CAPÍTULO VII - Un "Can"

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Creo que, camino lentamente por si acaso tanto estrés ha atrofiado mi sentido de la visión. Sin embargo, no importa qué tanto alterne la mirada entre la chica y lo que sostiene, el saco de pulgas y pelos sigue ahí, jadeando. Incluso... ¿es saliva lo que cuelga de su lengua...

No, definitivamente no. Una cosa es salvar a una persona -peeersooona- de las garras de Hicks. Ahora, ¿pasar a tener un zoológico en mi casa? No me parece.

Me importa muy poco lo atolondrado que se siente mi pecho cada vez que la veo a los ojos, la chica podrá haberse llevado mi atención, pero no mi cerebro y, eso de allí, es un can. Uno que babea y esparcirá pelos por los pulidos pisos de mármol que yo mismo diseñé durante meses. Ni loco le dejo poner una pata en mi casa.

Una vez frente a frente con la chica..., y el <<can>>, le miro a los ojos directamente.

- Yo no tengo mascotas -afirmo, completamente convencido de ello. Ni siquiera insectos; fumigo mi jardín cada mes. Eso no sólo es un can, es un autobús para pulgas y garrapatas.

Creo que la chica no lo sabe.

- ¿Qué? -le oigo decir. Si no fuera educado, asumiría que una garrapata le ha obstruido la audición. ¡¿Cómo puede llevar esa cosa consigo a todos lados?! Tiene garras y todo, ¡podría destrozar toda la tapicería de mi hogar si se lo propusiera!

Por eso mi pulso no tiembla a la hora de repetir:

- Lo siento. No tengo mascotas. 

La chica me contempla, sin dar crédito a mis palabras. Por mi parte, ya he dejado todo más que claro, por lo que, esperaré a que deje al animal suelto por algún sitio. El PG está lleno de cadáveres de animales o aves. Existen razas caninas que cazan aves. Creo. Bueno, algo deberían de cazar antes de que los humanos le pusieran comida en platos. 

Volteo, decidido a marcharme, pero no puedo dar ni tres pasos tranquilo.

- Y entonces ¿qué soy yo? -exclama la chica a mis espaldas, deteniendo mi andar.

Tomo aire, consciente de que este no es el lugar propicio como para iniciar una escena. Necesito mantenerme invisible; cualquier queja, rumor o cotilleo que me ponga en el ojo público dentro de A-City me convertiría en el blanco de la atención, y sé que mi comportamiento levantaría sospechas al tener que reunirme con miembros del Congreso cuando, en realidad, mi vínculo con ellos no debería ir más allá que el de "hijo del tesorero".

Sin embargo, esto...

Aprieto tanto mis puños como mi mandíbula. Lo dice porque está enfadada, me auto-convenzo. Es normal; acaba de renunciar a sus propios derechos, debe de odiarte ya de por sí. Supongo que son esos los motivos que me impiden contestarle ante semejante ofensa. 

Volteo, y no reparo en traslucir cuán furioso me siento. Me importa muy poco el miedo que reflejan sus ojos; es que, haga lo que haga, diga lo que diga, el miedo a lo que pueda hacerle por culpa del contrato que ambos hemos firmado siempre lo tendrá, de eso no hay duda. Pero eso no le da derecho a insultarme.

- ¿Qué has dicho? -inquiero entre dientes. 

Para mi sorpresa, la pregunta no le intimida. Es más, parece que ahora está tan furiosa como yo. Genial. Supongo que no soy el único que se siente miserablemente frustrado aquí.

- Lo que has oído -dice-. ¿O me dirás que un Proguer no es como tu maldita mascota?

Bien... Esto de ser paciente es una verdadera porquería.

La gran mayoría dentro de A-City respondería "sí" sin cuestionarlo; eso es lo que representa un Proguer, un ser vivo que compras en una <<tienda>> para que haga todo lo que quieras. Le agrade o no. Es lo que implica el contrato. 

2036Donde viven las historias. Descúbrelo ahora