Capítulo Veintinueve

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Cristina salió del baño luego de darse una ducha rápida. Como había imaginado, al salir ya no encontró a su marido en la habitación. Estaba furiosa, él se había ido sin siquiera despedirse, y para colmo a la cantina. Odiaba ese lugar, siempre estaba lleno de viejos borrachos y alguna que otra mujer fácil que iba allí a servirle los tragos a los hombres. Se llenaba de celos de sólo imaginar a su esposo cerca de otra mujer, era algo que no podía soportar, el simple hecho de pensar en aquello la llenaba de rabia.

—Federico… —murmuró para sí misma, su voz mostraba cuan enojada estaba. —Es increíble que se haya ido a beber mientras yo estoy aquí embarazada y a punto de explotar de deseo y de ganas de estar en sus brazos. —resopló. —Pero de qué te quejas, Cristina, si tú misma propusiste el estúpido trato ese de no tener relaciones hasta que él organizara algo que claramente no sabe hacer.

Poco sabía ella que su marido estaba ultimando detalles para sorprenderla, y si bien era cierto que realmente no sabía como hacer ciertas cosas, también era verdad que se había conseguido a la mejor cómplice para sus planes.

—El anillo está precioso. —comentó doña Consuelo admirando la joya antes de que Federico saliera de la hacienda rumbo a Ojo de Agua donde cenarían. —No puedo creer que vayas a proponerle matrimonio a mi hija, para bien o para mal, ustedes ya están casados.

—Sí, pero ya le expliqué las razones por las que quiero hacer esto… cuando me casé con su hija, la situación era muy distinta y nuestros sentimientos también. Cristina me odiaba y yo estaba obsesionado con ella al punto de ser capaz de cometer terribles errores. Quiero que ahora que las cosas han cambiado tanto, nos casemos dispuestos lo dos, no por compromiso o por obligación, sino porque ambos lo deseamos.

Doña Consuelo sonrió, aún le maravillaba increíblemente el cambio de su yerno. Era otra persona, no se parecía en nada al Federico Rivero de unos cuantos años atrás, este hombre era muy diferente.

—Me parece muy bien, y estoy segura de que mi hija se sentirá feliz ante la propuesta.

—¿Usted cree que quiera casarse por la iglesia? Es un tema que nunca hemos hablado, no habíamos sentido la necesidad de hacerlo, y me imagino que esto la va a sorprender bastante.

—Seguramente sí la sorprenda, pero no me cabe la menor duda de que estará feliz de casarse ante los ojos de Dios contigo. Cristina te ama, Federico, se le nota demasiado, y te felicito, porque supiste ganarte su corazón a pesar de todo el pasado.

—Bueno, ya me tengo que ir. —sonrió un poco nervioso, ya estaba cambiado y listo para marcharse. —Por favor encárguese de que Cristina se arregle con el vestido que usted misma me ayudó a escoger y que luego la lleven hasta Ojo de Agua.

—Claro, ve tranquilo, todo va a salir bien.

Federico se marchó con la ilusión de lo que en poco tiempo sucedería, arriba su mujer se colocaba la pijama mientras lo maldecía por haberse ido así tan repentinamente y haberla dejado sola. Una vez cambiada Cristina se metió a la cama, ya estando recostada refunfuñaba enojada e intentaba tragarse la rabia que tenía en ese momento contra su marido. Le estaba resultando bastante difícil, tanto, que algunas lágrimas de frustración se acumularon en sus ojos. Lloraba cuando tocaron la puerta, entre sollozos murmuró que pasaran, cuando escuchó la voz de su madre le pidió que entrara y se acercara a ella.

—¿Qué te pasa, hija, por qué lloras? —la abrazó luego de sentarse junto a ella en la cama.

—Estoy muy sensible, y Federico se fue y me dejó sola. —lloraba.

Su madre le acarició la enorme panza y le besó la cabeza como cuando era una niña pequeña y estaba triste por algo que le había pasado en el colegio. Claro que esta vez su hija era una adulta ya casada, con dos pequeños y otro en camino, sin embargo, para una madre sus hijos nunca dejan de ser unos niños.

—No llores, Cristina, todo va a estar bien.

—Nada va a estar bien, estoy muy enojada con Federico. —se secó un poco las lágrimas que ya se deslizaban por sus mejillas y se cruzó de brazos para mostrar cuan molesta se sentía.

—No deberías estarlo.

—¿Como que no? —frunció el ceño confundida. —Se fue a la cantina, aun viendo que yo no me sentía muy bien de ánimo y que estoy embarazada y… —calló porque no podía decirle a su madre que llevaba más de una semana sin estar en los brazos de su marido y que eso la estaba volviendo loca.

—¿Y qué?

—Nada.

—Bueno, pues independientemente de lo que esté pasando no deberías estar tan enojada con tu esposo.

—¿Ahora eres su defensora o qué? —protestó.

—Digamos que él se merece que lo defienda.

—¿Por qué dices eso, mamá? ¿Y de cuándo acá tú te dedicas a defenderlo tanto?

—Levántate, hija, necesito que te arregles. —ignoró a propósito la pregunta de Cristina.

—¿Que me arregle? —confundida. —¿Para qué? Ya es noche, voy a dormir.

—No hagas tantas preguntas, Cristina, y levántate. —ordenó mientras le quitaba la sábana para que se parara de la cama.

—Pero, mamá… —se puso de pie cuando su madre la haló por un brazo para ayudarla a levantarse. —No entiendo de qué se trata todo esto.

—Espérame aquí un segundo. —le pidió y rápidamente caminó hasta la mesita cerca de la puerta donde había dejado una caja blanca con un moño de regalo del mismo color. —Esto es para ti, hija. —le acercó la caja para que ella pudiera tocarla y con sus manos explorarla. —Ábrela.

—No estoy entendiendo nada.

—Pronto lo harás. Abre la caja.

Cristina medio sonrió sintiéndose bastante intrigada, inmediatamente abrió la caja para descubrir con sus dedos una tela suave que podría jurar se trataba de seda. Sonrió más ampliamente, pero esta vez confundida ante el contenido de la caja.

—¿Por qué me das esto, mamá?

—Es rojo. —no contestó a su pregunta.

—¿Es un vestido? —frunció el ceño.

—Así es.

—¿Es para mí?

—Sí. Para que lo uses esta noche.

—¿Para ir a dónde? ¿A la cama a dormir? —arrugando más el entrecejo.

—No, hija, es una sorpresa.

—Dime de qué se trata.

—No puedo hacerlo o se arruinará la sorpresa. Y ya no hagas más preguntas, voy a ayudarte a vestirte y a arreglarte, tú deja todo en mis manos.

—Pero… —no comprendía nada. —¿A dónde vamos a esta hora, mamá? Es tardísimo, ya no son horas de salir.

—Yo no soy quien va a salir, sino tú.

—¿Yo?

—Sí, tú, y no acepto ni respondo más preguntas… vamos para que te alistes.

Cristina iba a replicar, pero su madre no la dejó, en cambio, la haló de la mano y la llevó con ella al tocador donde la sentó para comenzar a arreglarla. Los minutos pasaban y mientras doña Consuelo maquillaba y peinaba a su hija, ésta inevitablemente hacía preguntas respecto a esa misteriosa e inesperada sorpresa; preguntas a las que obviamente la señora de cabellos rubios no respondía. Rato después Cristina ya estaba lista para ponerse el vestido, doña Consuelo la ayudó a hacerlo y al terminar vio con orgullo su obra.

—No es por presumir, pero creo que no hice tan mal trabajo, hija, quedaste preciosa. Aunque, bueno, tú eres hermosa por naturaleza, así que no me tuve que esforzar demasiado.

—Gracias, mamá. —sonrió deslizando suavemente sus manos por la fina tela del vestido. —Pero, sigo sin entender para qué me arreglaste así.

—Ya falta menos para que sepas el motivo, no comas ansias.

—El vestido debe ser muy bonito, la tela es muy suave. —sonreía mientras paseaba sus manos por su enorme vientre cubierto por la seda roja.

—Lo es, y se te ve precioso con tu embarazo.

—¿Ahora sí me vas a decir a dónde voy?

—No, pero ya es hora de que te vayas, y ahora sí falta muy poco para que sepas de qué se trata todo esto.

Doña Consuelo besó la mejilla de su hija y esta asintió intrigada, pero a la vez emocionada sin saber muy bien por qué. Era como si algo le dijera que le esperaba una maravillosa noche, y vaya que le estaba haciendo falta, hacía ya bastante que no tenía una de esas. Salieron juntas de la habitación madre e hija, abajo las esperaba el fiel Benito, quien sería el encargado de llevar a Cristina hasta las puertas de Ojo de Agua donde Federico ya esperaba por ella. Partieron de El Platanal y en pocos minutos ya se encontraban en la entrada de la hacienda colindante.

—¿Ya llegamos?

—Sí, señora Cristina, ya estamos aquí.

Benito ayudó a su patrona a bajar de la camioneta y la llevó hasta la puerta principal de la hacienda. Tocó en la madera y esta se abrió a los pocos segundos. Sin decir nada intercambió una rápida mirada con Federico y se alejó de Cristina dejando al matrimonio a solas.

—Benito… —tembló un poco al sentir que el peón la había dejado sola en un lugar que aunque creía se trataba de Ojo de Agua, aún no estaba del todo segura, sin embargo, sabía que el leal empleado jamás haría algo que pudiera ponerla en peligro, y por lo mismo se sintió segura, pero aun así no dejaba de estar confundida.

—Buenas noches. —se escuchó la fuerte voz de Federico.

Cristina abrió la boca sorprendida, pero de inmediato una amplia sonrisa se formó en sus labios al escuchar a su marido. Esa voz podría reconocerla entre una multitud de hombres, no había otra como la suya.

—Llegas un poco tarde, pero no importa, por ti esperaría una eternidad.

—… —la había dejado sin palabras, se había imaginado de todo, menos encontrarse con su marido, según ella, él estaba en la cantina bebiendo.

—¿Gustas pasar o quieres que nos quedemos aquí en la puerta toda la noche? —la escuchó soltar una risita antes de que le extendiera la mano para que la ayudara a ingresar.

Ya adentro, Federico admiró por completo a su mujer y quedó fascinado con lo hermosa que lucía. Antes que cualquier otra cosa se acercó a ella y depositó un tierno beso en sus labios, aunque a decir verdad lo que hubiera deseado en ese momento era devorarle la boca con pasión. Se despegó unos centímetros de ella tan solo para volver a mirarla y maravillarse con lo bella que era.

—Estás preciosa esta noche.

—¿Sólo esta noche?

—No, tú siempre te ves hermosa. —le acariciaba la mejilla con el dorso de la mano.

—Gracias. —le dio un beso rápido. —Tienes mucho que explicarme eh, ¿qué hacemos aquí? Yo te hacía en la cantina bebiendo con tus amigotes. —hizo una mueca de desagrado, pero después se rio contagiándolo a él.

—No iba a la cantina, eso fue una pequeña mentira que tuve que decirte para que no sospecharas nada.

—Pues lo conseguiste, no hubiera sospechado que tú tenías todo esto planeado.

—Y eso que todavía ni te imaginas lo que sucederá esta noche.

Cristina levantó una ceja al escuchar el tono de sensualidad con el que su marido dijo esas últimas palabras. Él se echó a reír y volvió a atraparle la boca en un beso, esta vez mucho más fogoso y prolongado que el anterior. Después del apasionado contacto, Federico guio a Cristina hasta una mesa preciosamente arreglada, la ayudó a sentarse como todo un caballero y depositó un beso en su frente y otro en su abultada panza.

—Mis reinas… —murmuró admirando a su esposa que dentro sí cargaba al fruto del amor de ambos.

—Huele todo tan rico... ¿pusiste velas aromáticas? —sonrió.

—Sí, y también flores. —tomó una rosa y la paseó con suavidad por el rostro femenino.

—¿Tú hiciste todo esto solo o mi mamá te ayudó? Porque ya me quedó clarísimo que están más que confabulados.

—Ella me ayudó, no te lo niego, pero yo también me encargué de algunas cosas eh, y eso a pesar de que no sé nada de organizar cenas románticas.

—Quisiera verlo con mis propios ojos para juzgar que tanto sabes. —soltó una risita.

—Bueno, no soy un experto, pero fui al pueblo y compré flores y velas y todo para darte gusto, hasta tu madre me acompañó un día a Villahermosa para escoger tu vestido. Hice el ridículo por ti, la gente me miraba raro en las tiendas donde entraba. —la vio reír con más ganas. —No te burles, que todo lo hice para complacerte y sorprenderte.

—Y yo te lo agradezco, mi amor, pero no puedo evitar que me dé risa imaginarte escogiendo velas, flores y vestidos en una tienda. —su risa se intensificó y terminó por contagiarlo a él.

—Que mala eres.

—¿Estamos en Ojo de Agua, verdad?

—Sí, ¿cómo supiste… Benito te dijo algo?

—No, él no me quiso decir nada, pero por el camino que recorrimos en la camioneta supuse que vinimos aquí. Además, este lugar es especial, guarda recuerdos de hace más de cinco años… cuando me entregué a ti por primera vez. No fue difícil reconocerlo, tiene una magia única, al igual que esta noche, no sé, siento que se respira algo muy bonito.

—Es amor, se respira todo el amor que te tengo y que me tienes. —entrelazó sus dedos con los de ella.

—Sí, Federico, te amo, y me has hecho mucha falta en estos días. —su voz sonó un poco ronca, cargada de deseo y ansias.

—Y tú a mí, Cristina, no sabes lo mucho que he necesitado de ti, de tu cuerpo, de tus besos y tus caricias… —se moría de ganas por saltarse todo el protocolo de la cena y la propuesta de matrimonio, pero ya todo estaba planeado e iba a respetar el plan tal y como lo había hecho. —Pero ya tendremos tiempo para volver a amarnos, la noche es nuestra.

—Tienes razón, aquí nadie nos va a interrumpir…

—No hay niños que nos vengan a tocar la puerta a media noche porque tienen miedo de dormir solos ni empleadas entrometidas que nos interrumpan para avisar cualquier cosa.

—No seas malo, son cosas normales que pasan cuando uno vive en una casa llena de gente y niños.

—Pero no esta noche, hoy sólo seremos tú y yo.

—Bueno, y esta pequeña de aquí adentro que no deja de moverse.

—Seguramente tiene hambre porque la madre apenas cenó por andar haciendo corajes. Hoy estuviste de muy mal humor, lo noté desde que nos levantamos en la mañana.

—Porque tú desde hace unos días estabas distante y muy serio conmigo.

—Todo era parte del plan, además también estaba abrumado intentando organizar todo lo que cierta mujer por ahí pidió como pago de la dichosa apuesta esa.

—Lo siento, mi amor, no sabía que te iba a traer tantos dolores de cabeza.

—De cabeza y de otras partes. —se rieron juntos. —¿Quieres cenar?

—Sí, claro. No me digas que tú cocinaste, porque eso sí no te lo voy a creer.

—No, para nada, eso lo dejé en manos de tu madre también.

—Sí, porque de haber cocinado tú correríamos el riesgo de intoxicarnos.

Cenaron entre risas y palabras de amor. Platicaron de todo y los minutos se les fueron demasiado rápido. Al terminar el postre, Federico propuso un brindis por esa noche tan mágica.

—Champaña sin alcohol, vaya que pensaste en todo. —comentó ella con una sonrisa.

—Bueno, te confieso que se me había olvidado ese detalle, tu madre me lo recordó.

—Ah pues mañana debo darle las gracias a mi mamá por todo.

—Sí, la verdad es que fue de gran ayuda para mí. ¿Brindamos?

—Claro. —levantó un poco su copa. —Por esta noche, dijiste…

—Por esta noche.

Luego de brindar se produjo un silencio que se extendió algunos minutos, Cristina le sonrió a su marido sin imaginar todo lo que pasaba por su cabeza en ese instante. Él estaba repasando en su mente las palabras que le diría a su mujer con la esperanza de que ella aceptara unirse a él ante Dios y para siempre.

—Te quedaste muy callado, mi amor, ¿estás bien? —cuestionó ella luego de un rato de completo silencio.

—Sí, estoy bien, estaba pensando.

—¿Y en qué pensabas? Digo, si se puede saber…

—Cristina, tú sabes que yo te amo, siempre te he amado con todo el corazón, desde el día que te conocí, y sé que en un principio quizás no supe demostrártelo de una manera adecuada, pero te quise desde el primer instante.

—¿Por qué me dices esto, mi vida? Yo sé que tú me amas, y no me importa lo que haya pasado antes, lo importante es el amor que me demuestras ahora.

—Yo lo sé, pero no sabes cuanto me arrepiento de no haber sabido conquistarte correctamente cuando te conocí. Me obsesioné contigo, Cristina, y me propuse que serías mi esposa al precio que fuera. Y prácticamente te obligué a que aceptaras casarte conmigo.

—No me obligaste, Federico.

—Te orillé a que lo hicieras, que es lo mismo. No te di opción, no te pregunté si querías, no pedí tu opinión ni tomé en cuenta tus sentimientos. Fui cruel, te obligué a permanecer a mi lado bajo chantajes, amenazas, y te forcé a una vida que tú no querías.

—Mi amor, pero eso era antes, ahora sí la quiero, estoy a gusto a tu lado, soy feliz siendo tu esposa.

—A veces quisiera poder empezar de cero, sabes, haber hecho las cosas de manera distinta, pero sé que eso no es posible… pero tal vez todavía esté a tiempo de construir bonitos recuerdos a tu lado.

—Federico, ¿por qué me dices todas estas cosas? No te entiendo; tú y yo ya tenemos recuerdos muy bonitos juntos. ¿O es que acaso te parecen pocos estos años de relación, nuestra familia y esta bebita que pronto va a nacer y que es fruto del amor que hemos construido?

—No, no es eso, mi cielo… es que no me entiendes lo que estoy tratando de decir.

—Pues explícame, mi amor. —lo oyó suspirar, no podía ver su rostro, pero al escuchar su respiración notó que estaba un poco tenso y hasta nervioso.

—Cristina, yo sé muy bien que nuestro amor no fue precisamente un amor de esos que se dan a primera vista. Por el contrario, es un sentimiento que hemos tenido que construir con el tiempo, y tú has tenido que olvidar, perdonar y obligarte a no pensar en lo malo que fui contigo cuando nos casamos. Y como te dije hace un rato, yo a veces quisiera poder empezar de cero contigo… —se paró de su silla y se acercó a Cristina, ella lo sintió arrodillarse junto a ella y frunció un poco el ceño. —Mi cielo, yo no sé hablar bonito, no soy un hombre de palabrerías románticas ni nada de eso…

—Yo creo que eres más romántico de lo que tú mismo piensas.

—Bueno, intento decirte lo que siento, eso es todo, pero a veces no sé cómo expresarte ciertas cosas… no sé cómo hacer esto. —se pasó una mano por la cara sintiéndose un poco abrumado.

—¿Hacer qué, mi vida? —le dio un besito en la frente.

—Cristina, quiero hacer las cosas como no las hice y debí hacerlas antes… —sacó de su chaqueta una pequeña cajita que llevaba dentro de sí un bonito anillo. —¿Tú aceptarías casarte conmigo?

—… —sonrió, pero sacudió la cabeza un poco confundida. —No entiendo, tú y yo ya estamos casados, mi amor.

—Sí, sí, pero yo hablo de casarnos ante Dios en la iglesia; tú sabes que yo no soy muy religioso, pero me haría feliz unirme a ti para siempre y que aceptaras llevar este anillo en el dedo. —le tomó la mano izquierda y le colocó sin más el anillo en el dedo anular.

—Federico… —su nombre fue lo único que pudo decir en ese momento, sus ojos se humedecieron casi instantáneamente, el corazón se le quería salir del pecho por la emoción, la propuesta de su marido sin duda la había dejado sin palabras.

—¿Qué dices, Cristina? ¿Aceptas casarte conmigo? Pero esta vez deseando hacerlo, sin que nada ni nadie te obligue, sino porque te nace del corazón y del amor que me tienes...

—Sí, Federico, claro que acepto. —se lanzó a sus brazos para fundirse en un amoroso abrazo con él. —Por supuesto que acepto ser tu esposa ante Dios y unirme a ti por el resto de mi vida, porque te amo, te amo con todas mis fuerzas.

—Y yo a ti, Cristina, mi Cristina.

Ella se despegó un momento de él y le regaló una sonrisa de oreja a oreja, con sus dedos examinó el anillo que ya portaba en la otra mano y más lágrimas de felicidad bajaron por su rostro.

—No llores, mi cielo. —le secó las pequeñas gotas que se deslizaban por sus mejillas.

—Estoy llorando de felicidad, nunca pensé que harías esto, si querías sorprenderme lo lograste, porque es lo último que me hubiera imaginado.

—Es algo que debí haber hecho hace mucho tiempo, pero tú bien sabes que estas cosas no son precisamente lo mío. Nunca se me pasó por la cabeza hacer algo así hasta que el padre Ignacio me hizo ver que lo único que nos faltaba en nuestra relación era casarnos por la iglesia. En un principio yo lo dudé, no porque me disgustara la idea, pero porque yo no soy precisamente el más devoto, sin embargo, me gusta la idea de jurar ante Dios y ante el mundo que vamos a estar juntos por lo que nos reste de vida.

—Sí, mi amor, vamos a estar juntos siempre.

Cristina se lanzó a su cuello para abrazarlo con fuerza, él se puso de pie y la trajo consigo para acercarla aun más a su cuerpo. Ella sonrió con lágrimas en los ojos y llevó su boca a la de él, ansiaba besarlo como se ansía un vaso de agua en medio del desierto. Sus labios se unieron y sus lenguas no tardaron en hacer lo mismo. Se besaban con ardor, con pasión y con la felicidad del momento tan especial que acababan de vivir. Las manos de Federico bajaron por la espalda de su mujer hasta llegar a la parte baja donde sus glúteos se asomaban bajo la tela del vestido. La oyó gemir contra su boca y sintió el ligero temblor que comenzaba a hacerse presente en el cuerpo femenino. Conocía perfectamente lo que eso significaba, ella se estaba muriendo de deseos de estar entre sus brazos, pero no era la única, él también estaba deseoso de volver a estar en ella luego de lo que había parecido una verdadera eternidad.

—Te deseo tanto, Cristina. —le mordisqueó los labios con atrevimiento y sensualidad.

—Yo también, Federico, me muero por que me beses y me acaricies, tengo tantas ganas de sentirte dentro de mí. Estos días han sido una tortura sin poder estar juntos amándonos.

—Me encantas, mi cielo, me vuelves loco. —sus manos se fueron directamente a las nalgas de ella y las apretaron sobre la seda roja que ya comenzaba a sobrar para los planes que ambos tenían en mente. —Quiero hacerte el amor hasta que no me queden fuerzas.

—Hazlo, Federico, ámame, lo necesito. —sus dedos jugueteaban con los botones de la camisa de él ansiosos por arrancarla de su cuerpo para poder sentir su piel.

—Ven. —la tomó en brazos y sin dejar de besarla la llevó hasta la habitación principal de la hacienda que también había preparado para la ocasión; cuando la depositó en la cama y Cristina sintió los pétalos de rosas pegarse a su piel, sonrió y lo besó con más ganas.

—Gracias. —murmuró ella mordiéndole un poco el labio.

—¿Por qué me das las gracias?

—Por todo lo que hiciste esta noche para darme gusto, cada día haces que te ame más.

—Tú te mereces el mundo entero, mi reina. —comenzaba a bajar con sus besos por la delicada piel de su cuello.

—Tócame, Federico.

Al escuchar la petición de su esposa, Federico no dudó ni un instante en hacer lo que ella le pedía. La tela que cubría el cuerpo femenino empezaba a estorbarle, estaba ansioso por arrancarla de una vez por todas para poder disfrutar de esa suave piel que lo enloquecía. Con ansias levantó su vestido para poder acariciar sus largas piernas, la escuchó gemir cuando sus dedos se acercaron a la unión de sus muslos, y bajó con su boca a ellos para mordisquearlos. Cristina jadeó al sentir la respiración de su marido tan cerca de sus piernas, para acelerar más las cosas continuó ella misma la tarea de quitarse el vestido, él la ayudó a subirlo por su enorme panza cuando se quedó un poco atorado, y terminó de quitarlo. Ambos rieron y se besaron con diversión y picardía, Federico aprovechó el contacto para despojarla también del sostén que tapaba sus senos hinchados por lo avanzado de su embarazo. Después le siguieron las diminutas bragas, él se encargó de hacerlas desaparecer en pocos segundos para finalmente tenerla como había deseado desde que la vio cruzar la puerta de la casa. Ya desnuda, Cristina se retorció sobre el colchón anhelando las caricias que su marido le regalaba cada noche, caricias que en los últimos días había extrañado como si hubiese pasado una vida sin ellas. Le hizo saber lo ansiosa que estaba de que la tocara regalándole una sonrisa coqueta y llena de insinuación.

—Que suerte tengo. —le dijo abriéndole las piernas de par en par y posicionándose con la cabeza entre ellas.

—¿Por qué lo dices? —se mordió el labio a la expectativa de sentirlo tan cerca de su ser.

—Porque eres un manjar exquisito y me perteneces, eres mi esposa, la madre de mis hijos, mi mujer…

—Y pronto tu esposa ante los ojos de Dios. —agregó ella.

—Por eso digo que soy un hombre con mucha suerte. De verdad que no sé qué hice para merecer una mujer como tú. —con cada palabra que decía se iba acercando al lugar oculto entre las piernas de su mujer, Cristina temblaba ansiosa por sentirlo, ya no aguantaba más la espera. —Me fascinas, me gusta tanto tu cuerpo, tu piel... —depositó un húmedo beso en su ingle, luego otro más cerca de sus pliegues de mujer, y así fue depositando varios hasta tomar entera posesión de ese fruto prohibido que tenía delante de él.

Cristina soltó un pequeño grito cuando sintió la invasión de la boca de su marido, él la devoraba con ganas, casi como si ella fuese un platillo del mejor alimento del mundo y él se estuviese muriendo de hambre. Pronto su cuerpo comenzó a sacudirse de tanto placer que estaba experimentando, Federico no tenía piedad, lamía, besaba y succionaba su feminidad sin detenerse. Ella sentía el orgasmo cerca, todos sus músculos estaban tensos, pero no quería terminar en ese momento, deseaba hacerlo después, con él dentro de ella, lo extrañaba tanto, no había otra cosa que deseara más en el mundo que sentirlo en lo más profundo de su ser. Casi como si estuvieran conectados, Federico se detuvo sin que ella llegara al clímax y subió a su boca para besarla al mismo tiempo que comenzaba a desnudarse de prisa. Cristina jadeaba con el apasionado beso sintiendo su propio sabor, para ayudar a su marido a desvestirse llevó sus manos a los botones de su camisa y comenzó a quitarlos con un poco de torpeza. Ni un minuto después él estaba completamente desnudo y más que listo para hundirse en ella como lo había estado deseando toda la noche. Se besaron en la boca mientras él frotaba su miembro erecto en los carnosos pliegues de su esposa, luego de unos segundos de hacerla enloquecer con la sensual fricción, fue entrando en ella con lentitud. Les costó un poco de trabajo encontrar la posición adecuada por el tamaño del vientre de Cristina, pero se las ingeniaron para unirse sin problemas. Cuando él se enterró por completo en su interior le mordisqueó el cuello desde atrás y llevó las manos a sus hinchados pechos para apretar con sensualidad ambos pezones erguidos. No tardaron en comenzar a moverse con un vaivén de caderas que empezó siendo lento y pausado para pronto convertirse en embestidas rápidas y llenas de pasión. Estaban de costado, Federico se movía con ímpetu detrás de ella, Cristina gemía sin reservas y repetía el nombre de su marido para dejarle saber lo mucho que estaba disfrutando. Los minutos pasaban y los envites se volvían más sensuales y salvajes, ambos perdieron la noción del tiempo, se amaban sin pensar en nada que no fuera ellos dos y su amor. Así pasó un rato, quizás un vida o una eternidad estuvieron amándose como si de eso dependiera el aire que respiraban.

—Federico... —entre jadeos susurró un te amo, él le respondió con las mismas palabras y aceleró sus movimientos haciéndola perder el control y caer en un espiral de placer que seguramente la llevaría al éxtasis. —¡Por Dios! —gritó sintiendo todo su cuerpo sacudirse avisándole que el orgasmo estaba cerca.

—¡Cristina! —gruñó apretándola contra su cuerpo y embistiéndola con vehemencia. —Cada día estoy más loco por ti.

—Yo también, mi amor.

El orgasmo llegó para ambos al mismo tiempo, Federico dejó escapar un gemido ronco, mientras que ella gritó extasiada su nombre haciéndolo sentir orgulloso de haberle provocado tanto gusto. Ambos cuerpos temblaban, sus pieles sudadas todavía se rozaban, el ambiente olía a lujuria y a puro romanticismo.
...
Después del apasionado momento se quedaron abrazados un rato mientras permanecían unidos íntimamente. Cuando por fin se despegaron, ella se recostó en el pecho masculino y él la envolvió en sus brazos.

—¿En qué piensas? —preguntó Federico después de unos minutos en silencio.

—En lo feliz que estoy con la sorpresa de esta noche. Cuando te pedí que me sorprendieras con algo especial, jamás me imaginé que harías algo como esto. —tocó con sus dedos el anillo que llevaba en su mano izquierda. —No puedo creer que me hayas propuesto casarnos por la iglesia, es algo que nunca pensé que viviría contigo.

—La verdad es que yo tampoco me vi haciendo esto, tú sabes que yo no soy muy religioso, pero contigo quiero hacerlo todo. Además ya tenemos una vida juntos, una familia, un matrimonio por el que hemos luchado a pesar de como comenzó, ya sólo nos faltaba casarnos por todo lo grande y jurarnos amor delante de todos. Quiero que hagamos una gran fiesta, con mariachi y toda la cosa, que todos vean lo afortunado que soy de tener una esposa como tú. —se echó a reír con orgullo y Cristina lo acompañó con una carcajada. —Claro, eso si tú quieres, haremos las cosas como tú prefieras, yo lo único que quiero es darte gusto.

—A mí también me gustaría hacer una fiesta para celebrar la ocasión, pero si no te molesta prefiero esperar a dar a luz, ahora estoy tan enorme y no podría meterme en ningún vestido con esta panza. —estallaron en risas los dos.

—Será como quieras, mi cielo, así tendremos tiempo para organizar una buena pachanga, además si ya no estás embarazada podremos viajar y tener un tiempo a solas.

—Es cierto, nunca hemos tenido una luna de miel.

—Mmm, a mí me encantaría pasar unos días lejos contigo, sin niños ni empleadas o suegras metiches.

—¡Federico! —lo regaño riéndose.

—Es broma, no puedo quejarme de mi suegra, se comportó como una santa conmigo en estos días.

—Sí, mi mamá ya te agarró cariño, no sabes como te defendió hace rato cuando le dije que estaba molesta contigo porque te habías ido a la cantina y me habías dejado sola. —hizo un pucherito que derritió a su marido.

Él se rio y la llenó de besos por todo su rostro.

—Esa mentira era parte del plan, tenía que decirte que me iba a la cantina para evitar que sospecharas lo que estaba haciendo.

—Pues que bueno que todo era parte de tu plan, porque de haber sido cierto que ibas a la cantina, todavía estaría furiosa contigo.

—Yo te habría contentado rápido. —le acarició la espalda y fue bajando con dedos traviesos casi hasta llegar a sus nalgas desnudas, pero ella lo detuvo antes de que la tocara.

—No, no lo creo, sabes que odio que vayas a ese lugar. —hizo un mohín.

—No nos hemos casado bien y ya estás dándome ordenes. —se reía.

—Ya soy tu esposa, y claro que te doy ordenes.

—No siempre las voy a obedecer eh.

—Bueno, no lo hagas, tú eres el que sale perdiendo, yo tengo mis maneras de castigarte. —ahora era ella quien se reía.

—¿Ah sí? —haciéndose el ofendido.

—Sí.

—Eres mala, te gusta torturarme.

—Un poquito nada más. —se besaron con una sonrisa en los labios.

Luego del beso Cristina se quedó callada un rato, parecía que estuviera pensando en algo, Federico no le dijo nada en un principio, aprovechó el silencio para admirar la belleza de su esposa y dar gracias a la vida porque su plan había resultado tal como lo tenía pensado. Cuando la notó cambiar su expresión entendió que algo le preocupaba, y fue entonces que la interrogó.

—¿Qué pasó, mi amor?

—Estaba pensando que me gustaría operarme antes de que nos casemos, nada me daría más gusto que poder ver en un día tan especial.

—Cristina, tú sabes que yo todavía tengo mis dudas con esa operación, me da miedo que algo te pase.

—Federico, ya hemos hablado de esto, yo necesito hacerme esa operación.

—Pero… —calló cuando ella le colocó un dedo en los labios.

—Mira, mejor no discutamos por eso ahora, mi amor, esperemos a hablarlo hasta que nazca nuestra hija. Pero por favor entiéndeme, yo necesito volver a ver, anhelo tanto poder verte a ti y a mis hijos, tienes que comprenderme, Federico.

—Yo te comprendo, Cristina, sólo que te confieso que estoy aterrado de que algo malo suceda.

—Yo estoy dispuesta a tomar el riesgo… y espero que tú también. Por ahora no nos mortifiquemos con eso, démosle tiempo al tiempo y no pensemos en cosas malas en esta noche tan bonita.

—Está bien, tienes razón, no permitamos que nada nos arruine este momento. —la besó la frente. —Mejor dediquémonos a otra cosa más interesante.

—¿Cómo cuál? —se mordió el labio tentada.

Federico no respondió directamente a la pregunta, pero tomó posesión de su boca para iniciar un fogoso beso. Cristina sonrió contra sus labios haciéndole saber que ella también deseaba tener otra sesión de amor y pasión. Él no tardó en dar media vuelta para quedar sobre ella y comenzar a devorar sus firmes senos. Succionó un pezón y luego el otro, ella se echó hacia atrás y con una sonrisa en los labios se dejó hacer, pues estaba segura que la noche apenas comenzaba y faltaba mucho por hacer y demasiado amor por recibir.
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Luego de una apasionada y larga noche, regresaron a la casa pasado el medio día. No habían dormido demasiado durante la madrugada y se levantaron tarde a desayunar, además así les pasaba siempre que estaban juntos, las horas se les iban muy de prisa y sin que ellos fueran conscientes de que las manecillas del reloj seguían moviéndose.

—Buenas tardes, como que se les pegaron las sábanas a ustedes eh. —bromeó doña Consuelo cuando los vio entrar agarrados de la mano y vistiendo la misma ropa de la noche anterior.

—Hola, mamá, ¿cómo estás? —cuando estuvo frente a ella se acercó para darle un beso y un abrazo.

—Yo bien, y a ustedes ni les pregunto porque los veo muy contentos.

—Lo estamos, y en parte es gracias a ti, Federico me contó lo mucho que le ayudaste a planearlo todo.

—Yo encantada de hacerlo, hija. Bueno, pero cuéntenme, ¿todo salió bien?

—Sí, suegra, su hija aceptó casarse conmigo por la iglesia.

Cristina le mostró el anillo con orgullo mientras se dejaba abrazar por su marido, doña Consuelo los felicitó y se sintió feliz de verlos a ambos tan contentos.

—¿Y dónde están mis hijos, mamá?

—Arriba en el cuarto, están jugando. —no había terminado de decirlo bien cuando los dos niños aparecieron en la parte alta de la escalera y bajaron corriendo al ver a sus padres.

—¡Mami! ¡Papi! —María del Carmen fue la primera en correr hasta ellos para abrazarlos. —¿Dónde estaban? Por la noche fuimos a su cuarto y no había nadie.

—Se despertaron en la madrugada con miedo y quisieron pasarse al cuarto de ustedes, y como no los encontraron terminaron durmiendo en mi cama.

—¿Así que durmieron con la abuela?

—Sí, porque ustedes no estaban ahí. —explicó Federico Jr.

—¿Y por qué no estaban, mamita, a dónde fueron a dormir?

—Anoche salimos a cenar, y para no llegar tarde nos quedamos a dormir en otra parte.

—¿Y a qué cena fueron? Está muy bonito tu vestido, mamá.

—Gracias, mi amor… y fuimos tu papá y yo a cenar solos porque él me tenía una sorpresa.

—¿Qué sorpresa?

—Que curiosos son ustedes, preguntan demasiado y todo quieren saberlo. —comentó Federico padre con una carcajada.

—Quiero saber qué sorpresa le diste a mamá, papi. —insistió la niña.

—Yo también quiero saber. —Fede no se quedó atrás.

—Le regalé un anillo a su madre y le pedí que se casara conmigo.

—Pero ustedes ya están casados.

—Sí, pero ahora nos vamos a casar en una iglesia y vamos a hacer una fiesta muy grande.

—¿Y te vas a poner un vestido blanco y largo como los que se ven en la tele?

—Sí, mi amor, con una cola muy larga para que ustedes dos me ayuden a llevarla.

—¡Sí!

—¿Y cuándo van a hacer esa boda?

—En unos meses, primero tenemos que esperar a que nazca su hermanita y a organizarlo todo. ¿Ustedes me van a ayudar verdad?

—Sí, mami.

Federico se acercó a su mujer y al oído le susurró algo que la hizo reír y temblar de deseo al mismo tiempo.

—Yo lo que no puedo esperar es a la luna de miel.

—¿No te cansas verdad? —murmuró ella.

—De ti nunca.

—Pues te toca esperar, mi vida.

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Y esperar fue precisamente lo que hicieron a partir de ese momento, las semanas comenzaron a correr de prisa, cada vez se acercaba más la fecha de la llegada de la nueva integrante de la familia. Los ansiosos padres aprovecharon ese tiempo para terminar de organizar todo lo que hacía falta para cuando naciera. Ya Cristina apenas podía caminar sin que los pies se le hincharan y la espalda le doliera por el tamaño de su vientre. En las noches le costaba un poco de trabajo quedarse dormida porque ninguna posición le resultaba cómoda. Federico intentaba hacerla sentir mejor dándole masajes cuando los necesitaba y la llenaba de besos hasta que se quedaba dormida.

^^ Una de esas tantas noches mientras se preparaban para dormir, Cristina llamó a Federico para que viera como su hija se movía en su vientre. Ella no podía verlo, pero sentía a su pequeña moverse de un lado a otro y dar pataditas por todas partes.

—¿Qué pasó, mi cielo? —salió corriendo mojado del baño y con una toalla envuelta en la cintura.

—No te asustes, mi amor, no pasó nada malo, sólo quería que vieras como se mueve, pensé que habías terminado de bañarte, no fue mi intención alarmarte.

—No te preocupes, es que me asusté, pensé que ya iba a nacer.

—No, aún no, tranquilo. —lo sintió sentarse a su lado. —Mira lo que hace, se está moviendo mucho. —tenía el vientre descubierto y le señaló donde sentía las patadas.

—Sí, la panza se te ve en una forma rara porque te está pateando por todas partes. —le acarició la barriga y acercó su cabeza a ella para hablarle a su pequeña. —Hola, princesa, papá te está esperando ansioso y está loco por que nazcas. Pórtate bien el tiempo que te quede ahí dentro eh, mira que mamá no se siente muy bien y a veces no la dejas dormir con la fiesta que haces allá adentro.

—Todavía no nace y ya la estás regañando…

—Pues lo hago ahora porque sé que cuando nazca voy a ser incapaz de regañarla o llamarle la atención. Me va a pasar lo mismo que con María del Carmen y contigo, ustedes se aprovechan del amor que uno les tiene y siempre se salen con la suya.

—Mentiroso, nosotras no hacemos eso.

—¿Ah no? Me tienes castigado otra vez sin nada de nada y para colmo dándote masajes todas las noches.

—Bueno, pero eso es distinto, no te tengo castigado por gusto, sino porque estoy cansada y ya no me siento bien para hacer ciertas cosas, y lo de los masajes, tú mismo te ofreces a dármelos.

—Sí, ya sé, y no me quejo, lo hago con gusto. —le dio un piquito.

—Oye, mi amor, de una vez te digo que no vamos a poder hacer nada en unas cuantas semanas. Cuando la niña nazca voy a estar muy ocupada con ella y necesito también un tiempo para reponerme.

—Lo sé, y desde ahora estoy sufriendo. —suspiró a la vez que elevaba una mirada al cielo como si el mundo se le estuviera acabando, Cristina se reía porque imaginaba su rostro de frustración, a su marido si lo dejaran estaría todo el día haciendo el amor.

—Te prometo que cuando todo esto pase y me sienta bien te voy a recompensar como te gusta. —le acarició con suavidad el pecho desnudo y aún un poco húmedo.

—¿Es un trato?

—Sí.

Sellaron la promesa con un beso y terminaron de prepararse para dormir. Lo hicieron abrazados como todas las noches, aunque Cristina durmió poco y Federico tampoco descansó porque despertaba preocupado por ella cada vez que la escuchaba quejarse.

Unas cuantas noches después ella despertó alrededor de la una de la mañana llorando, él encendió la luz de su mesita de noche y se incorporó de inmediato para ver qué le pasaba.

—¿Qué sucede, mi amor?

—Me duele mucho la espalda, no puedo dormir. —se removió incómoda en su lado de la cama. —Perdón que te despierte tanto y no te deje descansar, pero es que no sé qué hacer.

—No te preocupes, mi cielo, a mí no molesta despertarme, sólo quiero que te sientas bien, me duele verte así. ¿Quieres que te lleve al hospital o llame al médico?

—No, no creo que sea necesario, él ya me revisó ayer y escuchaste lo que dijo, que los dolores son normales, que en cualquier momento se presenta el parto, pero que mientras no rompa fuente ni note nada extraño no tengo por que asustarme.

—Pues sí, pero estás todo el tiempo con dolor.

—Es más en las noches, porque no encuentro una posición cómoda para dormir.

—Acuéstate del otro lado con la almohada cerca de la panza como haces, eso normalmente te ayuda un poco, y yo te doy un masaje mientras intentas dormirte. —la vio hacer un puchero y comenzar a llorar con más sentimiento. —Pero ya no llores, quédate tranquila.

—Es que tú me tratas tan bien y yo te amo tanto.

Federico se rio un poco y le secó las lágrimas con sus pulgares, le parecía tierno ver lo sentimental que andaba Cristina en los últimos días. Él no era un experto en temas de mujeres y mucho menos de embarazos, pero suponía que andaba así de sensible por ese motivo.

—Yo también te amo, y te trato como la reina que eres, por eso ya no quiero verte llorar, lo que quiero es que intentes dormir, necesitas descansar para que te sientas mejor.

—Está bien.

—Vamos, voltéate del otro lado, te voy a dar un masaje, ya me he vuelto experto haciéndolo.

—Sí, eres muy bueno. —sonrió un poco.

—Ya te hice sonreír, ahora duérmete, que todo va a estar bien, te lo prometo.

—Federico…

—¿Sí?

—Gracias por ser tan bueno conmigo. Eres un esposo maravilloso. —le confesó sorprendiéndose ella misma al pensar en el gran hombre que Federico Rivero se había convertido, era como si la tierra se hubiera tragado al de antes y hubiese traído de vuelta a otro hombre muy distinto, a uno que valía la pena amar y ser el antídoto para su alma.

Él suspiró y se sintió un poco más libre de lo que ya se había sentido en los últimos años; como si cada vez que Cristina le dijera palabras parecidas a esas, sus demonios del pasado se alejaran cada vez más para dejarlo vivir una vida menos amarga. Sí había cura para su dolor, la había encontrado, y era ella, una dosis diaria de su amor y su perdón.

>>> Eran las cinco de la mañana cuando Cristina despertó con un dolor agudo en la parte baja del vientre, iba sumado a los dolores de espalda que ya había estado sintiendo, pero diez veces más fuertes. Iban y venían las punzadas cada cierta cantidad de minutos, eran contracciones, estaba entrando en labores de parto, no había la menor duda. Y si necesitaba algo más para confirmarlo, notó humedad entre sus piernas y sobre el colchón. Había roto fuente. En unas cuantas horas la nueva Rivero llegaría al mundo.

—¡Federico! ¡Federico! —lo sacudió un poco para despertarlo. —Federico, despierta, por favor.

—¿Qué pasó? —se sentó de golpe aún medio dormido, pero preocupado de que algo malo hubiese sucedido.

—Ya va a nacer nuestra hija.

—¿Qué? —poniéndose de pie inmediatamente.

—Sí, ya rompí fuente, mira. —le señaló su lado de la cama donde antes había sentido algo húmedo.

—Es cierto, por Dios, tenemos que irnos al hospital ahora mismo. —comenzaba a ponerse nervioso.

—Tranquilo, tenemos tiempo, busca la bolsa que preparamos con las cosas del hospital y ayúdame a cambiarme de ropa, cámbiate tú también y pide que preparen la camioneta para salir, ah y llama a mi mamá.

—¿Qué… pero qué hago primero? —desesperado. —Además, Cristina, no hay tiempo para tantas cosas, tenemos que irnos ya.

—Claro que hay tiempo, pero haz algo, ayúdame, muévete rápido. —suspiró porque estaba comenzando a sentir otra contracción.

—¡Doña Consuelo! ¡Doña Consuelo, venga por favor! —gritó desde la puerta.

—No grites, me estás poniendo más nerviosa.

—Es que no quiero dejarte sola.

—Tengo que cambiarme, no puedo ir así en bata.

—Escuché gritos, ¿qué pasa? —preguntó doña Consuelo cruzando la puerta del cuarto angustiada.

—Ya viene mi hija, mamá.

—¿Qué? ¿De verdad?

—Sí, ya rompí fuente y estoy teniendo muchas contracciones.

—No sé qué hacer, doña Consuelo, cuando Federiquito nació ya estábamos en el hospital, pero ahora no y tenemos que irnos en este momento.

—Pero no grites, Federico, porque haces que todo sea peor y me pones nerviosa. —se quejó. —Mamá, por favor ayúdame a cambiarme y a recoger todo.

—Sí, tranquila, vamos hacer todo rápido. Federico, cámbiate de ropa, agarra la mochila del hospital que está en la parte de abajo del armario y pide que preparen la camioneta para ir al hospital. Yo voy a ayudar a Cristina a lavarse un poco y a ponerse algo cómodo. Vamos, muévete muchacho, no te quedes ahí parado. —se la llevaba al baño

—Sí, sí, está bien, pero cámbiate rápido, Cristina, porque va a nacer nuestra hija y nosotros todavía aquí.

No tardaron mucho en alistar todo para salir rumbo al hospital. Federico ya tenía la camioneta lista frente a la puerta principal, llevaba a Cristina del brazo porque ésta le dijo que aún podía caminar, aunque él hubiera preferido cargarla hasta subirla al vehículo.

—¡Vámonos!

—Sí, ya nos vamos, pero deja de gritar tanto, por Dios, estás insoportable.

—Estoy nervioso, Cristina.

—Vayan con cuidado, ya llamé a la clínica y el médico que te atiende los está esperando para admitirte, hija.

—Gracias, mamá.

—Mami, papi, ¿a dónde van? —María del Carmen corrió a la puerta cuando vio que sus padres se iban, detrás de ella iba su hermano quien preguntó lo mismo al ver que estaban por subirse a la camioneta.

—¿Y ustedes qué hacen despiertos tan temprano?

—Se escuchaban ruidos y papá estaba gritando.

—¿Qué le pasa a mami? —preguntó Fede Jr. viendo a su madre quejarse de dolor.

—La bebé ya va a nacer y hay que ir al hospital.

—¡Que bueno que ya va a nacer mi hermanita!

—Nosotros queremos ir al hospital con ustedes.

—Eso no se puede, y estamos perdiendo tiempo, tenemos que irnos. —gritó Federico.

—Y, vámonos, no puedo soportar más tus gritos, me tienes los nervios destrozados.

Federico ayudó a su mujer a subirse a la camioneta y no tardaron en arrancar rumbo a la clínica. Los niños se quedaron con su abuela y con las empleadas que también se despertaron al escuchar los gritos de Federico.

—¿Por qué mi papá gritaba tanto? ¿Está enojado?

—No, pequeña, está nervioso y no sabe como controlarse y por eso grita, pero todo va a salir bien y en unas horas van a ver como nos llaman para decirnos que ya su hermanita nació.

Ya en el hospital Federico gritó aun más y demandó atención inmediata. Cuando pasaron a Cristina para una habitación y la revisaron, todavía no había dilatado lo suficiente como para comenzar a intentar pujar, habría que esperar posiblemente unas horas.

—Esto no puede ser posible, ¿cómo te van a hacer esperar aun viendo que te estás retorciendo del dolor?

—Federico, no me estás ayudando, tus gritos me alteran, vas a hacer que se me suba la presión.

—Pero es que, Cristina, no puede ser que te dejen aquí como si nada cuando te sientes tan mal y tienes tanto dolor.

—Es normal, son dolores típicos del trabajo de parto y ya oíste lo que dijo el doctor, todavía no estoy dilatada lo suficiente para pujar.

—Yo no entiendo de esas cosas, Cristina, pero lo que sí sé es que me desespera verte sufrir y no poder hacer nada.

—Pero estoy bien, mi amor, es un dolor y un sufrimiento que a la larga vale la pena.

—¿Qué puedo hacer yo para ayudarte? —se sentó en el borde la camilla donde ella estaba acostada y le besó la cabeza con amor.

—No gritar tanto y mejor quedarte a mi lado para darme apoyo cuando me den las contracciones fuertes.

—Está bien, perdóname si me desesperé, pero no soporto verte llorando así y sintiendo tanto dolor, quisiera cambiar de lugar contigo para que no tuvieras que sufrir tú.

—Tú no lo soportarías. —en medio del dolor sonrió.

—¿Y por qué no?

—Porque los hombres son muy llorones cuando se trata de dolor físico y algo como esto estoy segura que no lo aguantarían, luego dicen que nosotras somos el sexo débil, pero en realidad ustedes lo son.

—Sí, claro. —había un deje de sarcasmo en su voz.

—Tengo razón. —se rio.

—Aha…

—¡Ay!

—¿Qué pasa?

—Otra contracción.

—Tranquila, yo estoy contigo. —la abrazó mientras la llenaba de besos. —Te amo.

Las horas pasaban y la bebé nada que llegaba, Cristina lloraba porque ya las contracciones eran una detrás de la otra y no había nada que le quitara el dolor. Como era de esperarse Federico estaba vuelto loco, el doctor la estaba revisando y él exigía respuestas.

—Doctor, díganos que ya nos tiene buenas noticias, son demasiadas horas en lo mismo.

—Afortunadamente sí, señor Rivero, les tengo buenas noticias, ya estás lista para comenzar a pujar, Cristina, en unos minutos venimos por ti, así que quédate tranquila que ya no falta mucho.

—Por fin, ya era hora. —protestó él.

Cuando el médico los dejó solos Cristina llamó a su marido para que regresara a abrazarla, lo único que la tranquilizaba un poco en medio de tanto malestar era su presencia cerca de ella.

—Ya escuchaste al médico, dentro de poco va a nacer nuestra hija.

—Sí. —él le secaba las lágrimas. —¿No me vas a dejar sola verdad?

—Jamás. Voy a estar a tu lado todo el tiempo y me puedes apretar la mano y pellizcarme todo lo quieras. —se rio para hacerla reír a ella y aunque fue muy poco, consiguió que le sonriera.

—Gracias.

—A ti, por tanto que me das aun cuando no lo merezco.

^^ Finalmente el momento llegó, a Cristina la trasladaron a otra sala donde pronto comenzó con la labor de traer a su hija al mundo. Federico estaba junto a ella brindándole su apoyo y su fuerza tal y como se lo había prometido.

—Vamos, mi cielo, tú puedes con esto y más, tú tienes razón, yo no podría soportar todo esto, pero tú sí porque eres muy fuerte.

—Un poco más, Cristina, vamos, unos intentos más y ya nace tu hija. —le decía el doctor.

—¡Ahh! —le apretaba con fuerza la mano a su marido. —Ya no puedo, estoy tan cansada.

—Ya casi terminamos, puja un poquito más, otra vez, vamos.

Cristina dejó de concentrarse en el dolor para hacerlo en imaginar la carita de su hija que aunque no podría ver con sus ojos lo haría con el alma. Fue en ese momento que al fin se escuchó un grito fuerte que dio paso a un llanto igual de agudo. La pequeña Rivero Álvarez había nacido.

—¡Ya está aquí, Cristina! ¡Ya nació nuestra hija! —Federico gritaba con orgullo de macho porque esa personita que él había hecho llegar al vientre de su esposa por fin había llegado al mundo.

—Acérquenla, por favor.

El doctor se la colocó en el pecho a Cristina y le dio un momento con la niña antes de que las enfermeras se la llevaran para limpiarla. La escena más pura y hermosa se hizo presente en esa sala de hospital esa tarde. Había nacido finalmente el fruto del amor, un angelito que había llegado para terminar de unir por siempre a una pareja que nunca había sido la norma, que jamás fue parte de lo común, pero que el destino jugó sus cartas para que no pudieran escapar de ese sentimiento que terminó por sanarlos a ambos. El amor que existía entre ellos había borrado casi por completo los fantasmas de un pasado lleno de dolor. Ahora una niña que había sido concebida con la ilusión y la esperanza de un nuevo comienzo esperaba a ser nombrada por sus padres.

—Todavía no tiene nombre, nunca termínanos de ponernos de acuerdo en uno. —comentó él besando la cabecita de su hija.

—No importa, ya habrá tiempo para escoger el nombre perfecto, por ahora no hace falta nada, este momento es perfecto.

Lo era, era el momento perfecto, donde se demostraba que el amor siempre es más fuerte que todo.




Gracias por leer chicas, sé que estuve un tiempo perdida, pero eran las vacaciones de Navidad y las fiestas, etc. y me salí un poco de la rutina, pero ahora sí espero volver a la normalidad. Gracias por su paciencia. Vuelvo pronto con más. Besos. ♡

Pregunta: ¿Cuál será el nombre de la nueva integrante de la familia? Quiero sugerencias.


Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora