Fear

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Miedo.

Los Angeles, California. 

El sudor caía por su rostro, incrustándose en sus ojos, dejando sus labios con un sabor salado, y causándole comezón y calor. Sus brazos, sólidos cual rocas, habían dado ya tantos golpes contra el saco de entrenamiento, que los bíceps y tríceps ardían tanto como si fueran a empezar una combustión espontánea. Y sus nudillos... uff... esos, hace bastante rato había dejado de sentirlos.

La camiseta ya completamente empapada con el líquido de su esfuerzo físico, yacía desde hace rato en el suelo. Frank sabía que debería haberse detenido, cuando la lanzó. Él sabía que si continuaba así, no haría otra cosa más que afectar su salud. Pero el estrés y la indecisión ya estaban empezando a ganar la batalla, lo tenían arrinconado, y tenían muchísimas más armas que las que su voluntad poseía.

Por primera vez, después de muchos años... Frank Zhang tenía miedo.

Dejó de disparar puñetazos contra el saco de boxeo, para luego abrazarlo, como si se tratara de un osito de peluche, al tiempo que sus pensamientos coherentes empezaban nuevamente a ejercer dominio sobre su cabeza. Hacía ya, poco más de un año, que se había retirado de las fuerzas armadas. Había regresado de Siria, para por fin empezar una vida tranquila y dedicarse a aquello que realmente amaba... La biología.

No había sido fácil mantener su relación con Hazel, mientras se encontraba lejos, pero ambos lo habían conseguido, a pesar de todo, a pesar de las vicisitudes de sus respectivas vidas, los dos tuvieron éxito en obtener sus propias metas, mientras sujetaban la mano del otro (a la distancia, por supuesto). Ahora ella era una asombrosa diseñadora de modas, y era feliz, igual que él.

Durante muchas noches, él se había encontrado preguntándose a sí mismo: ¿Qué otra chica en el planeta, sería lo suficientemente paciente como para permanecer a tu lado después de que se te ocurrió la demente idea de irte a la guerra? La respuesta siempre resultaba ser la misma. Solo Hazel. Solo ella te esperaría, y te recibiría con una sonrisa en sus labios, y lágrimas de emoción en sus ojos.

Ella era el amor de su vida... ¿Por qué dudaba tanto, entonces? ¿Qué era lo que le asustaba?

Soltó el saco de boxeo, le dio una última patada para que no fuera a extrañarlo, cogió su camiseta del suelo, y empezó a caminar, hasta salir de la habitación de su apartamento que había convertido en cuarto de entrenamiento. Cuando se encontró de nuevo en la sala, lanzó lo que traía entre manos sobre el sillón, y caminó hacia la mesa, en donde su teléfono celular lo esperaba, junto a aquella pequeña cajita que tanto lo había torturado durante las últimas semanas.

Tomó el celular con la mano derecha, y la cajita con la izquierda, luego retrocedió de nuevo, hasta dejarse caer sobre el sofá. La guerra dentro de su mente, no hacía más que avanzar, y solo había un modo de poder ganar esta vez, y esa era... Llamando por refuerzos. 

(Estaré publicando el siguiente hoy mismo, después de mi examen, Esperenlo)

Returning HomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora