A plena luz parte III

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A veces aun por más que cambie alguien físicamente, uno no deja de ser lo que es.

Ese era el caso de Mariela.

Para lo único que la quería en aquel entonces era para utilizarla, incluso ahora la había utilizado para perder el tiempo restante.

pero a estas alturas, ella ya no me servía de nada.

Si estaba comprometida, ¿Entonces cual era la estúpida razón para ser mi amiga? Y si antes no la quería ¿Porque debería hacerlo ahora?

Caminé casi 1 hora.

Del café hasta la casa de mi madre.

Y antes de acercarme un poco más, me pare a contemplar esa casa  en la que antes yo solía vivir.

La casa que había resguardado mi mayor pecado.

Suspiré y coloque mis brazos a la altura de la cintura mientras decía
— ¡he vuelto!

Tome dirección hacia el patio trasero y abrí la puerta que Daniela había dejado sin llave para que yo pudiera entrar.

Me adentre hasta la sala y todo lucia igual a la última vez que estuve ahí.

Los muebles, el sofá favorito seguían en mismo lugar, el aroma era el mismo al de antes, he incluso los colores de las paredes eran similares a los de la última vez.

Subí las escaleras.

Y me dirigí a mi habitación.

Pero la puerta no habría, estaba bajo llave. Se había convertido en un lugar prohibido, una zona cerrada para evitar mi recuerdo.

Curiose por un rato en la habitación de Daniela. Era tal y como la imaginaba.

Tonta, llena de muchos colores, posters de cantantes ridículos, entre otras cosas.

Me sentí asqueado y salí sin mirar atrás.

Y por último entre a la habitación a la que solía entrar por las noches, en la que me escondía y en la que me rebelé.

Encendí la luz, tome su perfume y lo olí, era mi aroma preferido.

Abrí su closet y estaban sus delicadas batas de seda.

Me senté en su cama, la cama en la que se encontraba cada noche.

Me estaba perdiendo en mi mismo, cuando escuche llegar un coche y me asome por la ventana, era mi madre.

Apague la luz y bajé rápidamente las escaleras, como un niño que se alegra al saber que podría atrapar a papá Noel.

Tome asiento en mi lugar favorito.

Cruce mis piernas y espere como todo un hombre elegante.

Entro.

Y lo primero que hizo fue llamar a Daniela.

No hubo respuesta.

Coloco su bolso en el perchero de la entrada y encendió la luz.

Sus ojos se abrieron como platillos al verme a MI, ahí sentado.

—¡Hola madre!.— dije con una amplia sonrisa.

El pecado de Marcus. #wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora