- Quiero que te vayas. No quiero que duermas en mi cama. Nunca.
- ¿Por qué? ¿Me vas a echar a esta hora?
- No quiero tu olor entre mis cosas. Quiero que esta casa siga virgen de vos. No quiero llegar y esperar escuchar tu risa. No puedo verte en casa rincón, buscarte en el copa de vino que usaste para tomar agua. No quiero ni puedo.
- Necesito saber si me perdonás.
Rocío lo empujaba hacia la salida mientras le pedía, le suplicaba que por favor no fumara en el ascensor.
Agustín gimoteaba intentando que le salieran las lágrimas. Ella estaba cansada y sólo pensaba en bañarse y acostarse a él. Mientras lo sostenía a él para que no se caiga; siendo eso, tan literal como metafórico.
Quizás podemos preguntarnos si nadie le decía que lo que estaba viviendo no era normal. Parecía que nadie le decía que cada vez que le daba la mano, estaba dejando irse a una gran parte de su integridad. Cada vez que ella le creía los “te quiero” y volvía a besarlo en la frente, se estaba traicionando.
Pero nadie sabía lo que ella estaba viviendo. No hablaba de las cosas que Agustín le hacía pasar, para que los demás no opinaran de su relación. No quería a cientos de personas indicándole cómo debía amar ni cómo ser amada. No quería a nadie que le diga que esa relación no era sana, ni que sus amigas hablaran en susurros sobre si lo que ella sentía era realmente amor.
Si hasta ese momento ella no había cuestionado ese intento de relación que tenía con El Bajo, nadie tenía derecho de hacerlo. Lo único que aceptaba era que la tildaran de gruppie y la cargaran con la altura de Agus.
Si hasta ese momento ella no había cuestionado ese intento de relación que tenía con El Bajo, nadie tenía derecho de hacerlo. Lo único que aceptaba era que la tildaran de gruppie y la cargaran con la altura de Agus.
Y porque nunca nadie le había dicho que ella merecía ser respetada, mimada y adorada por el solo hecho de ser, cada vez que sentía lastimarlo, la invadía una culpa monumental, y no hacía más que llorar tapada hasta la cabeza.
Porque nunca nadie le había dicho que decir “No” no era de mala persona, se derrumbaba por miedo a dañar. Porque nunca nadie le dijo que no tenía la obligación de cuidar de los demás, hacía carne el dolor de los que la rodeaban, dejando que eso la consuma.
Porque nunca nadie le había dicho tantas cosas, porque se había tapado los oídos con afán de no escuchar tantas otras… estaba sola.
Ay, si le hubieran advertido…