Parte XVIII - Massalia (en el patio porticado - thánatos)

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Quizás fuera porque los gritos que habían escuchado desde la calle los había puesto en alerta antes de romper la puerta y entrar. O quizás fuera el tiempo como soldados lo que los obligó a actuar con premura: un cruce de miradas les bastó para ponerse de acuerdo en lo que harían: uno por un lado, el otro por el otro, en perfecta sincronía se movieron para cortar le el paso al muchacho.

Kanon se deslizó a lo largo de la pared para ponerse por detrás del esclavo mientras Saga se alejaba un poco y lo rodeaba poniéndose delante de él. Toda su atención concentrada en el esclavo desnudo en el medio del patio de columnas.

Saga lo vio tragar saliva. Se percató del movimiento en su mano libre al acomodar mejor el puñal que sostenía y como tensionó los músculos de su cuerpo para lo que suponía sería su única oportunidad de escapar. Pero si Saga pensó que lo atacaría con el puñal, el siguiente movimiento del esclavo lo tomó por sorpresa.

El esclavo tensionó sus músculos, sí, pero no para enfrentar a Saga, tenía en claro que una lucha cuerpo a cuerpo en la situación en la que se encontraba, inevitablemente conllevaría una clara derrota,sino que lo hizo para poder levanta el cadáver de Aioria y en vez de arremeter de frente, se giró y acometió contra Kanon, que era el más próximo a la salida.

Kanon estaba preparado para enfrentarse al esclavo si es que intentaba apuñalarlo en su huida. Había visto el brillo del arma y las posibilidades de que lo empleara para atacarlo y escapar eran altas. Pero no contó con que usaría a Aioria como si fuera una especie de escudo.

-¡No!- el grito en el silencio lo desconcentró y desvió instintivamente su mirada hacia la fuente de sonido. El pelirrojo aprovechó esos segundos de distracción y amagó con tirarle el cadáver encima.

Intentar esquivar el peso muerto que le venía de frente obligó a Kanon a hacerse hacia un costado. Entorpeció sus movimientos, trastabilló ya punto estuvo de caerse si no fuera porque se sostuvo de la pared.

Al ver que su hermano no había podido impedirle el paso, Saga afirmó mejor los pies en el suelo e hizo el torso hacia adelante, listo para correr detrás del esclavo quien se acercaba peligrosamente a la salida.

-¡Saga!- la voz desesperada de Aioros resonó a sus espaldas, cercana, mientras estiraba sus brazos para atrapar por los cabellos al esclavo- ¡No! - fue el grito agónico que escuchó en sus oídos antes de sentir el cuerpo de Aioros que se avalanzaba sobre él y le impedía atrapar al muchacho brindándole la perfecta oportunidad de escapar.

Con la fuerza del empujón, Saga golpeó la cabeza contra la pared y cayó al piso con Aioros por encima, perdiendo la consciencia.

Kanon fue el primero de los tres que logró ponerse de pie. Sorteó el cadáver de Aioria que el esclavo en su furiosa huida había dejado abandonado y salió a la calle. Miró hacia ambos lados: no había nada que delatara para qué lado el muchacho había escapado, pero lo más lógico era que lo hubiera hecho hacia el lado contrario de las construcciones, así que sin pensarlo mucho más optó por dirigirse hacia el bosque que se encontraba a la afueras de la ciudad.

En el patio, Aioros a gatas logró levantarse y, como si caminar le resultara imposible, avanzó de rodillas, a veces a cuatro patas, sosteniéndose de la pared, repitiendo el nombre de su hermano a cada paso que daba, hipando y limpiándose las lágrimas que no paraban de rodar por sus mejillas hasta que finalmente llegó junto a Aioria.

Con manos temblorosas ciñó uno de sus tobillos. Gateó por el costado, tanteando con angustia el cuerpo en la penumbra del umbral de la puerta con una mano, con el miedo atenazándole la voz en la garganta cada vez que su mano tocaba la humedad de la sangre que bañaba sus piernas, su abdomen. Reprimió una nueva arcada cuando finalmente tocó la tela rasgada de la túnica y sus dedos se hundieron sin saberlo en la carne abierta de la herida.

Se arrodilló a su lado, se reclinó sobre el cuerpo, lo abrazó.

-Aioria... Cachorro... - todavía lo sentía cálido y lo llamó suavemente al oído. Una y otra vez. El nombre de su hermano en un tono cada vez más alto hasta que finalmente si convirtió en un atormentado grito de desconsuelo - ¡Aioria!

Shura contemplaba la escena con amargura. Se había acercado sigiloso. Desde el primer momento se dio cuenta que cualquier intento por salvar a Aioria estaba más allá de sus posibilidades: aunque hubieran logrado atrapar al esclavo, la cantidad de sangre que había perdido habían sido demasiada como para poder hacer algo por él.

Y sin embargo Aioros se sujetaba al cadáver de Aioria y lo llamaba como si solamente estuviera dormido a pesar de sus ojos abiertos que miraban a la nada.

Se puso a sus espaldas, apoyando una mano en su hombro, apretando suavemente antes de arrodillarse detrás de Aioros y apoyar su coronilla en su nuca.

-No hay nada que podamos hacer... - dijo contra su espalda y de verdad sentía en el alma que una velada de reencuentro hubiera terminado así.

Aioros lo sabía. Muy dentro de su ser lo sabía. Pero en ese momento, en el que levantó el torso de su hermano y lo apoyó sobre sus rodillas y le acarició los cabellos con ternura, fue su amor el que le nubló la razón.

-Athena... - susurró, corriéndole el flequillo de la frente a Aioria –Shura... - se limpió las lágrimas con la mano y se manchó la cara de sangre sin darse cuenta – Si buscamos a Athena... - se sorbió los mocos - quizás ella pueda hacer algo por Aioria... - le dijo y esa descabellada idea lo hizo aferrarse a ilusiones que le dieron un poco de esperanza.

-Está muerto, Aioros... - Shura se sentó en el piso. Las palabras sonaban crudas, duras, incluso en sus oídos, pero era la realidad y quería que Aioros lo entendiera por su propio bien.

Pero Aioros ya no lo escuchaba.

-Shura...- se giró un poco, tanto como le permitía el tener el cadáver de Aioria sobre las piernas – deberías ir a buscarla antes de que sea demasiado tarde...

-Ya es tar... - y las palabras se le quedaron a mitad de camino en su garganta cuando vio el rostro de Aioros con sus ojos enrojecidos por las lágrimas que caían y abrían surcos en sus mejillas manchadas de sangre seca.

-Shura, por favor... - una sonrisa dolorosa, una súplica amarga en la voz –Por favor... - y un resignado Shura que se levantó y salió de la casa con dirección a buscar a la mujer en la que Aioros estaba depositando sus últimas ilusiones.

Apártate del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora