Rocío llegó al departamento y se encontró con una mesa preparada para una cena. Sí, de esas que aparecen en las películas pochocleras de domingo donde el galán se lleva a la chica buena. Dos copas, una botella de vino, y la luz tenue. Esa luz tenue que reconfirmaba lo acostumbrado que estaba ese ambiente a recibir chicas.
Ella se sentó en la silla. Más bien dejó caer todo el peso de su cuerpo – y de su vida- y con las dos manos en la cabeza rompió en llanto.
- ¿Por qué Agustín? ¿Por qué?
- Perdoname, chiquita. Sé que te mentí, pero de otra manera no ibas a venir.
- Hice con vos lo que mejor me salió. Te amé como pude. Pero no funciona, déjame ir.
El vertía el vino en la copa, concentrado en el sonido del líquido dulce golpeando el vidrio. Parecía no escucharla, o bien, tomaba sus palabras como si fueran cotidianas, como si expresaran tan solo comentarios del clima.
Ante su silencio, Rocío seguía hablando.
- Sabés, me pudieron faltar muchas cosas, pero a mí no me criaron para esto. A mí me enseñaron a ser amada.
- Mentira, no sabés ser amada. ¿Quién te dijo que yo no te amaba? Hago cualquier cosa por vos.
- Cualquier cosa menos cuidarme, Agustín. Menos cuidarte. Me amás mal, y eso no es amor.
- No intentes ponerte en mi sentir. No te atrevas. Nunca en tu puta vida vas a saber lo que siento- Dijo El Bajo, agarrándola del mentón. Firme, fuerte.
Ella se corrió. Le pidió casi en un suspiro que no la lastime. Lo miró a los ojos. Ya no lo encontraba. No podía ver en él a ese pibe del que se había enamorado. ¿De quién se había enamorado? Nunca lo había conocido, evidentemente.
- Vine porque sé cumplir promesas. Si un día necesitás de mí, yo voy a estar. Aunque mi otro yo me suplique nunca más volver.
- Te necesito. Te prometo que no voy a tocar otra piel más que la tuya y…
- No se trata de eso. ¿Te pensás que no sabía que te cogías a otras? No se trata de eso.
No tuvo el coraje de explicarle que en realidad se trataban de que se hacían mal. Agustín se drogaba con cocaína y ella se drogaba con él. Porque le causaba el mismo efecto. Después de besarlo, terminaba consumida, apagada, despeinada, tirada, arruinada. Pero con necesidad de más.
Apoyó su mano en el picaporte. Sólo eso. Él la tomó del hombro, y soltó unas palabras casi sin voz.
- Si te vas, me voy a matar.
Rocío tembló.
Ay, si le hubieran advertido…