Capítulo Cinco

2.9K 165 28
                                    

Cuando Cristina logró reaccionar de la impresión que le había causado la nueva exigencia de Federico, se preparó para la contienda.

—Estás loco si crees que voy a permitir que duermas en este cuarto. ¡Lárgate en este momento! —le exigió con voz firme.

—No me voy a ninguna parte, ya me cansé de dormir solo, tengo todo el derecho de estar aquí… y aquí me voy a quedar, Cristina. —le respondía con tono autoritario.

Ella respiró hondo ante la absurda demanda. Guiada por el sonido de su estruendosa voz se acercó hasta él y lo encaró dando gracias internamente que no podía ver su rostro en ese momento, no debía ser uno muy agradable.

—¿Qué es lo que te pasa, Federico? Tú en todo momento has dormido en otra habitación, ¿por qué ahora de repente vienes exigiendo quedarte aquí?

—Porque estoy harto de ser amable contigo y respetar tu espacio, ya me cansé, no veo el motivo por el que debería seguir durmiendo lejos de ti y de mi hijo.

—¿Amable? —esa palabra era la única que había captado de todo lo que dijo. —¿Tú piensas que eres amable conmigo? Por favor Federico, desde que nos casamos has sido de todo menos eso, me has humillado, me has pisoteado, me has hecho las peores cosas, has llegado al punto de chantajearme incluso con algo tan valioso para mí como lo es mi hija… lo siento pero tú jamás has sido amable, así que no pretendas que ahora yo te abra las puertas de mi cuarto y te dé espacio en mi cama, porque por nada del mundo lo voy a hacer.

—No te estoy preguntando, Cristina. —gritaba.

—¿Y cómo piensas obligarme? Se te acabaron las cosas con las que podrías chantajearme, Federico… ya registramos a mi hija como querías, te devolví tu hacienda, les hice creer a todos que tuve una niña contigo, que soy tu mujer, ya cedí a cada una de tus exigencias. No hay nada más con lo que puedas forzarme a hacer lo que quieres. ¡No esta vez! ¡Se acabaron las amenazas! —decía sin el más mínimo rastro de titubeo.

Ella misma estaba sorprendida del temple que había tenido para decirle todo eso, lo cierto era que las piernas le temblaban y otra vez esa parálisis que le daba cuando estaba cerca de él se hacía presente. Se quedó inmóvil ahora sí deseando poder ver su rostro y lo que planeaba, le asustaba sentirlo cerca y no saber cual sería su próximo movimiento.

—¡No me retes! —le gritó. —Tú no sabes de lo que yo soy capaz cuando quiero conseguir algo.

—Claro que lo sé, porque ya me los has demostrado con tus chantajes y amenazas, pero en esta ocasión no tienes nada que puedas usar para presionarme.

—Tu hija…

—Ya no puedes quitármela, ahora la ley me protege como su madre que soy.

—¿Y quién habló de quitártela? —la rodeó dando la vuelta alrededor de su cuerpo, ella temblaba. —Los accidentes ocurren, Cristina.

—¿Serías capaz de hacerle algo? —analizó sus propias palabras por un momento. —No sé para qué pregunto, es obvio que serías capaz de lo peor, si hasta ahora no te ha temblado la mano para todo lo que has hecho, no creo que vayas a empezar a recapacitar.

Federico resopló y se detuvo delante de ella, muy de cerca de su rostro.

—Si aceptaras compartir tu habitación conmigo no tendríamos que averiguar si soy capaz o no de lo peor.

Cristina dio un paso hacia atrás.

—Ya te dije que no, yo no quiero compartir mi espacio contigo, Federico, ¿qué no entiendes que me molesta demasiado tu presencia?

—¿Por qué… por qué tanto odio, Cristina? —no la dejó responder. —Sí, por todo lo que te he hecho, siempre me lo dices y ya lo sé, pero no comprendo por qué no puedes por lo menos intentarlo, no te estoy pidiendo más que estar cerca de ti, de nuestro hijo. ¿Eso te parece demasiado?

—Sí, porque no quiero dormir a tu lado ni tener que sentirte cerca en todo momento, además yo sinceramente no entiendo, ¿a qué viene todo esto? ¿De cuándo acá tanto interés por estar cerca de mí o de mi hijo?

—Nuestro hijo, aunque te pese.

—Aun así, no comprendo por qué ahora sí deseas estar aquí.

—Siempre lo he deseado, tú no lo has permitido.

—Tiene que haber una razón para que ahora insistas tanto. —daba otro paso hacia atrás cuando sintió que él volvía a acercarse demasiado.

—No quiero seguir siendo la burla de todos, el pobre idiota que ni siquiera comparte la cama con su mujer… así nadie va a creer que tu hija es mía, incluso van a dudar de la paternidad del hijo que esperas.

Ella sonrió con amargura.

—Ah, ya entiendo, ¿entonces es eso? Escuchaste algún comentario por ahí que te pegó como una bofetada de verdades.

Él se enfureció de repente y se acercó tomándola por los brazos, Cristina se asustó por su acción tan repentina.

—Mira Cristina, puede que tu maldita mocosa no sea mía, pero ese hijo que esperas sí lo es, es mío, nuestro, y no estoy dispuesto a que la gente ponga eso en duda por el simple hecho de que no dormimos juntos. Ya me cansé de soportar esto, yo me casé contigo para que fueras mi mujer, mi esposa en todos los sentidos y eso incluye también compartir la cama.

—¡Suéltame! —lo empujó haciendo que él aflojara el agarre en sus brazos, sin embargo, se quedó muy cerca de ella. —Ya dije que no lo voy a permitir.

—Y yo te dije que no te estoy preguntando.

—¿Por qué le das tanto interés a lo que digan los demás y a lo que la gente comente?

—Porque sí, porque en este pueblo todos hablan, todos comentan y yo no pienso ser la comidilla de todos, el imbécil que tiene que aceptar que su mujer lo obligue a dormir en otra habitación, yo no me casé para eso, me casé para tenerte, y hasta aquí llegó mi paciencia. —con un grito y un golpe en la puerta salió de la habitación hecho una furia.

Cristina lo escuchó salir, sintió miedo de lo que pudiera hacer, y aunque su niña dormía detrás de ella en la cuna, con su marido nunca se sabía, así que su impulso fue correr tras él para enterarse de lo que se proponía.

—¿A dónde vas, Federico? ¿Qué vas a hacer? —pudo oír que bajaba las escaleras con apuro, lo siguió y cuando llegaron a la planta baja escuchó que a gritos llamaba a Vicenta y a Candelaria.

—¿Qué demonios haces? Deja de gritar.

—¿Qué se le ofrece patrón? —las empleadas llegaban corriendo.

—Quiero que en este momento pasen todas mis cosas a la habitación de mi esposa, desde hoy vamos a compartir la recamara.

—De ninguna manera, Federico. —intervenía Cristina.

—Patrón…

—¡Es una orden! —les gritó asustándolas. —¡Obedezcan!

—Mi niña, ¿qué hacemos? —le preguntaba Candelaria.

—Nada, no van a hacer nada, ya le dije a Federico que lo que pide no va a poder ser.

—Cristina, me estás colmando la paciencia, no sigas retándome. Y ustedes, o hacen lo que les ordeno o tendré que correrlas de aquí y no podrán seguir cerca de su niña Cristina.

—Tú no puedes hacer eso. —la joven mujer de cabello negro lo enfrentaba.

—Claro que puedo.

—Niña ya, haremos lo que el patrón nos pide.

—Es que yo no quiero, Vicenta.

—Voy a salir, Cristina. —Federico se acercaba a ella. —Espero que cuando vuelva, mi ropa y todas mis cosas estén en tu cuarto, si no, tu hija y estas dos criadas pagarán las consecuencias.

Vicenta y Candelaria vieron como el patrón besaba hipócritamente la frente de Cristina, y como ella se derrumbaba entre lágrimas frente a las dos luego de que él se marchara.

—Ya niña, no llores. —ambas la consolaban.

—¿Por qué no me deja vivir tranquila? Cada día me sale con una nueva exigencia. Ya estoy harta de esto, no lo soporto más.

—Ven, siéntate aquí. —la llevaban hasta uno de los sillones. —No te hace bien ponerte así, niña, no luego de que te pusiste mal la otra vez, recuerda que el bebito todavía necesita que tú estés tranquila.

—¿Y cómo puedo estarlo con esta vida tan amarga que llevo? Todo lo que me pasa, toda esta tensión que cargo es por culpa de Federico. ¿Acaso no ven como me hace la vida un infierno día tras día?

—Lo sabemos… ¿qué quieres que hagamos respecto a lo que pidió?

—Si tú dices que no quieres que pasemos las cosas de él a tu cuarto, niña, nosotras estamos dispuestas a enfrentar las consecuencias, así él se enoje y nos corra.

—No, yo no quiero que ustedes me dejen, sin las dos me sentiría perdida y muy sola en esta casa, mi mamá a veces pierde la razón y no tendría a nadie con quien hablar si me dejan. No voy a arriesgarme a que Federico logre echarlas, o a que atente incluso contra ustedes o mi hija.

—¿Crees que sería capaz de tanto?

—Claro que sí, ya nada me sorprendería de él.

—¿Entonces qué hacemos?

—Pasen todas sus pertenencias a mi recamara… —se puso de pie y una lágrima bajó por su mejilla. —A partir de hoy Federico va a dormir en mi cuarto.

Las empleadas se miraron entre sí.

—Pero será por poco tiempo. —prosiguió Cristina.

—¿Qué quieres decir, niña?

—Que me voy a divorciar de él… ya no puedo ni quiero seguir casada con Federico Rivero.

—¿Y el bebé?

—Mi hijo va a estar mejor sin él, y yo también. De ahora en adelante tengo que preocuparme por María del Carmen, por esta criatura que viene en camino y por mí. Prefiero mil veces estar sola que seguir junto a un hombre que me hace la vida imposible todos los días.
.
.
Ya era de madrugada cuando Federico regresó a la hacienda, llegó tambaleándose por la fuerte borrachera que llevaba encima. Entre tropezones subió hasta la planta alta y llegó hasta el pasillo donde estaban todas las habitaciones. Se quedó parado a medio pasillo, mirando una puerta a la derecha y luego otra a la izquierda, una era la suya de siempre, y la otra la de Cristina. Si las empleadas obedecieron sus ordenes, para esas alturas todas sus cosas deberían estar ya en el cuarto de su esposa. Se acercó a la puerta donde dormía la mujer que lo volvía loco, y entró sin hacer mucho ruido. Allí estaba, dormida como un ángel, con su hermoso cabello negro desparramado en la blanca almohada. Lentamente camino acercándose a ella y se sentó al borde del colchón con toda la delicadeza de la que fue capaz, sin embargo, el efecto del alcohol sumado a su típica brusquedad, hizo que Cristina se removiera en la cama tan pronto sintió el fuerte movimiento en ésta.

—Perdón, no quería despertarte. —se disculpó Federico con un tono amable muy poco común en él.

—Hueles a alcohol. —fue lo primero que dijo Cristina al abrir los ojos y encontrarse con una oscuridad peor a la de antes de hacerlo.

—Estaba en la cantina. —le respondió llevándose las manos como podía a los botones de la camisa con claras intenciones de quitársela.

—No me lo tienes que decir, yo sé que no haces otra cosa que beber. —decía molesta.

Hubo un pequeño silencio. Cristina se frotó los ojos en un intento de desperezarse.

—¿Y mis cosas... ya están aquí? —preguntó caminando hacia el armario.

—Tal como ordenaste. —le respondió ella con voz dura, ya se había incorporado en la cama, y apenas le estaba cayendo el veinte de que esa noche compartiría el mismo espacio con su marido.

Federico abrió el ropero y en medio de la borrachera pudo divisar algunas prendas de ropa suyas mezcladas con las de su esposa. Sonrió satisfecho y tomó de un rincón una pijama. Cristina permanecía en silencio no pudiendo ver que él continuaba desvistiéndose y ya se encontraba casi desnudo.

—Por fin voy a estar en el lugar que me corresponde. —dijo cuando estuvo completamente sin ropa; el comentario molestó a Cristina quien estaba ajena a la descarada desnudez de su esposo.

—No por mi gusto. —refutó ella echándose a un lado en el colchón cuando sintió la presencia masculina acercarse.

—No te quejes, Cristina, lo normal es que marido y mujer compartan la habitación… y por supuesto la cama. —se dejó caer sobre las cobijas luego de haberse colocado únicamente el pantalón de dormir; estaba tan mareado que no logró ponerse nada más.

—Claro, cuando hay amor en el matrimonio y uno de los dos no chantajea al otro para hacer su santa voluntad. —soltó enojada, al mismo tiempo se corría un poco más hacia la orilla de la cama para no tener el menor contacto con él.

—Sea como sea, ahora estoy donde siempre debí estar, ya se acabaron las habladurías y los chismes, estaba harto de ser la comidilla del pueblo.

Cristina negó con la cabeza y en sus labios afloró una sonrisa amarga.

—¿Crees que por dormir aquí, se van a terminar los chismes? Esto no cambia nada, Federico, la gente igual va a hablar, nadie cree que tú eres el padre de María del Carmen.

—Tendrán que creerlo. —interrumpió él molesto. —Y por el bien de los empleados chismosos de esta hacienda, espero que midan sus palabras y dejen de estar regando estupideces por ahí por el pueblo. —se llevó las manos a la cabeza, le dolía tanto que parecía que le iba a explotar.

—No puedes controlar lo que todo mundo piensa y dice.

—Pero puedo correrlos si los agarro chismoseando por ahí como si fueran viejas chismosas.

Cristina se levantó de la cama y se acercó a la cuna de María del Carmen que estaba cerca de ella. Inspeccionó con sus manos que estuviese dormida y respirando normal, luego se alejó de allí.

—¿A dónde vas? —preguntó Federico entre dormido y despierto. Ella no le respondió, y él volvió a cuestionarle.

—Al baño. —contestó irritada después de unos segundos.

Tenía el estómago revuelto, no sabía si por el olor a alcohol o por el simple hecho de tener que soportar a fuerzas la presencia de su marido ahí. Él no dijo nada, ella supuso que por la borrachera ya se había quedado dormido. Dio las gracias en silencio y se dirigió al baño, allí no pudo contenerse y devolvió lo poco que había cenado, también lloró, y mucho. Se la pasó un buen rato lamentándose porque su vida no era para nada lo que un día soñó tener.

Esa primera noche que Federico pasó en la habitación de su esposa, lo hizo solo. Cristina decidió huir con María del Carmen a la habitación de su madre. Cualquier cosa antes que dormir junto a él. Todavía no se sentía preparada ni física ni mentalmente para compartir la intimidad de las noches con Federico Rivero. A decir verdad, no sabía si algún día se sentiría lista para algo como eso. Después de tanto daño que le había hecho ese hombre, ¿cómo podría ahora aceptar que su verdugo se metiera en su cama?


A la mañana siguiente, Cristina ya se encontraba en la sala con su hija en brazos, le daba la mamila mientras hablaba con su mamá. Acababan de desayunar.

—Hija, casi no tocaste el desayuno, tienes que alimentarte bien. —le decía doña Consuelo.

—No tenía hambre, mamá, te prometo que después como algo. Lo que pasa es que traigo el estomago revuelto desde la madrugada.

—Sí, me lo dijiste cuando te pasaste a mi habitación a esas horas.

Cristina suspiró, pero no dijo nada.

—¿Piensas huir de tu cuarto todas las noches?

—No quiero dormir con Federico. —dijo sinceramente.

—No debiste permitirle que se mudara a tu habitación, hija.

—Yo no se lo permití, mamá, él hizo su santa voluntad como siempre. Si acepté que pasaran sus cosas a mi recamara fue para evitar que corriera a Vicenta y a Candelaria, o peor aún, que intentara hacerle algo a María del Carmen.

—¿Y entonces, qué vas a hacer? —vio que su hija sopesaba una idea.

—Me voy a ir de la hacienda… y solicitaré el divorcio, ya no quiero seguir unida a Federico.

—Hija, no puedes irte de la hacienda, no puedes dejarle este lugar a ese hombre. Si Severiano regresa y no te encuentra aquí cuidando de la casa, se va a poner muy mal. —comenzaba a alterarse.

—Mamá, por favor no empieces con lo mismo de siempre. Mi papá no va a volver. ¡Está muerto! ¡Entiéndelo! —frustrada.

—Niña Cristina… —Vicenta entraba corriendo a la sala. —El patrón ya salió de la habitación, me vine corriendo en cuanto lo vi. Como me dijiste que te avisara.

—Sí Vicenta, gracias… llévate a la niña y a mi mamá a su habitación. —se ponía de pie con la ayuda de la empleada.

—Cristina, tú no puedes dejar esta hacienda. —doña Consuelo ya había entrado a su estado de locura, el mismo que la atacaba por ratos casi a diario.

—Yo me las llevo, niña, tú tranquila.

Cristina respiró hondo cuando se quedó sola, sabiendo que inevitablemente su madre iba a toparse en las escaleras con Federico. Rogó internamente que ella no mencionara nada acerca de su intención de irse de la hacienda. Eso era algo que quería hacer en silencio, y que él se enterara de sus deseos de divorciarse, después de que ella hubiese partido de allí. Escuchó voces al pie de la escalera, pero por fortuna las palabras de su mamá no hicieron mucho sentido y por lo que oyó, Federico la ignoró por completo. Suspiró aliviada, se había salvado de ser descubierta; de lo que no se salvaría sería de los reclamos de su marido.

—Tu madre está cada día más loca. —comentó al llegar a la sala, luego se quedó mirándola durante algunos segundos y los reproches no se hicieron esperar. —¿Por qué te fuiste de la habitación en la madrugada, Cristina?

Ella se sentó en el sillón a sus espaldas y permaneció en silencio, no podía ver a Federico, pero sí podía sentir su mirada molesta sobre ella. Sabía que debía estar furioso, pues su voz sonaba cargada de rabia.

—¡Contéstame! —le exigió él.

Cristina no estaba en ánimos de discutir, no quería provocarlo para no hacerlo sospechar de sus intenciones de marcharse de El Platanal esa misma tarde, aun así le respondió con toda honestidad.

—No quería dormir contigo. He sido muy clara, Federico, tu presencia me molesta. —lo escuchó respirar enojado al instante, y supo que aunque hubiera tratado de evitarlo, acababa de desencadenar una discusión.

—Y a mí me molesta tener que dormir solo, teniendo una mujer y hasta un hijo en camino. —alterado.

—Yo no soy tu mujer… no por gusto.

—Me importa muy poco lo que digas, Cristina, yo también fui claro contigo ayer. —se acercó a ella y tomándola del brazo la hizo ponerse de pie. —Si no haces lo que yo digo, es tu hija quien va a pagar las consecuencias.

—Suéltame, Federico. —se zafó bruscamente de su agarre y se alejó de él parándose detrás del sofá, creando así una especie de barrera entre su cuerpo y el masculino. —Acepté que registraras a mi hija como tuya, participé en el bautizo a pesar de que era una farsa, te devolví tu hacienda, te he dejado hacer tu voluntad en la mía, dejé que te mudaras a mi recamara… he accedido a todo lo que has exigido, ¿qué más quieres? ¿Qué demonios pretendes hacer con mi vida, Federico? ¿No te cansas de hacerme los días tan miserables? —gritaba.

Federico la miraba con una mezcla de furia y fascinación, le encantaba cuando Cristina sacaba ese temple y lo enfrentaba así. Era extraño lo que sentía, aunque por un lado trataba de someterla constantemente a sus exigencias, por el otro disfrutaba cuando ella no se dejaba someter. Quizá porque representaba un reto para él o porque lo volvía loco el hecho de que de vez en cuando ella demostrara su carácter, el cual la hacía ver diez veces más hermosa ante sus ojos.

—Exageras… —se volvió a acercar a ella. —Sólo estoy haciendo lo que es normal en un matrimonio.

—¿Normal? —dio un paso hacia atrás cuando sintió que se acercaba, no podía creer la sangre fría de él para restarle importancia a todas las cosas que hacía y que a su vez le amargaban la vida a la mujer que decía amar. Por supuesto que ella no creía en ese amor. —¿Para ti es normal todo el daño que me haz hecho, tus chantajes, tus constantes amenazas? Si es así, entonces tienes un gran problema, porque nada de lo que me haces pasar a diario es normal… tú y yo no somos un matrimonio normal, si sigo aquí es porque me has obligado. —pero pronto eso se iba a terminar, pensó.

El ignoró convenientemente sus reproches, no se acercó más pero la miró de arriba abajo con deseo contenido.

—Hablo de exigir que compartamos la recamara, todas las parejas casadas lo hacen, tú eres mi mujer, yo soy tu marido, y me parece absurdo que tenga que dormir solo cuando para algo te tengo a ti.

A Cristina le revolvió el estomago su machismo tan pronunciado.

—Pues lo siento, no voy a dormir contigo. —dijo con voz firme, aunque por dentro temblaba, no quería provocarlo más pero tampoco quería seguir bajando la cabeza. La sola idea de marcharse de la hacienda y dejar atrás a Federico Rivero, le había dado algo de seguridad y confianza en sí misma. Claro que le preocupaban las consecuencias que saldrían de eso, sin embargo, sabía que el momento había llegado, tenía que librarse del yugo de su marido antes de que fuese demasiado tarde… sino es que ya lo era.

—Me estás retando, Cristina, y no te conviene hacerlo. —la tomó por un brazo con algo de brusquedad.

—Ya deja tus amenazas. —no logró zafarse del agarre esta vez. —Digas lo que digas no voy a hacer más tu voluntad, ya bastante he cedido. —quiso gritarle que pensaba irse ese mismo día de allí y que si todo salía como lo había planeado en su cabeza, muy pronto tendría sobre la mesa los papeles de divorcio. Tuvo que contenerse para no decirle todo en ese mismo momento, si lo ponía sobre aviso podría ser peor, así que se aguantó las ganas.

—Veremos quién gana y pierde en esta batalla. —le besó la frente antes de alejarse de ella y emprender el camino hacia la puerta. —Tengo muchas cosas que hacer hoy, pero te veré en la noche en nuestra habitación, mi querida Cristina. —se terminó de ir dejando atrás el eco de su carcajada que retumbó en todas las paredes de la sala.

Cristina soltó todo el aire que había guardado en sus pulmones, y mientras la risa casi endemoniada de su marido seguía repitiéndose en su cabeza, supo que era tiempo de correr.

—Ya has ganado muchas batallas, Federico. —dijo para sus adentros. —Pero la guerra en sí tengo que ganarla yo, por mi bien y por el de mis hijos. —se pasó las manos por el vientre y acarició el pequeño pero ya notorio abultamiento, al mismo tiempo pensó también en su hija mayor. Por ellos dos tenía que cambiar el rumbo de su vida, no sería justo para esas criaturas crecer bajo la opresión de un hombre como su marido.


