Prólogo

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              Un paso, dos pasos, tres pasos…

            —¡Vamos que puedes llegar! —se animó ella misma en apenas un susurro. Los dientes le titiritaban por el frío y las cuadras se hacían más largas de lo que en realidad eran.

            Otro paso, un poquito más… Tan solo esta cuadra —pensó.

            Dos minutos después y ya estaba frente a la puerta del edificio que era ya bastante conocido para ella, pasaba mucho tiempo ahí, más que en su propio apartamento.

            Cuando estuvo dentro del cobijo de las paredes y de la calefacción del lugar se sintió aliviada, presentía que si hubiera caminado otro poquito más se le caerían los dedos de las manos por lo congelados que estaban.

            El invierno apenas entraba pero como era común en Londres, el frío era insoportable, siendo invierno o no, aún era muy frío para su gusto.

            Subió las escaleras de dos en dos hasta que llegó al tercer piso. Lo único malo del acogedor edificio era la ausencia de un ascensor, pero estaba tan acostumbrada a subir y bajar esas escaleras que el ejercicio lo consideraba rutina.

            Una vez en el pasillo caminó tranquilamente hasta la puerta que tenía grabada un número cinco. Sonrío al ver las pequeñas marcas de lápiz que tenía la puerta, esas marcas eran obras de ella y de su impaciencia cuando él no corría a abrirle. Poco después de que llegaran a la conclusión de que ella terminaría acabando la puerta obtuvo su propia llave del departamento.

            Sacudió la llave entre sus dedos hasta que la introdujo.

            Entonces, recordó.

            Su mente se llenó de múltiples preguntas e inseguridades. La noche pasada había sido un completo desastre. No, desastre era quedarse corto. Había sido quizás la noche más terrible de sus vidas y ella fácil lo había olvidado.

            Pero estaba allí dispuesta a arreglar todo, esa era la razón por la que había decidido dejar su apartamento y dirigirse allí en cuanto despertó, sólo que por un instante había olvidado por qué estaba allí.

            No tocó la puerta, terminó de girar la llave y entró.

            —¿Alec? —preguntó en voz baja atravesando la pequeña sala con muebles rojos y una mesita de noche sobre la cual reposaban unos cuantos libros y revistas.

            Caminó directo hasta su habitación y se detuvo un momento a pensar si debía o no tocar la puerta. Terminó decidiendo por no tocar, él no se enojaría por esa estupidez, o quizás si… Pero ya era demasiado tarde, estaba dentro.

            La habitación estaba vacía.

            —¿ALEC? —llamó más fuerte pero no obtuvo una respuesta más sonora que el ruido de los coches afuera en la calle.

            Era extraño que no estuviera allí, cuando dejo la fiesta de la universidad estaba segura de que el se había montado en su coche. Pero…

            —¡Qué estúpida! ¡Seguro cogió para otro lado! —exclamó.

            Alec había salido cabreado de la fiesta, y ella no supo más de él porque estaba muy ocupada intento mantenerse en pie y luego sobrevivir a la resaca. Curiosamente se acercó hasta una libreta que estaba sobre la cama de Alec, no la había visto nunca antes. Era una libreta de solapas gruesas y de color azul que tenía escrito sobre la portada “Por si mañana no estoy”.

            De repente se escuchó el pomo de la puerta, pero no era la puerta del cuarto si no la del departamento. Apresuró el paso hasta la sala aún con la libreta en mano cuando vio algo que la dejo devastada y que la hizo imaginarse las peores cosas que pudiera ser capaz de imaginar.

            La madre de Alec, la señora Marie estaba llorando desconsolada mientras atravesaba la estancia, los ojos los tenía hinchado y la ropa arrugada.

            La señora Marie cuando llegó hasta ella la abrazó y empezó a llorar más fuerte, si eso era posible en ese momento.

            —Viviana… —empezó la madre de Alec, pero Viviana no la escuchaba. Viviana estaba estática, el miedo había empezado a asfixiarla de una forma lenta y precisa.

            —¿Qué le pasó? —preguntó en apenas un murmuro. Cuando vio a Marie llorando estaba más que claro que le había pasado algo a Alec.

            —Tuvo un accidente anoche, intenté comunicarme temprano contigo pero no atendías el teléfono y, está en el hospital… Pero esta en coma… Está mal —soltó entre llanto.

            ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había salido de su casa? ¿Una hora?

            En esa hora que ella caminaba y padecía por el frío, su mejor amigo estaba muriendo. Y todas las horas desde que él se había subido al coche, cabreado con ella…

            Viviana maldijo haber desconectado los teléfonos, haberlo dejado ir sin hablar antes con él en la fiesta. Maldijo ser la culpable de que le hubiera pasado algo así.

            Unas silenciosas lágrimas empezaron a rodar por su mejilla, muy ajenas a las gruesas lágrimas de la madre de Alec y fue en ese instante, cuando se debatía entre que hubiera pasado si no se hubieran peleado esa noche, en el que notó que aún tenía la libreta en sus manos, y leyó nuevamente el titulo sintiendo su corazón apretado.

            —Por si mañana no estoy…

            —¿Qué? —preguntó Marie desconcertada, pero Viviana no le prestaba atención, ella estaba desesperada pasando las hojas de la libreta. Se detuvo un momento para darse cuenta de que el contenido eran notas con fechas y fotos de referencia, y que por todos lados estaba la letra de su mejor amigo.

            —Por si maña no estoy —repitió—. Por si mañana no está…

            Ahora sus lágrimas no eran solo silenciosas, si no que también ardían. Era un diario. Por si él mañana no estaba. 

Por si mañana no estoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora