Capítulo 3

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   Ella había nacido en una de esas ciudades de la provincia de Buenos Aires que nadie conoce ni saber cómo llegar. Fue una de las afortunadas.  

  Afortunada por tener la oportunidad. Aunque suene extraño, el estudio universitario no era para todos. No por cuestiones académicas, a no confundirse. Sus excelentes notas eran un reflejo de lo mismo que valoraba poder estudiar para cumplir su sueño.

   El periodismo era una pasión tan peculiar como profunda. Su pasión. Desde chica andaba haciendo notas por ahí, hasta a la verdulera del barrio. Y hacía lo posible para lograr lo que se proponía.

  No por segura, pero sí por luchadora. Constante para el estudio e insconstante para el amor. ¿Quién era constante para el amor? 

   Había tenido de esos romances sin bonus track y sin propina, y carecía de historias interesantes que contar. En su mirada no había resentimiento, ni miedo a sentir.  No llevaba en sus hombros el peso de un gran amor que le haya resquebrajado el alma ni arrebatado la confianza. No tenía fe en el amor, porque sólo tenía en su haber leves imitaciones del sentimiento original. Había leído cien libros que le cambiaran la vida, pero ni un beso que le hiciera creer en la magia. 

 No vivía, sin embargo, con desesperación. Lo único que parecía invadirla era hambre de verdad. 

 Rocío no era el sueño de nadie. Ni hermosa, ni estravagante. Creyó toda su vida que no era digna de ser elegida. ¡Y cuánto le pesó eso cuando lo conoció a él! 

Le gustaba escucharlo y agradecía que no preguntara nada acerca de su vida.

- Sos tan normal que vivo esperando tu explosión. 

- Lo que ves es lo que soy, Agustín.  

- No te alteres, Rocío - dijo entre risas- tan sólo espero que algún día me digas que me odiás. O que me amás. Pero que me digas algo. 

- De que te sirve. Sería tan sólo una más que te confiese su amor. No nací para destacar. Pero tampoco para ser una más.

- El recital del sábado abre con el tema que te escribí a vos. ¿Te seguís considerando una más?

  La tomó de la mano y la llevó a la cama. Cualquier situación le servía para llevarla a la cama, y ella aun no se negaba. 

  Son extraños los mecanismos del sexo. Son impensados los mecanismos del amor.

***

  Cuando terminaban de tener relaciones, él la miraba indiferente, fumaba un porro, y se dormía. Lo que ella todavía no sabía, es que cuando se iba Agustín le pegaba tres veces a la pared. Maldiciendo su ausencia y deseando su llegada. Falto de aire y de amor. Falto de atención. 

   Ay, si alguien le hubiera advertido. 

El Diario del LunesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora