- Capítulo 2 -

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En la cafetería del centro, Marie revisaba su reloj por cuarta vez. No importaba cuánto le insistiera con la puntualidad, su hermana pequeña no era capaz jamás de llegar a la hora acordada. Dio un sorbo a su café solo y miró la televisión, buscando con qué distraerse.

—"... El robo se ha producido durante la noche y los investigadores aún trabajan para esclarecer cómo han podido deshabilitar el sistema de alarma. Las cámaras de vigilancia no han recogido evidencias de presencia extraña en el recinto. Se sospecha que el sistema de seguridad al completo pudo haber sido manipulado y..."

—¿Has oído lo del robo de los cuadros? —preguntó uno de los parroquianos recién llegados a la camarera que escuchaba las noticias de última hora desde detrás de la barra, ella le indicó por gestos que bajara la voz. El hombre se encogió de hombros—. Un café con leche, por favor.

—No hablan de otra cosa hoy. Por lo visto han entrado en la casa esta noche y se han llevado varios cuadros de Van Gogh que tenía el tipo. Y las cámaras no han registrado nada —explicó la mujer. Colocó una taza en la máquina de café expreso y pulsó un botón. El líquido oscuro comenzó a fluir y ella procedió a calentar el contenido de una jarra en el surtidor de vapor.

—¿Y qué se supone que van a hacer con ellos? No van a vender un Van Gogh en la vida. ¿Quién iba a comprar eso cuando es sabido por todo el mundo que se trata de una obra robada? —inquirió el hombre.

—Vaya usted a saber... —suspiró la camarera. Añadió leche caliente a la taza y la colocó sobre un plato, delante del hombre—. Quizá haya gente dispuesta a hacerlo.

—¿Dónde? No hay casa de subastas que se atreva a poner algo robado a la venta. ¿Por internet? La policía los atrapará en menos de una semana, estoy seguro.

—¡Los venderán en Ebay! —contribuyó una voz nueva.

Y la discusión acerca de quién podría vender con éxito una obra de arte robada y de dónde y cómo podía hacerlo devoró la tranquilidad que hasta entonces había respirado Marie.

Tamborileó con los dedos sobre la mesa y consultó la hora nuevamente. Y entonces, la campanilla de la puerta repicó anunciando un cliente nuevo.

—Elise... —murmuró Marie, cuando vio entrar a su hermana en la cafetería hecha un esperpento.

La más joven llevaba puesto un vistoso bombín, un vestido azul con falda de tul y enaguas y el rostro maquillado de forma muy llamativa, imitando un arlequín. Marie chasqueó la lengua y entornó los ojos, mientras Elise se acercaba a ella con sus movimientos limitados por el volumen de su atuendo y saludando a todos los parroquianos, que no escondían la sonrisa ante su aspecto. Aunque estaban acostumbrados a verla ataviada de esa guisa cuando actuaba en la plaza, contemplarla tratando de llevar una vida normal tenía una gracia innegable.

—¡Hola cariño! —exclamó la camarera al verla pasar por delante de la barra.

—¡Buenas tardes! —respondió Elise, con voz de nariz tapada y con una sonrisa, deteniéndose ante la barra.

—Tu hermana lleva veinte minutos esperando, Elise... Tienes que ser más puntual —la reprendió el hombre del café con leche.

—Lo sé, lo sé —suspiró Elise, encogiéndose un poco en su lugar—. Me ha surgido un imprevisto y no pude llegar antes...

—Bueno, no te preocupes. Seguro que lo entenderá. A fin de cuentas, es tu hermana... ¿Qué te apetece tomar?

—Ehh, lo de siempre, por favor —contestó Elise, con la mirada fija en la mesa a la que su hermana se hallaba sentada fingiendo no haberla visto—. A fin de cuentas... —murmuró.

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