CAPÍTULO XXIX - Contacto

3.3K 438 119
                                    

Paix sale prácticamente corriendo hacia el espárrago, mientras que yo camino por detrás, buscando indicios en la expresión del médico de cómo ha salido todo.

Por favor, que esté viva. 

Por favor, que esté viva...

—¿Cómo está? —pregunta una Paix ansiosa, cuya voz se torna algo temblorosa—. Ella...

¿Ha sobrevivido?, apuesto que quiere decir (puesto que lo mismo me pregunto yo), pero el médico irrumpe mis dudas al retomar las palabras de Paix:

Ella —enfatiza con una sonrisa de cuarta–, es muy fuerte. Su corazón se encuentra perfecto, la operación se realizó sin percances. Aún así tendremos que mantenerla en cuidados intensivos hasta saber que no corre ningún riesgo, ¿entiendes?

—¿No le pasará nada malo? —pregunta Paix.

El sujeto vuelve a sonreír.

—No. Lo peor ya ha quedado atrás, podrá regresar a su hogar en poco tiempo y...

—¡Gracias!

No tengo tiempo como para compadecerme por las lágrimas de felicidad que Paix suelta porque, al ver como éstas aterrizan en la túnica del espárrago verde, siento que estallo en mil pedazos puesto que, por lo visto, su adoración al veterinario es tan grande que no se contiene y lo abraza, algo que no resisto ver.

Sí, no lo resisto, ¿de acuerdo? Todavía siento sus brazos alrededor de mi cuello estremeciéndome tras lo ocurrido en la piscina y no creo que exista una tontería como Día Mundial del Abrazo que explique por qué se sintió tan real. Y menos que ese día sea hoy.

Mis manos cobran vida y van directo a la cintura que el imbécil pretende tocar sin siquiera pedirle permiso. Sí, lo sé. No es como si yo le hubiera pedido permiso cada vez que he tocado su piel pero... ¡Dios, es que no lo soporto! ¡Ella ni siquiera lo conoce, no sabe qué clase de sujeto es, y ahí está la enorme diferencia! Yo sé muy bien qué clase de tipo soy. Sé que no le pondría un solo dedo encima con el fin de propasarme; sé con toda seguridad que cada vez que me acerco a ella es con sumo cuidado, incluso con el miedo de que le disguste que cruce ciertos límites.

Pero quién sabe qué pasa por la mente de alguien que sonrió y no declinó la oferta cuando ella le ofreció su código. 

Por eso la arranco de sus brazos. Me ahorro la parte de mirarla a los ojos para decepcionarme al ver enojo o frustración, y le tiendo mi mano al confundido espárrago.

—Gracias por salvar a mi hija —afirmo, y creo que jamás he pronunciado una oración con tantas ganas de incrustar cada palabra en la mente de alguien.

El médico une sus cejas.

—Pero, pensé que...

¿Qué se pensó? ¿Que yo iba por la ciudad ofertando a mi Proguer como si nada? ¿Que es una chica que utilizo como moneda de pago? Ja. Suerte con ello.

Prefiero que se ahorre las palabras al intervenir:

—¿Cuándo regresará a nuestro hogar? —Sí, nuestro, no mi casa.

Espárrago verde sacude su cabeza y yo sonrío por dentro.

—Pues, tendrán que esperar pero, no hay de qué preocuparse. En cuanto Libra se recupere y se le dé el alta, una de nuestras ambulancias la llevará de inmediato —dice—. Bien, ha sido un gusto, pero, espero no tener que verlos a causa de algo así de nuevo —añade, comenzando a alejarse de nosotros puesto que ahora -apuesto- ya no hay "oferta" que le interese.

2036Donde viven las historias. Descúbrelo ahora