Epílogo

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¿Como podía ser posible que los días se sintieran tan largo y a la vez tan cortos? ¿Cómo un momento podía ser efímero y a la vez infinito? Eso era lo que Billy Tucker se preguntaba constantemente. Un mes y medio había transcurrido desde que el y  Jason volvieron a retomar su noviazgo; y sin lugar a dudas había sido el mejor mes y medio de su vida, a pesar del poco tiempo que pasaban juntos.

Sin la escuela y los entrenamientos de por medio, Jason había conseguido que le dieran un doble turno en el restaurante para el cual trabajaba, después de todo necesitaba ahorrar todo el dinero posible antes de mudarse a Boston e inicir su vida universitaria. Y Billy realmente admiraba a su novio por no rendirse y seguir adelante a pesar de no contar con el apoyo de su odioso padre (al cual Billy no conocia, pero igual detestaba). 

Pero el trabajon de Jason limitaba el tiempo que podían pasar juntos, por eso Billy había decidido conseguir su propio empleo. Obtuvo un puesto en una tienda de comestibles a dos calles de donde Jason trabajaba. Además obtuvo el turno vespertino, lo que le daba la excusa perfecta para esperar a Jason y caminar juntos a la parada del autobus o simplemente caminar por ahí y perderse entre besos y abrazos cuando ambos terminaban su turno.

En aquellos viajes en autobus, Billy descubrió que le encantaba fingir que era demasiado pequeño como para alcanzar los pasamanos del techo, pues eso le daba la excusa perfecta de abrazarse a la cintura de Jason y recostarse contra su pecho. Era realmente agradable poder abrazarlo y hacerle mimos sin tener que esconderse ante el mundo y fingir que solo era amigos.

Por lo general, los días que no trabajaban se reunian con sus amigos. Salian por ahí o terminaban quedandose en casa de alguno de ellos viendo películas, jugando videojuegos o simplemente charlando hasta que obligadamente debían volver a sus casas. Sin duda esos eran días que Billy atesoraría en su memoria para siempre. Pero sabía que aquella agradable rutina acabaría tarde o temprano y el día había llegado antes de lo que penso.

Billy le dió una mirada a su habitación. Los posters que alguna vez pendieron de la pared  ya no estaban. No había ropa esparcidad por el suelo, tampoco cuadernos y libros olvidados y mucho menos las fotografías sobre su escritorio. Todo había sido empacado metido en un camión que ya debía estar de camino a Seattle. Lo único que le quedaba era una maleta con un poco de ropa y cosas indispesables que llevaría consigo en el auto.

—¿Eso era todo?— preguntó Jason con la mano puesta tentativamente sobre el cierre de su maleta.

—Si, eso era todo. —Billy suspiró, se sentía como si estuviera dejando un pedazo de su vida dentro de aquellas paredes.

Billy se giró y observo detenenidamente al chico frente a él. Observo su cabello castaño, sus carismáticos ojos grises, esos labios que había besado infinidad de veces y de pronto sintió que su corazón se contraía dolorosamete. Su labio inferior temblo y su vista se nublo.

—Hey...—Jason arrugó la frente y extendió los brazos pidiéndole que se acercara. —No llores por favor.

—Lo siento— Billy no lo pensó dos veces antes de refugiarse entre aquellos brazos que se había vuelto tan familiares. —Es que no quiero irme y daría lo que fuera por que este día no hubiera llegado jamás. Te hecharé tanto de menos.

—También yo, pero sabiamos que pasaría tarde o temprano. —Jason depositó un beso en su cabeza— Pensemos en que seran solo unos cuantos años. Tendremos el resto de nuestras vidas para estar juntos.

Billy asintió y enterró el rostro en el pecho de su capitán. Las lágrimas no pidieron permiso, simplemente se derramaron mojando la camisa del castaño.

—Prometeme que no te cuidaras y que sonreiras todo el tiempo. — pidió Jason. —Prometeme que siempre que me necesites me llamaras, no importa si es de madrugada.

La suerte del capitán (Suerte #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora