Parte XII - Massalia (en el patio porticado - spondai)

63 17 7
                                    

En el patio rodeado por columnas, el fuego de las antorchas crepitó en las argollas que las sostenían de las paredes. Las flamas se mecieron con la brisa que se levantaba desde el puerto y llegaba al interior de la vivienda trayendo consigo el inconfundible aroma a lluvia.

Una tos nerviosa interrumpió el silencio que se había formado entre los cuatro y obligó a Kanon a golpearse el pecho para no ahogarse con el vino que estaba tragando ante las palabras del anfitrión de casa.

Aioria prefirió mantenerse al margen de la situación escabulléndose del lugar, después de todo la noticia había tenido el mismo efecto sobre él.

Aioros se sentó en su banqueta, apoyando los pies en el suelo, dejando la copa medio vacía sobre la mesita baja dispuesta en el centro de la ronda.

-¿Athena? – preguntó Saga, impávido, tomando un puñado de castañas para llevárselas a la boca y volver a concentrarse en acariciar la nuca de su hermano. ¿Acaso se había vuelto loco?

-Athena, Saga, no tengo dudas... - Saga miró de reojo el perfil de Kanon y Kanon no apartó su mirada del vino de su copa – Sé como suena esto... – continuó Aioros poniéndose de pie y sentándose en la banqueta al lado de la de Saga que había sido dispuesta originalmente para Kanon pero que quedó vacía porque los gemelos decidieron sentarse juntos – Me preguntabas por el accidente... Ella me curó... - Aioros deslizó el pie izquierdo por el piso de tierra apisonada y se tocó la pierna mostrando la zona – La cojera, no está más... - dijo en un suave murmullo, la voz llena de fascinación y respeto, compartiendo, como un niño pequeño, un secreto que no debía ser oído por nadie más.

Saga pasó a su mano derecha la copa y apoyó el antebrazo del mismo lado en la rodilla izquierda de Kanon, agachando su torso para observar mejor: el lugar donde recordaba que Aioros tenía una fea cicatriz por la fractura que había sufrido se notaba sano, la piel de la zona no se veía diferente a la del resto a pesar de las sombras que el fuego de las antorchas hacía danzar sobre ella.

-¿Cómo fue capaz de curar tu pierna? - preguntó. Una nota de recelo oscureció su voz y estiró la mano izquierda para tocar la zona y quitar las sombras, que como serpientes parecían enroscársele por la pantorrilla a Aioros.

-Hubo que volver a acomodar el hueso – Aioros se pasó la mano por la pierna de manera protectora, un reflejo casi instintivo – Los médicos en Atenas no hicieron un buen trabajo... No los culpo – se apresuró a decir – había demasiados heridos que atender ese día y muchos estaban peor que yo... – la mirada pareció perdérsele en los recuerdos de aquel momento hasta que finalmente se aclaró la garganta y retomó la explicación – Acomodó el hueso mediante el uso de torsiones con ayuda de una maquinaria especial (1), vendó la pierna y la entablilló, dejándola inmovilizada por cuarenta días, cambiando los vendajes regularmente. No fue nada agradable (2)...

-Es un médico, entonces, Aioros... - Saga lo observó con fijeza, desde abajo, a través de las rendijas que eran sus ojos entrecerrados.

-Es más que eso... - Aioros siguió con la mirada los movimientos que Saga realizaba al enderezarse y llevarse la copa a los labios para beber – Cuando ella entra en la habitación irradia luz y una calidez tal que reconforta a los enfermos con solo mirarla... es como el sol del invierno que hace crecer la cosecha (3)...

"Apartate del sol"

-...su presencia brinda paz y seguridad...

El cuchillo ritual clavándose en la garganta del cabrito y la sangre brotando de su cuello mientras sus miembros aún pataleaban con los últimos estertores de vida.

Apártate del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora