Capítulo 3

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Michael

       Abrí los ojos de nuevo, no había podido conciliar el sueño desde que llegué a mi casa. Después del ataque de pánico que, según Luke, había tenido, no pude volver a relajarme. Algo se removía en mi interior, era una sensación extraña; entonces recordé algo: justo así me había sentido cuando había despertado en aquella habitación azul, completamente desorientado. Me levanté y fui al baño. Hacía dos horas que me había tomado unas pastillas para el terrible dolor de cabeza, pero aún seguía ahí, como si no quisiera abandonar por completo mi sistema. Me lavé la cara con agua fría y miré mi reflejo por unos minutos. Me preguntaba si habría cambiado después del accidente, sinceramente esperaba que no.

        Miré al techo de la habitación, a veces me daba miedo quedarme solo mucho tiempo, no sabía lo que podía pasar, en mi mente se creaban imágenes de mí y mis amigos, y esta chica: Nina. Algo me decía que ella no era lo que aparentaba, su sonrisa era real, pero sus ojos estaban apagados. Y su expresión al verme fue de lo más rara, por un momento creí que se desmayaría, pero algo pasó dentro de ella, algo que me hizo querer saber quién era, saber algo más aparte de su nombre. Tal vez estaba volviéndome loco, sin embargo, creo haber visto su cabello antes; esas ondas doradas, más parecidas al tono del café con leche, y esos ojos, dos grandes esmeraldas, son cosas que no se olvidan con facilidad. Quizá la había visto en un sueño, o en una pesadilla.

      La verdad, era bastante atractiva, y no lo decía por el simple hecho de que era la primera chica que veía desde hacía seis meses, sino porque realmente lo era y haberla visto tomada de la mano de Ashton había despertado algo en mí. ¿Celos? No, Ash es mi amigo, él jamás haría algo para molestarme. Y luego estaba esa extraña descarga eléctrica que había sentido cuando su mano rozó la mía, fue como si algo nos uniera, una conexión que sólo existía entre nosotros.

       Negué con la cabeza, volviendo a la realidad. Eso no podía ser posible, apenas recordaba algunas cosas y esa chica no podía haber formado parte de mi vida, simplemente no podía. ¿Cómo pude haber conocido a alguien que me hiciera sentir así con una simple mirada? Regresé a la cama, mañana me esperaba un largo día y tenía una semana para ponerme al corriente con los apuntes del último mes para que los profesores tuvieran algo para ponerme una calificación decente. Me acurruqué en mi almohada y abracé un pequeño osito de peluche que tenía impregnado un olor extraño, pero delicioso, ¿avellana? Cerré los ojos con fuerza y puse la mente en blanco.

        Golpeé mi despertador e intenté levantarme de la cama, cuando lo conseguí, fui al baño y me cepillé los dientes. Me quité los pantalones de pijama y me metí en la regadera. El agua fría me ayudó a despertarme y me aclaró la mente. Después de haberme lavado el cabello y el cuerpo, salí y me cubrí con una toalla, regresé a mi habitación y me puse unos pantalones negros y una playera sin mangas roja. Con mis manos acomodé un poco mi cabello, lo suficiente para que no se viera tan despeinado. Fui a la cocina, le di un beso a mi madre en la mejilla, tomé mi mochila y salí. Afortunadamente el colegio no quedaba tan lejos de mi casa, así que podía irme caminando. Desenredé mis audífonos y me los puse, dejando que la música me acompañara con cada paso que daba.

       Esperaba ver a Nina, tal vez entre clases o en alguna hora libre, pero quería verla. Podría pedirle los apuntes de Literatura o Matemáticas. Sacudí la cabeza, ella había estado tres meses en Canadá y probablemente también debía trabajar en sus propios asuntos. Me detuve en una esquina, esperando a que el semáforo se pusiera en verde, una vez que crucé la calle, la vi. Un vestido amarillo con estampado de flores blancas, unos zapatos del mismo tono que el vestido, y la mochila sobre su hombro izquierdo. El cabello le caía por la espalda y su andar era relajado, en la mano derecha sostenía su celular. Se veía realmente hermosa. Aceleré un poco el paso, intentando alcanzarla. Llegué a la esquina de la avenida y me situé junto a ella. La observé por el rabillo del ojo, tenía las mejillas rosadas y los ojos bordeados por una fina línea negra, las pestañas largas hacían que el verde fuera mucho más intenso. Su mirada encontró la mía y yo volví la cabeza a otro lugar.

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