Capítulo 7: monstruos nacidos del odio (parte 2)

13.6K 865 416
                                    

Riona llegó a casa a tiempo para comer y, aunque estaba algo ensimismada dándole vueltas a sus problemas, agradeció pasar unas horas tranquila con su madre y Apolo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Riona llegó a casa a tiempo para comer y, aunque estaba algo ensimismada dándole vueltas a sus problemas, agradeció pasar unas horas tranquila con su madre y Apolo.

El resto del día lo empleó en ponerse al día con sus estudios ya que el domingo tendría que ir al ático para recibir más lecciones de Gael.

Más descansada que el día anterior, salió a la terraza con una taza de café humeante decidida a esperar a Ian despierta. No habían transcurrido ni dos minutos cuando apareció de la nada.

—¿Qué tal has dormido? —preguntó con una sonrisa burlona.

Rio dio un pequeño respingo a pesar de que ya había notado su presencia en la distancia. Afortunadamente, no vertió el café.

—¿Por qué no me lo dices tú? —siseó mirándolo con el ceño fruncido.

—Yo creo que muy bien. Babeabas y todo cuando me fui.

—Yo no babeo.

—Todo el mundo babea —replicó él apoyándose contra la barandilla.

—¿A qué vino lo del peluche?

Ian soltó una carcajada. Pero esta vez fue diferente, no había burla, sarcasmo o malicia en su risa.

—Por favor. Llevabas un pijama rosa y unas pantuflas de conejitos, no creo que un peluche marque la diferencia. —Volvió a reír.

—Son calentitas —se defendió ella—. Y no se trata de eso. No vuelvas a hacerlo. Es... Es escalofriante.

Ian levantó ambas manos en gesto de rendición.

—Mira, lo creas o no, no tenía ninguna intención oculta en ello. Solo me presenté aquí para que volvieras a intentar sonsacarme información porque es más entretenido eso que vigilarte a distancia...

—Eso sí que es escalofriante.

—Yo solo cumplo órdenes —siseó Ian entrecerrando los ojos—. El caso: cuando llegué tenías todo abierto y estabas fuera de la cama. No me apetece que pilles un resfriado y tenga que ver cómo te suenas los mocos todo el día, sería aburridísimo.

—¿Los ángeles pueden enfermar? —preguntó olvidándose del comentario cortante que había querido soltarle.

—¿Qué clase de pregunta es esa? Claro que enferman. Y los demonios también.

—Yo creía...

—Tenemos cuerpo, Riona. ¿Acaso tú no has enfermado nunca?

—Sí, muchas veces.

—Claro. Es cierto que, cuando nuestra alma se desarrolla, somos menos vulnerables. Nos curamos más rápido y vivimos más tiempo.

—¿Vivimos más tiempo? —preguntó con una nota aguda en su voz.

Almas encadenadas [Equilibrio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora