CAPÍTULO XXII - Error Fatal

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El can me acosa. Maldita la hora que le dejé entrar en el estudio hace un mes; desde ese día le permití colarse un par de veces más y, ahora, cada noche, si no abro la puerta comienza a lloriquear y rasguñar la madera de roble barnizada por la que pagué. Y mucho.

He intentado dejarle comida en el pasillo para que no moleste, pero al parecer lo que quiere es atención de un humano, puesto que su dueña duerme tranquilamente mientras que yo intento concentrarme en mis planos y, al mismo tiempo, de reojo me aseguro de que no se atragante con una bola de papel. 

Y, si preguntas, sí, ya lo ha hecho. Ahora ni siquiera puedo arrojar basura fuera del cesto.

Dios mío...

Aunque resulta ser útil en algunos aspectos:

Echado cerca de la ventana, se parecía tanto a un león sin melena que bosquejar las ornamentaciones para la futura sede del banco de Wallas fue pan comido. Obviamente, no dibujé leones calvos babeando ni con cabeza de can.

A las seis de la mañana decido abandonar mi habitación para desayunar. Hoy es día de juego en el Country Club, por lo que, más me vale terminar mi trabajo para el mediodía.

Cuando salgo del pasillo derecho hacia el rellano de las escaleras me freno de golpe.

Una de mis cejas se arquea al ver los mismo de todos los días.

El can babeante. Sentado a los pies de las escaleras con su lengua fuera, esperando a que yo me aparezca porque cometí el error de convidarle con mi filete una vez y ahora se piensa que los humanos desayunamos un pavo navideño cada día.

Meneo la cabeza.

—Supongo que me lo he buscado —suspiro, emprendiendo el camino a la planta baja, seguido de cerca por el can cuyo nombre es "Libra", pero debería de llamarse "tonelada"; no ha dejado de engordar desde que llegó aquí.

Una vez en la cocina, comienzo por lo primero: algo de café. Luego tomo un pedazo de pastel que Paix dejó preparado ayer por la tarde y bendigo el hecho de que no cocine tartas de carbón, como sí hace mi madre. Todavía no entiendo cómo sobreviví a mi niñez...

Mientras el café se prepara, repaso las últimas noticias en el móvil, sentado a la isla de granito. Mi atención se centra en el área 49, y casi que sonrío cuando mi teoría se comprueba: las Fuerzas Armadas de la nación le han dado la espalda a su líder, y el Parlamento rompió comunicación con el mismo.

Boyles estará encantado, pienso, puesto que es lo que he venido proponiendo el último mes, pero todos se resisten a entablar un diálogo con nuestras Fuerzas hasta no tener pruebas de que algo traman.

—Son especialistas en guardar secretos, ¡no se enterarían de sus intenciones hasta el día que decidiesen tomar A-City! —había insistido aquella vez, después de que me hubiese trasladado hasta la frontera para poder pedirle al Fénix un favor:

—Lo único que poseo es una fuente —me había dicho en plena noche—. Recuerda que ellos presentan sectores, y no todos podrían pensar igual...

—Pero podría saber al menos lo que sí piensa un sector —había dicho—. Algo es algo. Si tengo un mínimo indicio, el Congreso podría pensar en ellos como aliados, y sería un problema menos a la hora de actuar.

El Fénix aseguró contactarme apenas hablase con esa fuente anónima. Ni siquiera pregunté por su rango, tan sólo necesitaba noticias de lo que ocurría dentro de esas bases. Sin embargo, con esta noticia del área 49, nadie puede negarme el hecho de que es posible unir fuerzas y luego salir al exterior para unir aliados... Y salvar nuestros pellejos de la miseria que nos espera en unos años.

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