Capítulo Dieciséis

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Cristina no tardó ni un par de minutos en vestirse y estar lista para que un peón de la hacienda la llevara al hospital. Quería llegar cuanto antes, no era mucha la información que habían dado de la clínica y eso la angustiaba más, pues por su mente pasaba lo peor. Luego de pedirle a su mamá que cuidara de sus hijos, partió de allí con el alma en un hilo y rogándole al cielo que lo de su marido no fuese nada grave. Su madre y hasta las empleadas de confianza se habían ofrecido a acompañarla, pero ella se negó porque no quería saber de nadie que no fuese Federico, no le hacía falta otra compañía que no fuera la de ese hombre que un día odió con todo su ser. Vaya ironías de la vida, ahora ese mismo hombre era el que atrevidamente se había colado en su corazón sin que ella se diera cuenta y sin darle siquiera la oportunidad de evitarlo.

El trayecto hasta el lugar se le hizo eterno, sentía que la camioneta donde iba se movía, pero no avanzaba hacia su destino. La oscuridad de sus ojos siempre le provocaba esa sensación, sin embargo, esta vez era distinta, casi como si en vez de avanzar, retrocediera en el tiempo y espacio, y quizás sentía aquello porque era precisamente lo que le hubiera gustado hacer. Quería dar marcha atrás y volver a la mañana del día anterior cuando despertó entre los brazos de su esposo y creyó que por fin había alcanzado la felicidad que tanto había añorado.

—Que tonta fui. —murmuró para sí misma mientras esperaba ansiosa llegar al hospital. —¿Por qué no me di cuenta antes de lo que sentía por Federico? —se secó una lágrima que rodó por su mejilla y le quemó la piel sin compasión.

—Perdón, señora Cristina, ¿dijo algo? —le preguntó Benito al tiempo que manejaba de prisa.

—No, Benito, sólo estaba pensando en voz alta. —se secó varias gotas que continuaban bajando por su cara. —¿Falta mucho para llegar?

—No, ya estamos cerca.

—Gracias. —cerró los ojos y permitió que su cabeza reposara sobre el asiento, se sentía abatida, había tenido una pésima noche haciendo miles de conjeturas respecto a su marido e imaginando donde podía haberse metido, sin embargo, nada de lo que hubiera imaginado se comparaba con la realidad que ahora estaba viviendo.

No tardaron mucho después de eso en llegar a la clínica, por supuesto Benito la llevó hasta dentro del edificio y no se quiso marchar hasta que vio que Cristina encontró a alguien que la guiaría hasta el patrón. La dejó en manos de un médico que ella conocía muy bien, Ángel Luis Robles, y por petición de su patrona se marchó dejándolos solos.

—Dime cómo está mi marido, Ángel Luis. Por favor, necesito saber que está bien. —lloraba preocupada, el doctor sintió ganas de abrazarla y darle consuelo, pero se contuvo porque sabía que no hubiera sido lo correcto.

—Tranquila, Cristina, Federico está estable, sí se lastimó bastante un brazo y una pierna, pero no es nada de gravedad. Se golpeó la cabeza, lo que lo mantuvo inconsciente un rato, pero ya despertó y no presenta signos de que vaya a tener secuelas peligrosas. Se fracturó la pierna y el brazo derecho, además de lastimarse un par de costillas, pero ya le hicimos algunos estudios y todo indica que va a estar bien en unas cuantas semanas.

—¿Eso quiere decir no está grave, que ya reaccionó y está consciente de todo?

—Sí, así es, con decirte que cuando se enteró que yo era uno de los médicos que lo estaba atendiendo, gritó y demandó que le asignaran otro.

Cristina no pudo evitar reír un poco, ese era su marido, tan terco y obstinado como siempre, lo que quería decir que todo estaba dentro de lo normal y pronto él iba a estar bien.

—Perdón, Ángel Luis, no fue mi intención reírme, pero sí me da gusto que Federico esté bien.

—Lo comprendo, es tu esposo… y lo amas. —dijo en un tono que parecía más una pregunta que otra cosa, sin embargo, ella no le respondió un sí, pero tampoco pronunció un no como le hubiese gustado escuchar, sólo se limitó a guardar silencio.

—¿Puedo pasar a la habitación donde lo tienen?

—Sí, por supuesto, ven conmigo. —la tomó ligeramente del brazo para guiarla en la dirección correcta, Cristina lo siguió sin protestar porque se estaba muriendo por estar cerca de su marido.

—¿Está aquí? —cuestionó al oír que se abría una puerta.

—Sí, se encuentra en esta habitación, en este momento está dormido, posiblemente por lo medicamentos para el dolor que se le administraron, pero de seguro en un rato despierta. Puedes quedarte aquí con él hasta que lo haga... cualquier cosa que necesites me llamas. —ingresaban a la estancia.

—Te lo agradezco, Ángel Luis, pero creo que estaré bien. —le regaló una pequeña sonrisa que aunque no llevaba consigo segundas intenciones, sólo consiguió enamorar más al galeno.

—Bueno, te dejo con él. —le dijo luego de acercarla a la cama donde el hombre dormía con varios vendajes en su cuerpo y uno que otro moretón en su rostro.

—Sí, gracias. —no hizo ningún movimiento hasta que escuchó que la puerta se cerraba a sus espaldas y la habitación se quedaba en silencio, a excepción del pitido repetitivo que hacía la maquina de los vitales y de la suave respiración de su esposo.

—Federico… —se acercó por completo a la cama y buscó en las tinieblas el cuerpo masculino para acariciarlo con sumo cuidado, no quería lastimarlo, ya bastante tenía con todo lo que Ángel Luis le había dicho que había sufrido en ese accidente. —Me preocupé mucho por ti, tenía tanto miedo de perderte, mi amor. —le tocó la cara con delicadeza antes de llevar su boca hasta los labios de él para besarlos con suavidad. A pesar de que el médico le hubiese dicho que todo iba a estar bien, ella no podía dejar de preocuparse. Quería comprobar con sus propios ojos que su marido se encontraba fuera de peligro, no obstante, sabía que le estaba pidiendo a la vida un imposible, así que no le quedaba más que confiar en que pronto todo volvería a la normalidad. —Sabes, no sé en qué momento pasó, pero hoy me di cuenta de algo, Federico, de algo muy importante. No entiendo ni cómo ni por qué sucedió, pero… me enamoré de ti, te metiste en mi corazón casi como un veneno que al principio hace mucho daño, pero que al final te termina dando lo que jamás imaginaste. Yo nunca creí que un hombre como tú podría despertar en mí algo que no fuera odio y rencor, sin embargo, aquí estoy, llorando por ti y angustiada por pensarte herido y sufriendo… porque te amo. Te amo, Federico. —dijo en un susurro que apenas fue audible, él estaba dormido y obviamente no logró escucharla; la habitación se encontraba en calma mientras ella abría su corazón, y aunque nadie la oía, fue un alivio poder dejar salir lo que su pecho tanto se había negado a aceptar.

Algunos minutos pasaron, Cristina permaneció al lado de su marido, había halado una silla que encontró justo detrás de ella y la colocó cerca de la cama para poder sentarse lo más cerca posible de él. Ya no hablaba, sólo le acariciaba el brazo y de vez en cuando la cara, también le besaba los dedos de la mano y dejaba escapar una que otra lágrima que indicaba que aún estaba angustiada por todo lo sucedido. Necesitaba escucharlo, que despertara para que él con sus propios labios le dijera que todo iba a estar bien, que no estaba muy lastimado y el accidente no había sido de gravedad. No había otra cosa que ella ansiara más en ese momento que escuchar la voz de ese hombre que había sido un verdugo en su vida y ahora se había convertido en el amor inesperado.

—Cristina… —Federico abrió los ojos pasado un buen rato, al hacerlo vio a su mujer sentada junto a él con la cabeza recostada en el costado de la cama, se notaba cansada, le dio mucho sentimiento verla así, pero a la vez se sintió feliz de saberla a su lado.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? —levantó la cabeza por el puro instinto de hacerlo a pesar de no encontrar otra cosa que oscuridad absoluta.

—Adolorido.

—¿Te lastimaste mucho, verdad? —se puso de pie y estiró una de sus manos para acariciarle la cara con ternura.

—Más o menos, digamos que una mitad de mi cuerpo está bastante golpeada. —se quejó porque ella sin querer le había tocado el pequeño golpe que tenía en la frente. —Me duele.

—Perdón, perdón, no fue mi intención. —retiró la mano y a cambio le depositó un beso muy suave en el mismo lugar, esta vez él no protestó.

—No te preocupes, no me importa ningún dolor ahora que te veo. Estoy feliz de que estés aquí. —levantó el brazo que no tenía lastimado, pero aun así lo hizo con algo de dificultad, pues todo su cuerpo le dolía, sin embargo, esto no lo detuvo para acariciar con amor el hermoso rostro de su esposa. —¿Estuviste llorando? —preguntó al ver sus ojos rojos y algo hinchados.

—Sí. —contestó secándose algunos residuos de lágrimas que aún quedaban en las esquinas de sus ojos.

—¿Por qué? ¿Acaso llorabas por mí?

—Sí, lloraba por ti, porque estaba preocupada de que el accidente hubiese sido grave y tú… y tú me faltaras. No sé qué hubiera hecho si eso sucedía, Federico. —un nuevo llanto se iniciaba y nuevas gotas de dolor comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

—¿Lo dices en serio? —sonrió en medio de su dolor físico. —¿Tanto te importo, Cristina?

—Así es, me importas más de lo que yo misma creía. Y sí, mis lágrimas son por ti, porque te quiero, Federico. No sé cómo ni cuándo se dio esto, pero te metiste en mi corazón sin que yo pudiera evitarlo. —confesó con el corazón en la mano y varias lágrimas rodando por su rostro.

—¿Qué? —no podía creer lo que escuchaba, y aunque él mismo le había repetido a Cristina que ella lo quería y era incapaz de aceptarlo, no dejaba de sorprenderle que ella se atreviera a decirlo de una vez por todas. —¿Me quieres, de verdad me quieres, Cristina?

—Sí, Federico. —asintió secándose las gotas que bajaban sin control por su cara, su marido la ayudó a borrar algunas de ellas con sus pulgares. —Te has metido en mi pecho de una forma inexplicable, si quieres que te sea sincera, ni yo misma lo entiendo. Juré odiarte, creí que era lo que te merecías por todo el daño que me habías hecho, sin embargo, no lo conseguí, cada día te fuiste metiendo más en mi corazón, y pese a mis intentos de sacarte de allí, no lo logré. Mientras más intentaba alejarte y guardarte rencor por el sufrimiento que le trajiste a mi vida cuando recién nos casamos, más me enamoraba de ti y se me hacía imposible parar lo que estaba sintiendo.

—Estás enamorada de mí… —esta vez no lo dijo a modo de pregunta, pero sí estaba esperando ansioso algún tipo de confirmación directa sobre aquello. Ella se la dio.

—Estoy enamorada de ti, Federico Rivero. Te quiero con las mismas fuerzas con las que un día juré odiarte. Y lo terrible de esto es que no le encuentro la lógica a nada de lo que estoy sintiendo aquí en mi corazón, pero creo que no vale la pena buscar sensatez en esta situación, porque no la hallaría. De hecho, pienso que el amor jamás tendrá sentido común, sólo hay dos caminos, o lo sientes o no… y yo lo siento, siento por ti cosas que nunca hubiese creído que podía llegar a sentir.

Federico estaba mudo de la impresión, se había quedado en una especie de trance en el que sólo escuchaba la voz de Cristina repetirle que lo quería, que se había enamorado de él. Por un momento creyó estar soñando, pensó que aquello no era más que una fantasía de su alma necesitada de afecto, pero descartó esa posibilidad cuando ella buscó torpemente su boca y depositó un tierno beso sobre ésta haciéndole ver que lo que estaba pasando era real. El contacto se alargó más de lo que ambos planearon, él no podía moverse demasiado ni incorporarse para corresponderle con la intensidad que le hubiera gustado y ella no quería lastimarlo haciendo demasiada fuerza sobre su cuerpo, pero ni esto los detuvo de comerse sus bocas durante largos minutos.

—Mi Cristina… —le dijo acortando el apasionado beso con unos más cortos. —No puedo creer lo que me dices, bueno, yo siempre pensé que te estabas negando a tus sentimientos, que me querías y no podías aceptarlo, pero no es lo mismo imaginarlo que escucharte decirlo. Me haces el hombre más feliz de este mundo con estas palabras. —le acarició la cara con dulzura y le recogió un mechón de su cabello que caía sobre él, ella seguía inclinada justo al lado de la cama.

—Aún no me siento lista para decir esas dos palabras que tanto ansías escuchar. —comentó refiriéndose al te amo. —Necesito tiempo, pero desde ahora quiero que sepas que es eso lo que siento por ti.

—¿Me amas? —dejó salir una amplia sonrisa.

—Sí. —ella también sonrió y volvió a inclinarse para buscar sus labios y devorarlos en un beso lleno de deseo y ansiedad, él por supuesto no lo pensó dos veces para corresponder con la misma hambre.

Se besaron por largo rato olvidándose de todo, del lugar, de las circunstancias y hasta de los problemas y malos entendidos que aún tenían a medio resolver. Pero es que nada de eso importaba en ese momento, no luego de tan importante confesión por parte de Cristina y de la emoción de Federico al escucharla. Después del beso separaron sus bocas, pero se quedaron muy cerca uno del otro. Ella se sentó en la silla junto a la cama y recostó su cabeza en el borde del colchón, él le acariciaba el cabello y el rostro y aprovechaba que tenía a su mujer tan cerquita para admirar su belleza.

—¿Cómo fue que tuviste este accidente, Federico? —preguntó después de un rato de silencio.

—Estuve bebiendo en la cantina hasta altas horas de la madrugada, supongo que estaba completamente borracho porque ni siquiera me acuerdo del momento en que salí de allí. —la vio negar con la cabeza.

—Ese es uno de tus más grandes problemas, que todo quieres resolverlo con alcohol. Eres un inconsciente, Federico. —lo regañaba. —Pudiste haber muerto o tenido consecuencias más graves que un par de huesos lastimados. ¿Acaso querías dejar a Fede sin padre? ¿Querías dejarme sola a mí, sin tu compañía y sin tu amor? —la voz se le entrecortó un poco al cuestionar aquello.

—Es que ahí está el detalle; yo nunca creí que mi amor y mi compañía te importaran tanto.

—Pues ahora ya lo sabes, y también sabes que tienes un hijo pequeño que te necesita y al que no puedes dejar solo. Espero que todo esto que pasó te sirva para que cambies tus hábitos con la bebida, no puedes seguir emborrachándote cada vez que tengas el más mínimo problema, porque un día ya no te vamos a encontrar aquí, sino que tendré que ir a visitarte a una tumba. Y yo… yo no soportaría enterrar a otro amor.

—¿Lo dices por Diego?

—Sí, no es un secreto que lo quise mucho, pero ese es el pasado... ahora te quiero a ti, y sinceramente no sé qué haría si te pasara algo o si llegaras a faltarme. Creo que me volvería loca en la hacienda, en esa casa tan grande sin ti.

—¿Tanto así?

—Tú eres mi compañía, Federico, no sé en qué momento pasé de no soportar tu presencia a añorarla tanto. Me gustar estar contigo… en todos los sentidos de esa frase, y disfruto tenerte cerca, hablarnos, cuidar a los niños juntos y dormir en la misma cama. Pasaste de ser mi verdugo a mi tabla de salvación, y todo eso sin que yo me diera cuenta de cuándo o cómo pasó.

—Tú siempre has sido mi tabla de salvación, Cristina, eres la única persona capaz de sacarme del infierno y ayudarme a ser mejor hombre. No sé qué haría sin tu presencia en mi vida, porque lo eres todo, tú y nuestros hijos lo son. Y estoy hablando de María del Carmen, esa niña se parece tanto a ti, que debo confesar que se ha robado un poco de mi corazón y cada día me acostumbro más a ella y al hecho de que lleva mi apellido y para el mundo de los hombres yo soy su padre.

—¿Lo dices de verdad? —sonrió ilusionada.

—Sí, te lo digo muy en serio, esa chamaca se ganó un lugar en mi vida. Bueno, tú sabes que yo no soy un hombre muy cariñoso, hasta con Fede a veces me cuesta serlo, pero sí te puedo decir que ya no la veo como una intrusa o una bastarda.

—Nunca lo fue, Federico, es mi hija.

—Yo lo sé, pero bien sabes cuales eran mis pensamientos antes, y sí, admito que estaba equivocado, que no debí verla con desprecio como lo hice, pero el caso es que ahora siento que tu hija es parte también de nuestra familia.

Una pregunta se quedó en el aire. ¿Y Carlos Manuel? Iba a cuestionar ella cuando oyó que la puerta de la habitación se abrió sin previo aviso. Y quizá fue mejor así, pues cuando el momento llegara y hubiese que abrir esa puerta y hablar ese tema, no iba a ser nada agradable.

—¿Cómo estamos por aquí? —Ángel Luis Robles ingresó al cuarto con un expediente en las manos.

—¿Usted no sabe que las puertas se tocan antes de entrar a los sitios? —le cuestionó Federico de mala gana, Cristina hizo una mueca como pidiéndole que se calmara.

—Tienes razón, Federico, fue una imprudencia de mi parte, les pido que me disculpen.

—No te preocupes, Ángel Luis. —Cristina quiso ser amable, pero esto a su marido no le gustó.

—Debería tocar, Cristina, imagina si hubiésemos estado haciendo algo que aquí el doctor no debería ver. —aun estando adolorido levantó una ceja a modo de burla.

—Federico, por favor, no digas esas cosas. —ella lo regañó.

—No pasa nada, Cristina, tu marido tiene razón en que debí tocar la puerta, le debo respeto a mis pacientes y a sus familiares. Lo tendré en cuenta para la próxima, no se preocupen. —dijo intentando disimular los celos que le causaba el simple hecho de imaginar a Cristina en una situación comprometedora con otro hombre, quien era por cierto su marido y contra ello no podía hacer nada. —Bueno, ya dejando de lado tanta plática, ¿cómo se siente, señor Rivero?

—Adolorido, pero ya quiero irme de aquí.

—Lo siento, eso no va a poder ser, usted aún está bastante lastimado y no puede irse.

—¿Y cuánto tiempo pretende que me quede aquí?

—El tiempo que haga falta hasta que sus huesos fracturados comiencen a sanar un poco y podamos minimizar el dolor.

—Mi amor, apenas hace unas horas tuviste el accidente, ten paciencia. —le dijo Cristina con un tono de voz muy dulce, sus manos estaban entrelazadas y Federico disfrutó de oírla llamarlo mi amor y de ver la cara de aquel medicucho al ver la ternura con la que ella lo trataba.

—Tienes razón, mi vida… —le respondió besándole la mano al tiempo que le sonreía con algo de mofa al doctor Robles. —Tengo que tener paciencia, pero si tú me cuidas estoy seguro que muy pronto me sentiré mejor.

—Eso haré, voy a estar a tu lado hasta que te sientas bien, te lo prometo.

Ángel Luis de repente sentía que estorbaba y al mismo tiempo que aquello lo rebasaba y que sus celos eran más fuertes que él y terminarían delatándolo. Sin embargo, su ética profesional estaba ante todo, así que procedió a revisar a Federico e indicarle nuevos medicamentos para el dolor, mismos que minutos después una enfermera ingresó para administrarlos por vía intravenosa. Luego de todo eso la pareja volvió a quedar a solas y aunque al principio ninguno de los dos dijo nada, fue Cristina quien terminó por romper el silencio del lugar.

—¿Te encanta marcar territorio delante de Ángel Luis, verdad? —sonrió un poco aunque su voz sonó seria.

—Sólo quiero que entienda que tú eres mi mujer y que no debería siquiera atreverse a voltear a verte.

—Siempre exageras, Federico.

—No, no exagero, sé lo que veo y tampoco es un secreto para nadie que el doctorcito ese muere por ti. —le apretó una mano con sus dedos, ella se había sentado junto a él, pero en esta ocasión en la misma cama, claro que lo hizo con cuidado para no lastimarlo. —Cristina, ahora que sé lo que sientes por mí, es cuando más deseo tenerte a mi lado, entiende que me da miedo perderte, perder tu cariño, tu compañía. Lo único que yo deseo es que nada ni nadie te separe jamás de mí. —se acercó a sus labios y depositó en ellos un pequeño beso al cual ella no se negó.

—Eso no va a pasar, Federico, porque yo tampoco quiero separarme de ti… sin embargo, hay muchas cosas que nos quedan por resolver, cosas que inevitablemente tenemos que hablar.

—¿Te refieres al asunto de Jacinta y Carlos Manuel? —no la dejó responder. —Cristina, ya yo te expliqué lo que pasó.

—Y yo te creo y te entiendo, pero eso no quita que la posibilidad de que ese niño sea tu hijo siga siendo real. Te guste o no, es probable que lo sea porque te acostaste con esa mujer hace años. —lo escuchó suspirar.

—Ya lo sé, pero como te dije, yo estoy casi seguro de que no lo es.

—Pero eso no puedes saberlo sin una prueba o algo que lo confirme.

—¿Quieres que me haga una prueba de paternidad, Cristina? Dime si eso te va a hacer sentir más tranquila, porque yo estoy dispuesto a hacerlo por ti y por el bienestar de nuestra familia.

—No lo sé, supongo que sería una buena opción para salir de dudas, aunque te confieso que me da un poco de miedo.

—¿El resultado?

—Pues sí...

—¿Si resulta que de verdad Carlos Manuel es hijo mío, las cosas entre nosotros van a cambiar? —acarició el rostro femenino con lentitud, la mano le temblaba por el miedo que le causaba pensar en la respuesta que ella podría a darle. —¿Me vas a dejar, Cristina?

—No he dicho que vaya a dejarte porque ese niño sea tu hijo.

—¿Pero lo has considerado?

—No sé, Federico.

—Dime.

—Bueno, no te niego que he pensado que de ser Carlos Manuel tu hijo, las cosas entre nosotros sí van a cambiar un poco. Y no tanto por el niño, ese pequeño es un amor, pero para serte sincera, lo que me molestaría es saber que tienes un hijo con otra mujer. Me dan celos, siento rabia de imaginarte con Jacinta, es algo que no puedo evitar… y sí, he considerado alejarme de ti, pero siendo honesta, no es eso lo que quiero.

—Entonces no lo hagas. —la abrazó como pudo a pesar de que le dolía todo el cuerpo. —Mira, Cristina, yo sé que para ti no debe ser fácil pensar que yo pueda tener un hijo con otra mujer. Créeme que para mí tampoco es sencillo a veces pensarte con Diego y saber que tienes una hija suya, algo que siempre te va a atar a él aunque ya esté muerto. Pero entiende que lo de Jacinta sucedió hace años y yo ni siquiera me había puesto a pensar que su hijo podía ser mío, no lo hice hasta que mi hermano murió y ella me lo dijo. Acepto que ese fue mi error, que debí haberle dado mayor importancia a ese asunto y contártelo, pero si no lo hice fue porque no lo consideré importante, porque como te dije, yo estoy casi seguro de que no es mi hijo. Además, yo no quería perderte, me daba miedo que una confesión así nos alejara y acabara con esto tan especial y nuevo que se estaba dando entre nosotros, mi amor.

—¿Y no crees que fue peor callar y que me enterara de la forma en que lo hice?

—Supongo que sí, pero entiéndeme, en su momento no pensé en eso, no creí que esto llegara a afectarnos algún día.

—Pero ya ves, te equivocaste.

—No me condenes por eso, Cristina, cometí un error, pero quiero enmendarlo y demostrarte que para mí lo más importante eres tú y nuestro hijo… y también María del Carmen. Lo único que deseo es tener una familia con ustedes, vivir con el amor y el afecto que siempre me faltó de niño e incluso ya estando grande. ¿Acaso tú no quieres lo mismo?

—Claro que lo quiero, pero necesito salir de dudas, no me puedes pedir que deje pasar lo que sucedió así como si nada. Quiero respuestas, me hacen falta, es la única manera en la que podré darme la oportunidad de estar tranquila a tu lado.

—Ya te dije que estoy dispuesto a hacerme la prueba de paternidad. ¿Quieres que la haga ya? Sólo tienes que decírmelo y lo haré.

—Está bien, cuando todo esto pase y salgas del hospital y te sientas mejor, haremos esa prueba para salir de dudas.

—Se hará como tú quieras… sólo prométeme una cosa.

—¿Cuál?

—Que sea cual sea el resultado, vamos a seguir juntos y me vas a seguir queriendo tanto como yo te quiero a ti.

—Federico…

—Promételo.

—Te lo prometo.

Él buscó sus labios para dar inicio a un beso que aunque al comienzo fue tierno y lento, no tardó en convertirse en uno lleno de pasión y fogosidad desbordada que les hizo olvidar a ambos el lugar y las circunstancias en las que se encontraban.

—Repíteme que me quieres, Cristina. Vuelve a decirlo, necesito escucharlo. —le suplicó entre besos.

—Te quiero, Federico. —le mordisqueó los labios. —Te quiero mucho. Bésame, no dejes de hacerlo nunca. —sus lenguas se juntaron y por un rato ambos se olvidaron del mundo a su alrededor y sólo se concentraron en ellos y en sus bocas que eran como un manantial de agua fresca en medio de tanta sequía.

>>> El día transcurría sin complicaciones, Cristina había permanecido en el hospital con Federico y no tenía intenciones de marcharse de allí y dejarlo. Sin embargo, sabía que tarde o temprano tendría que ir a la hacienda para buscar ropa, bañarse y asegurarse de que sus hijos estuviesen bien. Por insistencia de él decidió que lo haría antes de que la noche empezara a caer, así evitaba que se le hiciera demasiado tarde.

—Vuelvo en un rato, mi amor. —se despedían con un beso. —Ya llamé a la hacienda y Benito viene por mí.

—Tranquila, ve y descansa un rato, yo estoy bien.

—Claro que no lo estás, has estado quejándote del dolor toda la tarde.

—Bueno, es normal que me duela, tengo varios huesos fracturados, pero voy a estar bien. Además yo puedo aguantar ese dolor como buen macho que soy.

Cristina soltó una risita y le buscó la boca para volver a besarlo.

—No lo dudo, pero hasta los machos sienten dolor de vez en cuando, no tiene nada de malo aceptarlo y dejarse ayudar.

—Permiso. —una enfermera se asomaba a la puerta luego de tocar ligeramente. —Señora Cristina, la buscan allá afuera, dice un señor que viene por usted.

—Debe ser Benito. —comentó Federico.

—Sí, me voy. Hablamos más tarde.

—Te amo. —la besó en los labios.

Ella no le contestó con las mismas palabras, pero le sonrió con amplitud y eso fue más que suficiente para Federico en ese momento. Ya saber que ella lo quería era mucho más de lo que un día anhelo obtener de esa mujer a la que tanto amaba.

—Señorita, gracias, yo la puedo acompañar hasta donde la están esperando. —cuando Cristina escuchó la voz del hombre que le hablaba a la enfermera una vez fuera de la habitación, supo de inmediato que se trataba de Ángel Luis.

—Gracias por todo, Ángel Luis, ya me voy, pero vuelvo en un ratito.

—Deberías quedarte en tu casa y descansar, no hay mucho que puedas hacer por tu marido por ahora, va a estar descansando con medicamentos y de seguro dormirá toda la noche. —la tomó del brazo con delicadeza para dirigirla por el pasillo.

—No importa, quiero estar a su lado por si llegara a necesitar algo.

—¿Tanto lo amas, Cristina?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Porque te veo y no puedo estar seguro si lo que sientes por él es amor o simplemente estás en ese matrimonio por obligación o algo así.

Cristina frunció el ceño.

—Para nada, no estoy obligada, al contrario, por primera vez me siento libre y en control de mi vida y de mis decisiones. Y respondiendo a tu pregunta de antes, sí, sí lo amo.

Se produjo un silencio incómodo, ambos siguieron caminando, pero no volvieron a pronunciar palabra hasta que llegaron casi a la salida del hospital.

—Perdóname, Cristina, no quería incomodarte con mis preguntas, lo que pasa es que… bueno, tú sabes lo que yo siento por ti y me duele verte con un hombre que siento que no te conviene.

—Por favor, no sigas. —negó con la cabeza. —Yo te aprecio, Ángel Luis, y te estoy agradecida por todo lo que has hecho por mí, por mi niño cuando estuvo enfermito y también por tu amistad, pero no quiero que me digas estas cosas. Soy una mujer casada y quiero a mi esposo, así te cueste trabajo creerlo o entenderlo.

—Yo siento que tú te mereces a alguien mejor, alguien que te quiera, que te valore y te trate como te mereces.

—Federico me quiere y me trata bien.

—Pero no siempre fue así, yo llegué a ver el sufrimiento en tus ojos cuando llevabas poco tiempo de casada con él.

—La gente tiene derecho a cometer errores y a arrepentirse y luego enmendarlos. Federico ha cambiado y se ha ganado mi corazón. —se agitaba un poco porque ya la intromisión de Ángel Luis la estaba incomodando bastante. —Y perdóname si sueno grosera, pero creo que no te he dado el derecho ni la confianza para que opines sobre mi vida.

—No te enojes, discúlpame, soy un imprudente. —la vio suspirar, se detenían porque ya estaban en la puerta y vio a un hombre junto a una camioneta que parecía estar esperando por ella. —No quiero que te enojes conmigo, me dolería mucho perder tu amistad.

—Entonces entiende que precisamente esa amistad es lo único que puedo ofrecerte.

—Está bien, pero recuerda que si algún día necesitas algo más de mí, lo que sea, puedes contar conmigo.

—Te lo agradezco. Ya me tengo que ir.

—Sí, te están esperando.

—Señorita Cristina… —el empleado se acercaba a ellos.

—Vámonos, Benito. —se subió con la ayuda del peón a la camioneta y en silencio agradeció que su marido estuviera en una cama un poco lastimado, porque de haber estado bien y si hubiera escuchado todo lo que Ángel Luis le había dicho, seguramente lo hubiese molido a golpes.

^^ Ya en El Platanal, Cristina se fue directo a saludar a sus hijos y a darles montones de besos antes de irse a su cuarto a bañar y a cambiarse. Su madre la siguió luego de que dejara a los niños acostados en sus respectivas cunas y se dirigiera a su habitación.

—¿Entonces vas a volver con Federico?

—Sí, mamá, quiero quedarme con él por si necesita que lo ayude en algo, no se siente bien, ya te conté que se lastimó mucho.

—Pues a mí no me da pena alguna, se buscó lo que le pasó por beber de más.

—Mamá, por favor, eso es lo de menos ahora, lo importante es que se recupere.

—Ese hombre es un inconsciente, Cristina, se la pasa metido en la cantina bebiendo sin control, no está bien que lo justifiques.

—No lo estoy justificando, yo misma le reclamé que por estar bebiendo haya tenido ese accidente, pero no por eso voy a dejar de cuidarlo y ayudarlo si me necesita.

—No tienes la obligación de hacerlo.

—Te recuerdo que Federico es mi esposo, mamá, claro que tengo la obligación de cuidar de él. Además, no sé si te acuerdas, pero cuando yo estuve semanas en el hospital a punto de perder a nuestro hijo, él estuvo día y noche junto a mí allí.

—¿Y tú vas a hacer lo mismo a pesar de que también por su culpa has llorado y sufrido mucho?

—Pues sí, lo voy a hacer porque me nace y porque me da la gana. —buscaba a tientas una ropa en el armario. —Y en vez de estar reclamándome, deberías ayudarme a alistar todo para irme al hospital de nuevo en un rato.

—Que terca eres, Cristina.

—¿Terca porque quiero ayudar a mi marido cuando me necesita?

—Terca porque quieres ayudarlo cuando no se lo merece.

—Quizás no se lo merezca, pero yo deseo hacerlo por él, porque lo quiero, mamá.

Doña Consuelo arrugó el entrecejo.

—¿Lo quieres? ¿Acaso…? —no quiso siquiera formular la pregunta.

—Sí, no voy a negarlo más, estoy enamorada de Federico.

—Pero hija…

—Nada, mamá, lo amo y ya me cansé de callarlo y de intentar negármelo a mí misma. Quiero vivir una relación con él, formar una familia a su lado con nuestros hijos y tener por fin un poco de paz.

—Cristina, piensa bien las cosas.

—No tengo nada que pensar, por primera vez en mucho tiempo estoy clara en lo que quiero. No espero que lo entiendas, pero sí que respetes mis decisiones y que dejes de meterte en mi matrimonio.

—¿No te voy a hacer cambiar de opinión, verdad?

—No, y espero de verdad que puedas encontrar dentro de ti las ganas de apoyarme, porque me dolería sentirme más distanciada de ti sólo porque quiero ser feliz con mi marido.

—Hija, yo lo único que quiero es tu bienestar. —se acercó a ella y la abrazó. —Si te digo las cosas es porque no quiero que sufras más.

—Entonces déjame intentar las cosas a mi modo esta vez, y si me equivoco, pues no pasa nada, es algo que a todos nos toca vivir en alguna ocasión. Ya llegó el momento de tomar el control absoluto de mi vida, necesito tomar mis propias decisiones, porque estoy cansada de vivir una vida que gira en torno a todos, excepto a mí. Si de verdad me quieres y te preocupas por mí, apóyame sí.

—Está bien, hija. —le dijo después de pensarlo un poco. —Pero ten mucho cuidado, por favor, sobre todo cuidado de no salir con el corazón destrozado.

—Lo tendré, pero creo que esta vez por fin las cosas serán diferentes.

—Eso espero, hija… eso espero.

>>> Ya era tarde cuando Cristina regresó al hospital, encontró a Federico profundamente dormido y una enfermera le dijo que posiblemente dormiría toda la noche debido a todos los medicamentos para el dolor que le habían administrado. En parte ella lo agradeció, así podría descansar un poco en el pequeño sillón de la habitación y también tendría el tiempo suficiente para pensar en las decisiones que había tomado y en las que tomaría en el futuro. Todavía quedaba esperar por la prueba de paternidad que Federico se realizaría para saber si era el padre de Carlos Manuel, de serlo, ya otro gallo cantaría. La verdad no sabía que pasaría con ellos de darse ese resultado, pero por el momento no quería pensar en ello, lo único que le importaba ahora era que su marido se recuperara y que juntos pudieran seguir construyendo una relación que jamás imaginó tener.

Esa noche Cristina logró dormir un poco mejor a pesar de que no estuvo muy cómoda en aquel sofá, sin embargo, la tranquilidad de saber que Federico estaba bien y el haberse sacado el peso de ese sentimiento que tanto había callado, la ayudó a descansar lo suficiente. Despertó temprano cuando ingresaron a la habitación para traer el desayuno y fue ella misma quien se encargó de despertar a su marido para ayudarlo a comer.

—Buenos días, dormilón. —sonrió besándolo en la boca. —¿Cómo te sientes?

—Buenos días. —correspondía al suave contacto. —Despertar con tus besos es la forma perfecta de hacerlo, así que me siento perfecto, como nuevo.

—¿Ya no te duelen tanto tus huesitos?

—Me duelen bastante, pero los medicamentos ayudan, además tu presencia lo hace todo más soportable.

—Me alegra ser tu medicina entonces. —le sonrió.

—Siempre lo has sido.

—¿Tienes hambre? Ya está aquí el desayuno.

—Sí, muero de hambre. —intentó incorporarse, pero el dolor en su brazo no lo dejó moverse demasiado. —¡Ah, Dios!

—Cuidado, te vas a lastimar. —acercó la bandeja a la cama. —Yo te ayudo, tú déjate consentir, sí.

Cristina lo ayudó a comerse el desayuno, le daba los bocados con amor y cuidado como si de un niño pequeño se tratara. Él se dejaba apapachar por ella, le encantaba sentirse mimado, ya que era la primera vez en su vida que alguien lo trataba así.

—Gracias, Cristina. —dijo cuando su mujer le limpió la boca con una servilleta.

—No lo agradezcas, mi amor, quiero ayudarte.

—Es que no es sólo por ayudarme a desayunar, sino por estar aquí y tratarme con tanto cariño. Todavía no puedo creer que estemos así, que me quieras y me lo demuestres como lo estás haciendo.

—Pues créelo, porque de ahora en adelante quiero hacerlo siempre. —le buscó la boca para besuqueársela. —Te quiero, mi amor.

—Se escucha tan bonito cuando lo dices. Aunque se escucharía mucho mejor si me lo dijeras mientras hacemos el amor. —le mordió el labio inferior con sensualidad.

—Federico, por favor, estamos en un hospital.

—Muero por salir de aquí para que estemos juntos.

—No puedo creer que eso sea lo que te preocupe, deberías mejor encargarte de ponerte bien para que ya no te duela el cuerpo y no estar pensando en esas cosas.

—¿Me vas a negar que tú no quieres que salgamos ya de aquí para hacerlo?

—Bueno, sí, pero tendremos que tener paciencia, por un tiempo no vamos a poder hacer nada hasta que no te sientas mejor.

—Ya me urge recuperarme. —soltó una carcajada que terminó por contagiar a su esposa.

—Entonces te tienes que dejar cuidar, tienes que tomarte todas tus pastillas y seguir las indicaciones de los médicos, y sobre todo tendrás que tener paciencia, nada de querer irte de aquí antes de tiempo.

—Va a ser un suplicio tener que aguantar saberme cuánto tiempo aquí.

—Vas a tener que hacerlo te guste o no. —se besaban otra vez. —Pero si te portas bien y pones de tu parte vas a tener tu recompensa cuando salgamos de aquí.

—¿Qué tipo de recompensa? —levantó una ceja.

—Una muy buena. —soltó una risita contra su boca, él también rió.

—Soy feliz, Cristina. —le confesó después de unos minutos en los que ambos permanecieron en silencio.

—Yo también, Federico… y todo gracias a ti.

Por primera vez en mucho tiempo los dos sentían una dicha que quizás nunca habían experimentado, por lo menos no con ese grado de intensidad. Siempre su felicidad se había visto empañada por situaciones que no les permitían sonreír del todo; las dudas, los rencores y los malos entendidos habían sido en todo momento piedras en su camino. Sin embargo, ahora el universo parecía estar conspirando para que ambos vivieran un amor bonito y distinto al que tristemente les había tocado vivir antes. Ella quería darse la oportunidad de ser feliz junto a él, y Federico no había deseado otra cosa desde el día que conoció a Cristina por vez primera. Y si bien era cierto que el futuro aún no se veía claro, también era verdad que ya estaban hartos los dos de vivir pensando en el mañana, cuando a veces lo mejor que se puede hacer en la vida es vivir el día a día sin mirar más allá y dejarle al destino la tarea de traernos lo que nos toque. Por eso, y por la ilusión de un matrimonio real y una familia completa, estuvieron cada uno de acuerdo en que iban a vivir un día a la vez sin pensar en lo que pasaría después. Ya poco a poco las cartas de la vida se irían acomodando debidamente en su lugar y se encargarían de mostrar si el juego de ese amor tan extraño que crecía entre ellos los iba a convertir en ganadores o perdedores.
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Federico tuvo que permanecer en el hospital un par de semanas, Cristina estuvo con él acompañándolo día a día. Por supuesto iba y venía de la hacienda, pues también tenía que cuidar de sus hijos, aunque debía aceptar que su madre estaba cooperando bastante y ya no se quejaba tanto cuando la veía partir al hospital. Tampoco se había metido más en sus decisiones, y no era que estuviese del todo de acuerdo en que Federico y ella estuviesen dándose una oportunidad de amor, pero por lo menos ya no había intervenido más y eso Cristina lo agradecía. Luego de esas semanas, que a decir verdad se hicieron eternas, llegó el momento de volver por fin a la casa. A Federico lo habían dado de alta en la mañana y a eso del mediodía ya estaban en El Platanal, Doña Consuelo los recibió cuando llegaron, así como las empleadas que llevaban en brazos a María del Carmen y a Federiquito. Sus padres los llenaron de besos, sobre todo él que no los había visto desde que lo internaron en la clínica.

—Te extrañé, mi machito. —besaba la carita de Fede Jr. con amor, el niño sonreía reconociendo a su papá.

Cristina estaba parada junto a ellos cargando a María del Carmen, Federico le pidió que se acercara con la niña, pues a él todavía se le hacía difícil moverse por sí solo con las muletas que debía usar por lo menos una o dos semanas más.

—Saluda a papá, María del Carmen. —dijo Cristina atrayendo la atención de su madre y de todos los allí presentes, Federico sin embargo, sonrió y besó la frente de la niña, para su sorpresa ésta dejó escapar una risita y abrió grande sus brazos como si estuviera feliz de verlo y quisiese que él la cargara.

—No te puedo cargar ahora, chamaca chula, porque me duele todo, pero ya lo haré. Estás preciosa, tan linda como tu mamá. —y para el asombro de todos, le besó la frente con ternura y le acarició la carita de igual forma, doña Consuelo y las otras dos mujeres estaban anonadadas; ¿quién era este hombre y qué había hecho con Federico Rivero?

—Vicenta y Candelaria, me gustaría que me hicieran un favor.

—Claro, mi niña, lo que tú quieras.

—Necesito que pasen todas las cosas de Federico a mi habitación, bueno, a nuestra habitación. De ahora adelante vamos a compartir la recámara como el matrimonio que somos.

—Como tú digas, niña.

De repente, Cristina sintió un olor, muy peculiar y desagradable para su gusto, entonces supo que Raquela se encontraba cerca.

—Raquela.

—Dígame… señora. —pronunciando la última palabra con un poco de rabia.

—Ayuda a Candelaria y a Vicenta a pasar todas las pertenencias de mi esposo a nuestro cuarto y encárgate de dejar todo organizado y dejarle la ropa de dormir debajo de la almohada como le gusta. —levantó la ceja y sonrió como si quisiera burlarse, y en parte eso quería, bastante la había fastidiado esa mujer y esta era su pequeña venganza, darle por donde más le dolía. Lo que Cristina no sabía es que a una víbora como Raquela no se le debe provocar así, pues se corre el riesgo de salir perdiendo.

—Como usted diga, señora Cristina. —asintió en calma, sin protestas, quien la viera diría que por fin había entendido cual era su lugar en esa hacienda, pero la realidad era muy distinta, ella también planeaba su propia venganza, sólo que las serpientes ponzoñosas como ella lo hacen sin prisas, se toman el tiempo que sea necesario para algún día terminar dando la estocada final.

—¿Quieres sentarte a comer acá abajo en la mesa conmigo o subimos para que descanses, mi amor? —le preguntó Cristina a su marido luego de unos segundos.

—Prefiero ir a la mesa, mi vida, ya estoy harto de comer en la cama y estar metido todo el día en un cuarto cerrado, ya bastante tuve esas semanas en el hospital.

—Está bien, cariño, vamos.

Y mientras Cristina se alejaba con Federico hacia el comedor, Doña Consuelo y las empleadas se quedaron un poco sorprendidas viendo como se trataban y con el amor que se hablaban.

—Mi hija perdió la cabeza. —comentó la señora de cabellos dorados.

—No diga eso, doña Consuelo, la niña Cristina merece ser feliz, yo creo que ya es tiempo de que se dé la oportunidad de serlo. —le decía Candelaria.

—¿Y tú crees que con un hombre como Federico ella va a ser feliz?

—Pues no lo sé, pero creo que mi niña tiene derecho a intentarlo, quien sabe y al lado de don Federico encuentra un poco de felicidad, se la merece porque ha sufrido mucho.

—Yo sólo espero que no se esté equivocando…

^^ En la noche, Cristina y Federico se encontraban juntos en la habitación que a partir de ese día dejaba de ser sólo de ella para convertirse en el lugar de ambos. Él estaba recostado en la cama, ella acababa de entrar y se acercó hasta el colchón para sentarse a su lado.

—¿Se durmieron los niños? —estiró una mano para acariciarle el rostro.

—Sí, ya mi mamá me ayudó a acostarlos, Fede se va a quedar con ella esta noche, por fortuna ya se está tomando la leche que dejo sacada. Se tuvo que acostumbrar en estas semanas que estuve mucho tiempo fuera, aunque igual prefiere que yo le dé el pecho, pero por hoy ya estoy agotada y es mejor que la tome del biberón.

—Mi machito no es tonto, sabe lo que es bueno, yo también preferiría tomar directo de tus pechos.

—¡Federico! —se echó a reír al tiempo que sus mejillas se tornaban de un color rojizo.

—Es la verdad. —la haló para que quedara aun más cerca de él. —¿Te digo un secreto?

—Dime.

—Me estoy muriendo por estar contigo, tengo muchas ganas de que hagamos el amor. —le susurró al oído y la sintió temblar.

—Yo también deseo lo mismo, pero tú todavía sigues lastimado y es mejor que esperemos.

—Ya no me duele nada.

—No mientas, sigues adolorido.

—Un poco, pero eso no me impide desearte. —con una mano comenzó a levantar el vestido floreado de Cristina hasta dejar sus muslos completamente descubiertos.

—¿Y qué propones?

—Hacerlo. —con sus dedos hurgaba entremedio de sus piernas por encima de la tela de sus bragas.

—¿Y si te lastimo? —su respiración comenzaba a acelerarse.

—Lo haremos con cuidado, ven. —la tomó de la cintura e hizo que se sentara a horcadas sobre su cuerpo. —Bésame.

Cristina sonrió contra sus labios antes de abrir la boca para tomarlos entre los suyos y comenzar a besarlo con ardor. Federico envolvió sus brazos alrededor de la pequeña cintura femenina y la acercó más a él para que sintiera la erección que empezaba a formarse entre sus piernas, ella gimió al sentir aquella dureza rozar con sus pliegues aún cubiertos por las bragas.

—Me encantas, Cristina. —jadeó mordisqueándole los labios y provocando en ella una mayor excitación de la que ya tenía.

—Tú también, Federico. —con ansiedad y hambre de su piel buscó los botones de su camisa y los comenzó a quitar uno a uno con torpeza. —Tengo muchas ganas de sentirte dentro de mí. —confesó entre jadeos.

—Lo mismo deseo yo. —con un ligero movimiento se desabrochó el cinturón y posteriormente el pantalón, ella instintivamente se incorporó para ayudarlo a bajarse aquellas prendas.

Ambos estaban apurados, se les notaba por la forma como respiraban, casi como si les faltara el aire y lo único que pudiera devolvérselos era unir sus cuerpos convirtiéndolos en una sola piel. Cristina aprovechó que estaba de pie para quitarse el vestido y deshacerse también del sostén, Federico aunque hubiera querido quitarle él mismo la ropa, no protestó pues tampoco era que pudiera moverse demasiado sin lastimarse.

—Ven. —le pidió halándola por la mano, ella se acercó a la cama nuevamente y se paró justo al lado del cuerpo masculino, le terminó de quitar la camisa y él se encargó de bajarle las bragas, que eran la única prenda estorbando. —Súbete. —le pidió en un tono que casi parecía una orden, pero no lo era, era una súplica desesperada por sentirla de una vez por todas piel contra piel.

Ella se subió nuevamente a horcadas sobre Federico, los dos completamente desnudos, con sus pieles comenzando a perlarse de un sudor que era muy típico del deseo. Le buscó la boca para comérsela y se abrazó a él como si la vida se le fuera a ir en ello. Las manos masculinas estrujaron la piel de la delicada espalda de Cristina y fueron bajando hasta sus nalgas para apretarlas y acomodar a la mujer en la posición perfecta para enterrarse en ella. No hacía falta tanta preparación, ambos estaban más que listos; ella estaba húmeda y caliente, deseosa de recibirlo y él completamente duro y listo para entrar al paraíso.

—Hazlo. —le suplicó Federico para que ella se dejara caer sobre su protuberancia hambrienta.

—Aahhh… —gimió sintiendo como la dureza de aquel miembro la iba invadiendo cada segundo un poco más hasta llegar al fondo y tocar un punto que la volvió loca de placer por la posición. —¡Dios!

—Eres tan estrecha. —dejó escapar un gemido ronco al sentir como la cueva de ella lo envolvía como un guante cálido y lleno de humedad.

—Y tú tan grande… tan hombre. —entonces se besaron y dieron inicio a los movimientos después de esas confesiones tan sensuales e íntimas, sus lenguas comenzaron a bailar a un ritmo erótico, lleno de lujuria y pasión que les hizo perder la cabeza a ambos.

Las palabras fueron esparciéndose, haciéndose cada vez menos necesarias, ahora eran sus cuerpos los que hablaban, o más bien gritaban de placer. Pero de sus bocas lo único que se escuchaban eran jadeos y uno que otro gemido que perecía salir desde el fondo de sus gargantas. Las respiraciones agitadas de los dos, el golpeteo de sus carnes cada vez que Cristina lo cabalgaba y el ligero rechinar de la cama creaban la melodía perfecta del amor. Federico buscó con sus labios los pezones erguidos de su mujer y los succionó hasta dejarlos rojos, ella tenía la cabeza echada hacia atrás y se dejaba hacer al gusto de su marido. Tuvo que contener un grito cuando sintió que él le mordió un pezón con fuerza como si quisiera devorarlo, no le había dolido en realidad, pero lo que sintió fue una extraña mezcla entre un pequeño ardor y un extremo placer. Esto le robó toda noción de tiempo y espacio y luego de unos segundos no se contuvo más y soltó un par de gritos que rogó nadie hubiese escuchado.

—Te van a oír en toda la hacienda. —murmuró él contra su boca y riendo un poco.

—Perdón. —le enterró las uñas en los hombros. —No lo puedo controlar.

—No pidas perdón, por mí que se enteren hasta los caballos en el establo que eres mi mujer y que estamos haciendo el amor.

Ahora era ella quien reía ligeramente, pero seguía con los movimientos, no se detenía ni para agarrar fuerzas, pues el placer de sus carnes friccionando era tanto que no quería dejar de sentirlo por nada del mundo.

—Estás loco. —le mordió el labio inferior y aumentó la velocidad de su cabalgata, él quiso ayudarla meneando también sus caderas, pero sólo consiguió lastimarse una pierna, precisamente la que aún debía cuidar, esta vez un gemido se escapó de entre sus labios, pero no fue precisamente de placer.

—Ay…

—¿Qué pasó? ¿Te lastimé? —se preocupó y detuvo un momento el movimiento de su cuerpo.

—No, no, estoy bien, sigue por favor.

—¿Seguro?

—Sí. —la tomó otra vez de las caderas y la incitó a que comenzara a saltar nuevamente sobre él, y es que el pequeño dolor en su pierna jamás se compararía con el placer tan grande que sentía de tenerla sobre su cuerpo tan entregada al acto.

El éxtasis no tardó en llegar, a Federico le bastó con algunos movimientos más y la visión del rostro de Cristina transformarse en uno lleno de placer. Cuando la vio abrir la boca para gemir con fuerza y sus ojos cerrarse quizás por el simple instinto de hacerlo, fue que entendió que ella había alcanzado el orgasmo y eso causó que él también se dejara ir. La llenó de su néctar y esa sensación fue para Federico la más placentera hasta el momento, sentir como ella lo recibía en su interior y los espasmos de su honda, pero a la vez estrecha cueva bebían todo de él hicieron que aquella culminación se convirtiera en algo sublime. Sellaron el momento con un beso ardoroso, ambos respiraban entrecortadamente todavía, sus cuerpos temblaban y hasta la última hebra de su cabello percibía los efectos del enloquecedor clímax. Con besos más pequeños fueron dando por culminada la sesión de amor y esos mismos besos los hicieron relajarse y entrar en un estado de somnolencia que siempre suele producirse después de un orgasmo tan espectacular. No hablaron mucho después de haber llegado a la cima, simplemente se quedaron en silencio abrazados y escuchando la respiración del otro como quien escucha al mar y se siente relajado, y no supieron en qué momento, pero ambos se quedaron profundamente dormidos.

> > > >
El sol de la calurosa mañana se colaba por la ventana de la habitación del matrimonio Rivero-Álvarez, varios días habían pasado desde que Federico fue dado de alta del hospital. La pareja dormía abrazada en la cama, con sus piernas entrelazadas y sus cuerpos desnudos. Por fortuna Federico ya se encontraba mucho mejor, y claro que los cuidados y mimos de su mujer habían ayudado bastante. Cristina era otra con él, lo trataba con amor, le hablaba con una ternura que lo derretía, lo ayudaba en lo que necesitara y siempre estaba pendiente de que estuviese bien. Federico también se estaba comportando como jamás imaginó hacerlo, tanto que a veces ni él mismo se reconocía, era como si lo hubiesen cambiado por otro hombre. Pero en el fondo lo que pasó fue que dejó salir una parte de él que quizás siempre existió, pero que estuvo escondida durante años porque nadie había hurgado allí para encontrarla. Ese lado cariñoso, detallista y atento sólo Cristina fue capaz de despertarlo con su amor, pues bien dicen por ahí que si te pegan, pegas, en cambio, si te acarician, acaricias. Esa mañana la primera en despertar fue ella, abrió los ojos y se sintió frustrada de no encontrar luz al hacerlo, manejar su ceguera era más fácil algunos días, otros le daba rabia estar ciega y condenada a la oscuridad absoluta. Su marido dormía a su lado y le desilusionaba no poder admirar su rostro mientras él estaba sumido en ese sueño profundo. Ansiaba poder admirar su cara, sus facciones, disfrutar de su semblante de hombre rudo que en el fondo tenía su corazoncito, sin embargo, sabía que eso no estaba entre sus opciones, así que no le quedaba más que mirar con sus manos como ya se había acostumbrado a hacer. Fue por eso que llevó sus dedos al rostro masculino y lo acarició con suavidad para reconocerlo, este contacto le causó un cosquilleo a Federico que lo hizo despertar. Abrió sus ojos y él sí tuvo el privilegio de ver la cara de Cristina y sus ojitos verdes que miraban al vacío.

—Buenos días, mi reina. —le dio un besito. —¿Qué hacías?

—Nada, recordando tu cara. —no dejó de tocarlo e hizo un pequeño puchero.

—Sigo estando guapo, no te preocupes. —la vio reír.

—No tengo dudas de eso. —le acarició los labios. —Siempre fuiste muy guapo, aunque antes yo no lo reconociera.

—Porque eras muy terca, bueno sigues siéndolo, pero ya estás más mansita.

—Ey, tampoco, ni que fuera una yegua para que digas eso.

—Bueno… —estalló en una carcajada que la contagió a ella.

—Admito que estaba negada a lo que poco a poco comenzaba a sentir por ti y no quería aceptar que te estaba queriendo cada día un poco más, pero tú lograste convencerme y te ganaste mi corazón.

Hubo silencio por unos segundos.

—¿Cuándo me lo vas a decir? —entrelazó sus dedos con los de ella.

—¿Qué cosa?

—Que me amas.

—Ya lo he hecho.

—No, has dicho yo también cuando yo te lo digo, pero no has pronunciado las palabras.

—Federico… no sé, todavía me cuesta un poco hacerlo, deja que salgan solas, cuando menos te lo esperes sí, no me presiones.

—Está bien, está bien, perdóname, ya no te lo voy a pedir. —ahora era él quien hacía un mohín, ella lo sintió porque aún tocaba su rostro.

—No te enojes, mi amor, dame tiempo.

—Siempre me estás pidiendo tiempo, Cristina. —dijo muy serio.

—Mi vida… —se incorporó para buscar su boca y besarlo con suavidad. —Por favor, entiende.

—Si no me lo puedes decir, por lo menos demuéstramelo, necesito saber que me amas, que te importo.

Ella dio media vuelta hasta quedar a horcadas sobre él, la sábana que la cubría se corrió dejando sus pechos al descubierto. Federico los tomó con sus manos y los apretó arrancándole a su mujer algunos jadeos.

—Te lo voy a demostrar con muchos besos y caricias, mi amor, no te van a quedar dudas después de esto.

Dicho esto comenzó a besarlo, primero en la boca y después fue bajando por su cuello y más tarde por su pecho. Federico jadeó al notar lo que ella tenía intenciones de hacer, y con sólo pensar en ello se sintió excitado.

—Cristina…

—No digas nada, solamente déjate hacer. —a oscuras continuó su camino y se perdió bajo la sábana, misma que Federico retiró segundos después para poder disfrutar de aquel espectáculo a plenitud.

Ella lo tomó con su boca cuando llegó a la altura de su pelvis, él estaba erecto ya, no hizo falta mucha preparación, pues el simple hecho de verla allí jugando en su zona prohibida lo estaba volviendo loco. Sus movimientos no eran muy expertos y tampoco las succiones que hacía, pero eso no le importó a Federico, aquello era mejor de lo que un día imaginó que Cristina le haría. Poco a poco ella iba agarrándole el ritmo a aquel acto y lo iba enloqueciendo más y regalándole un placer indescriptible. Minutos más tardes él no pudo contenerse más y se corrió en su boca provocando que ella tuviese que beber todo de él, a ella le gustó y más haber sido la causante de tanto placer en su marido. Federico sonrió y la haló para que volviera a quedar recostada sobre él, la besó sintiendo su propio sabor y esto dio inicio a nueva entrega llena de pasión que decía te amo más que cualquier palabra pronunciada.

^^ A media mañana Cristina estaba todavía en su habitación terminando de alistarse porque tenía pensado salir a hacer algo importante que ya venía retrasando por muchos días. Su marido se había ido a los platanales a pesar de que ella le insistió para que no lo hiciera, puesto que aún debía descansar, pero como Federico Rivero era el más terco de todos terminó haciendo lo que le dio la gana. Candelaria entró al cuarto porque su niña Cristina la había mandado a llamar y la encontró cepillándose con cuidado el cabello.

—Ya estoy aquí, niña, ¿qué necesitas?

—Cande, necesito que estés lista para salir en un rato, me vas a acompañar a Villahermosa hoy mismo aprovechando que Federico se fue.

—Ay mi niña, no me digas que sigues con ese empeño de querer ir a ver a Jacinta.

—Necesito hacerlo, Candelaria, tengo muchas dudas que sacarme de la cabeza, no puedo quedarme tan tranquila sabiendo que esa mujer puede tener un hijo de Federico.

—¿Y no que tu marido se iba a hacer la prueba de paternidad con ese niño para saber si de verdad era su padre?

—Pues sí, pero ya no lo hemos hablado, además antes de cualquier cosa yo necesito hablar con esa mujer y preguntarle muchas cosas.

—Está bien, cuenta conmigo, yo te acompaño donde quieras.

—Gracias Cande, nos vamos en un ratito, Benito nos va a llevar, ya averiguó en donde vive esa mujer.

>>> Un par de horas después ya estaban en Villahermosa, concretamente frente a la casa de Jacinta. Cristina se debatía entre golpear o no la puerta, Candelaria la animó a hacerlo y le prometió que esperaría por ella muy cerca por si algo llegara a ofrecérsele. Entonces tocó un par de veces y esperó a que la mujer le abriese; Jacinta al hacerlo se llevó una gran sorpresa al ver a la esposa de Federico allí.

—Cristina.

—Hola, Jacinta.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a hablar contigo, ¿me dejas pasar?

—Eh… sí, adelante. —le indicó el camino olvidando por un momento que Cristina no veía, Candelaria la ayudó a ingresar a la casa y después salió dejando a las mujeres solas. —¿Te ofrezco un café, un te o algo?

—No, gracias, estoy bien así.

—¿Y de qué quieres hablar? —se sentaba frente a ella.

—De tu hijo… y de Federico. —suspiró. —Mira, Jacinta, voy a ir al grano, antes de cualquier cosa yo necesito que tú me contestes una pregunta muy importante.

—Tú dirás.

—¿Estás enamorada de Federico? —soltó de golpe. —Sé honesta y dime qué es exactamente lo que sientes por mí marido.

El momento de la verdad había llegado, era tiempo de quitarse las máscaras y hablar de mujer a mujer.








Gracias por leer y por el interés que siempre muestran en la historia, chicas. ¿Qué creen que pase ahora? Espero sus comentarios. Vuelvo pronto con más. Saludos. ♥

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora