Warm

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Cálido

Beverly Hills, Los Ángeles, California.

Era media noche, pero sus ojos se negaban a cerrarse. Hacía un par de horas que se había dado por vencida. Después de invertir la mayor parte de la noche dando vueltas en su cama, decidió levantarse, tomar su bata, cubrirse y empezar a merodear por el resto de la mansión.

Ya había bajado y vuelto a subir todos los niveles de escaleras, al menos tres veces. Pero no podía detenerse, o, más bien dicho, no quería. Porque en el momento en que Piper McLean se quedara quieta, las ideas comenzarían a fluir nuevamente en su cabeza. Las palabras que quería decir, las súplicas de su conciencia, empezarían a atenazarla con sus espadas, hasta que harían puré sus dedos y finalmente se volvería loca.

Ser famoso, apestaba.

Esa era la conclusión a la que había llegado a lo largo de los últimos meses. Porque si ella no hubiera sido una cantante popular, entonces su divorcio no hubiese sido relevante para nadie, la prensa no estaría rondando alrededor de ella veinticuatro- siete, intentando devorarla como si de aves de carroñeras se tratasen; y, definitivamente, no habría tantos adolescentes en internet, subiendo sus fotografías y videos en los cuales destruían sus discos autografiados, sus productos promocionales... Incluso escupían a su cara en fotografías.

Se detuvo frente a una de las ventanas en el piso superior. En el pasillo de las habitaciones. Sus ojos multicolores miraron la luz de la luna, al otro lado del vidrio su jardín estaba empezando a adquirir una tonalidad cobriza, dándole la bienvenida al otoño. Una ligera brisa abrazó sus hombros, y antes de darse cuenta, las lágrimas estaban deslizándose nuevamente por su rostro.

Ella ya no quería estar ahí.

Pero... ¿dónde? ¿En dónde estaba realmente? Si quisiera huir de la mansión, simplemente debía comprar un boleto de avión y marcharse. ¿Pero a dónde iría? ¿A dónde huiría? La penuria que la atormentaba día y noche, la perseguiría a donde sea que fuera. No había escape de este infierno que estaba viviendo, y por lo que a ella respectaba, ni siquiera merecía salir de ahí.

Las lágrimas caían, una tras otra, humedeciendo sus mejillas. Para este punto, ya ni siquiera su respiración se veía alterada. Su corazón latía con normalidad, su cuerpo no sufría espasmos. Pero sus ojos lloraban, se derretían y dejaban salir toda aquella humedad que estaba pudriendo su alma. La tristeza, se había convertido en su estado de ánimo permanente, de modo tal que el resto de su cuerpo ya no se alteraba por ello.

Pero, dentro de sí misma, sentía que estaba muriendo. Lenta... Muy lentamente.

—Pipes...— la súbita aparición de ese susurro en medio del silencio, le hizo dar un salto, un escalofrío recorrió su espalda.

—Pensé que te habías ido— dijo, con sus labios apenas moviéndose. No se giró, su vista se mantuvo fija en la ventana. No necesitaba que Jason viera más de sus lágrimas. Aunque, quizá él ya tenía un océano entero, de ellas en su memoria.

Por un momento no hubo respuesta, pero un par de segundos después, sintió como los fuertes brazos de su mejor amigo la rodeaban desde atrás. Su cabeza se posicionó por encima de su coronilla y le dio un breve y dulce beso casto. La espalda de Piper sufrió de un escalofrío.

No importaba la cantidad de veces que hubiese echado a Jason de su residencia. No importaba la cantidad de veces que lo había despedido. Él seguía estando ahí. Se encerraba en la "habitación de invitados" para no molestarla durante unas cuantas horas, pero luego volvía a aparecer. Tarde o temprano.

El silencio había vuelto a apoderarse de la estancia, pero la firmeza de sus músculos, ahora parecían entibiar un poco de su frío espíritu. Debía traer puesta su ropa de dormir, porque se sentía ligera, apenas cubriéndolo. No como en esas ocasiones en las que su traje entero lo volvía más sólido e inalcanzable que de costumbre.

Returning HomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora