Capítulo 8

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Alex


—¿Dónde mierda estamos?

El viejo continuó caminando en dirección a la mansión de la playa, sin decir nada, mientras se oía la música en el interior y las luces de colores a través de las puertas de vidrio.

—¡Viejo! ¿quieres robar esta casa?

—No, imbécil.— Se volteó, señalando las vigas de madera que elevaban el caserón un par de metros en la arena y arrojó el cigarro al suelo. —Es el alojamiento que tu papi nos ha conseguido.— Soltó simplemente, dándome la espalda para subir los escalones de madera mientras me quedaba ahí, paralizado en la entrada.

Si ponía atención podía escuchar carcajadas y gritos dentro, que identifiqué al instante. Aún así no me moví, no podía; se sentía como si los pies no me respondieran después de la golpiza, aunque había cojeado hasta ese lugar sin problemas, aunque sabía porque no quería entrar.

<<No quería ver a ese tipo>>

—Solo estamos nosotros.— El viejo anunció, entrando finalmente, como si me hubiese estado leyendo la mente y después de tragar con fuerza, me sujeté del barandal impulsándome con fuerza sobre el grupo de escalones, conteniendo el aliento para no soltar un quejido del dolor que me provocaba mover el cuerpo.

El océano y la playa se olían perfectamente desde allí. Se oían los pájaros gritar al rededor mientras le echaba una mirada al rededor; el pórtico de madera tenía incluso un columpio y entonces me di cuenta que lucía exactamente como el jodido póster que había mirado durante años en Brooklyn.

El estómago me dolía, y no era por los golpes, tenía un nudo que no me dejaba respirar mientras me aproximaba a la entrada, escuchando como los lobos reían y bromeaban del otro lado. Después se oyó algo hacerse añicos en el suelo y no pude evitar sonreír al ver que ellos ya estaban cómodos, finalmente; pero todavía me sentía extraño al regresar.

<<Porque los había dejado>>

<<Igual que Blake>>

La idea me revolvió el estómago cuando me detuve en la entrada y me quedé muy quieto, mirando el enorme interior del lugar, sin poder creerme que hacía un par de noches estábamos comiendo entre ratas y en ese momento había una jodida fuente en medio de la sala.

—¡Cero! ¡Oigan todos, es cero!— Peak dejó de saltar en el sofá y corrió a la entrada, soltando los cojines en el suelo desordenado, lanzándose sobre mí y rodeándome con sus piernas.

—¡Mierda, Peak!— Solté, tambaleándome hasta perder el equilibrio y caer al suelo, soltando otro quejido mientras sentía como el ardor se esparcía por todo mi cuerpo y oí como las pisadas se acercaban corriendo.

—¡Alex!— Chett se inclinó junto a mí, estudiándome con sus pequeños ojos y mirada sospechosa. —Estás del asco.

—¡Estás vivo!— Bon dio un aplauso, soltando una barra de chocolate sobre la mesita que parecía hecha de paja y después se inclinó. —Voy a ayudarte.— Masculló, inclinándose y tomándome entre sus brazos gordos como si fuese una princesa.

—Gordo, no tienes que cargarme.

—Estábamos muy preocupados.— Dijo de repente muy serio, más serio de lo que le había visto toda la vida, dejándome en el sofá con delicadeza, pero aún así solté un quejido. —¿dónde estabas?

—Sí, ¿dónde mierda estabas?— La voz de Hannah se escuchó de repente, haciendo que todos volteáramos en su dirección, mientras se acercaba con una cara de mierda y apagaba la música en el camino.

Sin ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora