Capítulo 14

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-          No digas boludeces.

-          No me subestimes, Rocío. Te dije que era capaz de cualquier cosa por vos.

-          Tu vida nunca dependió de nadie. ¿Ahora vas a depender de mí?

Su voz intentaba sonar fuerte. Los hilos de voz que aún tenía sólo buscaban sonar firmes y convincentes. Como si realmente supieran que lo que decían no tenía vuelta atrás, que no existía la posibilidad de retractarse. Sin embargo, se estaba quebrando.

Moría por dentro de sólo pensar la idea de él haciéndose daño, lastimándose, diciéndole “te amo” por última vez. También sabía que quizás tan sólo eran excusas.

¿Podía acaso ser tan cruel?  Al fin y al cabo, ella siempre lo había aceptado así. Con las idas y vueltas, con las súplicas, con las sonrisas pícaras. Ella aceptó de él lo que pudo darle.

Pensaba que era noble aceptar de los demás lo que pudieran entregarnos, y así no intentar exigirle a la esencia de otra persona, ser algo que no es.

Lo que ella no sabía, probablemente, es que existe una diferencia atroz entre aceptar sin más todo lo que el otro te dé, por amor y el conformarse por falta de amor propio.

Es así que aceptar y tomar del alma de la otra persona lo que puede darte, es un gran acto de amor y grandeza. Sin actos de egoísmo.  Es doloroso reclamarle a alguien que pueda entregarnos lo que le hace mal, o exigirle hasta lo que no tiene.

Pero conformarse… ay, eso sí que es distinto.  Mendigar amor es comer las migajas de afecto que otra persona elige darte, guardándose lo más puro y lo mejor. Lo menos previsible y lo más reconfortante. Es, también, no aceptar el progreso, es tomar un amor tan básico que no te deja crecer.

  -  Te necesito para poder respirar. – la miró sin mirarla, jadeaba, estaba nervioso.

Rocío se mostró como nunca antes. Rocío le demostró que también ella podía estar nerviosa, que también ella podía enojarse.

Tiró todo al suelo. Todo lo que estaba en la mesa, velas incluidas.

Tiró todo, se despojó de todo. Menos del miedo.

-    No me arruines la vida, por favor. No lo hagas, Agustín.

-    No quiero lastimarte. Quiero amarte. Dame otra oportunidad.

Rocío, en el piso, todavía lloraba.

Ay, si le hubieran advertido…

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