- Capítulo 6 -

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Elise pasó el resto del día sin hacer nada útil. Anduvo vagando perezosamente de un lado a otro de su recién estrenado y diminuto apartamento en el área de personal del Parisienne y recibió a última hora de la tarde la llamada de Logan, que se hallaba en su casa de Menton recogiendo sus cosas. Pero tampoco fueron buenas las noticias que le dio: alguien había forzado la puerta de su casa y había revuelto absolutamente todo.

—¿Cómo que no está? —repitió la joven, temblando.

—No la veo por ninguna parte, Elise.

—Mire debajo de la cama, o encima del armario, parece mentira pero Queen se sube ahí de un salto, y a veces también se pone a dormir en la pica del lavabo y...

—Elise, la puerta del piso estaba entreabierta. Esto es un caos. La gata debió asustarse cuando entraron de repente y se escapó.

La joven no replicó nada más. Logan tenía razón y lo más probable era que Queen escapara.

—Oye...—continuó el comisario— Siento mucho todo lo que está pasando, y siento no poder hacer nada más, pero buscar a un gato en Menton no es competencia de la Policía de Mónaco. Lo máximo que puedo hacer es dar el aviso a la mujer de la pastelería para que dé un vistazo por ahí, por si acaso aparece. Ahora voy a pasar el parte a la policía de aquí para que investiguen el robo de tu casa, pero los dos sabemos quién está detrás de esta mierda.

La chica se echó el cabello hacia atrás en un gesto de desesperación y suspiró.

—B-bueno. Gracias de todas formas —musitó. Su voz se había apagado. Ahora sí que tenía ganas de llorar de verdad. Y durante el resto de la conversación con Logan, el nudo de su garganta le impidió articular más que simples monosílabos.

Y cuando colgó, se sintió la criatura más infeliz y con peor suerte del mundo. Ahora, además, había perdido a su gata.

Se ovilló en el sofá de color gris oscuro y allí se quedó, inmóvil durante tres horas, hasta que el timbre de la puerta tronó como la alarma del cambio de clases de un colegio.

Un mensajero trajo tres cajas enormes con sólo un código postal por remitente y la joven le despachó deprisa. Eran las cajas con las cosas que Logan había empacado precipitadamente antes de pasar el aviso del robo. Y cuando cerró la puerta, Elise se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo y con la cara oculta en las rodillas.

La conmoción dio paso a la rabia y la impotencia y Elise alzó el rostro con furia. Tiró de una de las cajas de regio cartón y la abrió con mala gana. Buscó lugar para su ropa en la cajonera y en el armario del dormitorio y colocó sus enseres de aseo en el pequeño baño.

No había mucho más aparte de aquello, tan sólo un par de libros que el comisario había encontrado en el alféizar de su ventana y había metido en una de las cajas. Elise imaginó que lo hizo todo precipitadamente para no tener que dar explicaciones a la policía de Menton, cuando llegaran.

Cuando terminó se puso una sudadera descolorida, ancha y con capucha, y descendió a la pequeña tienda de comestibles con que contaba la zona de personal, en la que sólo vendían productos refrigerados, precocinados o enlatados; nada de pescado, carne o verduras frescos. Y en el trayecto notó su propio corazón cabalgando como loco. Era la primera vez que salía a solas al aire libre después del infierno vivido.

Compró algunas cosas y regresó lo más rápido que pudo a su nuevo hogar, mirando continuamente por encima del hombro, a pesar de hallarse en una zona segura y vigilada por un sistema de videovigilancia. Y, de vuelta a su apartamento, se dejó caer en el sofá y dio cuenta a un bote de ramen instantáneo.

HutterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora