Capítulo 11

596 7 0
                                    

      Qué engorroso sentirse responsable de la integridad de los otros. Las personas que creen tener la capacidad - y hasta la obligación- de cuidar a todo el mundo son, generalmente, muy descuidadas con ellas mismas. 

      No es casualidad que esa gente se sienta poca cosa, inferior, y hasta despreciable. Es por eso que se empeñan en cuidar tanto de los demás, ya que siente que ellos no lo valen y deben usar esas energías en alguien mal. Es también, una forma encubierta de buscar aceptación en los demás. ¿Quién no va a querer a quién dedica su tiempo, su alma y su amor, en la entereza de los demás?

       Rocío era de esas personas que solían decir que nada les molestaba, y que tenían mucha suerte de vivir la vida que estaban viviendo. Ella se jactaba de ser feliz y de valorar cada razón que tenía para vivir. 

      Es fácil creer que nada te duele cuando no te tomás el tiempo de pensar en vos. Es sencillo sonreír diciendo que nada de molesta, cuando no sabés qué es lo que te está pasando. Por supuesto, así todo es más simple. Porque notar los problemas implica que haya que resolverlos. O al menos, intentar afrontarlos. 

        Si analizara los sucesos que vivía podría darse cuenta, por ejemplo, que estaba viviendo una relación extraña y asfixiante. 

        Sin embargo, tampoco tenía tiempo para pensar. Agustín la llamaba cada cinco minutos, aunque ella no contestara. Él seguía instiendo, porque siempre había tenido lo que quería y esta vez, la quería a Rocío. Lejos de sentirse orgullosa, la periodista se llenaba de un sentimiento de culpa tan grande que casi no la dejaba respirar. 

           Tuvo que llamarla Juan, el baterista de la banda de Agustín.

            - Mirá, piba, yo no me quiero meter...

            - Peeeero....

            -El Bajo no quiere salir de su departamento. No viene a los ensayos y tocamos en una semana.

             - ¿Y yo qué tengo que ver?

              - No te hagas la boluda, Rocío. 

Ella tocó timbre. Agustín la lleno de besos en el ascensor y, sin dejar de besarla, la hizo pasar al departamento. La culpó de haberlo abandonado semanas, sin importar las veces que ella repetiera que sólo habían pasado seis días. 

Parecía que no la escuchaba, como de costumbre. Le pedía que lo ayudara a decidir qué ponerse para el toque del sábado y le prometía exclusividad para las notas. Estaba extasiado de tenerla de nuevo en su cama, y nada más le importaba. Ni que ella tuviera los ojos llenos de lágrimas cuando descubrió que se había estado drogando más que de costumbre.

Ese era, en parte, su límite. No podía entender cómo disfrutaba de destruírse de a poco. 

- Me voy, Agustín.

- No, chiquita, otra vez no.

- Pude amarte bien el día que entendí que no puedo cuidarte de todo. 

"Me ama" pensó El Bajo tras el portazo que ella pegó. "Me ama. Entonces no puede irse muy lejos. No se va a ir muy lejos"

Ay, Rocío.

Ay, si le hubieran advertido... 

El Diario del LunesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora