- Capítulo 9 -

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Tan agotada estaba cuando llegó a su diminuto apartamento del complejo que Elise cayó dormida casi instantáneamente cuando, al fin, se tumbó en su cama. Y todos los sucesos extraños de la noche anterior le pasaron factura cuando, en sus sueños, apareció un pequeño conejo blanco que, en lugar de un reloj, portaba en la mano un martillo de subastador.

Las nueve era la hora convenida para aparecer por la Sala del Té, pero había algo que quería hacer antes de acudir a su nuevo puesto de trabajo, de modo que la muchacha se despertó temprano, se duchó y se vistió con la mejor ropa de la que disponía: jeans negros, camisa azul y zapatos mary jane planos.

Se miró al espejo y se peinó el cabello suelto, aún húmedo por la ducha, y apenas se maquilló. No tenía ni idea de cuál iba a ser su tarea y, aunque dudaba que implicara contacto con otras personas externas, no deseaba vestirse inadecuadamente; la elegancia de la "Sala del Té" aún permanecía en su retina.

Tras desayunar un sandwich de jamón y queso miró el reloj: las ocho en punto.

Suspiró. No tenía idea de a qué hora podría encontrar a Leblanc en su elegante despacho de director del Parissienne, pero debía probar suerte cuanto antes. Había varias cosas que deseaba saber acerca de Hutter, Cedric y las subastas y creía que era mejor preguntárselas a él directamente. A fin de cuentas era su anfitrión.

Lo que Elise necesitaba saber no era algo que resultara cómodo ni educado preguntarle a Hutter o a Cedric directamente: ¿tenía el Sombrerero algún trastorno psíquico, algún problema importante del que ella debiera estar advertida? Su compañía y su conversación eran chocantes, como poco. Había oído casos de personas con desdoblamiento de personalidad o con bipolaridad cuyo comportamiento cambiaba radicalmente, e incluso se volvía agresivo, cuando se enojaban. Y ella quería mantenerse lo más lejos posible de esa posibilidad, si existía.

Se puso su chaqueta, tomó las llaves de su estudio y salió de éste.

A esas horas todo estaba en calma. En el largo pasillo del rellano no había nadie y Elise se sintió más tranquila al comprobarlo. Se estaba volviendo una antisocial.

Cerró la puerta y giró la llave en la cerradura antes de colocarse la capucha y comenzar a caminar hacia la salida. Optó por las escaleras para llegar al nivel inferior y, una vez afuera, la brisa matutina, suave y fresca, le dio la bienvenida, así como el canto de los gorriones que revoloteaban en las ramas de un árbol frente al portal.

Tal parecía que se tratara de un día normal como el que estaba a punto de empezar para cualquiera, pero Elise miró a ambos lados, se ajustó la capucha para ocultar bien su rostro y echó a caminar deprisa hacia la salida del complejo.

Luego recorrió casi a la carrera la distancia hasta la entrada principal del Hotel, cruzándose en el trayecto tan sólo con un par de botones y un aparcacoches. Una vez en el hall se desvió a la derecha, siguiendo el cartel de "sólo personal autorizado" que había descubierto durante su primera visita con Logan, y enseguida llegó al ascensor que llevaba a las oficinas.

Sólo cuando se vio en el interior de éste y a solas, fue que se retiró la capucha y suspiró. ¡Qué estrés de vida!

"¡Cling!"

Al salir del ascensor se vio de nuevo en aquel elegante ambiente de brillantes suelos de mármol, y al fondo del vestíbulo, apostada en su gran escritorio plagado de papeles, vio a Maggy con el teléfono en la oreja atendiendo llamadas.

—Buenos días —musitó Elise al llegar frente a la mesa de la secretaria. Su propia voz le sonó con un timbre extraño entre aquellas paredes tan reflectantes.

HutterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora