Capítulo 6: el trato (parte 1)

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La mañana del lunes no comenzó bien para Riona que se despertó media hora tarde y tuvo que salir disparada hacia el instituto

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La mañana del lunes no comenzó bien para Riona que se despertó media hora tarde y tuvo que salir disparada hacia el instituto. Llegó con casi quince minutos de retraso y el profesor de historia, Arturo Velasco, abiertamente detestado por todos los alumnos, apenas apartó la vista de la pizarra cuando dijo:

—Señorita Dávila, a estas alturas del curso ya debería saber que los alumnos impuntuales deben esperar en la biblioteca hasta que termine la lección y el profesor, es decir yo, salga del aula.

Velasco era el único profesor que trataba a sus alumnos de usted y exigía que hicieran lo mismo cuando se dirigieran a él. Asistir a sus clases era como retroceder un siglo. Para ser un profesor de historia, parecía no percatarse del correr del tiempo.

—Lo siento, señor —logró disculparse la muchacha a pesar de que aún le faltaba el aire.

—Cómo sea, espere fuera. Y tenga por seguro que su impuntualidad será puesta en conocimiento de la Dirección —añadió.

Riona torció el gesto cuando el profesor se volvió hacia la pizarra y salió. El pasillo estaba vacío y podía escuchar el eco de sus pasos. Se detuvo junto a la pared para poyarse y calmar su respiración.

Era injusto que, por unos minutos de retraso, fuera a perderse toda la lección, pero daba igual porque ese amargado de Velasco no dejaba pasar ni una.

—Cómprate una vida —siseó fulminando con odio la puerta del aula. Deseaba que su mirada pudiera atravesar las paredes y golpear al profesor.

No tenía ganas de irse a la biblioteca, no después de lo ocurrido el día anterior. Soltó un resoplido y, puesto que en medio del pasillo no hacía nada y se arriesgaba a que el conserje de la escuela la encontrara merodeando fuera de clase, decidió dirigirse al baño más cercano para terminar de despejarse lo que no había podido esa mañana.

Se lavó las manos y se humedeció la nuca y el pelo para tratar de domarlo aunque fuera mínimamente, pero desistió a los pocos minutos y se recogió la melena en una larga coleta.

Continuó despotricando entre dientes hasta desahogarse pero, cuando apartó la vista del espejo, le llegó una voz desde el pasillo.

—¿Tienes por costumbre hablar sola?

Rio se volvió tan rápido hacia la puerta, que su cuello crujió. A esas alturas, no necesitaba asomarse fuera para saber de quién se trataba.

Paso a paso, salió del baño para encontrarse con Ian apoyado en la pared opuesta del pasillo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó tratando de mantener un tono indiferente.

—Ayer no terminamos nuestra conversación —se justificó el demonio encogiéndose de hombros.

—No creo que hubiese mucho más que hablar —le espetó.

—Puede, pero fue muy maleducado por tu parte irte sin recoger los libros que tiraste o terminar de oír las educativas palabras que la bibliotecaria tenía para ti.

Almas encadenadas [Equilibrio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora