Parte I - Palestra

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Una gota de sudor se escurre por el contorno de su mentón y cae con un siseo sobre la piel ajena que no se inmuta por la humedad sobre ella. Resbala graciosa por el cuerpo oleoso esquivando el hueso de la clavícula, descendiendo por los pectorales acariciado a su paso la sonrosada aréola del pezón... parece contarle las costillas mientras sigue su camino hacia abajo inspeccionando los músculos abdominales hasta que finalmente envuelve el hueso de la cadera y se pierde irremediable y exquisitamente entre el par de piernas firmes al igual que lo hace la imaginación de Saga al seguir todo el recorrido de su propio sudor sobre la piel de su hermano.

Es culpa del sol de Grecia que golpea inclemente sobre los cuerpos desnudos que se enredan bajo sus rayos. Son las pieles que se vuelven escurridizas por culpa del sudor y los agarres que deben hacerse más fuertes para lograr someter al otro.

-Kanon... - murmuró Saga al oído de su hermano tragando saliva con dificultad.

Pero su gemelo no le prestó atención, estaba muy concentrado en la forma en que lo tomaba por el bíceps y apoyaba su cabeza en el hombro mientras Saga lo tomaba por el omóplato. El sudor que escurría por su frente y le entraba en los ojos le nublaba parcialmente la vista, pero eran movimientos que podría haber hecho incluso con los ojos cerrados. Se refregó contra el cuerpo de Saga despejando su frente del flequillo que se adhería a su piel. Se sostuvo con más fuerza para el siguiente movimiento e inspiró profundo para tomar impulso.

El brazo de Saga que sostenía con su mano izquierda lo enrolló entorno a su cuello en un rápido giro que hizo saltar la arena de la palestra cuando sus pies se frenaron en seco.

-Kanon... - jadeó Saga agarrándose al pecho de su hermano, sintiendo como los músculos bajo su palma se movían en perfecta sincronía, tensándose y relajándose, preparándose para el siguiente movimiento.

Pero Kanon no le dio tiempo a más: utilizando su propio hombro como palanca, apoyado sobre el pecho de Saga, cerca de su axila, impulsó el peso de su hermano por encima de su espalda para hacerlo caer boca arriba sobre la arena creando una fina capa de polvo a su alrededor.

Por unos segundos la respiración de Saga se cortó al golpear sordo contra el piso, segundos que Kanon aprovechó para recuperarse, aprovechando que había quedado sentado en el suelo y rodearle el cuello con uno de sus brazos mientras el otro seguía sosteniendo firme el de su hermano, acercando la cabeza de Saga a su muslo e impidiendo que se moviera.

Forcejeó por volver a obtener el control de su cuerpo, pero lo único que logró fue que Kanon lograra voltearlo boca abajo, desbalanceándolo, su muslo acomodándose perfectamente contra el suyo al meter una de sus rodillas entre sus piernas mientras le doblaba hacia atrás el brazo que sostenía y le clavaba el hombro izquierdo entre los omóplatos presionándolo hacia abajo hasta hacerle tocar la arena de la palestra con el pecho.

Saga intento elevarse apoyando la palma de la mano libre contra el suelo, pero solo consiguió que la pelvis de Kanon rozara obscena contra la suya y su pene presiona gustoso contra sus nalgas.

-Kanon... - gruño entre dientes al sentir un último tirón malicioso en su brazo antes de que la presión que Kanon ejercía sobre su brazo disminuyera y se transformara en una rasposa caricia que corría sus cabellos rubios pegados a su espalda y una boca hambrienta mordiera su nuca marcando el cuerpo también con los dientes, sometiéndolo completamente.

Kanon se alzó con un salto felino y lo nalgueó antes de estirar todos sus miembros descontracturándolos, exhibiendo su incomparable anatomía griega a los crueles rayos solares.

-Kanon... - llamó Saga por última vez, desde el piso, girándose para quedar boca arriba, recuperando el resuello como si hubieran tenido una larga sesión de sexo salvaje como las que solían ocurrir entre las paredes de su casa.

Kanon lo miró interrogante desde lo alto y sonrió divertido.

-Llegó una carta de Aioros... - Saga se cubrió los ojos con el antebrazo y poco le importó que estuviera lleno de arena.

-Aioros... - Kanon se llevó las manos a la cintura, los brazos en jarra: si lo que Saga buscaba era arruinar el día, lo estaba consiguiendo-

-Nos invita a su casa en Massalia (1)... - se apresuró a decir antes de que su hermano tuviera algo más que acotar.

Instintivamente Kanon se giró hacia la dirección del mar e inspiró profundo.

No era secreto para su gemelo que Kanon desesperaba por escapar de la polis de Atenas. Más de una vez lo había encontrado contemplando el mar Egeo desde los promontorios que se alzaban en la costa, añorando volver a su lugar de origen en las cercanías del Cabo Sunión, pero los deberes militares los habían mantenido más tiempo del deseable en Atenas.

Tampoco era secreto para Saga que a Kanon no le caía demasiado en gracia Aioros... sin embargo esperaba que no desperdiciara la invitación que su antiguo capitán les hacía.

Kanon chasqueó la lengua contra el paladar y pateo despacio a su hermano en el suelo para que se destapara los ojos y lo observara.

-Massalia... - repitió Kanon saboreando el nombre de la colonia griega en occidente, estirando la mano en dirección a Saga para ayudarlo a levantarse.

Pero Saga enganchó con su pie el tobillo de Kanon y lo derribó, dejándolo estirado boca arriba sobre la arena.

-Massalia... - afirmó su gemelo sonriente, poniéndose de pie - ¿Entonces? - interrogó tapándole el sol con su cuerpo, ahora él mirando desde lo alto.

Kanon pareció pensárselo, pero era evidente para Saga que solo estaba disfrutando del futuro aire de mar sacudiendo su abundante melena rubia y el agua salada golpeando su rostro.

-Apò toû hēlíou metástēthi* - soltó Kanon como un chiste antes de comenzar a reír de manera infantil.

-Zarpamos en tres días - dijo Saga comenzando a caminar hacia los baños.

Y por un momento pensó que Kanon sonaba como un reo al que acaban de liberar de prisión mientras reía.

*****

(1) Massalia: antigua colonia griega, actual Marsella.

(2) Apò toû hēlíou metástēthi: "Apártate del sol", respuesta de Diógenes el cínico cuando Alejandro Magno le preguntó si tenía algún deseo que pudiera ayudarle a alcanzar, según refiere Plutarco

Apártate del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora