Hora del juego

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Eran las 6:30 de la mañana.

Mire a William.

Estaba tan profundamente dormido, que decidí no despertarlo.

Me pare en silencio y sigilo, como siempre había acostumbrado hacerlo.

Tome una playera y unos jeans.

Me arregle un poco y tome las llaves del coche.

Estaba a punto de salir, cuando sin pensarlo, tome un pedazo de papel y una pluma y empecé a escribir una pequeña nota.

"Vuelvo dentro de unas horas, no tardo, voy al lugar de origen del juego."

Deje la nota sobre una mesita que teníamos por la habitación, cerca del teléfono.

Y salí para ponerme en marcha.

Conduje, exactamente los 25 minutos que me había dicho William.

Me encontraba de nuevo en el lugar que sin pensarlo me había arrebatado del lado de la persona que más quería.

Me encontraba en Berlandia.

¿Pero quien carajo, dijo que los cambios son para bien?

Algunos sólo vienen acompañados de desgracias.

Me estacione casi en frente de mi antigua escuela, en la que seguramente se encontraría "mi hermana" Daniela.

Saque un cigarrillo, en lo que espera a que llegara la hora en que saliera.

Perdí la noción del tiempo y también la cantidad de cigarro que había consumido.

Voltee sin pensar.

Y estaba ahí.

Parada, platicando con su ejército de amigas, con su escuadrón de víboras.

Era increíble el parecido que tenía de mi madre, el parecido que tenia conmigo, el parecido con aquel hombre que la había engendrado.

Pero más los rasgos de la sangre que nos unía la que había hecho que la reconociera a pesar de los años, a pesar de que no la quería.

Me coloque mis lentes y encendí el carro.

Espere a que mi madre llegará por ella, pero no.

No había llegado por ella.

Ella solo se echó a caminar.

¿Porque no había ido mi madre por ella?

No perdí más tiempo en mis propias dudas.

La seguí, sin titubear, aún sabía como era el camino de esa escuela a la que alguna vez había sido mi casa.

La seguí, hasta que llegó, hasta que estuvo al borde de la entrada de la casa.

Estaba abriendo.

Cuando sorpresivamente se dio una media vuelta, y miro fijamente hacia el coche, hacía a mi.

Arranque el carro.

Y tan solo vi por el retrovisor que pronunciaba un nombre, mi nombre ¿Marcus?, con una expresión llena de dudas.

Quizás desde antes se había percatado de que la seguía.

Y quizás durante el camino había analizado o tan solo se preguntaba ¿quien era?.




El pecado de Marcus. #wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora