Tres semanas después
La ropa desparramada por todo el cuarto ocupaba mi absoluta paciencia. Creo que estaba a nada de convertirme en una obsesionada al orden, tal y como los representaban en los reality shows. Recogía ágilmente los trapos y los colocaba en el canasto que sostenía a base de malabarismos, ya que, del mismo brazo, colgaban prendas limpias que debía doblarlas y meterlas en el cajón de hasta arriba del clóset.
—Te faltó esto—Magnolia, mi mamá, echó calzones sucios en el canasto.
—Ah, sí. ¿Te hace falta otra cosa para lavar?
—No, creo que sólo era eso.
Dejé a un lado de mi cama la ropa limpia, no tenía muchos muebles en mi habitación pero justamente eso le daba un aspecto fresco, para no decir que era pobre. Bajé al primer piso donde estaba el pequeño cuarto de lavado y también donde se encontraba una Max testaruda.
—Te sentaría bien que salieras.
—No, estoy bien.
—¡Pero lo prometiste!—se acomodó de golpe en el fregadero cuando le interrumpí su estadía arriba de la lavadora. Aún enojada, me pasó su detergente favorito, ese no le provocaba irritación ni ronchas en la piel—Prometiste que irías conmigo al museo si yo iba a ver tu película.
—¿Me das el de bolitas?—recibo el bote de perlitas rosadas, que igualmente son hipoalergénicas—Gracias.
—Tienes ir a dar una vuelta al exterior, Zulay.
Menos como una obligación por parte de una promesa, era meramente una salida de amigas que hace una semana había expresado mi emoción de ir, lo cual era completamente absurdo para ella que justo en el momento dudara en ir. Tampoco para mí tenía sentido. Durante las tres semanas me encontraba en mi casa, nadie reprochaba que lo hiciera puesto que actuaba de lo más normal y, era cierto, no me sentía tan mal emocionalmente, pero después de varias declinaciones de salidas, comenzaron a preguntarse si efectivamente estaba bien. Y las excusas se me estaban agotando.
—Ya está—cerré la tapa de la lavadora y salí de allí antes de que cometiera el error de decir algo que las preocupara mucho más—. Tengo hambre, ¿tú no?
Dentro de la cocina albergaba un olor exquisito que únicamente flotaba en la casa cuando Magnolia cocinaba, y eso me atrajo a mí y a la quejumbrosa. Ya nos habíamos acostumbrado a desayunar todas juntas, que no hubo necesidad de preguntar dónde nos acomodaríamos, las dos nos sentamos en la mesa que daba frente a la ventana. Era un poco temprano para que en el vecindario salieran a regar sus plantas o sacar a pasear a sus mascotas, pero no para la luz de sol, esa atravesaba la ventana e iluminaba la sala y la cocina, la misma habitación, ya que sólo las separaban un sillón largo.
Paseé mi mirada entre mi madre y Max, a las dos se les habían cubierto de los rayos del sol, y ese cuadro hizo volar mis pensamientos sentimentales, no me atrevería a decirlos en voz alta, pero, como solo estábamos mi mente y yo, continué pensando y observando. Jamás había deseado tanto aprender a crear arte a base de mis manos para poder retratar justo lo que veían mis ojos. Magnolia sonriéndonos al cocinar y Max burlándose de mi cara embobada, un recuerdo que me lo llevaría hasta la tumba.
—¿Y cómo amaneciste Cop?—pregunta mamá, poniéndole su plato y el mío a la vez.
—Como me encantan sus huevitos—se hallaba comiendo deprisa todo el plato, quise robarle pero su tenedor golpeó mi mano. Me lanzó una mirada recriminatoria antes de hablar—. Muy apurada porque tenía que limpiar y buscar unos documentos que necesitaba el hospital. Por las prisas no pude desayunar.
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Inefable
Novela JuvenilZulay decía ser creyente del amor. Cada día perdía las esperanzas y con ella su devoción, tras muchas silenciosas decepciones. Empezaba a creer que nunca sería el ejemplo de que el amor estaba destinado para todes. Pero como era la vida, inesperada...