Hablaban todos los días por teléfono, y en cada despedida él decía que era una lástima que no lo hubiera dejado ir.
Ella sonreía un poco con su insistencia. Le parecía un nene que después de un mes, todavía reclamaba que no lo habían llevado al cine. A menudo se sentía su mamá.
Por supuesto que aunque la llamara esas seis noches, nunca la llamaba a la misma hora. Ella nunca supo cuándo ni cómo esperarlo. Sin embargo, él le había prometido siempre buscarla, y suplicaba en cada beso de despedida que aun lo esperara.
Y ella lo esperaba. Porque, acaso, ¿qué otra cosa podía hacer? Si ella no lo esperaba, él la iría a buscar. Era de esas personas que no podía estar solo, pero tampoco podía comprometerse. Agustín no soportaba el frío del lado de la cama que no ocupaba. No soportaba las cenas para uno, no podía imaginarse sin nadie a quien llamar.
Rocío parecía salvarlo un poco de la soledad desesperante en la que estuvo hundido antes de ella y su abrazo. Mas ella jamás lo había notado. Despertaba todos los días al lado suyo, casi feliz, casi resignada. Acostumbrada a siempre sentirse menos, estaba convencida de que era una más y que los "no te vayas" de él, no eran más que súplicas que podría haberle hecho a cualquier otra minita. De esas que se deslumbran por un buen músico y una sonrisa un poco compradora.
Agustín solía decirle que la quería, y ella sonreía sin emitir palabra. No porque no lo quisiera, porque lo hacía y mucho. Sentía, sin embargo, que el estaba exagerando bastante. Ella no tenía nada de especial, aunque sí de distinto.
Esa semana que estuvieron lejos, le hizo sentir que quizás estaba siendo bastante injusta con él. ¿Y si él estaba siendo sincero y entregandole lo que nunca había podido dar?
Le dijo a su vieja que no se podía quedar unos días más, como ella le había pedido y se tomó el primer micro del sábado. No le molestó ni la humedad, ni el olor. No se quejó de los niños llorando ni de las madres irritadas.
Pidió un taxi en la terminal, y hasta habló con el tachero. Bajó en el depto de El Bajo y entró sin pedir permiso.
El estaba en la cama, seguramente drogado, con una muchacha al lado. Rubia, alta, y con esa expresión que intentaba demostrar que nunca paraba de reír.
No lloraba por sorprendida, simplemente por sentirse idiota. Él, como podía, se levantó pidiendole perdón. Con lágrimas en los ojos, y desesperación en la voz. "No te vayas, perdoná" no paraba de gritar.
Se prendió a sus piernas y ella lo miró con lástima. Se sintió con lástima. Quizo abrazarlo, pero pudo contenerse.
Se fue pateando piedras y mirando el atardecer. Él todavía lloraba en la puerta del edificio.
Ay, si le hubieran advertido...