Capítulo 9

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Recostada en la cama escuchaba Hey Jude, como para que le algo le acariciara un poco el alma. Casualmente, extrañaba un poco el olor de su departamento, la suavidad de su colchón y el ruido especial que hacía su heladera. Se extrañaba.

 La distancia que había comenzado a tomar, le hizo dar cuenta de lo mucho que se había abandonado por quererlo. Se iba dejando de a poco. Se había postergado mucho por las necesidades de él.

   No podía echarle la culpa a Agustín. Era evidente que si se dejaba olvidada era solamente su culpa. Nadie iba a poder cuidarla tanto como ella misma. Aunque ella se esmerara por cuidarlo de todo a él.

  Tampoco se podría decir que se había encontrado completamente consigo misma. Tiró el cargador del celular por el balcón y le pidió al portero que dijera que no estaba en el departamento. No quería saber de él.

  Realmente no la sorprendía lo que había visto. Estaba realmente perpleja por todo lo que ella estaba dispuesta a aguantar. Soportó tantas cosas que ya había perdido la cuenta.  Pero no podía odiarlo, no le salía.

   Creía a ciencia cierta, que él había logrado que ella sintiera amor. Que así como era responsable de todo el dolor que sentía, también había causado que su vida tuviera todo lo que había deseado. Nunca había querido nada más que amor. Él la desnudaba y ella temblaba. Él la tocaba y ella reía.

     No entendía el resentimiento. No podía sentirlo. Por eso lo evitaba, para no tener que mirarlo a los ojos, y así, perdonarle hasta lo que él no sabía que había hecho.

     Salió de su casa al tercer día de encierro. Ya casi que le molestaba el sol en la cara. Llevaba un libro en la cartera, y un anotador con lapicera, por si surgía algo.

Lo que no esperaba era verlo ahí. Sentado en ese banco de plaza que ella ocupaba cuando decidía salir a caminar. Iba siempre al mismo lugar, al mismo asiento; y si estaba ocupado, volvía lentamente a su casa.

Agustín tenía ese olor que nace de la mezcla entre el porro y la cerveza. Tenía los ojos color sangre, y le temblaban las manos.

-   Sabía que ibas a venir acá, bonita. Yo lo sabía. - le dijo con la voz entrecortada. La tomó del brazo y le besó la mano. Su boca estaba áspera.

-  Salí, no me toques.

-  Te fuiste mucho tiempo.

-  Agustín, por favor, déjame.

-  No te voy a dejar. Te necesito. Necesito que estés conmigo y lo sabés. Mirá cómo estoy.

-  Andate con tus putas por ahí.

-  Rocío, vos sabés que no Pensás así. Yo lo sé, vos lo sabés.

          Agustín terminó dándose una ducha fría en el departamento de Rocío. Ella no soportaba verlo así. No quería verlo llorar, y menos por su culpa.

Ay, si le hubieran advertido…

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