Era una persona de hábitos.
Despertar temprano nunca supuso un desafío; desde niño, fue sencillo levantarse a la par de su padre para perseguirlo en su rutina. Le gustaba verlo preparar el café para su madre, asegurándose de separar su café sin azúcar antes de añadir la cantidad de azúcar necesaria al café de su madre, de modo que ella pudiese tomarlo a gusto. Luego escondía el endulzante para que ella no pudiese echarle un poco más (cosa que generaba cierta diversión en él). Aunque no tomaba su café de inmediato, se aseguraba de dejarlo listo antes de estirar su cuerpo y salir a trotar. Para entonces, su padre bajaba el ritmo mientras él, a su lado, corría emocionado por compartir los primeros momentos del día con su padre. Aquel momento de felicidad, de acuerdo a la percepción de un niño de casi diez años, era invaluable al ser el único momento en donde ambos podrían estar juntos debido a su trabajo y a las tardes llegadas a casa.
Ese día no fue la excepción. Corrieron uno al lado del otro, como en los viejos tiempos; pero esta vez el recorrido para Peter fue corto debido a que debía marcharse temprano por una pequeña urgencia en su lugar de trabajo. Por su parte, decidió seguir con su rutina repasando lo sucedido la tarde anterior, reflexionando aún molesto por las palabras de su madre.
Recordó con exactitud aquellos momentos en donde correr por las mañanas se volvió una necesidad al no soportar estar bajo el mismo techo que él.
Por un momento, se negó a correr, ya que él se encontraba en casa por la mañana. Curiosamente, su momento favorito para discutir con su madre y querer golpearla, era por la mañana. Así que, mientras él se encontraba allí, se despertaba a las cuatro de la mañana, tomaba asiento en la sala y esperaba a que ella saliera de su habitación y él de la suya para tener la tranquilidad de verla hacer lo que sea que deseara sin ninguna interrupción o insulto de su parte. Luego, por la tarde, al él no estar en casa, comenzaba su rutina con calma al saber que no se encontraría allí hasta las doce de la madrugada.
Esta vez, sentía mayor necesidad de estar por fuera.
"Él me necesita". Esa frase resonó en su mente, avivando la molestia que le había impedido dormir la noche anterior. "Los gemelos te necesitan", le había dicho con evidente molesta en su voz. No podía soportar la forma en la que ella deseaba estar a su lado para cuidarlo. "Se lo debo". Y esa fue la respuesta que mayor molestia le causó.
¿Se lo debía? ¿Qué podía deberle a un hombre que, desde que decidieron vivir juntos, cambió por completo su personalidad a la de un maldito abusador?
No le debía nada.
No podía sentirse culpable por haberlo empujado escaleras abajo y fracturado una pierna en un momento de defensa, justo cuando él estaba dispuesto a agredirla por haber atendido su llamada y casi hacerle cambiar su decisión de dejarlo.
Se detuvo, jadeando.
No podía permitirlo. Necesitaba convencerla, hacer que cambie de opinión, debía reiterarle que era una completa locura y que tenía que priorizar su bienestar por encima de todo. Por esa razón, casi una hora después, al regresar, estaba decidido a llamarla nuevamente para dialogar. Sin embargo, se detuvo al verla en la sala, sentada en el sofá, abrazada a su padre.
—¿Mamá? — se detuvo a unos cuantos pasos de ella.
Entonces lo supo: él lo había hecho otra vez.
Su corazón se detuvo al verla. Aquel rostro que siempre lo recibía con una sonrisa estaba marcado por un moretón oscuro que se extendía desde su pómulo hasta su mandíbula. La tristeza se apoderó de su mente en cuestión de segundos, una mezcla entre rabia e impotencia burbujeando en su interior. Su madre intentó sonreír, pero las lágrimas brotaron de sus ojos, y el deseo de protegerla lo invadía, pero al mismo tiempo, la tristeza le aplastaba el espíritu.
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|Deseos a la luna| BORRADOR
RomansaHuir no es la respuesta a nada, pero esta vez fue su respuesta a todo. Conocer su sonrisa en medio de una oleada de problemas, un fracasado escape y un deseo, fue parte de la solución. Porque, al final del día, encontrarse a sí misma fue su principa...