Parte XIII - Massalia (en el patio porticado - oneiroi)

67 16 4
                                    

La luz de un relámpago se coló por los ventanucos de la habitación, bastante por encima de la altura de sus cabezas, iluminando el escaso, pero suficiente, mobiliario de la habitación. Segundos más tarde le siguió el trueno rugiendo en el cielo.

Pero no fue el estruendo que los dioses hacían allá arriba lo que despertó a Saga de un intranquilo sueño. Fue una risa en el patio. Una risa alegre y refrescante que repiqueteaba en sus oídos igual que lo hacían las gotas de lluvia. Una risa infantil.

Enderezó su torso, apoyándose en sus codos y pestañeó un par de veces antes de estirar el cuello para tratar de ver hacia el exterior. Bien podría tratarse del hijo de algún esclavo que chapoteaba en el patio, pero no recordaba haber visto ningún niño en la casa.

Había dado muchas vueltas para poder conciliar el sueño y ahora un pequeño lo despertaba. Resopló fastidiado y se dejó caer de nueva cuenta sobre la cama. Kanon, a su lado, dormía con el antebrazo derecho cubriéndole los ojos y Saga se giró de costado buscando acomodarse a la forma del cuerpo de su hermano e intentó volver a dormirse ayudado por el abrazo instintivo que le dio Kanon al sentirlo cerca.

"Saga"

Escuchó el susurro de su nombre y se apretujó más contra Kanon, acunado por el calor que emanaba.

"Saga"

Abrió los ojos confundido, porque por la posición en la que estaban era imposible que hubiera sido su hermano llamándolo.

"Saga"

El viento trajo consigo su nombre, acariciándole la nuca y el pabellón de la oreja, poniéndole los pelos de punta.

Volvió a girarse hasta su posición inicial, negando internamente, echándole la culpa de su malestar al inesperado e incómodo final que había tenido la noche del banquete: la reacción innecesaria y descortés de su hermano con el anfitrión de casa y la desmedida devoción de su amigo para con esa mujer. Nada de todo eso le daba buena espina. A su hermano lo entendía y comprendía hasta cierto punto: era difícil no sentir temor hacia las cosas que están fuera del control humano y él, Saga, lo sabía de primera mano: había convivido con demonios en el interior de su mente.

"La enfermedad sagrada" (1) había pensado en más de una ocasión cuando se descubría a si mismo vagando por las calles de la acrópolis sin siquiera saber cómo había llegado hasta ahí. Pero él no sufría de los ataques y convulsiones que la caracterizaban, no. Él sentía como su mente iba oscureciéndose de a poco hasta que volvía a la luz en un lugar completamente distinto.

Kanon había sido el remedio para su enfermedad, porque cuando volvió después de su periplo en el mar y se instaló definitivamente en Atenas con él, los episodios de enajenación que Saga sufría y en los que hacía cosas sin ser consciente de ello, desaparecieron de la misma manera furtiva en la que habían llegado.

Otro relámpago reveló una figura apoyada en el marco de la puerta, recargada, como observando hacia adentro. Saga se levantó de un salto y se quedó unos segundos sentado en el borde de la cama, dudando de sus ojos.

Estiró una mano buscando a Kanon, tentado de despertarlo. No le parecía posible que su hermano no se hubiera despertado con todo lo que él que se había movido a su lado o incluso con los truenos de la tormenta, pero sin embargo, apenas si había cambiado de posición, imperturbable en su sueño.

"Saga"

El sonido de su nombre se perdió en la noche, engullido por el rugido del relámpago y solo quedó la estela de la risa de la figura, que aprovechando los sonidos de la lluvia, se escurrió hacia el patio interior y que Saga pudo seguir por el rabillo del ojo.

Apártate del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora