Parte XXIII - Massalia (en el patio porticado - Lete*)

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(ADVERTENCIA: ESTE CAPÍTULO CONTIENE INSINUACIONES DE VIOLACIÓN SEXUAL. SE RECOMIENDA DISCRECIÓN POR PARTE DE LECTORES QUE PUDIERAN SER SENSIBLES A TALES TEMAS)

Para emprender su regreso a Grecia, necesitaba primero volver a la casa de Aioros por sus cosas. Y por las de Kanon. No debía quedar nada que pudiera ayudar a su gemelo a seguir sus pasos en el caso de que la marea creciente no acabara con él, inconsciente, ahí donde lo había dejado.

Moverse entre las penumbras de la calles de Massalia era fácil para las criaturas que como él habían sido gestadas en las sombras más pantanosas de la psique humana: incluso aquellas bestias que lo observaban desde la seguridad que algún callejón les ofrecía, arrugaban el hocico y mostraban sus dientes mientras escondían su rabo entre las patas, como si reconocieran la supremacía del depredador que pasaba por delante de sus narices.

Aioros todavía se encontraba en el patio, cerca de la entrada de la casa. Abrazaba el cuerpo de su hermano muerto como si fuera a despertar de un momento a otro. Una enfermiza muestra de amor fraternal, de patética debilidad que ni él se hubiera permitido de no ser por la inoportuna intervención de Saga en el momento en que el cuello de Kanon comenzaba a ceder ante la presión de sus manos sobre él.

-Shu.. - Aioros alzó la vista cuando la poca luz exterior quedó bloqueada– Saga... - se corrigió, tragó saliva y acomodó, protector, el cadáver de Aioria sobre su pecho, casi como si temiera que se lo quitaran. Porque ese, parado bajo el dintel de la puerta de entrada, ya no era Saga. Lo había notado antes y lo notaba ahora: como un frío helado que le ponía de punta los vellos en la base de la nuca, como si fuera una presa acorralada.

Saga, o ese que se parecía a Saga, pasó a su lado, hacia el interior dela casa.

-¿Dónde está Kanon? - le preguntó, acunando a Aioria, sin dirigirle la mirada.

-Kanon no está – contestó sin detener su andar.

La respuesta causó aún más recelo en Aioros y lo observó por el rabillo del ojo.

Se encaminó hacia la habitación que había compartido con su gemelo. Para su suerte, la lámpara de aceite que los esclavos habían dejado en pos de una tranquila velada, aún estaba encendida. Encontró ambos zurrones, revolvió en su interior comprobando que estuvieran las cosas básicas que habían traído y que ahora le servirían para su regreso y los cruzó sobre su espalda antes de salir de nuevo al patio.

Aioros lo vio venir y, quizás armado de un enojo que nacía de tener a su propio hermano herido entre sus brazos, sabiéndose conocedor del inconmensurable afecto que unía a los gemelos y sin poder reprimirla desconfianza que la falta de interés en su respuesta le despertaba, esta vez se atrevió a cruzar su mirada con ese que ya no era Saga.

-¿Dónde está Kanon? - estiró una mano para detenerlo, pero el peso del cuerpo de Aioria no le permitió moverse demasiado.

-No me hagas repetirme, Aioros – le pasó por delante, el desdén presente en sus palabras y en su actitud.

-Saga no se iría sin Kanon – dijo al ver los bolsos que colgaban de su espalda.

Dio media vuelta, su sombra estirándose sobre Aioros, mientras se acercaba lentamente, sobrevolando como un buitre sobre un cuerpo moribundo.

Se plantó a su lado y agarró a Aioros por los cabellos, echándole la cabeza hacia atrás, obligándolo a mirarlo como si fuera a devorarlo.

-¡Aioros! - la voz de Shura llegó desde la calle. Entró como una furia en el patio de la casa cuando vio la escena. Se acercó a pasos agigantados, lo tomó por la muñeca que sujetaba los cabellos de Aioros y lo empujó para que lo largara - ¡Fuera! - le ordenó, señalando la puerta.

Apártate del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora