CAPÍTULO LV - Trillones de Pedazos

1.9K 273 162
                                    

Agh.

Lo primero que siento es un agudo dolor que recorre mi espalda. Cierro mis ojos con fuerza, incapaz de tolerar el malestar que aturde mi cabeza, el cual consigue poner en tela de juicio mi propia conciencia.

Suelto un quejido conforme guío mi mano a mi entrecejo al querer adecuar mi visión a la luz de la habitación donde me encuentro.

Apenas sí recuerdo lo que ha ocurrido.

Estábamos en las afueras del auditorio. Recuerdo la discusión, el forcejeo, los posteriores disparos... La cabeza parece a punto de estallar cuando revivo el momento en que un disparo alcanza mi espalda. A partir de allí, todo se torna difuso; hay gritos, sensaciones desesperantes y dolorosas, sirenas de ambulancia, rostros que van y vienen, luces cegadoras...

Volteo mi cabeza y estudio el lugar:

Es una habitación bastante oscura a no ser por el único tubo de luz incrustado en el techo. Paredes grises, un suelo con baldosas verde aceitunado, un locker con varios compartimentos en tono grisáceo, un escritorio y una silla.

Mi cejo se frunce al mirar sobre mi cuello, notando el catre plegable sobre el cual estoy tendido, cubierto por una frazada. Flexiono mis brazos y me apoyo en mis codos aparatosamente, un movimiento que hace que note el vendaje a lo ancho de mi tórax, tan ajustado que apenas sí consigo expandir mis pulmones para respirar.

Echo un vistazo a mi alrededor en busca de indicios. No sé qué día es, si ha pasado más de un día, dónde estoy, si alguien está herido, dónde están mis padres... Ni siquiera sé qué es lo que en verdad me ocurrió; mi estado de salud actual, o para qué está el soporte metálico con suero colgando de él a un costado.

Me fijo a lo largo de mi brazo, pero no poseo ninguna sonda.

Podría salir y llamar a alguien si es que el dolor en mi espalda me lo permite.

Lo intento, pero mi cuerpo obedece a medias.

Mis cejas se enarcan, mirando en dirección a mis pies al otro lado del catre. Quito la pesada frazada que me cubre para toparme con mi torso desnudo, cubierto únicamente por el vendaje, y mi ropa interior.

Un poco desorientado por la extraña situación, me ayudo de mis brazos para poder sentarme, intentando hacer lo mismo que no pude hacer con la frazada encima: levantarme.

Trato de impulsarme, quitar mis piernas de la superficie ligeramente acolchonada, mas éstas parecen reacias a la idea y, lo que me inquieta aún más, sumidas en un profundo sueño.

Lo intento una vez más: intento conectar con la punta de mis pies, mis tobillos, mis piernas...

No siento mis piernas.

Mis ojos, atónitos, observan con temor a sacar conclusiones apresuradas.

Puede que estén entumecidas tras haber pasado quién sabe cuánto tiempo inconsciente, pienso, mas mi mirada se mantiene alerta, en sentido a mis extremidades inmóviles, con la paciencia llegando a su límite puesto que cada maldito intento de moverme parece inexistente.

¡No puedo moverme, maldita sea!

—No puede ser cierto —mascullo con mi respirar algo agitado, viendo cómo mis manos tantean mi propia piel que se siente ajena, como si tocase a alguien más.

La rabia se aglomera en el nudo que se me forma en la garganta, queriendo gritar de la impotencia. No puede ser cierto. Debe ser una pesadilla, un espejismo o alguna clase de alucinación, pero, no puede ser que sea cierto.

La desesperación emerge cuando mis esfuerzos se acumulan sin obtener resultado alguno. Estiro mis brazos y tomo una de mis piernas a la altura de la rodilla y, muy a mi pesar, tiro de ella para que quede por fuera del catre, sorprendiéndome por la fuerza con la que ésta cae a un lado; como si nada, como peso muerto.

2036Donde viven las historias. Descúbrelo ahora