CAPÍTULO I - Adiós.

5.3K 561 168
                                    

La humedad que flota en el aire me dice que pronto lloverá, así como el rostro ensombrecido del <<Fénix>> me dice que una tormenta está a punto de desatarse. Pero no en los cielos, sino que aquí mismo, en la Tierra.

   Con Leonard aguardando a una distancia lo bastante segura como para distinguir algo, me acerco al Fénix cautelosamente, sosteniendo una expresión tan neutra como se me hace posible, asegurándome de que se trata de él, y no de las autoridades que me han descubierto y por ende están a punto de deshacerse de mí en el medio de la nada.

  ¿Llegará el día que deje de pensar eso?, me pregunto en mi silencio, al tiempo que el alivio desinfla mi pecho al ver que, en efecto, bajo la sombra proyectada por el sombrero color negro se encuentra la cara preocupada del Fénix, un hombre que, como muchos otros, han decidido saltearse las reglas; dejar de esperar un milagro por parte de los líderes para así poder recuperar la libertad que se nos ha arrebatado.

  No somos héroes, mucho menos revolucionarios. Tan solo somos un grupo de personas hartas de los abusos por parte de cien personas, un grupo que se hartó de creer en mentiras, es todo. 

  - Me dijeron que el rey vive al Este -suelto, ya a unos pocos pasos de distancia.

El Fénix ladea una sonrisa.

  - ¿Allí donde se une el cielo con la Tierra?

  - Allí donde el Sol prefiere estar.

  Un ligero asentimiento con su cabeza termina de convencerme. No es una trampa, es él, y no un tipo lo suficientemente parecido. Las contraseñas se crearon tras haber perdido a unos de los nuestros; las autoridades dicen que fue un accidente, pero el Fénix, al estar dentro de las calles del PG, asegura que un par de chicos alardeaban sobre sus onzas de platino adquiridas tras haber "sacado la basura del patio de un aristócrata".

  - Entonces te han dicho bien, Da Vinci -afirma el Fénix, quitándose el sombrero. 

  Una de las comisuras de mis labios se tuerce con el sonido de mi "nombre". Da Vinci es el alias que utilizo; arriesgar nuestras identidades es algo que se lo dejamos a los más ingenuos, aquellos que creen que los líderes no tienen ojos en todas partes. U oídos.

  Un poco inquieto, y sin poder disimularlo, doy un vistazo a mis alrededores, corroborando que la infinita y amarillenta pradera que precede al muro de la A-City esté tan vacía como lo estaba minutos atrás. Son hectáreas y hectáreas de suelo seco y astillado; tras el Punto de Colisión en 2033, los granjeros se vieron forzados a migrar, puesto que no había cómo sustentar al ganado, así como el combustible que los aproximase a la civilización en búsqueda de agua y comida. Si se recorre lo suficiente, uno puede hallar los restos de los animales que no resistieron las sequías de los últimos veranos.

  Sin embargo, no he venido a hablar sobre las devastadoras secuelas de la crisis. Miro al Fénix, tan adusto como siempre cuando se trata de un intercambio. Entonces, haciendo los preámbulos a un lado, llevo mi mano al bolsillo de mi pantalón y tomo el sobre que me dio mi padre por la mañana.

  - Ten -le digo, depositando el documento en sus manos-. El Congreso no parece tener intenciones de pedirle al líder un incremento presupuestal para contrarrestar el déficit fiscal que se prevé.

  Por alguna extraña razón, el Fénix sonríe con un aire de astucia. Supongo que no es noticia para él; siempre ha esperado lo peor de lo peor cuando se trataba de los llamados líderes. A decir verdad, siempre ha esperado lo peor de todos nosotros en general, para qué mentir.

  - Por qué no me sorprende... -canturrea, aprovechando el silencio para resguardar las taquigrafías del Congreso dentro de sus pantalones desgastados.

2036Donde viven las historias. Descúbrelo ahora