Capítulo Veintiocho

2.6K 130 30
                                    


Cuando salieron de la consulta con el ginecólogo aprovecharon que se encontraban en Villahermosa, para irse de compras. Cristina quería comprar algunas cosas que aún le hacían falta para la bebé, y a Federico aunque no le hacía mucha gracia eso de ir de tienda en tienda, deseaba complacer a su mujer y comprar todo lo que su hija necesitara al nacer. Corrieron de un establecimiento a otro comprando ropita, juguetes, cosas para decorar la habitación de la pequeña y cualquier otra cosa que se les ocurriera. Después de arrasar con medio centro comercial decidieron ir a almorzar, ambos tenían hambre, pero ella en especial se estaba muriendo por comer.

—Veo que tenías mucha hambre. —Federico la miraba divertido mientras ella engullía con gusto la comida que tenía enfrente. —No te vayas a comer el plato eh. —bromeó haciéndola reír.

—Me estaba muriendo de hambre, no sé si eso que dicen de que hay que comer por dos sea cierto, pero nuestra hija me estaba pidiendo bastante comida.

—Pues come, come todo lo que quieras, me encanta verte feliz y disfrutando de las cosas que te gustan. —se acercó para besar con dulzura su mejilla.

—Bueno, tampoco debo comer tanto, ya escuchaste lo que dijo el doctor, he subido bastantes kilos.

—Sí, pero también dijo que era completamente normal para los meses de embarazo que tienes.

—Pues sí, pero no quiero engordar demasiado, después no me vas a querer si me pongo gordita. —hizo un pucherito, su marido sonrió.

—No digas tonterías, yo a ti siempre te voy a querer sin importar como te veas, te amo por ser la maravillosa mujer y esposa que eres, no porque seas flaca o gorda, alta o chaparra, eso no me interesa.

—Ay, mi vida… —le regaló una amplia sonrisa y se acercó para besarlo en la boca. —No sé si lo dices de la boca para afuera para que no me sienta mal, pero te amo por ser tan lindo conmigo.

—Lo digo en serio, y te confieso algo, últimamente me gustas más que nunca, estás hermosa, tu cuerpo, tu rostro, toda tú estás perfecta.

—Gracias por los halagos, mi amor, me haces sentir como una reina. —sonreía.

—Eso eres, una reina, mi reina.

—¿Y ya has pensado en cómo vas a complacer a tu reina por haberte ganado la apuesta? Ya te dije lo que quiero.

—Sí, y me parece muy rico tener una noche romántica tú y yo solos lejos de la hacienda y de los niños para poder disfrutar juntos sin ningún tipo de restricción, pero lo que no sé es qué es exactamente lo que quieres que yo haga.

—Ya te dije, tienes que encargarte tú de organizarlo todo, eso incluye por supuesto una cena romántica con detalles bonitos y todo lo que haga falta. Quiero que me conquistes como si yo fuese tu novia y desearas que finalmente me entregara a ti.

—Cristina, sabes que soy pésimo para esas cursilerías, mucho hago diciéndote cuanto te amo y otras cosas románticas, pero eso de organizar cenas con flores y velas, eso ya es demasiado, no sé cómo hacerlo.

—De eso se trata, de que es algo que no se te da muy bien o no estás acostumbrado a hacer, es ahí donde está el castigo por haber perdido la puesta. —se reía. —Vamos, yo sé que tú puedes, sólo tienes que esforzarte un poco… además, piensa que si lo haces todo bien y logras conquistarme y sorprenderme lo suficiente, me voy a entregar a ti toda la noche y haremos el amor como nunca.

—Pero el amor lo hacemos siempre, y déjame decirte que es espectacular cada vez que lo hacemos, aparte para amarnos no hace falta organizar todo ese rollo, podemos entregarnos cualquier noche.

Cristina levantó una ceja y dejó escapar una risita traviesa, su marido frunció el ceño porque le pareció que había algo de picardía en esa risa. Ella se acercó nuevamente a él como había hecho antes en la consulta para otra vez susurrarle algo al oído.

—Ahí viene lo divertido de la apuesta y algo que no te había dicho. —se mordió el labio como quien está a punto de cometer una diablura. —No vamos a tener relaciones hasta el día de esa cena, o sea que mientras más te tardes en organizarla, más noches estaremos sin hacer el amor. —le dio un besito cerca de la oreja y se alejó de su rostro para regalarle una sonrisa juguetona.

