Capítulo Veintiuno

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En el hospital de Villahermosa ya preparaban a Cristina para intervenirla en poco tiempo. Se encontraba en una habitación esperando que le hicieran los últimos análisis que faltaban antes de poder meterla a sala de operaciones. Su mamá estaba con ella transmitiéndole el apoyo y la calma que necesitaba en un momento como ese. Estaba de más decir que se sentía sumamente nerviosa por lo que pronto sucedería, o más bien por los resultados del después de la operación. Y sin embargo, su miedo a permanecer ciega aun operada, no era tan grande como el que tenía de que algo peor pasara y no lograra despertar de esa intervención y jamás pudiera volver a tener cerca a sus hijos, a su mamá… y a su marido. Federico… Que mucho lo extrañaba, la falta que le hacía era inmensa; desde la última vez que hablaron un poco la tarde que los encontró a ella y Ángel Luis platicando no se habían vuelto a dirigir la palabra prácticamente. Si acaso un frío hola salía de vez en cuando de los labios de alguno, pero la mayor parte del tiempo ni siquiera se cruzaban en los pasillos de la casa. Toda esa situación estaba matando de dolor a Cristina, y sin que ella lo supiera, a Federico le iba peor, pues nunca en su vida se había sentido tan vacío, y eso que desde niño le tocó estar muy solo. El abandono siempre fue parte de la vida de ese hombre que ella misma un día quiso alejar de su vida, pero lo irónico era que ahora que finalmente él ya no formaba parte de sus días, lo añoraba como nunca lo había hecho con nadie.

—Federico… —dijo inconscientemente en voz alta.

—¿Qué dices, hija? —le preguntó su madre frunciendo el ceño.

—Nada, mamá, pensé en voz alta, discúlpame. —suspiró.

—Pensabas en tu marido… —su comentario no parecía una pregunta, sino más bien una afirmación que no dejaba lugar a dudas.

—Sí, a ti no te puedo mentir; lo extraño mucho, quisiera que estuviera aquí conmigo en estos momentos.

—Pudiste haberlo llamado para decirle que te ibas a operar, ¿por qué no lo hiciste?

—No tenía caso, él y yo ya no estamos juntos.

—Pero sigue siendo tu esposo y creo que debió estar aquí en un día como este, además, tú misma estás diciendo que quisieras que estuviera aquí.

—Pues sí, pero ya es tarde para lamentarme, no le dije nada y creo que fue mejor así, si le pedía que viniera sólo nos íbamos a torturar estando cerca y a la vez tan lejos.

—Yo no entiendo por qué los dos son tan tercos y no solucionan de una vez por todas sus problemas.

—No hay mucho que solucionar, mamá, lo intentamos ya, pero nosotros no servimos como matrimonio y nos toca aceptar esa verdad.

—¿Entonces sí piensas solicitar la separación?

—Sí… después que pase todo esto de mi operación voy a hablar con el abogado para pedirle que tramite definitivamente los papeles del divorcio. —dijo con pesar; al mismo tiempo y sin que las mujeres lo esperasen la puerta de la habitación se abrió bruscamente y un hombre vestido todo de negro hacía su entrada.

—Papeles que yo no pienso firmar por nada del mundo. —la voz dura de Federico retumbó en las paredes del cuarto, una enfermera venía tras él diciéndole que no podía pasar hasta allí, pero éste no había hecho el menor caso y se había dirigido a la habitación sin importar nada.

—¿Federico? —cuestionó Cristina con el entrecejo arrugado a pesar de que no hacía falta confirmación, pues reconocería esa voz en medio de una multitud, sin embargo, era tan grande su sorpresa que por un momento dudó de que en verdad él estuviera allí.

—Sí, Cristina, soy yo, tu marido, el padre de tus hijos y el hombre al que decidiste no decirle algo tan importante como que ibas a operarte. —vio a su esposa tragar con fuerza.

—Señor, no puede estar aquí… —decía la enfermera detrás de él. —Sólo los familiares de la señora pueden estar con ella mientras la buscan para llevársela a sala.

—¿Y usted está sorda o qué le pasa? ¿Que no oyó que soy su marido? Cristina es mi esposa y tengo todo el derecho del mundo a estar aquí con ella.

—Disculpen, permiso. —la enfermera sintiéndose intimidada por las palabras y el tono de voz de aquel hombre decidió retirarse.

—¿Qué haces aquí, Federico? —preguntó Cristina todavía en shock por la presencia de su marido ahí.

—Yo los dejo para que hablen, voy a estar aquí afuera, hija, esperando a que vengan por ti, cualquier cosa me llamas.

—Sí, mamá, gracias. —la escuchó alejarse y más tarde cerrar la puerta tras ella.

Se produjo un incómodo silencio luego de que doña Consuelo se marchara, ninguno de los dos presentes en aquel cuarto dijo nada, y en caso de haber querido hacerlo no hubieran sabido ni por donde empezar. Un par de minutos pasaron y era hora de romper con el mutismo torturador que los rodeaba, así que fue Cristina la que se lanzó al vació sin pensarlo.

—Te pregunté qué hacías aquí, Federico.

—¿Qué crees tú que hago aquí? —no la dejó contestar. —Vine a verte porque me enteré que ibas a operarte y eres mi mujer y me importas aunque tú no hagas otra cosa más que dudar de eso. Vas a pasar por un momento muy importante y no me dijiste nada, Cristina, ¿cómo es posible? —había una mezcla de coraje y decepción en su voz.

—No lo creí necesario. —se cruzó de brazos y bajó la cabeza al mismo tiempo porque sentía la mirada pesada de él sobre ella.

—Ese es el problema contigo, que nunca me tomas en cuenta para nada y te importa muy poco que yo sea tu marido.

—Dentro de poco dejarás de serlo.

—Veo que sigues decidida a divorciarte de mí.

—Es lo que haría cualquier mujer que fue engañada por su esposo.

—Y también sigues creyendo que yo te traicioné... —suspiró frustrado.

—¿Y no fue así? ¿Acaso no estuviste en casa de Raquela, no te vieron entrar allí?

—Sí, pero no pasé la noche con ella ni sucedió nada entre nosotros. —se acercó un poco más a la cama por uno de los costados de la misma.

—Eso dices, pero yo te conozco lo suficiente como para saber que una oportunidad así no la hubieras podido desaprovechar.

—El Federico Rivero de antes no, jamás hubiese desaprovechado el ofrecimiento que Raquela le hizo aquella noche. —notó como la respiración de su esposa se aceleraba en una clara muestra de celos. —Pero el Federico de ahora prefirió marcharse para respetar a su mujer y a su familia, aunque eso para ti no valga nada y se te haga imposible creerlo. —se sentaba en el borde del duro colchón.

—Para mí no es fácil creerte.

—Entonces no me amas, no confías en mí. —afirmó muy seguro.

—Sí te amo. —se aventuró a decir y sintió una emoción que hacía semanas no sentía al no pronunciar aquellas dos palabras delante de su marido.

—Y yo te amo a ti. —acercó su rostro al de ella y la vio respirar agitada, pero esta vez sabía que no era por celos. —Pero me duele cada vez que desconfías de mí, me parte el alma que no creas en mis palabras ni en mi amor. —sus labios casi se rozaban.

—No puedo hacerlo, porque cada vez que he intentado confiar en ti y creer tus buenas intenciones, he salido con el corazón destrozado y el alma hecha pedazos. —echó la cabeza un poco hacia atrás para alejarse de él a pesar de que lo que verdaderamente deseaba era besar aquellos labios que tanto extrañaba.

—Lo dices como si lo único que yo hubiese traído a tu vida fuera sufrimiento.

—¿Y no es así?

—No. —se defendió de inmediato. —No puedes decir eso luego de los meses de felicidad que vivimos, en ese tiempo aprendimos a convivir como pareja, a compartir la crianza de los niños y entendernos como matrimonio. Reímos, hicimos el amor cada noche hasta quedar saciados, platicamos hasta que el sueño nos vencía y éramos felices. Yo por lo menos sí creía que lo éramos, y en mi caso sí puedo asegurarte que era feliz a tu lado, que junto a ti lo tenía todo, pero me duele darme cuenta que absolutamente nada de lo vivimos valió algo para ti. —la voz se le cortó.

—Eso no es cierto.

—¿Y si no lo es por qué me tratas con esa frialdad, por qué dices que no he traído otra cosa más que sufrimiento y dolor a tu vida?

—Porque estoy herida, porque es cierto que me has hecho mucho daño y… simplemente tengo miedo de que vuelvas a lastimarme. —admitió derramando un par de lágrimas.

—Las cosas que te hice en el pasado te marcaron, yo lo sé, pero eso tampoco te da el derecho a condenarme de por vida. ¿Qué quieres, Cristina, vengarte de mí alejándome de tu vida y haciéndome sufrir para desquitarte por el dolor que te causé en su momento?

—Claro que no.

—Pues eso parece. —se puso de pie y caminó ansioso por el corto tramo en aquella habitación. —Es como si quisieras tomar venganza y hacerme sufrir igual o más de lo que yo te hice sufrir a ti. —se volvió a acercar a ella. —Estoy muy arrepentido por todo, y también estoy cansado de pedirte perdón una y otra vez por lo mismo, siempre deseando que esta vez sí lo vas a dejar todo atrás y me vas a perdonar de corazón, pero eso no pasa. Al menor problema tú siempre sacas el pasado a colación y me recuerdas cada cosa que hice mal. Eso no es perdón, Cristina, eso es rencor, rabia y hasta algo de odio.

—Yo no te odio, no digas tonterías.

—Pues si no me odias demuéstramelo creyendo en mí. —sentándose nuevamente muy cerca del cuerpo femenino. —Ya no dudes más de mi amor y dime si quieres intentarlo un poco más o te vas a rendir. Pero por favor dímelo de una vez porque yo no puedo seguir torturándome con la idea de que un día todo se va a arreglar y tú y yo vamos a volver a estar juntos. Prefiero un adiós definitivo ahora que una vida a medias contigo y al mismo tiempo sin poder tenerte como quisiera.

—Es que no sé… —se pasó las manos por la cara agobiada. —Lo de Raquela me hace dudar mucho, para mí es difícil creer que estuviste en su casa y te fuiste sin que pasara nada entre ustedes, entiéndeme.

—Yo comprendo lo que sientes, Cristina, pero ya te he dicho una y mil veces que entre esa mujer y yo no pasó nada. Yo te lo juro por los niños, por Fede que es mi adoración; entré esa noche a su casa, estuve un minuto en el que únicamente le dejé algunas cosas claras, y me fui, no sucedió nada de lo que tenga que arrepentirme. —se quedó callado un momento, ella tampoco dijo nada. —Bueno sí, me arrepiento de haberla ido a buscar, no sé qué estaba pensando, tenía rabia contigo y no analicé bien las cosas y eso es lo único que lamento, pero de ahí en fuera no tengo nada de que avergonzarme. Yo no te fallé esta vez, pero tú… tú sí lo hiciste al alejarme de tu lado.

—No me eches a mí la culpa de todo, porque no la tengo.

—No lo estoy haciendo, bien dije que cometí un error en ir a buscarla, pero acepta tú también que estás cometiendo uno mayor al creer las mentiras de cualquiera antes que confiar en mí que soy tu marido.

—Me puse muy celosa cuando supe que estuviste en esa casa. —dijo después de algunos segundos de silencio. —Entiende, era normal que creyera que pasaste la noche con ella. —bajaba un poco la guardia, su voz sonaba calma.

—¿Y ahora me crees que no lo hice?

—Me lo juraste por Fede, sé que no lo usarías a él para mentirme, así que te creo que no pasó nada con ella, pero eso no quiere decir que no me decepciona el hecho de que hayas pensado siquiera en buscarla.

—Ese fue mi grave error, creer que seguía siendo el mismo Federico de antes que buscaba a la mujer que fuese para descargarse un rato y conseguir un poco de placer.

—¿Ya no eres ese hombre entonces?

—No.

—¿Y cuándo dejaste de serlo? Porque la gente no cambia de la noche a la mañana.

—Tienes razón, pero en mi caso no fue de la noche a la mañana, me tomó tiempo entender que no encontraría algo más valioso en esta vida que tú que eres mi esposa y mis hijos. Lástima que a ti ya te perdí… ¿o no Cristina? —pegó su boca a la de ella y sin dejarla reaccionar y mucho menos responder a la pregunta separó los labios y atrapó los de su mujer en un apasionado beso.

El mundo se detuvo en aquel instante en que sus bocas volvieron a unirse; más tarde sus lenguas también lo hicieron convirtiendo el beso en un acto completamente fogoso y ardiente. Los segundos pasaban, pero para ellos todo a su alrededor había dejado de importar, no existía nada que no fueran los dos y sus ganas de seguir con el contacto tan anhelado y exquisito. Por un momento olvidaron el lugar en el que se encontraban, se besaban como si estuvieran en su cama a punto de hacer el amor. Ambos estaban cegados por el deseo acumulado de tantas semanas sin compartir siquiera un beso, por eso ahora que al fin tenían la oportunidad de hacerlo no querían detenerse por nada del mundo.

—Extrañaba tanto tu boca. —le confesó Federico deteniendo el contacto tan solo un segundo para poder tomar aire y volver al ataque.

—Y yo la tuya, Federico. —le dijo ella buscando al igual que él un poco de aire para no asfixiarse, aunque a decir verdad hubiera valido la pena morir ahogada en la pasión de aquel beso.

—Dime si ya te perdí o todavía puedo guardar la esperanza de una vida a tu lado. —murmuró entre pequeños, pero intensos besos.

—No me has perdido, yo te amo, mi amor, y te mentiría si te dijera que no quiero estar contigo. —le mordisqueó el labio inferior suavemente provocando en su marido un deseo incontrolable de llevar la situación a algo más, sin embargo, se encontraban en un hospital y era claro que no podían hacerlo.

—Dios… si no fuera porque estamos en este hospital te haría el amor ahora mismo. —fue deteniendo los besos que aún compartían y los fue convirtiendo en unos más tiernos y menos apasionados para ver si así las cosas se enfriaban un poco, pero estaba resultando imposible.

—Tengo mucho miedo, Federico. —confesó ella con el afán de detener aquello antes de que hicieran una locura en plena cama de hospital.

—¿Por la operación? —él dejó de besarla para acariciar su mejilla con ternura.

—Sí. —aceptó cambiando su semblante a uno de preocupación, no era mentira que la intervención que le realizarían ese día la aterraba. —Me aterra pensar que quizás no voy a poder ver a pesar de esta operación, pero más que eso me asusta que algo peor pase y ya no despierte y no vuelva a estar con mis hijos, con mi mamá… y contigo. —se abrazó a él.

—Eso no va a suceder, vas a despertar de esa operación y lo vas a hacer bien, yo estoy confiado en que vas a volver a ver, así que no te angusties que todo va a salir perfecto. —le besó la frente.

—¿Te vas a quedar aquí mientras me operan?

—No tengo otro lugar en el quiera estar que no sea junto a ti.

—¿Por qué te portas así conmigo luego de toda la desconfianza que te he tenido en estas semanas? Hasta te corrí de la casa y te dije que quería el divorcio, pero aún así tú estás aquí ahora dándome el apoyo que tanta falta me hacía.

—Porque te amo, Cristina. ¿Acaso no te has dado cuenta de lo que significas para mí? Tú eres mi todo, eres mi vida entera, y estas semanas sin ti han sido una tortura. —la voz se le cortó un poco y también sonó algo amarga y melancólica.

—Federico, yo quisiera decirte que… —calló porque él puso un dedo sobre sus labios para impedir que siguiera hablando.

—No digas nada, no es el momento, tú tienes que estar tranquila para que todo salga bien en esta operación, hablaremos lo que sea después.

—¿Tú todavía quieres arreglar las cosas entre nosotros o me odias por haberte alejado de mí?

—Jamás podría odiarte porque te amo con todas mis fuerzas, y claro que quiero arreglar las cosas, pero si en algún momento lo hacemos y volvemos a estar juntos, necesito que sea por completo.

—¿A qué te refieres?

—A que necesito que estés segura de lo que en verdad deseas, que si decides confiar en mí lo vas a hacer siempre y no vas a permitir que cualquier cosa te haga desconfiar de nuevo. Cristina, ya yo no soportaría que volvieras a dejarme una vez más, si decidimos regresar necesito que sea para siempre, porque no creo que pueda aguantar perderte otra vez. Piénsalo y hablaremos de eso cuando todo esto pase y tus ojos llenos de luz puedan mirarme con amor por primera vez.

—Abrázame, Federico, abrázame muy fuerte y no me sueltes. —se lanzó a su pecho hecha un mar de lágrimas, las mismas eran de miedo, de incertidumbre y también de amor, de ese amor que le tenía a ese hombre y que dolía, pero al mismo tiempo la llenaba de vida.

—No lo voy a hacer nunca, ni siquiera si me lo pidieras sería capaz de hacerlo. Te amo.

—Yo también te amo.

Sus bocas volvieron a unirse, pero esta vez el contacto era suave, lento, lleno de dulzura, pocas veces se besaban de aquella manera que iba más allá de la carne y los labios. Era un beso lleno de sentimientos puros, complicados sí, pero sinceros. Los dos se amaban irremediablemente, y sí, su relación empezó con el pie izquierdo y estuvo llena de mucho dolor al comienzo, pero se habían enamorado sin poder evitarlo, sobre todo ella que tanto deseó no sentir lo que sentía. Y sin embargo, para los dos fue imposible detener ese sentimiento que no buscaron, pero terminó por llegar a ellos como la lluvia llega en los días nublados; imposible de escapar de ello.

Mientras el matrimonio seguía compartiendo aquel beso tan necesitado, la puerta de la habitación se abrió y ellos ni siquiera fueron conscientes de que ya no se encontraban solos. No fue hasta que se escucho un carraspeo de garganta que se separaron algo agitados y con los labios rojos de tanto besarse.

—Lamento interrumpir. —dijo Ángel Luis ingresando en el cuarto con un expediente en las manos. —No sabía que estaba aquí, señor Rivero.

—¿En qué otro lugar podría estar si no es con mi mujer cuando está a punto de operarse? —alzaba una ceja luego de cuestionarlo.

—No quise decirlo así, es normal que esté aquí con su esposa, pero no sabía que había llegado.

—Pues ahora ya lo sabes.

—¿Cristina, estás lista para operarte? —le preguntó ignorando por completo el comentario y la actitud altanera de Federico.

—Lista no, pero ya quiero hacerlo, me muero del miedo y quiero salir de esto cuanto antes. —suspiró.

—Bueno, pues vamos a pasarte a un cuarto, vamos a hacerte unos últimos análisis rápido y empezamos.

Cristina contuvo aire en sus pulmones y apretó una de sus manos convirtiéndola en un puño que dejaba muy claro el estado de miedo en el que se encontraba. Por fortuna la otra mano estaba escondida entre los dedos de su marido que sin planearlo le transmitían fuerza y seguridad.

—Todo va a salir bien. —le prometió Federico cuando la llevaban en la camilla por el pasillo, su mamá también estaba allí y ya le había dicho al igual que él unas palabras tranquilizadoras. —Voy a estar esperándote aquí.

—¿No te vas a ir?

—No, no me pienso mover de aquí, te lo juro. —la besó en los labios sin importar que el médico, unas enfermeras y hasta doña Consuelo estuvieran allí mirándolos.

—Si algo sale mal prométeme que vas a cuidar a los niños.

—No pienses en eso, todo va a salir bien.

—Necesito que lo prometas. —una lágrima se deslizó por su mejilla.

—Lo prometo, Cristina, quédate tranquila. Te amo, mi reina.

Y fue así que volviendo a besarse en los labios se despidieron antes de que a Cristina la metieran en otra área donde ya los familiares no podían entrar. El adiós fue difícil, pues ninguno de los allí presentes estaba seguro de lo pasaría después.

—Devuélvele la vista a mi esposa, Robles. —le pidió Federico a Ángel Luis antes de que él también se metiera a aquella sala.

—Haré todo lo posible por conseguirlo, se lo aseguro, señor Rivero.

>>> Más de dos horas transcurrieron sin que hubieran noticias acerca de Cristina. Desde antes de llevársela a sala de operaciones ya habían avisado que la intervención duraría largo rato debido a que era un proceso complicado, pero aun así la espera se estaba haciendo eterna afuera. Federico era el más desesperado porque sentía que había pasado una eternidad desde que se habían llevado a su mujer de su lado. Doña Consuelo lo miraba caminar de un lado a otro por la sala de espera y no podía evitar angustiarse también al no saber qué estaba pasando con su hija.

—Ya pasó demasiado tiempo, ¿cuánto más van a tener a Cristina allá adentro? —preguntó él ya histérico.

—Ángel Luis nos dijo que se iban a tardar bastante porque la operación es larga y compleja.

—Sí, pero ya es mucho y no nos dicen nada de ella, yo no puedo estar tranquilo, voy a preguntar.

—Ya lo hiciste tres veces, vas a volver locas a las pobres enfermeras.

—No me importa, necesito saber como está mi mujer.

Como era de esperarse la respuesta que le dieron a Federico en el mostrador fue la misma que en las tres ocasiones anteriores en las que había preguntado; Cristina aún no salía de la operación y todavía no tenían información sobre ella.

—¡Maldita sea! —se quitó el sombrero y angustiado se pasó las manos por el cabello. —Cristina, sé fuerte, resiste todo lo que te hagan allá adentro. —murmuró por lo bajo sin poder estarse quieto —Ahora más que nunca estoy esperando por ti con la esperanza de que volvamos a estar juntos.

^^ En sala donde operaban a Cristina todo marchaba aparentemente bien, ya casi culminaban con el procedimiento y ella se encontraba estable dentro de la situación. Los resultados de la operación no se conocerían sino hasta un par de días después, pero hasta el momento todo parecía indicar que había grandes posibilidades de que todo saliera como planeado, sin embargo, los doctores aún no se aventuraban a asegurarlo. Una vez terminada la operación Cristina comenzaba a despertar de la anestesia, no del todo, pues todavía estaba dormida, pero en su inconciencia llamaba a su mamá, a sus hijos y a Federico, aunque su voz no se escuchaba, era como si lo hiciera en una especie de sueño profundo. Y no era precisamente un sueño, sino una pesadilla lo que parecía estar teniendo; veía a su mamá, a su marido y a sus niños, pero no era más que una simple ilusión, pues sus ojos estaban vendados. De repente Federico se alejaba de ella en esa especie de delirio que estaba viviendo, le decía que no podía perdonar su desconfianza y se despedía para siempre. Cristina quería detenerlo y suplicarle que no se fuera, pero no conseguía hablar, intentaba gritar, pero su voz no salía de su boca. La respiración comenzó a faltarle de un momento a otro, pero no sabía si era por haberlo perdido todo en aquel sueño o si realmente el aire no llegaba correctamente a sus pulmones. Fuera cual fuera el caso, algo no andaba bien y ella aun dormida podía sentir que las cosas se complicaban.

—Está convulsionando, doctor. —avisó una enfermera al ver a Cristina sacudirse ligeramente sobre la camilla.

—¡Oxigeno! ¡Vamos, rápido!

—Se nos va, doctor, se nos va.

—No, Cristina, quédate aquí con nosotros, vamos, tú eres fuerte, por favor no me dejes. —Ángel Luis batallaba consigo mismo para no dejar que el hombre superara al doctor y esto le impidiera actuar correctamente para salvar a su paciente.

—Ya no aguanto más, señorita, no es posible que en tantas horas no nos digan nada de mi esposa. —Federico interrogaba por enésima vez a las enfermeras del mostrador.

—Señor, ya le dije que lo único que sé es que la operación apenas terminó hace unos minutos y los doctores aún no nos dicen nada. El doctor Robles y su colega no deben tardar en salir a darles informes, le suplico que tenga paciencia.

—Ya he tenido mucha paciencia, pero se trata de mi mujer y necesito saber que está bien. —decía casi a los gritos.

—No puedo decirle más, señor, discúlpeme.

Unos cuantos minutos después de eso Federico creyó estar en el paraíso cuando finalmente vio que Robles y otro doctor se acercaban a él y a doña Consuelo para informarles sobre Cristina. Sin embargo, las caras de ambos no hicieron más que preocuparlo.

—¿Cómo está mi esposa? ¿Por qué tienen esas caras, qué pasó? —preguntó convertido en un manojo de nervios.

—Necesito saber cómo está mi hija, digan algo por favor. —al igual que su yerno, ella no podía más con la angustia.

—Cristina está estable, pero culminando la operación tuvo un episodio de convulsiones que por fortuna no fueron graves, no sabemos exactamente qué lo provocó, pero estuvo a punto de entrar en un paro respiratorio. Afortunadamente logramos estabilizarla con oxigeno a tiempo y ya se encuentra fuera de peligro.

—Dios mío, pudo haber muerto. —doña Consuelo se llevó una mano a la cara y se cubrió con ésta el rostro angustiado que se le había formado con el solo hecho de pensar que su hija estuvo en peligro de muerte.

—¿De verdad está fuera de peligro? ¿Están seguros que mi mujer va a estar? —Federico casi agarra a los doctores por las solapas de sus batas blancas para exigir una respuesta más convincente.

—Sí, señor Rivero, Cristina está totalmente fuera de peligro, sigue dormida, pero en cuanto la anestesia pase del todo va a despertar y va a estar bien.

—… —suspiró aliviado. —¿Podemos verla?

—Dentro de poco una enfermera vendrá por ustedes para llevarlos a la habitación donde está siendo instalada.

—Doctor, ¿y cómo salió la operación, mi hija va a recuperar la vista?

—Eso es algo que todavía no podemos asegurar. Se debe esperar al menos cuarenta y ocho horas para quitar las vendas y poder estudiar bien los ojos para saber el resultado de la operación.

—¿O sea que todavía no se sabe si verá o no?

—Así es, aunque puedo decirles que las probabilidades son buenas, pero en este tipo de operaciones no se sabe realmente hasta que el paciente abre los ojos y él mismo nos dice si ve o no.

—Ojalá que sí resulte y mi hija pueda volver a ver.

—Ustedes saben que el riesgo de que no resulte como esperamos sí existe, pero fue una buena decisión por parte de Cristina intentarlo, así que esperemos lo mejor. Esperen aquí unos minutos, en poco tiempo vendrán por ustedes para que pasen a verla.

—Gracias, Ángel Luis, y a usted también doctor.

—Permiso.

Los doctores se retiraron y a los pocos minutos una enfermera apareció buscando a los familiares de Cristina Álvarez. Por fortuna no se tardó más o Federico hubiera enloquecido sin poder entrar de una vez a ver a su mujer. Suegra y yerno entraron juntos a la habitación, por supuesto que se acercaron y la besaron, Cristina estaba entre dormida y despierta, pero sí sonrió un poco al escuchar voces conocidas. Oír la voz de su marido la tranquilizó bastante, pues desde que tuvo aquella alucinación luego de la operación había estado sintiéndose agitada y su presión arterial sin duda estaba disparada. Pero ahora se sentía en paz, y a pesar de su estado de somnolencia le gustaba saber que Federico estaba cerca porque eso significaba que él no iba a dejarla como en la horrible pesadilla que había tenido.

—Federico, quédate con ella, yo voy a salir a llamar a la casa para avisar que ya Cristina salió de la operación y se encuentra bien.

—Sí, doña Consuelo, vaya tranquila, yo me quedo con ella.

Cuando la señora de cabellos rubios salió del cuarto, Federico aprovechó para acercarse más a su mujer y poder besarla libremente en la frente y en las manos y simplemente acariciarla sabiendo que ya el peligro había pasado. Se moría por besar sus labios, pero la mascarilla de oxigeno que cubría su boca se lo impedía. Se sentó junto a ella y depositó un largo beso en su mejilla al tiempo que apretaba con fuerza los delicados dedos femeninos.

—Mi Cristina, tenía tanto miedo de perderte, de que el doctor saliera y nos dijera que algo había salido mal y que ya no estarías más a mi lado. —le besó la mano repetidas veces; Cristina al sentir el bigote de su marido rasparle un poco la piel comenzó a despertar.

—Ay… —se quejó muy suave al intentar abrir los ojos y darse cuenta que tenía los mismos vendados.

—Tranquila, Cristina, no te esfuerces.

—¿Federico?

—Sí, mi vida, soy yo, estoy aquí contigo.

—No puedo abrir los ojos.

—Tienes un vendaje, el doctor dice que lo tienes que tener puesto dos días antes de que te lo puedan quitar para saber si recuperaste la vista.

—Necesito saber ya si puedo ver o no; tengo miedo. —musitó.

—Hay que esperar, mi amor.

—¿Pero qué dicen los doctores?

—Que hay probabilidades de que puedas ver, pero que no pueden asegurarlo, por eso debemos esperar hasta que te quiten las vendas.

—Me duele mucho la cabeza. —comentó entre quejidos.

—Supongo que es normal por la operación, pero si quieres llamo a una enfermera para que te ponga un medicamento y se te quite rápido. —hizo por alejarse, pero ella estiró un poco la mano y lo haló para que no se fuera.

—Espera, no te vayas.

—Está bien, me quedo contigo.

—¿Es muy tarde?

—No tanto, pero sí pasaste algunas horas allá adentro y no nos decían nada de ti.

—Estoy desorientada, no sé cuanto rato pasó.

—Lo importante es que ya saliste de eso y estás aquí con nosotros. Tu mamá salió para llamar a la hacienda y avisar que estabas bien.

—¿Estuvieron aquí esperando mientras me operaban?

—Claro, no íbamos a dejarte sola por nada del mundo. —la vio sonreír ligeramente aún con el oxigeno puesto.

—Tú odias los hospitales y te quedaste.

—Porque no podía irme sin saber de ti, además no quería hacerlo, quería estar lo más cerca de ti que fuera posible. No entré al quirófano porque no me dejaron, sino me hubiera metido hasta allá contigo. —se echó a reír y terminó por contagiarla a ella aunque Cristina rió un poco más débil, pues el dolor de cabeza la estaba matando y se sentía bastante cansada.

—Tengo sueño y me duele todo.

—Duerme un rato y descansa para que más tarde te sientas mejor.

—¿Te vas a quedar aquí conmigo?

—Sí, estaré aquí todo el tiempo que sea necesario.

—Soñé que te ibas, y no sólo del hospital, sino de mi vida, te despedías y me decías que ya no querías estar conmigo. Después de eso me sentí mal y no podía respirar muy bien.

—Nos dijo Robles que al final de la operación te pusiste un poco mal, pero que no sabían por qué.

—Creo que fue porque me asusté con esa pesadilla.

Hubo silencio. Él no sabía qué decirle, sin duda todavía tenían mucho por hablar, pero no era el momento de hacerlo.

—Federico.

—¿Sí?

—Yo no quiero que te vayas.

—Ya te dije que me voy a quedar aquí contigo.

—No me refiero a eso, sino a que no quiero perderte.

—No hablemos de eso ahora, Cristina, tú tienes que descansar y yo voy a quedarme aquí a tu lado el tiempo que haga falta.

—Yo sé que aunque estés aquí y no digas nada, estás enojado y muy sentido conmigo por haberte alejado de mi lado y haberte pedido que te fueras de la casa. Pero quisiera que pudieras perdonarme, que ya no me odiaras por haber desconfiado de ti.

—No digas tonterías, yo no te odio. Y ya, no te angusties por nada ahora, ya hablaremos de lo que sea después, lo importante ahora es que descanses y te recuperes de la operación.

—Federico… bésame.

—Creo que no puedes quitarte el oxigeno todavía.

—Será sólo un segundo, por favor lo necesito.

A él no le hizo falta que ella se lo pidiera una segunda vez, sin pensarlo mucho le levantó un poco la mascarilla y dejó sus labios al descubierto. Entonces la besó con ganas y ella le correspondió con el mismo amor y el mismo deseo de que ya todo lo malo pasara y juntos pudieran solucionar todas sus diferencias.

—Te amo, Federico. —le confesó ella antes de que él volviera a colocarle el oxigeno. —Me has hecho mucha falta.

—Y tú a mí, Cristina. —suspiró recordando los días de infierno que pasó alejado de ella. —Ha sido una tortura no tenerte estas semanas.

—Para mí también ha sido horrible.

—¿Y por qué entonces no me buscaste antes? —preguntó y segundos después se arrepintió de haberlo hecho. —Discúlpame, te dije que no hablaríamos de nada ahora, ya habrá momento para platicar, ahora duerme un rato para que te sientas mejor. Yo voy a estar aquí a tu lado todo el tiempo, así que descansa tranquila.

Cristina asintió sin decir nada, sabía que la pregunta de su marido era en el fondo un reclamo, y también sabía que ella merecía todas las recriminaciones del mundo por haberlo alejado de su lado y haber desconfiado tanto de él. Decidió no pronunciar otra palabra en ese momento, como bien había dicho Federico, ya habría tiempo para eso. Un tiempo que le serviría a ella para pensar en sus propios errores y en la manera de enmendarlos para no perder definitivamente al hombre al que irremediablemente amaba con todas las fuerzas de su alma.
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Tiempo… tiempo fue lo que tuvieron que esperar para que llegara el momento de retirar el vendaje de los ojos a Cristina, y aunque sólo habían pasado dos días, la espera había resultado eterna. Esa tarde estaban con ella en la habitación del hospital los doctores, su madre, Candelaria y por supuesto su marido que en esos días no se había despegado de ella ni un instante. A Cristina ya le había quedado claro que él la amaba tal como decía, pues se lo había demostrado al estar allí junto a ella a pesar de todo lo sucedido. Aún no hablaban de su relación, pero ella se moría por hacerlo para pedirle perdón por haber sido tan dura con él. Planeaba platicar con él luego de que le quitaran las vendas, así podría verlo a la cara y con su mirada fija en la suya decirle cuanto lo amaba y la inmensa falta que le había hecho.

—¿Cómo te sientes, Cristina? —le preguntó Ángel Luis antes de proceder a quitar la primera capa del vendaje.

—Bien, pero muy ansiosa, me muero de los nervios.

—Pues hagamos esto cuanto antes.

—Sí… —Cristina estiró su mano buscando la de su marido, él no tardó en llevar la suya a la de ella y entrelazó rápidamente sus dedos con los de su mujer.

—Vamos a quitar las vendas con cuidado y después los parches de los parpados, necesitamos que abras los ojos cuando te digamos.

—Está bien. —tragó en seco y apretó la mano de Federico mientras removían todo aquello de sus ojos.

—Bien, Cristina, abre muy lentamente los ojos. —le indicaba el otro doctor.

Ella respiró hondo y sin ser consciente de ello contuvo todo el aire en sus pulmones, apretó más la mano de su esposo y comenzó a abrir los ojos muy despacio. Todos estaban a la expectativa; doña Consuelo y Candelaria rezaban a todos los santos para que pudiera ver, los médicos también lo deseaban y Federico intentaba transmitirle seguridad a ella, pero lo cierto era que él estaba a punto de un colapso nervioso.

—¿Qué ves, Cristina?

—… —ella creyó escuchar a los lejos la pregunta del médico.

—¿Cristina?

El corazón de Cristina empezó a latir descontroladamente, pero no de felicidad como estaba esperando, sino de angustia, de una terrible e inesperada angustia. A su lado todos seguían cuestionándola, pero ella no podía responder, y tampoco quería hacerlo, porque no se atrevía a pronunciar que seguía ciega, que la operación había sido un fracaso y que no veía otra cosa que no fuera oscuridad.

—¿Qué pasa, hija? Di algo por favor. —la veía llorar angustiada y podía imaginarse lo que estaba pasando, pero no quería aceptarlo.

—Mi vida, dinos algo, no te quedes callada. —le suplicó Federico.

—No veo, no veo nada. ¡No! —el grito que Cristina pegó se escuchó en todo ese piso del hospital, era aun más desgarrador y doloroso que aquel que había emitido cuando quedó ciega la primera vez; porque sí, esta decepción era como volver a perder la vista por segunda ocasión… y dolía, dolía mucho la desilusión de volver a perderlo todo.


Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora