- Capítulo 25 -

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Elise prendió las luces del pequeño salón al entrar y soltó las llaves del apartamento en el lugar habitual: una pequeña balda de madera debajo de un espejo, junto a la puerta.

El agradable aroma de las gardenias estaba impregnado en toda la estancia y aspiró profundamente al notarlo. Sonriendo a causa de ello, procedió a quitarse el cárdigan, lo soltó en la estrecha isla que separaba el ambiente del salón del de la cocina y que hacía las veces de mesa alta, y entonces volteó.

Le vio aún de pie, inmóvil, en el vano de la puerta. Thion le sonrió desde allí y ella tuvo el presentimiento de que su intención era marcharse. Y lo que él dijo a continuación confirmó ese temor.

—Bueno, pues... Ya estás a salvo en casa, así que... —se encogió de hombros y la sonrisa se trasladó a su mirada.

—¿Qué? ¿Te vas? —preguntó ella, sorpresa y la decepción claramente detectables en su voz.

—Creo que es lo mejor —confesó él—. Ha sido una noche muy larga y...

—Y aún no hemos cenado —le interrumpió ella. La idea acababa de asaltarla con una rapidez pasmosa.

—Pues sí, no hemos cenado —admitió él, con las cejas arqueadas.

Ella caminó hacia él con decisión, estiró de su brazo y cuando le tuvo dentro de casa cerró la puerta.

—No te dejaré ir sin invitarte a cenar, es lo mínimo que puedo hacer por haberme protegido esta noche... y por las flores, claro —sonrió Elise. Nerviosa, fue a la cocina y abrió el frigorífico.

—No quiero molestarte, en serio, yo...

Elise le miró, aún con la puerta del refrigerador abierta. Thion titubeaba azorado en el mismo lugar donde le había dejado, y miraba la puerta del apartamento.

—No es ninguna molestia, Thion. Es que... no quiero que te vayas aún... —terminó confesando ella. Era la verdad. Le sonrió con timidez y él, al fin, se relajó y le devolvió la sonrisa—. Además, tu historia... Es decir, lo que me estabas explicando acerca de la colección de tu abuelo, y los líos entre tu padre y tu tío, aún no habías terminado de contármelo todo, ¿verdad? Me refiero a que cuando viste tu coche fuera del jardín estabas justo a mitad.

—Sí, eso me temo —suspiró él. Pensativo, peinó su rebelde cabello hacia atrás—. La historia es bastante larga de contar. Por eso había pensado que debías estar cansada y que quizá era buena idea dejarlo para mañana.

Ella agitó la cabeza en gesto negativo, abandonó el refrigerador abierto y caminó hasta él. Atrapó su mano, como si pretendiera impedirle así que huyera, y le arrastró hasta uno de los taburetes altos de la pequeña isla.

—Pues eh.. No estoy cansada —aseguró—. Y no tengo té pero tengo cerveza y... te prometo que prepararé algo que no sean sándwiches.

El rió. El sonido de su rápida risa inundó el pequeño salón.

—Eres demasiado dulce conmigo, Elise. Y en ese caso no tengo más remedio que quedarme —concluyó.

Elise disimuló el sonrojo que aquella frase acababa de provocarle regresando a la tarea de preparar una cena tardía e improvisada, y él, ajeno a esto, dejó su chaqueta sobre el respaldo del sofá y retiró el taburete para tomar asiento. Luego se desabrochó las mangas de la camisa azul oscuro y las enrolló hasta los codos.

Entretanto, Elise miraba pensativa el interior de la nevera hasta que algo se le ocurrió y volteó hacia él.

—¿Te gusta la quiche? —preguntó.

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