Prólogo

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Miro mi reloj pulsera y suelto un suspiro.

20:36 pm.

Ni siquiera son las nueve de la noche, pero siento un cansancio que es capaz de distorsionar las voces de Kevin y Ares. Por desgracia, no lo suficiente como para caer en un sueño profundo y despertar al día siguiente, listo para deshacerme de los planos que ese histérico adicto a al bronceado falso no deja de pedir por teléfono cada cinco...

Mis amigos dejan de hablar en cuanto oyen que mi teléfono vuelve a sonar. 

- ¿Y ahora qué? -protesta Ares. Su ceño fruncido me dice que está harto de que interrumpa su relato acerca de cómo consiguió acostarse con dos jóvenes proguers al mismo tiempo la anoche de ayer. 

Simplemente me encojo de hombros. Historias como esas (o peores) he tenido que oír durante los últimos años, por lo que no siento ni una pizca de culpa al apearme de mi asiento, trasladándome al pequeño balcón que posee la sala principal de su casa para así poder atender la llamada. Una llamada que tampoco me agrada demasiado...

-  Escúchame bien, niño -espeta Wynn-. Sé que no estaba en los planes, pero necesito que las luces de la piscina sean color ámbar. Nada de luces comunes y corrientes, quiero creer que estoy nadando en oro, ¿me oyes?

Presiono el puente de mi nariz con fuerza. Sí, lo oigo; he estado oyendo a Maximillian Wynn y sus berrinches de crío durante los últimos dos meses, y ganas de tirarlo todo por la borda no me falta cada vez que recuerdo que me queda otro par de meses de trabajo más. No ha hecho otra cosa que pedir ridiculeces como alfombras color zafiro o flamencos reales para su jardín, y algo me dice que este será el último proyecto que acepte para este sujeto. Estoy muy seguro de que Kendra, una de mis compañeras dentro de la firma para la cual trabajo, estaría encantada de ir a comprar magnolias y no se qué otras estupideces.

Vuelvo a soltar todo el aire de mis pulmones en un intento de tranquilizarme.

- Claro. Y, ya que estamos, podríamos traer azulejos con pintura de oro sobre ellos desde el área cincuenta y siete para hacerlo más real -añado sin humor alguno, pero el señor Wynn y su voz chillona no me devuelven ningún insulto a cambio para mi asombro.

Confundido, aparto el teléfono de mi oído para comprobar la señal, pero no hay de qué preocuparse: los segundos siguen transcurriendo con normalidad. Entonces retomo la comunicación.

- Uh, ¿se encuentra ahí?

Un infinito silencio me hace tensar la mandíbula, reajustando mi posición al tiempo que un par de sonoras carcajadas provenientes de la sala me distraen, pero no hay de qué preocuparse; tan solo son Kevin y Ares viendo algo en el teléfono de éste último, y mi ceño se frunce porque sé a la perfección que probablemente sean fotos enviadas por un tiburón, lo que es decir, un sujeto que compra proguers con el único fin de prostituirlos o, como ahora, vender material degradante de ellos mediante fotos o vídeos.

Cierro mis ojos y tiro mi cabeza hacia atrás, preguntándome si esto durará para siempre, pero la voz del director del centro más infame del planeta no me deja siquiera pensar.

- Mmm... En verdad que eres bueno en esto -expresa-. Creía que Johnson estaba dejándome en manos de un don nadie pero tienes mucho potencial, niño. De acuerdo, baldosas de oro  con luces en color ámbar, perfecto. Quiero ver una maqueta de eso mañana por la mañana en mi oficina, ¿de acuerdo? Pagaré lo que sea, descuida. Ahora, tengo asuntos que atender, no toda mi vida es color de lingotes de oro. 

- Pero...

Mis cejas se enarcan a la vez que corroboro que la llamada ha llegado a su fin. Si será hijo de...

2036Donde viven las historias. Descúbrelo ahora