Rebecca Anderson, hija del Teniente Anderson y con un gran sueño; ser inspectora. Actualmente, a sus 18 años, está estudiando Bachillerato. Lleva una vida aparentemente normal, aún que suele ayudar a su padre con los casos, de forma secreta, claro.
...
- Un papel. Parece una nota. - Lo abrí y, efectivamente, era una nota. La leí en voz alta. - "La verdad está en el interior". No se que puede significar.- En ese preciso instante, vi al androide que ayudé el otro día, eso o uno muy parecido, adentrarse en la cafetería. Supuse que trabajaba allí.
- Qué raro. - dijo Lorena.
Una vez en casa, me fui directa a mi habitación. Mi padre, para variar, se estaba echando una siesta y Connor estaba en el comedor.
Me senté en la cama y volví a leer aquel mensaje. "La verdad está en el interior". Pensé que podría significar. Entonces, vi una de las estatuillas encima de mi escritorio y todo hizo CLICK, en mi cabeza. Tanto la estatuilla como la nota estaban relacionadas con androides. Quizás el androide que ayudé el otro día es el que deja las estatuillas en la puerta. Y puede que conozca al que he ayudado hoy.
Cogí la estatuilla y le di pequeños golpecitos. Estaba hueca. La tiré al suelo. Había un papel dentro. Lo cogí y, rápidamente, lo guardé en mi bolsillo. Instantáneamente, Connor entró en mi habitación, preocupado.
- ¿Estas bien? - dijo mirando si tenía algún rasguño.
- Si, si. Se me ha caído una de esas estatuillas sin querer, pero no me he hecho daño.
- ¿Rebecca? - dijo mi padre desde su habitación.
- Sigue durmiendo, papá. Solo se me ha caído una cosa.
- ¿De verdad estás bien? - cogió mis manos. Con sus pulgares acarició el dorso de éstas.
- Si... - esta vez, aún que mi corazón palpitaba fuertemente en mi pecho, me atreví a darle un beso en la mejilla.
- Mmm... Connor. Se me ha ocurrido una idea. Aún quedan un par de horas para la cena. ¿Qué te parece... si... vamos a dar un paseo?
- Me parece genial. - dijo con una sincera sonrisa.
- Pero así no vas a salir. No quiero reventarle la cara a alguien porque te discrimine.
Hubo la suerte de que a mí me guste usar camisetas de hombre. Son anchas y cómodas. Le di a Connor una negra y un gorro, para ocultar su led. Salí para que se cambiara.
Madre mía cuando le vi... estaba tan, tan... sexy con esa ropa tan simple. Ai, pero qué cosas digo, que vergüenza.
Antes de irnos limpié aquel desastre que provocó la estatuilla. Fuimos caminando tranquilamente por varios sitios. Hasta que llegamos al río. Era un lugar tranquilo. Estaba un poco oscuro y, con el atardecer de fondo, era un lugar precioso.
Me acerqué a la barandilla que había en aquel paseo, al lado del río, que evitaba que cayeses a éste, y me apoyé en ella con los codos, observando aquel maravilloso crepúsculo. Connor imitó mi gesto.
- Connor... ¿Qué piensas de los divergentes?
- No lo sé. Estoy... confuso. Me analizo diariamente para ver si sufro errores en mi software, pero ya no sé lo que soy, y lo que no soy.
- Mira... cuando eres adolescente, te estás descubriendo a ti mismo. No sabes quien eres realmente, donde encajas, cuáles son tus gustos... Haces locuras. La inmadurez juega un papel muy importante. Pero creo que es necesario. Creo que cometer locuras nos hace darnos cuenta de que es lo que queremos realmente. Nos hace plantearnos si eso que hemos hecho está bien, y si volveríamos a hacerlo. Con eso puede llegar el arrepentimiento al haber realizado algo que estaba mal. Pero nos hace corregir nuestro futuro, consiguiendo que no lo volvamos a hacer. - Connor me miraba detenidamente.
- ¿Me estas comparando con un adolescente?
- Puede ser. ¿Por qué no cometes alguna locura, y lo averiguas?
No hubo respuesta. Nos miramos. Nos dedicamos a mirarnos. Disfrutaba de su presencia. Más de lo que esperaba. La distancia cada vez parecía más corta entre ambos. Dicho detalle logró hacer que mi corazón se acelerase más de lo normal. Pero no era desagradable, aún que estuviese nerviosa. Nuestros codos se encontraron cuando nuestras narices ya rozaban.