—¿Qué? —preguntó abriendo los ojos como platos. —No puedes hacerme eso, Cristina.

—¿Por qué no? Me parece divertido, además estoy segura de que te esmerarás más en organizar la cena porque tendrás un buen motivo para hacerlo.

—¿Hacerme sufrir te parece divertido? —la vio reír pícaramente y quiso morderla y comerla a besos allí mismo, sin embargo, se contuvo porque de haber iniciado un beso no habría podido parar y habrían dado tremendo espectáculo.

—No entiendo por qué tendrías que sufrir, si organizas rápido la cena no pasará mucho tiempo sin que estemos juntos.

—Pero es que no sé cómo hacer eso.

—Piensa un poco, algo se te ocurrirá, anda no seas flojo, conquístame, sorpréndeme, haz lo que nunca hiciste antes de casarnos. Enamórame como si nuestra relación apenas estuviera comenzando, como si fuésemos novios.

—Novios casados con dos hijos y otro en camino. —esta vez rieron juntos.

—Pues sí, nosotros nunca hemos sido la norma, así que no hace falta comenzar a serlo ahora...

Él se quedó viéndola mientras ella platicaba, que mucho amaba y le encantaba esa mujer, pensaba, era una diosa del universo y era suya. Pero por qué no hacer lo que ella quería, por qué no reconquistarla o conquistarla por primera vez de una forma distinta, con amor, con detalles. Por qué no demostrarle lo importante que era para él que ella estuviera en su vida. Estaba dispuesto a todo por esa mujer, incluso a hacer el ridículo con tanta cursilería que ella proponía, todo con tal de hacer que su esposa lo amara un poco más.

—Te quedaste muy callado, ¿en qué piensas?

—En que te amo, ¿sí puedo decirte que te amo verdad, o el pago de la apuesta también implica no decirte eso?

—No. —hizo un pucherito. —Eso no, no podría estar más de un día sin escuchar un te amo de tu parte.

—Pues vuelvo y te lo digo, te amo, te amo con todo mi corazón, Cristina. —le tomó ambas manos entre las suyas y las besó con amor. —Y estoy dispuesto a pagar la apuesta haciendo lo que me propones, así me muera de deseo hasta que pueda tenerte nuevamente entre mis brazos.

—¿De verdad lo harás? —sorprendida de que él aceptara sin rechistar demasiado.

—Sí, estoy dispuesto a todo por hacerte feliz, y si reconquistarte es algo que te hará feliz, pues es lo que voy a hacer.

—Gracias, mi amor. —le daba un pequeño beso en la comisura de los labios.

—No me des las gracias todavía, no hasta que logre armar eso de la cena y todo lo que me pides, no sé cómo me vaya a quedar porque ni siquiera tengo idea de por donde empezar.

—Por el principio, mi vida. —se rió contagiándolo a él.

—Muy chistosa, pero ese es el problema, que no sé cuál es el principio.

—Pues te dejo de tarea descubrirlo. Sé que lo harás bien, porque me amas y estoy segura que se te ocurrirá algo para impresionarme y darme gusto.

—Lo voy a intentar. —le besó la frente con ternura. —¿Quieres postre? —preguntó al ver que ella se había acabado toda la comida de su plato.

—¿Me juzgarías si digo que sí porque me quedé con hambre?

—¿Después de todo lo que te comiste?

—Es tu hija, no soy yo. —se defendió con una risita.

—Bueno, pues a mi hija lo que quiera. —la vio hacer un mohín. —Y a la madre hermosa también. —la besó. —Vamos por tu postre.

^^ De regreso a la casa recogieron a los niños en la escuela y los llevaron a comer un helado. En la tarde ya estaban de regreso en la hacienda, llegaron cargados de bolsas con montones de ropa, juguetes y cosas para decorar el cuarto de la bebita que en un par de meses llegaría al mundo. Cuando entraron a la sala María del Carmen vio algunos peluches y muñecas en las bolsas que llamaron su atención. Tomó un osito de peluche de color rosa y de inmediato quedó encantada con este.

—¡Me compraron un osito! —expresó emocionada.

Federico miró a su hija y luego a Cristina, su esposa tenía una expresión divertida, pero se dirigió a él como diciéndole, la regaste, ahora cómo le explicas que el osito no era para ella, sino para su hermanita.

—Princesa, ¿te gustó mucho el osito? —se arrodilló frente a ella.

—Sí, papi, me encantó, ¿y por qué me compraron estos juguetes? No es mi cumpleaños ni nada. —dijo en su inocencia haciendo reír un poco a sus padres.

—Princesita, estos regalos no son para ti… —de inmediato la vio hacer un pucherito que le rompió el corazón. —Son para tu hermanita que está en la panza de mamá y pronto va a nacer.

—¿Es una niña igual que yo el bebé que tiene en su pancita mi mamá?

—Sí, mi vida, es una niñita que seguramente será tan linda como tú. —intervino Cristina.

—No te pongas triste, María del Carmen, te puedes quedar con el osito si quieres, y cuando tu hermana nazca lo compartes con ella. —explicó su padre, la niña no dijo nada.

—Fede, ¿y a ti, te da gusto saber que vas a tener otra hermanita? —le preguntó su madre.

—Sí, pero quería que fuera un niño para poder jugar a la pelota con él y montar a caballo con mi papito y él también.

—Bueno, pero no importa, igual pueden jugar cuando la niña crezca, porque cuando nazca va a ser muy chiquita y habrá que cuidarla muy bien. ¿Ustedes nos van a ayudar a cuidarla y la van a querer mucho verdad?

—Sí, mami. —respondió Federico hijo.

—¿Y tú, María del Carmen?

—Sí, yo también la voy a querer y la voy a cuidar. —sin embargo, hizo un mohín cuando lo dijo, Federico padre lo notó.

—¿Qué pasa, mi cielo, no te gusta la idea de tener una hermanita con la que puedas jugar y enseñarle muchas cosas?

—Sí me gusta, papi, pero es que cuando nazca mi hermanita ustedes no me van a querer igual y tú vas a tener otra princesita y yo voy a dejar de ser tu princesa favorita. —en sus labios se formó un diminuto puchero que terminó por derribar todos los muros que rodeaban el corazón de su padre, o del que para ella era y había sido siempre en su corta vida su padre.

—María del Carmen, no digas eso, tú siempre vas a ser mi princesa, y sí, cuando tu hermana nazca también será mi otra princesita, pero a las dos las voy a amar igual y las voy a consentir de la misma forma.

—¿No me van a dejar de querer? —preguntó a punto del llanto, su madre se acercó a ella para abrazarla.

—Claro que no, mi vida, ¿de dónde sacas eso?

—Es que ya yo no voy a ser la única niña y no van a tener tiempo para jugar conmigo y mi papito ya no me va a querer como su única princesa. —se frotó los ojitos para evitar que las lágrimas acumuladas en ellos bajaran por su rostro.

—No seas llorona, María del Carmen. —la molestó Federico Jr.

—Cállate, menso.

—Ey, no empiecen con las discusiones.

—Él empezó.

—Porque estás llorando y no tienes que llorar, llorona.

—Bueno, bueno, ya, se acabó, no se van a poner a pelear ahora. —los regañó su padre.

—Vengan para acá, mis niños. —Cristina los tomó de la mano y juntos fueron a sentarse en la sala. —Miren, no peleen por tonterías ni se pongan a pensar en que vamos a querer más a su hermanita cuando nazca, porque en realidad a los tres los vamos a amar por igual. Todos son nuestros hijos, son nuestros tesoros más preciados, y cada uno de ustedes significa demasiado para los dos, ¿verdad, mi amor? —le preguntó a su marido, él se arrodilló frente a ellos.

—Por supuesto que sí, a los tres los amamos por igual, nunca duden de eso. —besó las cabecitas de los dos pequeños y luego la panza de su esposa donde se encontraba su tercer retoño; al estar así, rodeado de sus tres hijos y de la mujer que siempre había amado, sintió una emoción muy especial, el pecho se le infló con orgullo y su corazón comenzó a latir más de prisa, tenía todo lo que un día soño con Cristina, y todavía a veces le costaba trabajo creer que aquello fuera una realidad y no solamente un sueño de los que alguna vez vio tan lejanos y tan imposibles de alcanzar.

>>> Tarde en la noche la pareja se preparaba para dormir, Cristina salía del baño ya con su pijama puesta y lista para meterse a la cama, Federico la esperaba recostado mientras pensaba en el acuerdo que había hecho temprano con ella. La sola idea de imaginar que no podría hacerle el amor a su esposa esa noche y todas las que demorara en organizar la dichosa cena romántica lo hacían arrepentirse de haber aceptado complacerla en su petición. Cuando la vio acercarse a la cama y quitarse la bata blanca de seda, y quedar en un fresco camisón de la misma tela que marcaba su cuerpo, quiso olvidarse del trato y hacerle el amor en ese mismo instante.

—¿Ya te acostaste, mi amor? —se subía a la cama dejando ver sus largas y torneadas piernas antes de cubrirse con la sábana.

—Sí, aquí estoy. —la tomó de la mano para hacer que se acercara a él, esto sin dejar de mirarla con deseo; no sabía si era porque no podía tocarla en ese momento para no romper con el acuerdo o porque se veía demasiado hermosa esa noche, pero la deseaba más que nunca.

—¿Puedes creer lo celosa que se puso María del Carmen al enterarse de que va a tener una hermanita? —le preguntó riendo un poco.

—Sí, nunca pensé que se fuera a poner así. —rió olvidando por un momento el deseo reprimido que ya comenzaba a acumular por su mujer.

—Ella piensa que vas a dejar de tratarla como tu princesita en cuanto nazca la niña.

—Para nada, a las dos las voy a tratar como las princesas que son… —hizo una pequeña pausa antes de proseguir. —María del Carmen se ganó mi corazón hace mucho tiempo, y a pesar de que no lleva mi sangre, yo la quiero de verdad, y eso no va a cambiar ahora que nazca nuestra hija.

—No sabes el gusto que me da escucharte decir eso. —se abrazó a él. —Hubo un tiempo donde pensé que nunca la querrías, que la verías como un estorbo por ser hija de… —se vio interrumpida por su marido.

—Eso quedó en el pasado, Cristina, tu hija se ganó mi corazón demasiado rápido y aunque quise verla como una enemiga en un principio por ser hija de quien es, no pude y comencé a amarla sin yo mismo darme cuenta. Se parece tanto a ti que con su sonrisita y su inocencia logró conquistarme y hacer que yo la quisiera sin importar nada.

—Gracias por quererla, por tratarla como tu hija, creo que nunca te lo dije antes o no recuerdo si lo hice, pero quiero de corazón agradecerte que seas como un padre para ella. Eso me hace sentir muy feliz y me hace amarte más. —lo besó tiernamente en los labios.

—Yo también te amo, Cristina, y amo a tu hija, a Fede y a esta preciosa niña que viene en camino. —le acarició la enorme panza con amor. —Creo que ya te lo he dicho antes, pero quiero darte las gracias por estar a mi lado y hacerme tan feliz, tú me has dado todo lo que un día creí que jamás podría tener. Gracias a ti tengo hijos, familia, un hogar estable con gente que me ama y la que amo, y te tengo a ti, que eres la mujer de mis sueños.

Cristina no pudo evitar sonreír y que su corazón saltara de gusto con las palabras que su marido acababa de decirle. Amaba a ese hombre, lo amaba a pesar de todo el pasado que inevitablemente volvía a ellos algunas veces. Los recuerdos ahí estaban, no siempre se podían borrar, pero Cristina había aprendido a ver a través de ellos, a no permitir que le hicieran daño. Había conocido a un Federico nuevo en los años que llevaban juntos, uno que hacía todo por verla feliz, y que se desvivía por hacerle sentir todo el amor que le tenía. Sin poder contenerse lo besó, el contacto comenzó siendo lento, romántico, tierno, pero en cuanto su lengua chocó con la de su esposo el ambiente se volvió excitante. Deseó entregarse a la pasión que la boca de su marido le ofrecía y a lo que su cuerpo la invitaba a hacer, sin embargo, también deseaba llevar a cabo su idea de esperar a la cena que Federico debía organizar. Quizás eso era auto torturarse, pero el hecho de esperar tal vez unos días valía la pena tan solo por ver a su esposo intentando conquistarla. Estaba segura de eso traería un poco de chispa a su relación, y no es que le hiciera falta demasiada, pues siempre tenían ganas el uno del otro, pero nunca sobra un poco de emoción cuando de amar se trata.

—Creo que es mejor que nos acostemos a dormir. —le dijo ella deteniendo las caricias que ya empezaban a regalarse.

—Pero Cristina, te necesito. —metió su mano por debajo de la fina tela del camisón que ella llevaba puesto, y sin reservas acarició sus muslos hasta la unión de sus piernas donde aquella húmeda cueva lo invitaba a perderse en ella.

—Y yo a ti, Federico, pero hicimos un trato. —jadeaba gracias a las caricias que su marido le hacía.

—Al diablo ese trato, no quiero ni puedo aguantar.

—Claro que puedes, mi amor, por favor compláceme en lo que te pido. —un gemido involuntario se escapó de su boca cuando sintió los dedos masculinos frotar sensualmente su clítoris luego haberse colado en su ropa interior. —Federico…  —vaya que cumplir con el acuerdo estaba resultando más difícil de lo que la propia Cristina pensó que sería, sin embargo, tenía que tener un poco de fuerza de voluntad, ya que su marido claramente no parecía tener ni una pizca de control. —Detente, mi vida, te lo pido en serio.

—¡Dios! —refunfuñó al mismo tiempo que sacaba la mano de entre las piernas de su mujer. —No voy a poder aguantar esto. —se quejó con un suspiro mientras se dejaba caer acostado sobre la almohada.

—No seas exagerado, Federico. —se reía. —No será por mucho tiempo.

—Tomando en cuenta mi experiencia organizando cenas románticas, creo que será demasiado tiempo.

—Bueno, tampoco te tardes tanto, no eres el único con deseos aquí. —se mordió el labio tentada.

—Pues mandemos al demonio ese tonto trato y hagamos el amor ahora mismo. —quiso subirse nuevamente sobre ella, pero su esposa entre risas lo alejó.

—Ten un poco de fuerza de voluntad, Rivero, ¿o acaso no puedes controlarte?

—Cuando se trata de ti es imposible, no puedo contenerme.

—Tendrás que hacerlo, mi amor, porque no vamos a tener ningún tipo de intimidad hasta que organices lo que te pedí y me sorprendas lo suficiente.

—Está bien, como quieras, pero después no te quejes si me tardo demasiado y no hacemos el amor en quien sabe cuanto tiempo. —se acomodó en su lado de la cama sintiéndose un poco frustrado.

—No te enojes, mi vida, ya verás que valdrá la pena, esto simplemente es una forma de traer un poco de emoción a nuestro matrimonio. —se acurrucaba en su pecho.

—Eso espero, porque hasta el momento parece más un castigo.

—Bueno, tú perdiste la apuesta que hicimos. —dijo antes de dejar escapar una risita.

—Que cruel eres. —se hacía el indignado.

—Un poquito nada más. —le sonrió, y con esa sonrisa consiguió que él también se riera y la llenara de besos en todo el rostro.

—Te amo, así me hagas sufrir no estando conmigo esta noche. —le mordió sensualmente el labio inferior.

—Yo también te amo, así seas un desesperado que no puede controlarse ni una noche.

—Nadie te mandó a ser tan hermosa y perfecta. —la apretó un poco más contra su cuerpo.

—Tú me ves así porque me amas.

—No, te veo así porque eres la mujer más preciosa de este mundo… y eres mía.

—Soy tuya, Federico, sólo tuya… —un beso selló esas palabras tan reales y sinceras, mismas que salían desde el fondo de su corazón, porque sí, era suya, y de ahí, hasta la eternidad.

Se durmieron abrazados, deseando los besos y caricias que normalmente compartían cada noche, anhelando un poco más antes de dejarse arrastrar por Morfeo. Y sin embargo, los dos terminaron rendidos en un sueño profundo luego de pocos minutos. Después de todo, estaban juntos, y no les hacía falta nada más por el momento. Ambos supieron conformarse con el calor que el cuerpo ajeno emanaba y se entregaron al descanso de la noche.

Las horas pasaron, así como comenzaron a pasar los días, uno tras otro, noche tras noche. Seguían durmiendo abrazados y acurrucados entre las piernas del ser amado, pero de intimidad nada de nada. Cristina se había negado a todas las insinuaciones de su marido, así resultaran demasiado tentadoras. Pero tenía que ser fuerte si quería de verdad seguir con el trato que ella misma había propuesto. El problema es que ya casi había transcurrido una semana, y su marido no parecía estar organizando absolutamente nada de lo que habían acordado; poco sabía ella de la batalla interna que el pobre cargaba. Federico se había roto la cabeza pensando en como organizar lo que su esposa deseaba, quería complacerla, pero simple y sencillamente no se le daba la parte cursi y romántica de la relación. Para él, decirle un te amo todos los días y tratarla con el cariño y el amor que la trataba, ya era mucho más de lo que un día imaginó que lograría hacer. Abrumado con tantas ideas regadas e incompletas, decidió pedirle ayuda a su suegra. Sí, a doña Consuelo, porque aunque ni en mil años se hubiera imaginado pedirle ayuda a ella para algo relacionado con su hija, amaba tanto a Cristina, que por darle gusto estaba dispuesto a todo.

—Todavía no me has dicho qué es lo que quieres que yo haga, Federico. —comentó la señora de cabellos dorados al mismo tiempo que se sentaba frente al escritorio del despacho.

—Bueno, en realidad no es que quiera que haga algo, más bien necesito que me ayude a pensar en como… —titubeó un poco intentando explicarse. —Mire, lo que pasa es que quiero prepararle una sorpresa a Cristina y necesito su ayuda. —adrede evitó darle detalles acerca del trato que había hecho con su mujer, pues era más fácil decirle a su suegra que se trataba de una simple sorpresa, que explicarle el juego de tortura amorosa que se traía con su hija.

—¿Qué clase de sorpresa? —quiso saber.

—Una cena o algo así. —explicó, sin querer dar más detalles para no verse demasiado cursi, o según él, ridículo.

—Una cena romántica… ya veo. —sonrió.

—No se burle. —se defendió al ver la expresión de doña Consuelo.

—No me estoy burlando, al contrario, me parece muy bien que quieras tener un detalle con mi hija. Dime, ¿qué necesitas de mí?

—Que me ayude a pensar en cómo organizar una dichosa cena romántica, yo no sé nada de esas cosas, y para serle sincero, no sabría ni por donde empezar.

—Bueno, necesitamos pensar en lo básico primero, o sea flores, velas y todas esas cosas. Pero todo tomando en cuenta que Cristina lamentablemente no podrá verlas, así que tendrán que ser velas aromáticas y sus flores favoritas, para que ella pueda tocar y sentirlas. —lo vio cambiar su expresión de confusión hacia una de lo que parecía ser aflicción. —¿Qué pasó?

—Nunca le digo nada a Cristina para no hacerla sentir mal, pero me da mucha tristeza que no pueda ver. Anhelo tanto sentir su mirada cruzarse con la mía, verla disfrutar de las cosas que le gustan y saber que es verdaderamente feliz. Porque en el fondo y aunque siempre aparenta estar alegre, sé que no es del todo feliz, que le hace falta la luz de sus ojos para ser realmente dichosa. —dijo con un poco de nostalgia, abriéndose por primera vez sobre el tema.

—Vaya, me sorprende escucharte decir esas palabras.

—Yo sé que aunque usted me haya aceptado, en el fondo todavía tiene sus reservas conmigo, pero quiero decirle aquí de frente que yo a su hija la amo de verdad. Por ella he cambiado de corazón y cada día hago mi mayor esfuerzo por ser mejor persona, esposo y padre. Amo a mi familia y amo a Cristina, y lo único que quiero es que siempre estemos juntos y que ella sea feliz, porque ha sufrido mucho. ¿Y sabe qué es lo peor? —no la dejó responder. —Que yo sé que la culpa de casi todo su sufrimiento es mía. Yo estoy consciente de todo el daño que le hice en su momento, por eso ahora trato de enmendar cada lágrima que una vez le provoqué, con un acto de amor hacia ella.

—Me parece muy bien que lo hagas, yo he notado tu cambio y tengo que admitir que se ve muy sincero, y me alegro mucho por mis nietos, por ti mismo, pero sobre todo por mi hija. Ella se merece lo mejor de este mundo, y si Dios quiere, en un par de meses cuando la bebita haya nacido y le realicen la operación, Cristina podrá ver nuevamente.

—Yo todavía tengo mis dudas con esa operación... En realidad es miedo de ilusionarme y verla a ella ilusionada para al final llevarnos una triste decepción. —suspiró. —Pero bueno, no quiero hablar de eso ahora, todavía faltan un par de meses para que ese momento llegue y prefiero no mortificarme desde ahora. Respecto a la cena, entiendo todo lo que me dice de las velas con aromas y las flores y no sé qué, pero sabe una cosa, yo quisiera ir más allá…

—No te entiendo.

—Quiero sorprenderla con algo que ella no se esperaría jamás.

—¿Y como qué cosa podría ser?

Federico no dijo nada, pero su mente viajó a una conversación que había tenido con el padre Ignacio un par de semanas atrás en una de las visitas que el cura había hecho a la casa. Sonrió ante la cara de confusión de su suegra y fue entonces que todo se hizo claro para él. Cristina quería ser sorprendida con esa cena, pues él iba a sorprenderla más de lo que ella hubiera imaginado jamás.
.
.
Transcurrieron algunos días, mismos en los que Federico con la ayuda de su suegra se dedicó a preparar todos los detalles de la sorpresa para su mujer. Y para su propia sorpresa, doña Consuelo había sido de absoluta ayuda, su trato hacia él fue tan amable que finalmente se animó a contarle la otra idea que tenía en mente. La señora se sorprendió, pero su emoción fue mucha, pues le pareció que era el momento idóneo para que su yerno hiciera lo que tenía en mente.

^^ Era sábado, y esa mañana se levantaron temprano porque tenían planeado decorar el cuarto de la bebé entre todos. Mientras Cristina daba instrucciones, Federico y Carlos Manuel pintaban las paredes y acomodaban los muebles. Los niños como podían ayudaban también en la tarea y le iban describiendo a su madre como iba quedando todo.

—Mamita, ¿quieres que pongamos los peluches y las muñecas en la cuna? —preguntó María del Carmen, quien ayudaba a sus padres y a su vez se entretenía jugando con los nuevos juguetes de su hermanita.

—No todos, mi amor, algunos van ir sobre la repisa que tu papito y Carlos Manuel están poniendo en la pared.

—Está bien.

—Ya quedó la repisa, mi cielo. —informó Federico acercándose a su mujer para besarle tiernamente la frente.

—Gracias, mi vida, ahora acomoden los peluches y las muñecas que compramos.

—Tío, todavía nos falta armar el ropero y traer la silla mecedora que dejamos abajo. —avisó Carlos Manuel

—Adelántate abajo por ella, pídele a Benito o a cualquiera de los peones que te ayude a subirla si no puedes solo.

—De acuerdo. —el muchacho salió de la habitación y detrás de él se fueron sus primitos que lo adoraban, en especial María del Carmen; la pareja se quedó por fin a solas.

—Está quedando todo como quieres, mi amor. —comentó él.

—Gracias por hacer esto, hubiéramos podido contratar a alguien que se encargara de todo, pero tú no quisiste.

—No hacía falta, en esta casa hay dos hombres, tres si contamos a Fede, que pueden perfectamente hacer el trabajo duro como pintar y armar muebles.

—¿Y acomodar muñecas y peluches? —se reía.

—Bueno, eso es parte de todo lo demás, así que lo hacemos también. —la abrazó.

—Te amo, mi amor. —buscó su boca para besarlo son suavidad en los labios, él correspondió, pero no parecía muy entregado al contacto, a Cristina esto le extrañó un poco, sin embargo, no era la primera vez que lo hacía, y en especial ese día se había estado comportando así. —¿Te pasa algo, mi vida?

—No, ¿por qué lo dices?

—No sé, te noto como raro, pareces distraído, te beso y me esquivas, parece que no quisieras ni tocarme.

—Imaginaciones tuyas, mi cielo, yo estoy bien, no me pasa nada.

—No me mientas, te conozco, Federico.

Él suspiró y se pasó las manos por la cara sintiéndose un poco abrumado. Esa noche sería la noche de la sorpresa, pero no podía evitar que los nervios lo atacaran, quería que todo saliera a la perfección y que su mujer se sintiera como jamás se había sentido antes. No quería decirle nada aún porque su deseo era verdaderamente sorprenderla, y si le decía que su actitud se debía a eso, lo arruinaría todo.

—Estoy un poco cansado y estresado, además no te niego que esto de que no estamos teniendo relaciones y no podemos tenerlas hasta que yo organice lo que me pediste me tiene un poco tenso.

—Ah, ya entiendo… y ahora que tocas el tema, ¿ya has planeado algo?

—No, aún no se me ocurre nada. —mintió.

—¿Y cuándo crees que se te ocurra algo?

—No lo sé, Cristina, no es tan fácil.

Ella iba a replicar algo, pero en ese momento entraron sus hijos seguidos de Carlos Manuel que como podía cargaba la mecedora.

—Muchacho, no le pediste ayuda a nadie y apenas puedes con esa silla. —Federico se dirigió rápidamente hasta su sobrino para ayudarlo.

—No te preocupes, tío, pude subirla yo solo.

Entre que los interrumpieron y que minutos después continuaron con la labor de terminar de decorar el cuarto, el matrimonio dejó la conversación a mitad. Cristina se había molestado un poco, eso sin contar que ella al igual que su marido, también estaba desesperada por volver a estar entre sus brazos y hacer el amor como hacía más de una semana que no lo hacían.

El día transcurrió sin mayores contratiempos, cuando la tarde ya caía y la noche comenzaba a hacer su aparición, finalmente terminaron todo lo que se habían propuesto con la habitación de la pequeña. Federico se metió a bañar en cuanto acabó por completo el trabajo. Cuando salió de la regadera se encontró con su mujer, la vio buscar su ropa en el armario con una expresión demasiado seria y supo de inmediato que estaba enojada.

—¿Te vas a bañar? —le preguntó al verla dirigirse al baño con su pijama en las manos, la respuesta era obvia, pero quiso iniciar una conversación para ver que tan molesta estaba.

—Sí. —le respondió tajante y se detuvo un momento.

—¿Estás enojada conmigo?

—¿Tendría algún motivo para estarlo?

—No me respondas con otra pregunta.

—Pues no preguntes tonterías.

—¿Qué te pasa, Cristina, por qué te pones así?

—Por nada, no me hagas caso, estoy cansada y me duele la espalda, esta panza cada día está más grande y me canso muy rápido. —no mentía, era verdad que su avanzado embarazo la agotaba demasiado, pero eso no era nada comparado con la frustración que sentía al no poder estar con su marido y recibir todo el cariño y las caricias a las que él la tenía acostumbrada.

—Ve y date un baño con agua tibia, te va a caer bien para el dolor.

—Sí, tienes razón. —con agua fría sería mejor, pensó Cristina, así calmaría todo el deseo acumulado hacia él.

—Cristina, antes de que te metas al baño te aviso que voy a salir un rato.

—¿A esta hora? —frunció el ceño —¿Y a dónde vas?

—A la cantina un rato. —le mentía por segunda vez en el día.

—¿A la cantina? —hizo una mueca de disgusto. —Hace tiempo que no bebes, ¿a qué vas a ir?

—A eso mismo, a echarme unos tragos, los estoy necesitando.

—Haz lo que quieras, Federico, voy a bañarme. —y sin decir más se perdió tras la puerta del baño y se encerró en este.

—Todo sea por sorprenderte, mi cielo… —sonrió y salió de la habitación sin despedirse de su mujer, sabía que ella estaba molesta, pero estaba seguro de que pronto todo eso valdría la pena.

Federico bajó las escaleras y se dirigió al despacho donde se encerró, una vez adentro se sentó tras el escritorio y abrió un cajón del mismo que tenía cerrado con llave. Sonrió una vez más y repasó en su mente lo que en aproximadamente un par de horas haría. Su suegra iba a servirle de cómplice para sacar a Cristina de la casa y pedir que la llevaran al lugar donde finalmente tendrían una noche como ninguna. Estaba extremadamente nervioso, se sentía ridículo, las manos le temblaban, aún no sabía exactamente qué decir o cómo hacerlo, era un inexperto en ciertos temas. Nadie le había enseñado a amar correctamente, mucho menos a expresar con palabras sus sentimientos, pero era algo que debía y quería hacer.

Finalmente y luego de pensar unos minutos en lo mismo, sacó una cajita de la gaveta. La abrió y pensó en su mujer que arriba seguramente se bañaba maldiciéndolo y enojándose cada segundo más con él. Ella no se imaginaba que esa misma noche la vida iba a cambiarle un poco, o quizás bastante.

—Debo estar loco por considerar siquiera casarme por la iglesia. —miró el anillo que ahora tenía entre sus dedos. —Pero quiero tener contigo todo lo que nunca tuve antes, Cristina… quiero que por una vez seamos la norma y que esta vez nos casemos porque ambos queremos hacerlo.

Como una mantra ensayaba una y otra vez lo que le diría a su esposa para que aceptara llevar ese anillo en el dedo. Pero ni aunque lo practicara cien veces podría sentirse preparado para hacer algo que Federico Rivero jamás se vio haciendo.






Gracias por la espera, chicas, les pido disculpas por la tardanza. Intentaré volver lo más pronto posible. Agradezco a las que siguen fieles a la historia. ¿Qué creen que pase en el siguiente capítulo? ¿Qué pensará Cristina ante la propuesta de su marido? Saludos desde este lado del charco. Besos. ♡

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora