Capítulo 4

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    Los dos escuchaban The Beatles. Ambos temían a los payasos y a las señoras mayores. Los dos amaban el gin. 

  Sus diferencias no eran una banda de música o el libro preferido. Lo que a ellos los alejaban eran sucesos un poco más trascendentales. Por ejemplo, la manera de concebir al amor.

  Y la manera de concebir el amor es, ni más ni menos, la forma de pensar la vida.

      Él no podía componer si no tenía la reconformarte certeza de que ella estaba estudiando en la cocina. Ella ni podía pensar en redactar un sólo párrafo si no estaba con la única compañía de un disco de Pink Floyd. 

     Rocío dormía muy mal si él no la besaba antes. Agustín no podía dormir abrazado a alguien, pero necesitaba, sí o sí, saber que ella estaba al lado. 

      Él, en la cama con ella, era Agustín. Cuando ponía un pie fuera del sitio seguro que significaba el departamento, se convertía en El Bajo Herrera y arrasaba con lo que tuviera a su paso. Se disfrazaba de eso que muchos sueñan ser, y cualquier chica poco acostumbrada a la ciudad detestaba. Lo que el mismo detesteba, lo que Rocío trataba de justificar. 

     Había aprendido desde chica que estaba bien entender a la gente. Quiso creer siempre, que las personas tenían un motivo para actuar como lo hacían; y por eso se dejaba lastimar.  Le permitía todo a cualquiera, menos a ella. Lo de los demás eran errores, lo suyo eran pecados. 

     Cuando dejó de molestarle que el fumara porro en la cama, entendió que se había enamorado de un hombre al que habría querido cambiarle todo. Pero no deseaba hacerlo. Quizás había aprendido a amar con locura las cosas de él que odiaba. Quizás él era la persona que representaba su alter ego. Quizás él era todo lo que ella nunca había podido.

  Quizás. 

  - Agustín, ¿a dónde estamos yendo?

-  Vamos de compras, amor. Necesitás ropa para tener en el departamento.

- Pero yo tengo ropa... - ella entrecerró los ojos e intentó entender lo que El Bajo buscaba. 

- Pero en casa no. Ya casi no vas a la tuya. 

   Sonrió. La mina que ella era hacía tan sólo seis meses, no hubiera sonreído. "Bajame acá" hubiera dicho, bajandose del auto para, quizás, no volver más.

    Pero ya no estaba segura de ser la misma. 

   De lo que sí había llegado a estar segura, es que su vida sólo tenía dos personajes. Él y ella. Y no sabía hasta que punto eso era normal, eso estaba bien.

    Ay, si le hubieran advertido... 

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