Pasado el mediodía, Cristina platicaba con sus dos empleadas y aliadas. Estaba sentada en la cama con María del Carmen acostadita cerca de ella.

—¿Entonces mi mamá está dormida? —cuestionó cuando Vicenta le dijo que rato antes fue a llevarle un té para ver si así se calmaba de la crisis que había tenido.

—Sí, después de tomarse el té se tranquilizó bastante y el sueño la venció. Estaba muy alterada y repetía que don Severiano iba a volver y que por eso tú no podías irte de la hacienda. No sé si fue por su estado de locura, pero me contó que planeas irte de aquí y pedirle el divorcio al patrón.

—No fue por su estado de locura que lo dijo, de verdad me voy a ir, y como ya les había dicho, pienso divorciarme de él.

—Pero no tienes que irte, niña, esta es tu hacienda.

—No mientras Federico viva en ella, Candelaria. No me siento cómoda viviendo a su lado. —acariciaba la cabecita de su hija. —Por eso tomé la decisión de irme esta misma tarde…

Las empleadas intercambiaron miradas de sorpresa.

—Voy a necesitar la ayuda de las dos.

—Lo que quieras, mi niña.

Si todo salía bien, esa misma tarde estaría en Villahermosa.
.
.
.
—¿Estás segura de esto, mi niña? —le preguntaba Vicenta. —Cuando el patrón se entere que nos fuimos, se va a poner furioso. —ya habían llegado a su destino, un empleado fiel de la hacienda las había llevado hasta la casa de Villahermosa. Sólo eran Cristina, María del Carmen y Vicenta, ya que doña Consuelo no accedió a irse y Candelaria se tenía que quedar a cuidar de ella y de la casa.

—Ya lo sé, pero tenía que irme de allí hoy mismo, si no lo hacía ahora, no lo iba a hacer nunca. —suspiró. —Lo único que me preocupa es que dejé a mi mamá allá, ya viste que por más que le insistimos no pudimos convencerla de que nos acompañara.

—No quería dejar la hacienda porque sigue insistiendo en que don Severiano va a volver. Pero tú tranquila, niña, que Candelaria la va a cuidar muy bien allá.

—Sí, además será por poco tiempo, pienso mandar por ella muy pronto. Ojalá que la pueda convencer de que lo mejor es estar acá… por lo menos mientras logro obtener el divorcio. —entraban a la casa.

—Señora Cristina, ya le dejé las maletas en la habitación principal. —le decía el peón de la hacienda que las había llevado hasta ahí.

—Gracias por todo.

—Señora, yo tengo un poco de miedo… —le decía el joven. —Cuando don Federico se entere que la traje hasta aquí sin decirle nada, de seguro me va a correr.

—No, no te preocupes por eso, ya hablaré con Federico, él no puede correrte de mi hacienda. Si te pregunta en dónde estoy, no le mientas, de todos modos se va a enterar que me vine para acá. Dile que si quiere explicaciones, que me busque, pero que yo no pienso regresar a la finca por ahora.

—Sí señora Cristina, como usted diga, yo me retiro, con permiso. —se fue dejando a las mujeres solas.

—Ay mi niña, cuando don Federico se dé cuenta que ya no estamos en la casa, va a arder Troya. —comentó Vicenta mientras la ayudaba a sentarse en la sala con María del Carmen en brazos.

—Lo sé. —aceptó al tiempo que tomaba una bocanada de aire y lo contenía en sus pulmones. —Y no creas que no tengo miedo de su reacción, para serte sincera estoy aterrada de sólo pensar en como se va a poner. Pero es que no podía quedarme más tiempo a su lado, tú sabes todo el daño que Federico me ha hecho en tan solo unos pocos meses. Si seguía junto a él, no sé qué iba a ser de mí y de mis hijos.

—Eso sí, creo que aquí vas a estar más tranquila, sobre todo por el bebito que viene en camino, te hace daño alterarte, y pues la verdad es que don Federico es el culpable de que siempre te pongas mal.

Ella suspiró y se acarició el vientre con una mano, con la otra sostenía a su hija.

—Federico es experto en alterar a cualquiera, tiene actitudes que parecen sacadas de un cuento de terror… todavía a veces me cuesta trabajo creer que voy a tener un hijo suyo. —suspiró.

—¿Tú crees que el patrón pueda cambiar algún día? Lo digo por esa criatura, ese bebé no merece tener un padre así tan… tan tosco por decirlo de alguna manera.

—No lo creo, Vicenta, lo veo prácticamente imposible. Federico siempre ha sido un hombre cruel y despiadado conmigo; más allá de su brusquedad y machismo, hay maldad en su corazón… y la gente así no cambia.

—Todo es culpa del alcohólico que tenía como padre, la verdad es que ese hombre era mucho peor que don Federico, no es una sorpresa que su hijo haya salido así.

—Por eso es que no quiero que mi hijo crezca a su lado, ¿te imaginas si algún día sale tan malo como Federico?

—Bueno, pero este niño o niña tendrá tu influencia positiva, con una madre tan buena como tú, no podría crecer siendo tan mala persona.

—Oye, Vicenta, tú que siempre has vivido allá en el pueblo, ¿sabes qué pasó con la mamá de Federico?

—Ella era una mujer muy problemática también, le gustaba beber, vivir la vida alegre con un hombre y con otro. Terminó embarazándose del papá de Federico, tuvo al niño y luego de unos años de vivir con ese hombre, se fue de su finca y le dejó al chamaco, tiempo después murió, ya ni sé cómo, porque sólo se supo de ella por habladurías en el pueblo.

—¿Y Federico se quedó con su padre?

—Sí, y pues él era un borracho y nunca lo trató bien, por ahí se comentaba que lo maltrataba mucho, que lo molía a golpes cada vez que se le antojaba, a pesar de que aún era un escuincle.

—Yo siempre creí que Federico tenía un hermano.

—Pues eso dice él; es el papá de Carlos Manuel, el sobrino que vive aquí en Villahermosa, pero la verdad es que yo nunca lo vi, aunque bueno, conociendo como era su padre, no dudo que tenga montones de hijos no reconocidos regados por ahí y que de verdad tenga ese hermano.

Hubo silencio durante un par de minutos. Cristina suspiró y no pudo evitar imaginarse a un niño de ojos verdes sufriendo el abandono de su madre y los constantes golpes de su padre. No era la primera vez que esa imagen venía a su cabeza, y no sabía por qué, pero le causaba algo de pena.

—¿Por qué me preguntas todo esto, niña?

—Por nada, Vicenta… sólo curiosidad. Quizá estaba tratando de encontrar una explicación para el comportamiento de Federico, pero es que ni los abusos que sufrió cuando niño justifican todo lo que ha hecho. Es uno quien decide cómo será de grande, no puedes dejar que la forma en que te criaron, influya en el resto de tu vida.

—Eso sería lo ideal, pero influye, mi niña, influye mucho.

Cristina asintió en silencio y sin pronunciar palabra, le dio la razón, ya que ella misma era como era, gracias a la forma en que su mamá y su papá se comportaron. Es por eso que a veces bajaba la cabeza y aceptaba someterse al machismo de su marido, pues nunca vio otra cosa en su casa, su madre siempre hizo lo que su padre decía, y ella creció creyendo que eso era lo normal. Así mismo se comportaban toda las mujeres del pueblo y cada una de las conocidas a su alrededor. ¿Por qué habría ella de ser diferente? Claro que la mayoría de los hombres no se comportaban tan crueles como Federico, por esa razón es que decidió marcar la diferencia alejándose de su verdugo. De lo que no estaba segura es cuánto tiempo le iba a durar esa fuerza y valentía. Sabía que cuando él se enterase de su huida, las cosas ya no iban a ser tan fáciles. Era cosa de esperar…


Federico llegó a El Platanal cuando la noche ya caía, entró silbando, parecía de buen humor, y es que venía de apostar en una pelea de gallos en la cual había ganado una buena cantidad de dinero, y por supuesto eso lo tenía de buen ánimo. Lo que él no imaginaba es que esa felicidad iba a durarle muy poco. Cuando iba a media escalera, la voz de Raquela lo hizo detenerse, ella como siempre hablaba en tono venenoso.

—¿Qué quieres, Raquela? —preguntó volteando a verla. —Mira que vengo de buen humor y no quiero escuchar tus estupideces.

—Otras veces cuando me buscas para que te dé lo que tu esposa no te da, no te parece que digo estupideces. —se cruzó de brazos.

—Eso es porque yo te busco para otras cosas, no para hablar. —intentó seguir subiendo, pero una vez más ella lo llamó. —¿Qué demonios quieres?

—Pensé que llegarías más tarde, me extraña que no te hayas quedado bebiendo en la cantina. —sonreía con algo de malicia como si se estuviese conteniendo de decir algo.

—Para que veas… preferí llegar temprano y estar con mi mujer.

La risas de Raquela inundaron toda la sala.

—Entonces llegas tarde. —le dijo con una sonrisa burlona. —Tu mujercita ya se fue.

Federico frunció el ceño y terminó de bajar las escaleras para pararse justo en frente de Raquela.

—¿Qué dijiste? ¿Cómo que se fue? ¿A dónde salió? —desconcertado.

—No, no salió, se fue por completo de la hacienda.

—Mira, Raquela, no estés inventando cosas para hacerme enojar, porque te aseguro que si sigues, no vas a salir bien librada. —la señalaba con un dedo a modo de reclamo.

—Yo no estoy inventando nada, si no me crees, ve a preguntarle a la vieja loca de doña Consuelo que no quiso irse. Hace un rato tu esposa salió de la hacienda con maletas, su chamaca y toda la cosa, hasta a Vicenta se llevó. Un peón las llevó a quién sabe dónde, ninguno quiso soltar prenda.

—Espero por tu bien que no me estés mintiendo sólo para molestarme, si es así prepárate. —le espetó furioso y acto comenzó a subir las escaleras a grandes zancadas.

—La que se va a tener que preparar es tu querida Cristinita. —dijo en voz baja, él no la escuchó.

Arriba, doña Consuelo estaba siendo atendida por Candelaria, había pasado toda la tarde alterada desde que Cristina se marchó. Repetía y repetía que Severiano iba a volver y se pondría muy mal al no encontrar a su hija allí cuidando de la hacienda. La fiel empleada acababa de entregarle un té y la había convencido de que se recostara un rato para que descansara, fue en ese momento que la puerta de la habitación se abrió de golpe asustando a ambas mujeres.

—Patrón, ¿se le ofrece algo? —un tanto asustada, ya se imaginaba la razón de su enojo.

—¿Dónde está mi mujer?

—Don Federico…

—Dime de una buena vez.

—Mi hija se fue de la hacienda. —intervino doña Consuelo. —Por tu culpa.

Federico apretó los puños y su respiración se hizo más agitada.

—¿A dónde se fue? ¿Por qué? —gritaba.

—Patrón, ella quiso irse, Vicenta la acompañó. —titubeaba.

—No me importa qué quería Cristina o quién la acompañó, lo único que quiero saber es a dónde se fue y por qué.

—Se fue a Villahermosa, dejó la hacienda porque tú le hacías la vida imposible, pero cuando Severiano regrese, tú te tendrás que ir y mi hija volverá a su casa.

—Usted está cada día más loca, doña Consuelo. Don Severiano está muerto, y los muertos no salen de su tumba, así que ya deje de repetir la misma cantaleta. —le exigió a gritos. La mujer de cabellos rubios se alteró aún más y comenzó a decir cosas sin sentido y a llamar a su difunto marido.

—Ya doña Consuelo, tranquilícese. —le pedía Candelaria.

—¿Quién llevó a Cristina a Villahermosa? Exijo saber, porque sea quien sea, me va a oír.

—La niña Cristina me pidió que no le dijera, que si quería reclamarle algo que lo hiciera llamándola a ella. —le respondió casi temblando.

—No se preocupen, yo me voy a encargar de averiguarlo y de echarlo de aquí. Y Cristina también me va a escuchar, ella no puede irse de la casa así como así. —salió dando un portazo que casi hace que la puerta se atraviese de un lado a otro.

—Ay, San Juditas Tadeo, la que se le va a armar a la niña Cristina. —Candelaria comenzaba a hacer una oración al santo de las causas desesperadas, pero lo cierto era que ningún santo lograría impedir lo que se avecinaba.

—Mi hija no debió irse de la hacienda. —repitió doña Consuelo por enésima vez, en esta ocasión sonó un poco más cuerda, y fue ahí que Candelaria estuvo de acuerdo con ella.


En Villahermosa, Cristina terminaba de instalarse en la habitación. Vicenta la ayudaba, pues aunque su niña ya estuviese bastante adaptada a su ceguera, ahora le tocaba acostumbrarse a otro ambiente… eso si duraban mucho tiempo allí. Cristina estaba muy nerviosa, sabía que era cuestión de horas, tal vez minutos para que Federico apareciera reclamándole que se hubiera ido. El problema era que ella no estaba segura de poder enfrentarlo, si bien había tenido el valor de irse de su lado, no lo tenía tanto para darle la cara y decirle que quería divorciarse. Federico Rivero provocaba en ella un temor muy único, sobre todo porque sabía bien de sus alcances y de que nada lo detenía para hacer su voluntad. Ese hombre no tenía límites, nunca se podía predecir con qué nuevo chantaje iba a salir.

—Niña, estás muy callada, ¿qué te pasa? —luego de escucharla suspirar un par de veces.

—Estoy ansiosa, Vicenta, sé que Federico va a venir hasta acá en cuanto se entere que me fui de la hacienda, y la verdad no sé lo que vaya a pasar cuando lo enfrente.

La fiel empleada se acercó a ella y se sentó a su lado.

—¿Tienes miedo de lo que pueda hacer?

—La verdad es que sí, con él nunca se sabe, y estoy segura que con algo va a tratar de chantajearme. —contuvo aire en sus pulmones y se puso de pie dándole la espalda a Vicenta. —Pero esta vez no voy a ceder, quiero divorciarme cuanto antes, ya no puedo seguir atada a él.

—Tú sabes que yo te apoyo, mi niña, pero… —la miró y lo pensó un poco antes de preguntar. —¿De verdad crees que sea tan fácil? Don Federico parece siempre salirse con la suya.

Cristina soltó el aire que había estado conteniendo tan solo para volver a tomar otra bocanada. Le costaba admitirlo, pero Vicenta tenía razón, Federico siempre terminaba saliéndose con la suya de alguna manera u otra.

—Por eso mis nervios. —suspiró y se volvió a sentar en la cama. —Yo sé que él va a hacer algo para intentar obligarme a regresar a la hacienda, pero tengo que enfrentarlo aunque me muera de miedo. No puedo permitirle que me siga forzando a hacer su voluntad, a su lado yo no tengo vida.

Vicenta asintió y se acercó a Cristina para acariciar su cabeza en señal de apoyo. En silencio rogó que todo le saliera bien, porque conociendo a don Federico Rivero, sabía que los planes de su niña no iban a ser tan fáciles de llevar a cabo.

Más tarde, Cristina ya estaba completamente acomodada en la recamara principal, María del Carmen dormía y Vicenta preparaba algo ligero de comer para que la joven cenara, ya que no había querido probar bocado en todo el día. Y es que los nervios no se lo habían permitido, estaba muy ansiosa imaginándose la reacción de Federico al enterarse que se había marchado de la casa. Además temía que en cualquier momento apareciera ahí en Villahermosa para reclamarle su abandono; un abandono necesario, se decía Cristina.

—Mi niña, ya casi está el caldito que te estoy preparando. —Vicenta llegaba de la cocina.

—No sé si pueda comer, Vicenta, estoy muy nerviosa.

—Pero tienes que comer, no te hace bien quedarte con hambre.

—Voy a intentarlo, te lo prometo, pero no sé si logre pasar bocado. —suspiró. —¿Intentaste llamar a la hacienda de nuevo? Necesito saber cómo están las cosas allá y si ya Federico se enteró que no estoy.

—Sí, llamé pero nadie me contestó.

—Que raro… Candelaria siempre está pendiente del teléfono, es muy extraño que nadie conteste, eso me preocupa.

—Seguiré intentándolo, mi niña, hasta que logre comunicarme, tú quédate tranquila.

Vicenta iba a retirarse para ir por el teléfono, cuando se escucharon ruidos afuera y la dura voz de alguien que demandaba que le abrieran inmediatamente la reja principal.

—Es Federico, es su voz. —dijo Cristina con el alma pendiendo de un hilo, lo que tanto había temido se había convertido en una realidad.

—Ay niña, ¿y ahora qué hacemos?

—No le abras. —se frotó las manos nerviosa.

—Pero va a seguir haciendo escándalo allá afuera si no lo hacemos.

Cristina se mordisqueó el labio nerviosa.

—Tienes razón, será peor si no lo enfrento de una vez. —dejó escapar un largo suspiro. —Ábrele, Vicenta.

La señora mayor asintió y salió de la casa para abrirle la reja al hombre que a gritos exigía que lo dejasen entrar. Una vez abierta, Federico entró furioso casi empujando a Vicenta. A gritos llamaba a Cristina.

—¡Cristina! ¡Cristina! —su dura voz retumbaba en las paredes. —¿Dónde estás, Cristina?

—Estoy aquí, Federico, ya deja de gritar. —desde la sala, Cristina lo llamó cuando escuchó que se dirigía al área de las habitaciones.

Él la miró con semblante cabreado, ella estaba de pie junto al sillón y se frotaba las manos una y otra vez en claro gesto de ansiedad. Detrás de él, Vicenta miraba la escena preocupada, no quería meterse para no hacer las cosas peores, fue por eso que se retiró, pero lo hizo elevando un rezo al cielo. Federico se acercó a Cristina y exigió respuestas.

—¿Cómo te atreves a dejar la hacienda, Cristina? ¿Qué haces aquí?

—Si dejas de gritar, te lo explico.

—No, no voy a dejar de gritar, exijo una explicación.

El aliento a alcohol de Federico se colaba por la nariz de Cristina provocándole nauseas… un poco por el olor y otro poco por los nervios que le provocaba tener que enfrentarlo.

—Es muy simple… —la voz le tembló. —Me fui de la casa porque no quería seguir más a tu lado. —elevó la barbilla con una osadía casi forzada, lo cierto era que los nervios le estaban ganando en ese momento.

—Tú no puedes irte así como así de mi lado, eres mi esposa, mi mujer, llevas en tu vientre un hijo mío, además de tener legalmente otra hija conmigo. Porque te recuerdo que ante la ley María del Carmen es mi hija, y esto que estás haciendo ni siquiera es legal, te estás llevando a mis hijos sin mi autorización, y eso es un delito. —gritaba.

—¿Qué sabes tú de la ley, Federico? Eres el primero en romperla y hacer siempre tu santa voluntad. Tú no me respetas, me tratas mal, me has hecho las peores cosas y los chantajes más bajos. ¡Por eso me fui de tu lado, porque me harté! —ahora era ella quien gritaba.

—A mí no me importa lo que digas, Cristina, tú no te vas a quedar aquí, vas a regresar a la hacienda en este momento. —la tomó bruscamente por un brazo y quiso dirigirse con ella a la puerta principal.

—No, Federico, suéltame, no puedes obligarme a que me vaya contigo. ¡Que me sueltes te digo! —forcejeaba con él, pero entre su ceguera y la poca fuerza comparada con la masculina, no lograba zafarse del agarre. —Federico, por favor, déjame, me vas a lastimar.

Él se detuvo cuando llegaban a la salida, aflojó su mano alrededor de su brazo y la miró con expresión lánguida.

—No puedes dejarme, Cristina. —habló un poco más calmado. —Yo te necesito. —acercó lentamente su rostro al de ella, tanto así que sus respiraciones terminaron mezclándose.

Ella trató de alejarse, pero él la agarró por la cintura y no se lo permitió.

—Eso no es cierto, no me necesitas a mí, sólo a mi dinero, y con ese te puedes quedar, te lo regalo todo a cambio de mi libertad.

—No sabes lo que dices, yo te amo, Cristina, no puedo estar sin ti. —susurró contra los labios femeninos en voz muy baja y suave, ella instintivamente cerró los ojos, aunque tenía sus manos puestas en el pecho de él, lista para alejarlo en cualquier momento.

—Que bien mientes, Federico, quien no te conociera te creería… si yo no te conociera, podría llegar a creerte también. —lo empujó un poco pero él no se apartó, en cambio hizo que sus labios rozaran ligeramente con los de ella.

Federico la sintió temblar, pero no supo si por gusto o por puro miedo; en su mente prefirió creer que era de gusto. Claro que ese pensamiento se desvaneció tan pronto ella le dio un fuerte empujón y lo alejó de su cuerpo.

—Pero como te conozco… —prosiguió Cristina con lo que le había estado diciendo. —Sé que me estás mintiendo, que yo no te importo en lo más mínimo y que todo lo que dices es para ganarte mi confianza y así seguir haciendo conmigo lo que quieras. No esta vez, Federico, se acabó. —dio media vuelta y se alejó completamente de él, luego volteó nuevamente en su dirección y tomó coraje para decir lo que llevaba atorado en la garganta. —Me voy a divorciar de ti, Federico Rivero.

—… —él no pudo emitir palabra en ese instante.

—Es una decisión tomada.

Hubo silencio durante algunos segundos… luego una risa malévola inundó la sala. Era de Federico, esa típica carcajada malvada que dejaba escapar cuando algo no salía como él quería y necesitaba intimidar e infundir temor.

—Eso no va a ser posible, mi querida Cristina, tú y yo no nos vamos a divorciar… a menos que quieras perder a tus hijos para siempre.

Ella sintió que todo su cuerpo se sacudió.

—¿Qué? —tragó en seco.

Federico comenzó a acercarse a ella con pasos lentos pero firmes, casi como si se tratara de un león acechando a su presa.

—Si me dejas, si decides de verdad solicitar nuestro divorcio, entonces tendrás que decirle adiós también a María del Carmen y a nuestro hijito cuando nazca, porque pienso quitártelos, Cristina.

Federico terminó de acortar la distancia entre ambos cuerpos, cuando estuvo muy cerca de ella la tomó del mentón para mirar sus ojos, aunque estos no tuviesen vida.

—Es una decisión tomada. —repitió las palabras que ella había pronunciado minutos antes. La diferencia es que él hablaba muy seguro y sin titubear, dejándole saber a Cristina que no lo iba a pensar dos veces para cumplir su amenaza.






Mil gracias por su interés en la historia, aquí un capítulo más. Quisiera saber sus opiniones... ¿Podrá Cristina divorciarse de Federico, o como siempre él logrará retenerla a su lado? Espero sus comentarios. Regreso pronto. ♥

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora