Capítulo 3: Abyssus

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—Se te ha escapado —dijo Laura

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—Se te ha escapado —dijo Laura.

—Lo sé, me he dado cuenta.

Ian estaba furioso. Era la primera vez que el Tribunal le encomendaba un objetivo ¡y había fracasado!

—Deberías haber acabado con ella en cuanto la tuviste a tiro —le reprochó—. No es propio de ti aplazarlo.

—Quería darle la oportunidad de enfrentarse a mí, divertirme un poco —resopló el joven—. Desde que llegamos a Madrid solo nos hemos encargado de humanos. Me dijiste que se trataba de un ángel, pero esa chica era... ¡era un polluelo! —se quejó.

—¿Es eso lo que ha ocurrido? —inquirió la mujer enarcando una ceja rubia.

—¿Qué insinúas? —le espetó poniéndose en pie de un salto sobre el cemento que cubría la azotea del destartalado edificio.

—Me pregunto... No te estarás ablandando, ¿verdad? —preguntó en un siseo.

—Jamás —respondió Ian sin titubear—. Sabes de sobra hasta qué punto llega mi odio. Lo único que deseo es acabar con todos los ángeles, todos.

—Bien —sonrió ella dando el tema por zanjado—. En ese caso, intenta localizarla, pero no hagas nada de momento —le ordenó.

El joven la miró con el ceño fruncido:

—¿Y eso por qué? ¿No debería acabar con ella en cuanto tuviera la oportunidad?

—El Tribunal ha detenido su ejecución y me han convocado a Abyssus —confesó Laura sin poder ocultar su descontento.

—¿Por qué iban a ordenar algo así? —se extrañó—. Si la dejan viva, se convertirá en un ángel, en un problema.

Laura se encogió de hombros y caminó hacia él hasta que solo los separaron unos centímetros.

—No lo sé. Espero que, a mi regreso, pueda responder a tu pregunta. También intentaré averiguar algo acerca del individuo que la ha salvado —susurró sobre sus labios.

Sus palabras terminaron en un beso intenso, violento y demandante que dejó a Ian jadeando cuando lo liberó.

Laura sonreía cuando estiró el brazo y realizó un movimiento rápido, como si cortara el aire. De inmediato, se originó una brecha en el espacio y el tiempo que rezumaba una oscuridad tal que hizo palidecer los rayos del sol crepuscular. La fisura fue ensanchándose hasta generar un óvalo del que emanaba frío y oscuridad a partes iguales.

Sin vacilar ni un instante, Laura cruzó la brecha que desapareció como si nunca hubiera existido.

Sin vacilar ni un instante, Laura cruzó la brecha que desapareció como si nunca hubiera existido

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