Cᴀᴘíᴛᴜʟᴏ Exᴛʀᴀ

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...

Nueve días habían pasado desde que Louis se había ido de este mundo. Nueve días en lo que el planeta tierra había perdido los colores, los sonidos e, incluso, los aromas. No había horas, ni minutos y, mucho menos, segundos. Sólo días y noches que transcurrían a una velocidad extremadamente lenta y dolorosa. La luna había perdido su brillo hermoso, las estrellas eran simples puntos vacíos esparcidos por todo el cielo negro y las nubes no eran esponjosas ni blancas, si no oscuras y sin formas.

A Harry ya no le quedaba nada, ni familia, ni novio, ni futuro. La nostalgia y tristeza se habían apoderado de él por completo. Nueve días sin comer siquiera una fruta. El agua, muy pocas veces, saciaba la escasa hambre que su cuerpo le reclamaba. El té ya no era lo mismo si Louis no estaba para beberlo con él. La casa estaba fría todo el tiempo, no había luz que alumbrara la oscuridad que Harry veía en cada rincón, porque allí no estaba más su novio de ojos azules para iluminar su vida.

Louis ya no estaba y Harry lo sabía. Por fin lo había entendido.

Ese día, el atardecer estaba opacado por unas nubes grises oscuras que cubrían el cielo entero. La lluvia no había parado en ningún momento y el frío invadió el departamento de Harry. La televisión estaba prendida en un canal de cocina. En el sofá había algunas ropas tiradas, mantas y almohadas. El piso estaba cubierto de papeles, algunas prendas sucias y restos de comida. El rizado no había sido capaz de subir a su antigua habitación, aquella que compartió con Louis tan solo algunas semanas atrás. Lottie le había hecho el favor de bajarle algunas de las cosas necesarias para una ducha diaria y ropa abrigada. No hacía frío invernal, pero el cuerpo de Harry no toleraba la temperatura ambiental por su falta de alimentos.

Llevaba los nueve días estancado en el living. No había abierto ni una ventana y el olor a mugre comenzaba a sentirse cada vez más fuerte, pero a él realmente no le interesaba. No podía moverse más que para ir al baño y volvía al sofá. Las cortinas siempre estaban cerradas y los rayos de sol no entraban a la casa desde hacía días.

Harry estaba sentado en el sillón, con una manta cubriendo sus piernas delgadas, mirando sin mucha atención, la receta que la cocinera estaba preparando en la pantalla. El sonido de la lluvia repiqueteaba sobre el asfalto, la acera y las ventanas, dejando un murmullo nostálgico por la casa vacía, como el corazón del rizado. Bajo sus ojos verdes, opacos y tristes, se alojaban unos medios círculos profundos, color malva, que le daban un aspecto cadavérico junto a su piel pálida y lechosa. Sus labios estaban agrietados por la falta de líquido en su organismo y su nariz estaba de un color rojo intenso en la punta y alrededor de los orificios, de limpiar los mocos que se le escurrían de tanto llorar. Estaba delgado pero aún mantenía un poco su figura natural. El cabello lo tenía sucio y alborotado, sin brillo. Y Harry sentía que el aire se le escapaba de los pulmones a cada respiración. Ya no le importaba si entraba el suficiente oxígeno para abastecer la necesidad de vivir.

Jay lo quiso convencer que empezara terapia hacia tan sólo dos días atrás. Los mismos días en los que ella había logrado levantarse de su cama y salir de nuevo al mundo. Un mundo en donde su hijo mayor ya no estaba, pero aun así, tenía que seguir cuidando de otras cuatro niñas hermosas. Ella fue hasta la casa del chico y entró con la llave que le pertenecía a Louis. Encontró a Harry dormido en el sofá, envuelto en una campera que le pertenecía al ojiazul. Ella lloró y se encerró en el baño para no despertarlo. La imagen le había dado en lo más profundo de su corazón, enviándole un dolor inmenso que le atravesó todo el pecho. Cuando se calmó, lavó su rostro y salió de nuevo, esta vez para llamar a Harry. Él la miró extrañado al principio, y luego lloró en brazos de la señora. Johannah acarició su pelo alborotado y le dijo que debía ser fuerte y levantarse por Louis.

The Same Sky 🌌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora