Parte XIV - Massalia (en el patio porticado - akratismós)

63 16 2
                                    

Permaneció con los ojos cerrados, a pesar de que ya no le pesaba la cabeza ni sentía la fragua de Hefesto trabajando en su interior, igual podía sentir la claridad del día atravesando sus párpados, como diminutas agujas que se clavaban en su retina. Estiró una mano a su lado buscando el cuerpo cálido de Kanon, pero solo palpó el vacío en la cama.

Entornó los ojos y las motas de polvo bailotearon iluminadas por los rayos del sol. Kanon no estaba a su lado y una alarma empezó a sonar en su cabeza. La furia del vacío que tenía en su memoria lo golpeó salvajemente: lo último que recordaba antes de haber despertado con su cabeza contra sus rodillas apoyado en una columna del patio, era haberse acurrucado contra el cuerpo de Kanon sintiendo el martilleo de la sangre en sus sienes, dificultándole el sueño.

Deslizó una mano por sobre el colchón, completamente despierto, pero sin saber muy bien qué hacer.

Los sonidos de una casa que ya llevaba varias horas en sus tareas habituales llegaron a sus oídos, provocándole una ligera sensación de hogar que calmo sus pensamientos: uno de los esclavos quejándose de lo pesado de la bolsa de granos y otros dos que sonaban como si estuvieran gastándole alguna broma al respecto; la voz de una mujer, la cocinera quizás, reprendiendo a una muchacha por no vigilar el fuego...

-Ya está listo el desayuno – la voz de Kanon se impuso sobre las otras, llegándole desde el marco de la puerta. Se le aproximó hasta ponerse de cuclillas junto a la cama, a la altura de la cara de Saga – Estuviste en la lluvia... - afirmó Kanon con seguridad, porque cuando Saga había vuelto a sus brazos esa noche, había sentido su melena humedeciéndole la piel - ¿No podías dormir ayer? – preguntó suave, acariciándole la coronilla como a un niño pequeño.

Cuando después de la cena fueron juntos a la habitación que compartían, Kanon había percibido en su hermano todos los signos que garantizaban que una jaqueca se aproximaba y había preferido no molestarlo ni hablar más de lo ocurrido con Aioros por temor a solo agudizara el dolor que sabía se estaba gestando en el interior de la cabeza de Saga. Y guardó las disculpas que tenía que pedir hasta el día siguiente. Desnudó a su gemelo, luego a él mismo y cuando se acostaron juntos en la oscuridad de la habitación, lo mantuvo cerca de su pecho hasta quedar dormido.

Saga se dejó acariciar por Kanon y solo negó con la cabeza en respuesta a su pregunta, los ojos cerrados para que el otro no viera las dudas que cruzaban sus pensamientos, estirando el cuello para robarle un beso a Kanon.

-Lo siento... - se disculpó en voz baja – Fue mi culpa, sé que mi reacción fue desmedida durante la cena... - se alejó un poco de Saga – es que me puso los pelos de punta Aioros con su relato – y enfatizó sus palabras pasándose las manos por los brazos como si tuviera la piel de gallina.

-No es conmigo con quien deberías disculparte, Kanon... - contestó Saga, cubriéndose la boca mientras bostezaba.

-Ya me disculpé también con Aioros – bajó la vista, sintiéndose entre apenado y ridículo.

-Entonces todo está bien ya... - Saga sonrió, mandando sus preocupaciones al fondo de su mente, acomodándose de espaldas de nuevo, ocupando toda la cama, como quien se dispone a continuar durmiendo.

-Vamos – Kanon se alzó y caminó hasta un banco cercano a la cama, contra la pared – nos esperan para desayunar – le tiró su túnica.

Saga refunfuñó de mala gana y tomando la prenda, se vistió y calzó las sandalias. Acomodó sus cabellos peinándolo con los dedos lo mejor que pudo y aún desperezándose, salió de la habitación.

La lluvia de la noche había dejado un aire fresco que aplacaba el calor que normalmente se sentía. El aroma del pan recién horneado se mezclaba con el de la tierra húmeda y el de las flores de las plantas que abrazaban las columnas del patio.

Los esclavos habían dispuesto la mesa y sillas para el desayuno cerca de la cocina, debajo del techo de la galería para evitar el barro que la lluvia había producido. Aioria comía de buena gana la fruta, cortándola con un cuchillo y llevándose las rodajas a la boca. Aioros estaba dando algunas instrucciones a uno de los esclavos cuando los vio acercarse.

-¡Saga! – llamó Aioros desde el banquito en el que estaba sentado, despidiendo al esclavo con un gesto de la mano – Por fin te despertaste – palmeó la silla a su lado, indicándole que tomara asiento.

-Buenos días – respondió a la sonrisa de su amigo y tomó uno de los higos de la canasta sobre la mesa. La respuesta que Aioria pudo haberle dado a Saga quedó perdida entre las migas del pan que el muchacho se llevó a la boca.

-Estábamos hablando con Kanon de ir a conocer la ciudad – dijo Aioros.

Saga no pudo más que alzar una ceja inquisitiva mientras miraba a Kanon con verdadera sorpresa, después de todo que él y Aioros hayan estado planeando una actividad en conjunto sin discutir al respecto, escapaba incluso a sus sueños más salvajes. Quizás debería quedarse dormido más seguido si eso evitaba que su hermano y su amigo discutiesen.

-Claro – contestó dándole una mordida al higo, mirando todavía incrédulo a Kanon que solo atinó a encogerse de hombros como si la cosa fuese de lo más habitual y no entendiese porqué Saga estaba tan extrañado.

-¡Perfecto! – dijo Aioros bebiendo de su copa que un esclavo se apresuró a rellenar con agua – Hay también una pequeña palestra cercana al puerto, si les inte... ¡Aioria! – lo golpeó con el puño cerrado en el hombro izquierdo – Te comiste todo el pan... - resopló exasperado pero divertido - Dioses, debería encerrarte en esa palestra...

-El cachorro está en edad de desarrollo – murmuró Kanon, riendo y por lo bajo ante la evidente glotonería de Aioria, lo que le valió una mirada por parte del muchacho que de haber podido lo habría fulminado.

El desayuno transcurrió con una familiaridad que Saga no se esperaba dada la forma en la que todo había terminado la noche anterior. Decidió no ahondar en el asunto por temor a perturbar las aguas quietas en las que en ese momento se sentía nadar: parecía que Kanon y Aioros habían podido hablar sobre ello y hacer las paces finalmente. Más tarde, en la tranquilidad de la habitación que Aioros les había prestado, sondearía en profundidad en las razones de Kanon para disculparse con Aioros, más allá de las que le dio cuando fue a despertarlo.

Pero de momento, se concentraría en la familiaridad de las riñas entre hermanos que tenían lugar del otro lado de la mesa y que le hacían sacar más de una sonrisa, en el crujir de la corteza del pan al partirlo con sus manos, en la frescura y el sabor de los higos que impregnaba su boca... y en la tranquilidad que le brindaban las caricias de Kanon en su espalda baja y que lograban hacer que olvidara, de forma consciente, las preocupaciones con las que se había levantado.

*****

*akratismós era el desayuno.

Apártate del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora