, campeón, voy a hacer algunas cosas con tu mamá que no te puedo contar, así que hablaremos después.—escuchó a su esposa carcajearse.

—¿Te levantaste con ganas? —le preguntó cuando lo sintió subirse sobre su cuerpo.

—Tú sabes que eso me pasa muchas mañanas. Además, me duele la cabeza y estoy seguro que un buen orgasmo matutino me va a hacer sentir mucho mejor.

—Ah bueno, si puedo ayudarte a que se te alivie el dolor, yo me sacrifico para que te sientas bien. —se incorporó un poco para terminar de quitarse el camisón, luego volvió a recostarse sobre almohada, esta vez con los pechos al aire como a su marido le encantaba.

—¿Ah te sacrificas? —riendo.

—Sí.

—Pues te lo agradezco. —sonrió antes de llevar su boca a un pezón y chupetearlo a su antojo, Cristina gimió porque sus senos estaban bastante sensibles.

Lo que pasó después de eso sólo ellos lo supieron, pero no está demás decir que le sacaron chispas a la cama, y eso que el día apenas comenzaba.
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Un par de días después se estaba llevando a cabo finalmente la inauguración del instituto de personas invidentes de Cristina. Las cosas habían estado tranquilas esa semana, María del Carmen no había dado más problemas y tampoco había vuelto a preguntar nada extraño para suerte de los mayores. Ese día toda la familia estaba reunida en el instituto para cortar la cinta e inaugurar la institución. Al hacerlo brindaron y con gusto le dieron la bienvenida a las primeras personas que se beneficiarían de aquella obra. Luego de que Cristina saludara a los presentes y recibiera decenas de felicitaciones por ese maravilloso proyecto, Federico se la llevó a un rincón para felicitarla también, pero de forma más privada.

—Cristina, quiero que sepas que yo no entiendo mucho de estas cosas, lo del instituto y lo que estudiaste y todos esos temas de psicología, pero quiero decirte de corazón que me siento muy orgulloso de ti.

—¿Lo dices en serio? —sonrió y los ojos se le humedecieron.

—Sí, muy en serio, yo sé que soy un machista y que no siempre te he apoyado al cien o mis celos e inseguridades me han impedido hacerlo todo el tiempo como debería, pero siento un gran orgullo de que seas una mujer inteligente, capaz y tan noble con los demás.

—Federico… —una lágrima traicionera se escapó de su ojo.

—No llores.

—Es de la emoción, nunca me habías dicho algo como esto.

—Bueno, tú sabes que soy un bruto, un hombre de campo que no siempre actúa muy civilizado, pero de verdad te valoro. Y si de algo me arrepiento en este mundo es de no haberlo hecho desde el primer día. Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Cristina.

—Gracias por decirme estas cosas tan lindas.

—En el fondo sí tengo un corazón. —le dio un pico en los labios y la vio asentir con una sonrisa. —Te traje flores, ten. —las tomó del escritorio en la oficina donde se habían escabullido y se las colocó en las manos. —Iba a darte unas un par de semanas atrás cuando discutimos por tu abogadito, ¿te acuerdas?

—Cómo olvidarlo…

—Bueno, aquellas se secaron y nunca te las entregué porque estábamos peleados. —rieron.

—Gracias, mi amor. —se embriagó oliendo el exquisito aroma de los nardos y las flores silvestres. —Te amo.

—Yo más. —se besaron.

—Mañana tengo cita con el doctor para escuchar los latiditos del corazón de nuestro hijo, ¿me vas a acompañar verdad?

—No me lo perdería por nada del mundo, este embarazo quiero disfrutarlo de principio a fin.

—Yo también quiero que vivamos cada segundo de esta experiencia juntos.

—Así será, mi vida.

—¿Volvemos con los demás? Todos me deben estar buscando.

—Sí, se me olvidaba que hoy estás muy solicitada.

—No seas celoso, compárteme tantito.

—Imposible. Cuando de ti se trata soy un completo egoísta.
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Al siguiente día Cristina y Federico habían salido a la cita con el doctor para escuchar por primera vez el corazón de su bebé y asegurarse de que todo estuviera bien con el embarazo. Los niños ya habían llegado de la escuela y estaban jugando afuera, jugaban a esconderse cuando María del Carmen se alejó un poco de la parte trasera de la hacienda y fue a ver si encontraba a su amiga, esa mujer misteriosa que solía buscarla frecuentemente. Después de unos minutos alcanzó a verla sentada cerca de un árbol y por supuesto corrió hacia ella.

—Hola, María del Carmen, ¿cómo estás? —la saludó la mujer entregándole unos dulces, la mejor manera de conquistar a un niño.

—Estoy bien.

—¿Y tus papás?

—Están bien, aunque no están en la casa ahora, salieron a hacer algo, pero no sé qué.

—Oye, ¿y lograste que tu mamá te dijera quien es ese Diego del que te hablé?

—Le pregunté, pero ese día se sintió mal.

—¿Como que se sintió mal?

—Sí, se desmayó y yo me asusté mucho.

La mujer sonrió para sus adentros, seguramente la impresión de escuchar a su hija preguntarle por su verdadero padre la había angustiado mucho. Perfecto para sus planes de venganza.

—Pues siento mucho lo que le pasó a tu mami, ella era amiga mía antes y no quiero que le pase nada malo. —mintió. —Mira, vamos a hacer una cosa, espera un tiempo y vuelve a preguntarle quien es Diego.

—¿Y por qué no me lo dices tú?

—Yo no puedo, pero tu mamá sí.

—Está bien. —asintió echándose un dulce a la boca. —Volveré a preguntarle.

—Y cuéntame, ¿cómo te estás llevando con tu hermano Federico?

—A veces bien, pero él es muy llorón y algunas veces mis papás me regañan por su culpa, él dice que yo lo molesto.

—No le hagas caso, lo que pasa es que tu hermanito te tiene envidia, por eso es mejor no tener hermanos, yo no tengo y me gusta más así.

—Yo tampoco quisiera tener hermano, o bueno no sé, pero me molesta cuando me castigan por su culpa.

—Tú sigue defendiéndote de él y no dejes que tus papás lo prefieran y te quiten tu lugar.

—Sí, te voy a hacer caso. —sonrió.

—¿Quieres más dulces?

—¡Sí! —respondió emocionada.

—Ten. —le entregó otra bolsita con algunos caramelos y le regaló una sonrisa que aparentaba ser dulce, pero era en realidad la viva imagen de una víbora.

>>> Paralelamente Federico y Cristina se encontraban en el consultorio del doctor donde a ella le practicaban un ultrasonido. Cristina tristemente no podía ver la imagen de su hijo en la pequeña pantalla, pero sí escuchaba claramente los latidos de su corazoncito.

—¿Y está todo bien con el bebé, doctor? —cuestionó Federico con una sonrisa de oreja a oreja.

—Perfectamente bien. Tiene buen latido, tamaño normal para las semanas de gestación y todo marcha perfecto.

—Su corazón late rápido. —Cristina también sonreía.

—Eso significa que el corazón de su hijo está en perfecto estado.

—¿Y con mi mujer, está todo bien con ella?

—Bueno, Cristina ya me dijo sus síntomas, sus vitales están bien, se ve sana, lo importante ahora es que coma saludable y no deje de tomarse las vitaminas que le voy a recetar. —terminaba con el ultrasonido.

—Doctor, le quería preguntar si no hay ningún problema con seguir teniendo relaciones sexuales, no quisiera lastimar al bebé, pero usted sabe, son muchos meses.

—¡Federico, por Dios! —Cristina se echó las manos a la cara y deseó que en ese momento la tierra abriera un hoyo y se la tragara, que vergüenza le estaba haciendo pasar su marido, y ni siquiera esperó a que ella saliera por lo menos.

El doctor, que era un hombre ya de edad, sonrió y negó con la cabeza.

—No, muchacho, no hay ningún problema con eso, pueden seguir manteniendo las relaciones como siempre, lo importante es que sean cuidadosos.

—Gracias, doctor, lo seremos.

—Ya Cristina, quita esa cara, no fue tan raro lo que le pregunté al médico, es una duda normal que tenemos los hombres en estos casos. —se estacionaban ya frente a su casa, Cristina venía cruzada de brazos, estaba un poco molesta.

—No es lo que preguntaste, es el momento que escogiste para hacerlo, Federico, me hiciste pasar una vergüenza. —protestó ella.

—Ya, mi amor. —se reía.

—Te pasas, Rivero, no mides el lugar o el momento para hacer y decir ciertas cosas.

—Está bien, discúlpame, pero tampoco es para que te enojes tanto, mi cielo. —la vio hacer un mohín. —¿De verdad te vas a quedar enojada mucho tiempo por esa tontería? Mira que ahora sí ya se acerca mi cumpleaños, es en un par de días.

—Bueno, pues hasta entonces me contentaré contigo. —volteó la cara para que él no viera que sonreía un poco.

—Luego el terco soy yo. —le besó la mejilla. —Te amo, mi reina.

—Y yo a ti, mi rey. —esta vez volteó para acercarse a su cara y comerle la boca.

^^ Más tarde los dos entraron a la habitación de juegos de sus hijos, ya todos en la casa sabían la noticia del bebé que venía camino, excepto los niños. Juntos querían contarles acerca de su hermanito, así que los llamaron y se sentaron junto a ellos sobre un tapete de colores en el suelo.

—¿Saben qué fuimos a hacer hoy, niños?

—No, mamita, ¿qué hicieron? —preguntó Fede Jr.

—Yo quiero saber. —comentó María del Carmen.

—Fuimos a ver a su hermanito. —dijo Federico padre.

—¿Hermanito? —la niña frunció el ceño.

—¿Tenemos un hermanito?

—Bueno, todavía no nace, pero en unos meses estará aquí con nosotros. —explicó Cristina.

—¿Y ahora dónde está?

—En la panza de su mamá. —colocó la mano en el vientre de su esposa. —Miren, este es su hermano, es un puntito chiquito ahora, pero va a crecer. —les mostró la foto del ultrasonido.

—¿O sea que hay un bebito en tu pancita, mami? —emocionado.

—Sí, mi niño, aquí adentro hay un bebé muy pequeñito.

Federico notó que María del Carmen no se veía tan contenta como su hermano y esto le llamo la atención.

—¿Princesa, qué piensas, acaso no te da gusto la idea de tener otro hermanito?

—¿Y por qué tengo que tener otro? Ya con Fede es suficiente, si tienen otro hijo, menos me van a querer a mí.

—María del Carmen, no digas eso, vamos a quererte igual que siempre, el hecho de que vayas a tener otro hermano no significa que vayamos a quererte menos.

—Pues no quiero, ya no quiero más hermanos. —se puso de pie y se cruzó de brazos lista para hacer una pataleta.

—¡Ya basta, María del Carmen! —la regaño su padre con voz dura. —¡Estoy cansado de tus malascrianzas! ¡Se acabó! De ahora en adelante te vas a comportar como tienes que hacerlo o vas a estar castigada hasta que cumplas veinte años.

—Ves, papá, ya me quieres menos por culpa de ese bebé feo.

Cristina no pudo evitar frustrarse y unas cuantas lágrimas bajaron por su rostro. Esa situación con su hija ya la tenía con los nervios todos destrozados.

—Mira lo que provocaste, hiciste llorar a tu madre.

—Ya, Federico, no la sigas regañando, por favor.

—Es que no podemos permitir que se siga comportando de esta manera, Cristina.

—Mi amiga tiene razón, tener hermanos es malo, es mejor no tenerlos, por eso yo no quiero ninguno, ni el nuevo ni a Fede.

Ahora quien empezó a llorar fue Federiquito, su mamá lo abrazó contra su pecho para consolarlo y le dio un beso en su cabecita.

—¿Qué dijiste de una amiga, María del Carmen? —Federico arrugó el entrecejo.

—Sí, ¿de qué amiga hablas? —intervino Cristina. —¿Es una amiga del colegio?

—No, ella no es una niña, es una adulta.

Federico y Cristina se extrañaron demasiado con esa confesión.

—¿Cómo es esa mujer, María del Carmen?

—Tiene el cabello largo como el tuyo, mamá, es joven como tú y usa vestidos de flores y a veces se pone una flor muy bonita en su oreja.

—Raquela… —murmuró Federico y la voz le tembló un poco.

—No puede ser. —Cristina también ató esa descripción perfectamente a Raquela.

Ahora sí el pasado parecía regresar a ellos como un peligroso bumerán que amenazaba con alterar la paz que en esos años habían logrado obtener.




Hola chicas, sé que no tengo perdón para todo el tiempo que he me tardado y no las aburriré contándoles todo lo que me ha pasado que me atrasó para escribir este capítulo. Tan solo les agradezco que sigan aquí interesadas en la historia. Mil gracias por leer. Intentaré volver lo más pronto posible. Besos. ♡

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora